«Hacia atrás no volvemos ni para tomar impulso»
Jacquie Flores y Dina Sánchez son parte del Consejo Directivo de la UTEP, el primer sindicato de trabajadores y trabajadoras de la economía popular, que se lanzó con paridad de género. En diálogo con El Grito del Sur, hablan de cómo fue construir su propio trabajo, el estigma de malas madres y las conquistas del feminismo popular.
Por Dalia Cybelenero para El grito del sur
Dina Sánchez lleva alrededor de diez años en el Frente Darío Santillán. Se acercó a los comedores del barrio de La Boca como la mayoría de las mujeres que lo hacen: sin trabajo, con la necesidad de un plato de comida, con dos pibes a cargo siendo madre soltera. A partir de allí entró a trabajar en el programa «Veredas Limpias» y llegó a ser vocera de la organización forjada hace 15 años bajo el recuerdo de los caídos en la Masacre de Avellaneda. Jacquie Flores nunca tuvo trabajo formal. Es cordobesa, del mismo barrio donde se armó el Cordobazo. En 2001, por la crisis, tuvo que empezar a revolver la basura para comer y alimentar a sus hijos. Se acuerda de cargar 300 kilos en la espalda durante 16 horas. Fue en ese contexto se sumó al Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE). Ahora ambas son parte del Consejo Directivo de la UTEP, el primer sindicato de trabajadores y trabajadores de la economía popular, pero ninguna borró esos recuerdos de la piel.
La economía popular y el feminismo fueron los dos movimientos con mayor pujanza durante el macrismo. Mientras el rol de los sindicatos tradicionales y las centrales obreras era cuestionado, los sectores populares lograron organizarse para conquistar derechos en un panorama de retroceso. El fruto de la resistencia en las calles fue la conformación de la UTEP, lanzado en diciembre en el microestadio de Ferro. Entre otras novedades, el sindicato comenzó con paridad de género: Jacquie y Dina saben que nada fue regalado.
En el patio de la CTEP hace calor. Allí, en el corazón de constitución, sucedieron las asambleas donde se organizaron todos los paros feministas que se le hicieron a Macri. Las dos hablan fluido alrededor de una mesa, nunca se pisan y asienten dándose la razón. Aunque hace poco se conocen tienen mucho en común: son trabajadoras, militantes, referentas, madres y mujeres que tuvieron que abrirse paso a los codazos. «Nosotras tuvimos que crear nuestro propio trabajo porque nunca nos lo ofrecieron, nacimos sin derechos. Pero enfrentar la violencia en la jeta nos armó de otras herramientas que fueron las que pusimos al servicio de esta construcción. Generar el sustento rompiendo una bolsa de basura llega a partir de la organización. Las mujeres somos creativas, que la violencia no nos haya desarmado tiene que ver con la voluntad, tiene que ver con el coraje, pero también tiene que ver con la convicción de romper esos mandatos que venimos desandando hace tiempo», dice la militante del MTE.
Dina fue una de las pocas mujeres que estuvo presente, y la única que habló, el día que Alberto Fernández recibió a los movimientos sociales en la Pastoral Social. Cuando salió, dijo por lo bajo «cuanto olor a huevo en esta reunión» y hasta Hugo Moyano se rió. Ambas coinciden en que hay una deuda del gobierno con las organizaciones sociales que debe priorizarse. Sin embargo, enfatizan en que esas negociaciones tienen que ser con las mujeres adentro. «La dignidad de esas clases trabajadoras tiene que estar por encima de cualquier deuda. Durante estos cuatro años muchas de las compañeras se fueron a dormir con la panza vacía por garantizar un plato de comida», sostiene Dina.
Si bien llevan sus organizaciones a flor de piel, van con la camiseta puesta literal y simbólicamente, ninguna tienen miedo de marcar las dificultades internas. «El Frente Darío Santillán es una organización feminista pero a la hora de definir los lugares donde había que tomar las decisiones, donde había que poner la jeta, donde había que hacer las gestiones, eran todos varones. Entonces dijimos, empecemos a formar a las compañeras».
«A mi me terminó de formar el MTE pero si tengo que interpelar lo que pasa en mi organización lo hago porque tengo la impronta de decidir yo como mujer en una sociedad que siempre me dio vuelta la espalda. Yo no pido permiso para nada y menos para arrebatar derechos».
Desde el MTE se promovió la Ley de Basura Cero aprobada en la Legislatura Porteña en noviembre del 2005, con el objetivo de disminuir y evitar la contaminación y el impacto ambiental en CABA. Luego, desde los movimientos sociales que ahora conforman UTEP se presentaron seis proyectos de Ley: Emergencia Alimentaria (sancionado en 2019), Integración Urbana (sancionado en 2018), Infraestructura Social, Emergencia en Adicciones y Agricultura Familiar. El último fue la Ley de Emergencia en Violencia de Género, presentado el año pasado.
Un sindicato sin precedentes
Haber formado un sindicato desde este sector de la sociedad tan estigmatizado como es la economía popular resulta revolucionario. La UTEP representa desafíos hacia adentro y hacia afuera y viene a discutir el paradigma laboral actual, que deja por fuera un grueso de la sociedad. La UTEP irrumpe sin pedir permiso pero valiéndose de su propia trayectoria y apuntando a superar la vara del salario social complementario. Jaquie es contundente al respecto: «Hace mucho tiempo que el Estado viene concibiendo como política pública la pobreza, asistiendo a planes que tienen un ideal de trabajo. Nosotras venimos aprendiendo hace mucho tiempo que la pobreza existe porque no hay políticas públicas. El Estado tiene que entender que cuando se lleva adelante un programa de emergencia es para paliar la urgencia y no para mantener la pobreza. Nosotros no queremos un plan. Entendimos con el feminismo popular que si no decimos lo que queremos alguien lo va a seguir interpretando y no tenemos ganas, porque a la pobreza la vivimos nosotras, la viven nuestras propias compañeras y porque la unidad estratégica que ha sido con nosotras, con las mujeres que ocupamos más del 65% de las organizaciones sociales».
«Uno de los desafíos de la UTEP es ponernos las mujeres a la cabeza, no solo dentro del sindicato sino en las organizaciones sociales. No queremos ser solamente las que sostenemos los territorios y por eso que cuando decimos que éste va a ser un sindicato totalmente diferente a lo tradicional es porque va haber paridad de género y las mujeres vamos a estar representadas en todas las ramas. Si vos ves el dibujo de todos los sindicatos tradicionales la realidad es que la mayoría son varones», manifiesta Dina y agrega con tono fuerte y seguro. «Afuera tiemblan cuando nos ven porque saben lo que somos, somos sujetos políticos, no somos más los negritos que cortamos un puente, estamos peleando por un reconocimiento, porque en estos 4 años fuimos nosotros los que estuvieron sosteniendo. Estuvimos poniendo el cuerpo, especialmente las mujeres».
La herramienta del sindicalismo permite a los movimientos sociales seguir discutiendo en el Ministerio de Trabajo calidad de vida y conquistas de derechos. Como explican Dina y Jacquie, en muchos trabajos las mujeres pelean por licencias por maternidad o contra los techos de cristal, sin embargo, las integrante de las organizaciones sociales aún deben malabarear por un plato de comida. «Nosotras no tenemos problemas de paridad. Nosotras tenemos los mismos salarios que un compañero varón, llevamos adelante las mismas responsabilidades, pero lo que no tenemos ambos son los derechos laborales. Es ahí hacia donde apuntamos», coinciden. «Durante los últimos años fuimos las mujeres de la economía popular las que marcamos agenda. Nosotras nos sentamos en la cancha grande porque empujamos todos estos años para hacerlo. Retroceder es el abismo y para atrás no volvemos ni siquiera para tomar impulso».
Malas madres y feminismo popular
Antes de trabajar en «Veredas Limpias», donde compartía su sueldo con otra compañera, Dina fue cajera de supermercado y cocinera en una fábrica. Allí cada vez que le encargaban comprar algo aprovechaba para ir a ver a sus hijos a la habitación que había alquilado lo más cercana posible. Ella sabe que perdió muchas cosas por tener que ser sostén de familia y que el trabajo informal – más horas por menos paga- le implicó faltar a actos escolares, almuerzos familiares y momentos comunes. Esta es la realidad de muchas otras mujeres de la economía popular que son juzgadas de ‘malas madres’. «A mi me criticaban porque no les cocinaba a mis cuatro hijos cuando trabajaba 16 horas fuera de mi casa. Logré no quedarme en ese dolor -que tiene un paso muy chiquito al odio- y lo transformé en esperanza», cuenta Jaquie.
Como quedó plasmado en los últimos años el feminismo viene arrasándolo todo, pero para que sea representativo es fundamental escuchar todas las voces. Las trabajadoras populares no quieren que las interpreten, las eduquen ni les expliquen. Aprendieron pateando los barrios y sosteniendo los comedores y sacando a los pibes de la droga, por eso entienden que ellas también marcan agenda.
«Nosotras no solo tenemos la experiencia sino los saldos de nuestra militancia ¿Quién mejor que nosotras, las mujeres de los barrios, para hablar de feminismo popular? ¿Quién mejor que nosotras, que hemos construido desde el dolor, para llevar nuestra voz?». Dina sabe de qué habla cuando dice dolor. Cuando perdió a su hijo no pasó ni dos días sin volver a la militancia. Quedarse llorando no era opción. «A esta altura sabemos lo que es el patriarcado, sabemos los que es el capitalismo. No queremos que nos lo traduzcan, para que haya un Ministerio de Mujeres, Género y Diversidad también empujamos nosotras», afirma Flores.
Que la UTEP esté atravesada por el feminismo no solo es epocal, es una construcción que fue decantando en la paridad de género. Sin embargo, aún queda luchar contra la violencia económica y la precarización laboral que entrampa a las mujeres. «Ninguna compañera va a poder salir de una violencia si no tiene un sustento económico. A las mujeres que matan es a las de los territorios pobres, a las de la economía popular. No queremos que nos vengas a preguntar ¿qué derecho querés?, queremos todos», sentencia Jacquie
Jacquie y Dina invierten el paradigma de que las mujeres que compiten entre sí. Se encuentran en el dolor y en la lucha, son aliadas, se complementan. Dicen que la sororidad se vale de acciones y no de palabras, por eso si una no está la otra la representan. Caminan juntas, se abrazan y sonríen frente a la cámara. En las asambleas hacen oír su voz y en las calles pelean por lo que consiguieron en estos cuatro años de resistencia. Por eso saben – y se lo dejan claro a los demás- que no van a pedir permiso para hacer valer sus conquistas ni las de sus compañeras, las conquistas de los feminismos populares.
*Por Dalia Cybelenero para El grito del sur.