Les esenciales – Parte 2
Por Lucía Maina para La tinta
Este nuevo tiempo no sólo provoca incertidumbre: también nos revela, como nunca antes, lo esencial para nuestra supervivencia. De la misma manera que el cielo se despeja por el cese de la contaminación, las actividades indispensables para la vida en comunidad se vuelven visibles por la cuarentena. Actividades que, día a día, son sostenidas por trabajadorxs de carne y hueso. En esta nota, compartimos las voces de algunas de las personas para quienes el cuidarnos entre todxs no significa quedarse en casa, sino salir a poner el cuerpo en medio de una pandemia.
La lista de lxs esenciales en la ciudad de Córdoba es larga e inabarcable: cientos de personas afrontan el miedo al contagio y salen a las calles en estos días para garantizar la salud, la alimentación, el cuidado y los servicios públicos indispensables. Desde La tinta, nos proponemos, en este espacio, escuchar algunos de sus testimonios, sin olvidar que cada historia es única y que, al mismo tiempo, en ellas suena el eco de esa gran cantidad de tareas que hoy sostienen nuestro presente en cuarentena y nuestro futuro en libertad.
“Ahora, la gente quiere comer sano”
Rosa, junto a sus hijas Mirta y Nilda, han dedicado toda su vida a la producción de alimentos, de diferentes maneras y en diferentes territorios, desde la provincia de Santa Fe hasta la zona de Tarija, en Bolivia. Ahora, llevan ya 15 años viviendo y trabajando en un mismo lugar: un campo de dos hectáreas que arriendan en Villa Retiro, al norte de la ciudad de Córdoba, en lo que se conoce como Cinturón Verde.
Ellas también son parte indudable del personal esencial: sus manos campesinas son algunas de las que garantizan la alimentación a nivel local. Y, además, en estos tiempos de crisis sanitaria, lo hacen con comida sana a través del emprendimiento que han llamado Las Rositas: a unas veinte cuadras de la Circunvalación, producen una variedad interminable de hortalizas de manera agroecológica, es decir, sin agrotóxicos.
“Acá, en el campo, no se siente mucho la diferencia como en la ciudad”, dice Mirta cuando le preguntamos cómo están viviendo la cuarentena. De hecho, mientras las hojas de los maíces nos rozan los brazos y damos pasos entre los surcos sembrados con ajo, toda esta crisis sanitaria cae fácilmente en el olvido.
Entre las plantas de berenjenas, tomates y repollos, Mirta nos cuenta que, en total, seis personas trabajan el campo: Rosa y sus hijas, y tres hombres más, todxs de la familia. “Ellos también tienen otro trabajito por aquí en otro campo, pelando los pollos que entregan al dueño, y como también es cosa de comer, también son esenciales”, dice Rosa. Ella, que, además, es mayor y, por tanto, población de riesgo, destaca que, por suerte, en este contexto, no tienen que salir a comprar: las verduras que producen alcanzan y sobran para alimentar a toda la familia.
Lo que sí ha cambiado para Las Rositas es la distribución de lo que producen, tarea que antes hacían todos los sábados en la Feria Agroecológica de Córdoba: “Lo que nos perjudicó fue las ventas, cómo llegar a la gente. Antes, teníamos la feria, venía la gente y nos compraba, y ahora no. Yo quiero llegar a otra gente y algunos no manejan whatsapp o no tienen celular, y no saben dónde encontrarnos”, dice Mirta.
Ella es la única integrante de la familia que ahora sale a vender con un permiso. Esta mañana, por ejemplo, fue a llevar verduras a algunos locales de la ciudad: “Ahora, nos organizamos para hacer nodos con pequeños productores de la feria, como los chicos de Orgánicos de mi Tierra y otros compañeros. Son 3 nodos ahora: en Güemes, en Alta Córdoba y otro en Rafael Núñez, y ahí entregamos un poco de verdura. Pero no es como la feria, más que todo por el encuentro con las personas”, dice Mirta. Y agrega que, además, con la cuarentena, mucha gente no puede llegar a esos locales porque quedan lejos de sus hogares.
Igualmente, las mujeres cuentan que muchas personas las buscan para intentar conseguir sus productos: “Ahora, como están desconfiando de los químicos del mercado, la gente quiere comer sano”, dice Rosa, después de espantar a uno de los perros que intenta sumarse a nuestra ronda.
Mirta, por su parte, destaca el valor de su trabajo, pero también reconoce que se encuentra expuesta: “Sé que somos esenciales, pero tampoco tenemos que exponernos mucho, porque yo voy a repartir la verdura y tengo que cuidarme sí o sí. Me pongo guantes, barbijo, porque acá tengo mis hijos, mi mamá, es todo un tema. Porque, muchas veces, es algo que no se detecta, entonces, ¿quién sabe quién está enfermo y quién no?”, se pregunta.
Otro de los temas que preocupa a la familia es la falta de ingresos del resto de la población. “Hay tanta gente que está sin trabajar y uno, si no trabaja, no come, no mantiene a la familia. Y hay tantas cosas que pagar y pagar. La gente está más enferma porque el trabajo no te sostiene y, además, se siente uno mal encerrado. Esa gente que está en departamento, sentados ahí, como presos… Yo lo siento mucho porque no se puede estar así todo el día”, dice Rosa mientras los pájaros cantan de fondo.
Su preocupación no son solo palabras, sino también compromiso. Por eso, han decidido mantener los mismos precios que tenían antes de la cuarentena, a pesar de que las verduras en el mercado de Abasto tuvieron muchísimos aumentos. “Vamos a tratar de mantener así hasta que pase todo esto, después, ya se verá”, dice Mirta. Y Rosa reafirma: “Ese tiene que ser el precio, porque es una ayuda para los clientes y las familias”.
➡ Para hacer consultas o pedidos a Las Rositas, podés contactarte al teléfono +543518008634.
“Soy un privilegiado en poder ayudar”
Juan Manuel dice que se crió atrás de un mostrador. Nacido en Ojo de Agua, Santiago del Estero, es hijo de carnicero y ya a los 12 años empezó a practicar ese oficio que ahora continúa realizando en una despensa del barrio Nueva Córdoba, después de que se vino a estudiar a esta ciudad.
En cuanto a las tareas que realiza en su trabajo, Juan Manuel cuenta: “Desde que viene la media res, el animal, tengo que despuntarlo, acomodar y limpiar todo, atender al público y hacer alguna que otra cosa elaborada”. Aunque sigue haciendo muchas de estas actividades, sus condiciones laborales cambiaron desde que empezó la cuarentena.
Ahora, por ejemplo, mientras conversamos, un cliente del barrio lo saluda a gritos con un barbijo puesto, detrás de una reja a varios metros de la zona de carnicería. Es que, desde hace días en la despensa, donde también venden verduras, fiambres y alimentos de todo tipo, los clientes deben hacer sus pedidos desde la vereda para evitar que se amontone gente en el local. En general, alguno de los empleados se ocupa de la atención y de ir pidiendo al resto de sus compañeros lo que el cliente solicita.
“Se extraña el cara a cara –dice Juan Manuel-. Yo estoy lejos, recibo los pedidos y los armo. De vez en cuando, me llego para la puerta, pero, si no, estoy al fondo. Es complicado y uno no está acostumbrado a eso, sino a preguntar ¿qué te hace falta?, ¿cómo querés?, ¿está bien cortado así? Esa es mi forma de atender”. Igualmente, destaca que lxs vecinxs se han adaptado bien a estos cambios y entienden que ahora hay que tener paciencia.
“Las dos primeras semanas fueron el boom, no dábamos abasto, no teníamos el stock suficiente para todos porque todo el mundo salió a comprar de golpe. Y, estas dos últimas semanas, cambió, es totalmente diferente, ahora estamos más tranquilos y hay stock de sobra”, agrega.
Juan Manuel cuenta que, con la cuarentena, le pusieron nuevos horarios: ahora, trabaja de lunes a sábado de dos de la tarde a ocho de la noche. Y agrega que su vida también ha cambiado en otros sentidos: “Estás saliendo a la calle y no sabés si te vas a contagiar o no de este virus. Y, además, es muy raro ver la ciudad despoblada. Es una situación que te da un poco de miedo y, a la vez, no, porque, si te envolvés en eso de que te podés contagiar, vas a terminar contagiado y haciendo mal a otro. Estoy siempre teniendo los cuidados necesarios que hay que tener: vivo con los guantes de látex y llego a mi casa y los tiro. Y para todos mis compañeros es igual, a cada rato, estamos diciendo cómo tenemos que hacer las cosas”.
Más allá de todos los cambios y temores, Juan Manuel dice que se siente un privilegiado con su trabajo en la carnicería, que le permite escapar un poco al encierro y aportar a la comunidad. “Brindás un servicio de una gran necesidad, que es el alimento de las personas. Por ese lado, soy un privilegiado de poder ayudar en esa parte. A veces, por mi situación, quiero cambiar de rubro y, hoy, esto me hace pensar lo importante que también es estar de este lado”.
Ver: Les esenciales – Primera Parte
* Por Lucía Maina para La tinta / Imágenes: La tinta