Violencia de género en Río Cuarto y el uso del poder para revictimizar

Violencia de género en Río Cuarto y el uso del poder para revictimizar
24 diciembre, 2019 por Redacción La tinta

Desde que fue denunciado por violencia familiar por su ex pareja, Pablo Carizzo ha usado su poder y visibilidad como referente político local para difamarla. El caso del ex candidato a intendente de Río Cuarto por el Partido Respeto, del que fue suspendido, pone una vez más en evidencia las situaciones que deben enfrentar las mujeres víctimas de violencia para lograr que se haga justicia. Compartimos el relato de Elsa publicado por Otro Punto y decimos una vez más: #YoTeCreo.

Por Redacción La tinta

Hace poco más de un mes, Pablo Carizzo, ex concejal y ex candidato a intendente de la ciudad de Río Cuarto por el Partido Respeto, fue denunciado por violencia familiar por su ex pareja, embarazada de tres meses. Ante la denuncia, intervino la policía y se le ordenó restricción de contacto con la víctima de violencia. A pocos días de que se conoció esta situación, Respeto, un espacio político conformado a nivel local por personas de diferentes espacios y organizaciones sociales que funciona mediante asambleas, suspendió a Carrizo del partido poniendo en marcha el Protocolo de Actuación ante situaciones de Violencia de Género con que ya contaba el espacio y lo comunicó en conferencia de prensa.

Desde aquel momento hasta hoy, Carrizo ha salido una y otra vez en los medios masivos de comunicación de la ciudad.


Haciendo uso de su poder como referente político local, ha denunciado y difamado a Elsa, su ex pareja, un comportamiento que se repite por parte de los agresores y que cobra mayor gravedad cuando el mismo tiene visibilidad pública.


Por otro lado, Carrizo también ha continuado hablando en nombre de Respeto desconociendo la decisión de sus compañerxs, quienes, además, manifestaron ayer en un comunicado su preocupación “por la aparición de grupos, páginas y cuentas que utilizan el nombre de RESPETO sin consentimiento de la Asamblea, sumado a la actuación de una veintena de perfiles falsos (trolls) en redes sociales”.

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El viernes pasado, el medio local Otro Punto publicó una entrevista realizada por la periodista Vanessa Lerner donde Elsa describe en un relato desolador la violencia que sufrió por parte de Carrizo. En la publicación de la entrevista en redes sociales, nuevamente desde decenas de perfiles falsos, se agrede a Elsa, revictimizándola y poniendo una vez más en evidencia las situaciones y la exposición que deben enfrentar las mujeres que sufren violencia de género para lograr que se haga justicia. Ante este caso, compartimos el relato de Elsa publicado por Otro Punto y decimos una vez más: #YoTeCreo.

Entrevista a Elsa Celucci, ex pareja de Pablo Carrizo

Elsa Cellucci tiene 29 años y, para cuando nazca su hijo Raúl, espera haber logrado encontrar la paz interior que perdió hace años mientras era pareja de Pablo Carrizo, el carismático ex líder del partido Respeto. No hay mucho para agregar a una larga y conmovedora charla con Elsa, en el consultorio de su psicólogo, donde la angustia y el llanto, sumados a un relato crudo y doloroso, provocan adhesión y empatía. Este es el diálogo que Otro Punto mantuvo con la víctima de la violencia de género de Pablo Carrizo.

— ¿Cómo estás? 

— Mal, no puedo decir que estoy bien porque no lo estoy. Estoy intentando volver a ser yo. Fueron nueve años de momentos buenos y malos, pero, lamentablemente, los malos se están haciendo notar. Estoy en proceso de abrir los ojos y duele y cuesta.


Fueron nueve años de una relación tóxica, con infidelidades, con agresiones verbales, con idas y vueltas, con tratar de irme y salirme un montón de veces, y no poder. Hace tres años que intento salir y no puedo. Y hace poco más de un año que empezó a ser algo físico, no solamente verbal, a amenazarme e irse a las manos.


— ¿Hace ya un año que ejercía violencia física?

— Sí, tuvimos tres episodios. En uno, nos separamos porque yo quería estar con otra persona. Me pegó un par de veces con la punta de los dedos sobre el pecho y los brazos. Nos separamos dos o tres meses. Fue en mayo de 2018.

— ¿Esa fue la primera vez que te puso una mano encima? 

— Sí, fue la primera vez. Cuando me fui de la relación, empecé a salir con otra persona y se aparecía en mi casa. Se negó a darme las llaves, retuvo cosas de mi propiedad que después me devolvió porque yo presioné y presioné.
A la persona con quien yo salía, la amenazaba, le enviaba mensajes, le decía cosas feas de mí, compartía charlas que yo tenía con él. Volví con Pablo, anduvimos bien un mes y empezaron las infidelidades, a decirme que yo era una loca, que estaba inventando, que él no hacía nada, a discutir permanentemente y, en noviembre de ese año, nos separamos, pero no me dejaba en paz. Molestaba a mis amigos, los llamaba, quería saber dónde estaba.
Un día le dije que me devolviese las llaves del departamento, “sacá las cosas que tengas, traeme mis cosas y estemos en paz”. Le dije que aprovechara que yo estaba trabajando y él usó mi casa de… telo, por decirlo de alguna forma, llevó a una mujer a mi casa, le hizo ponerse mi ropa interior, que se acostara en mi cama y me mandó las fotos. Tuve un ataque de nervios en el trabajo. Mi jefa me subió a un remis y me mandó a casa. Cuando llegué, vi que había cosas rotas, la cama revuelta, mi ropa tirada al lado de la cama.

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— ¿Qué hiciste? 

— En ese momento, me puse loca, me enojé muchísimo, subí a un remis y fui a buscarlo. Fui hasta la casa de la madre, entré, cruce el patio y, en la pieza del fondo donde duerme, golpeé la puerta, no salía y, cuando salió, me tiró contra una planta y, después, no te puedo explicar en qué minuto, estaba tirada en el piso noqueada.

— ¿Te pegó una trompada?

— No, me hizo una calzada, no sé, porque Pablo hace artes marciales y sabe cómo pegarte. Sentí el latigazo cuando pegó mi cabeza contra el piso. Cuando abrí los ojos, lo tenía encima, me estaba midiendo con la mano alzada sobre mi cara y, en ese momento, salió la madre, le pegó un grito y me soltó. Les pedía por favor que me dejaran ir a mi casa. La madre me quería tranquilizar, que me iba a llevar a mi casa, pero que necesitaba que me calmara. Entonces, él agarró y me dijo que, como yo había hecho una escena en su casa, él iba a hacer una en la mía. Me subió a la camioneta y me llevó a casa de mis papás. Salió violentamente, yo pensaba que nos íbamos a estrellar. En el medio del viaje, le saqué la llave para que parara. Se paró, se dio la vuelta y se vino contra mí del lado de afuera para que no saliera y me dijo que me quedara, porque, si no, él iba a llegar primero a la casa de mis viejos e iba a ser peor. Que a él no le importaba cagar a trompadas a mi papá, a mi mamá, a quien sea. Me desesperé y me quedé quieta. Cuando llegamos, bajé desesperada. Con una tranquilidad bárbara, se sentó en el comedor a decirles que yo me había acostado con fulano y con mengano, hasta inventaba cosas de amigos que iban a mi casa y que eran como familia para mí.

Le dije a todo el mundo que no lo iba a perdonar. Y después, a la semana, estábamos otra vez juntos porque me prometía que iba a cambiar. Después, me enteré que me seguía engañando. Nos separamos y me fui a Brasil. Estuve quince días. Cuando volví, estaba contenta, bien. No hacía doce horas que estaba acá y me volvió a llamar, empezó otra vez, otra vez, otra vez. Y toda la gente me decía por qué volvés y yo decía: “no entienden que no tengo vida si no estoy con él, porque no me deja en paz”, porque se me paraba en la puerta del sanatorio, en la del departamento, iba a la casa de mis viejos. Siempre sabía dónde estaba e iba.

— Y a todo esto estamos en…

— En diciembre del año pasado y en enero. Volvimos en febrero y en marzo, mi papá me ayudó a comprar una casa.

— ¿Vos no te dabas cuenta de lo que pasaba?

— Sí, yo sabía que el vínculo no era sano, pero no entendía que era violento. Yo, cuando nos vamos a la casa, estaba feliz. Era la casa que siempre había querido, pensé que la convivencia iba a mejorar. Y no. En mayo, empecé a hacer cosas en la casa y me di cuenta que no era capaz de darme plata para pagar una boleta, no ayudaba a mi papá con la remodelación. Cuando estábamos juntos, no dormía en casa, llegaba a las tres de la mañana, todos los días. No podía explicarme dónde había estado. Llegaba tarde, había una discusión, yo me levantaba a las 8 y me empezaba a insultar porque hacía ruido. Me exigía que comprara cosas, que no tenía internet, que mirá el televisor de mierda que tenés, que los muebles son viejos. Y yo le hacía todo. (Llora) ¿Entendés? Si quería un tele de 40 pulgadas, yo iba y se lo compraba.

Siempre me echó en cara que era una negra del Alberdi, que era marginal, que no hablaba bien, que me comía las letras, y con mi cuerpo también, por lo que comía, por lo que hacía, por mi pelo. Me decía que estaba más gorda. Y yo decía que no y me pesaba delante de él para que me creyera.


Me insultaba porque estaba más gorda, porque estaba dejada, porque tenía mal el pelo. Porque trabajaba todo el día. No podía comer ni dormir en paz. Empecé a trabajar en el Hospital y trabajé 16 horas por día durante cuatro meses. Pero a él le molestaba que trabajara allí, le molestaba lo que hacía.


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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

— Y cuando te enteraste que estabas embarazada, ¿qué pasó?

— Estaba re contenta. Él sostenía que le daba igual tener un hijo, que ya estaba grande, que estaba bien que tuviese un hijo. Había dejado hace dos años de tomar los anticonceptivos y él sabía que quería ser madre. Cuando me hice el test en la casa de una amiga, vine feliz, saltando (llanto). Cuando le conté, él estaba sentado en el sillón, le salté encima, lo llené de besos, lo abrazaba y él ni un abrazo me devolvió. (Llora). Y me dijo “qué querés que te diga, a mí me da igual”.

Cuando me hice el primer control, no me acompañó porque dijo que era un control mío y no del bebé. Me dijo que el bebé no existía hasta que yo lo pariera. Cuando hice la primera ecografía, le rogué que por favor, por favor, por favor me acompañara, porque yo pensaba que, si lo veía, lo iba a querer un poco más. Pero el médico le tuvo que decir que soltara el celular y mirara la pantalla. Decía que estaba hablando en el grupo de whatsapp del partido y que era importante. El médico dijo “la mamá está emocionada” y yo lloraba de dolor porque sabía que no lo iba a querer nunca como lo quiero yo. Me ignoró todo el día.

— ¿Qué pasó? 

— Estaba con cosas que nos pasan a las embarazadas. Dos días estuve con fiebre en casa, no sé dónde estaba él. Él repetía que era un problema mío y no del bebé que todavía no existía, que para qué le iba a poner nombre si no era nada. Decía que no le dijera nada a nadie porque no sabíamos si el bebé iba a nacer.

— ¿Alguna vez te dijo que lo abortaras?

— Sí, muchas veces.


Cuando empecé a sentirme mal y a exigirle que me acompañara, me dijo que no, que, si me sentía incómoda con la situación, que abortara, que todavía estaba en la etapa embrionaria, que él me ponía la pastilla de misoprostol y en contacto con las socorristas. Que me la iba a poner en el café de la mañana. Cuando empezó a hacerse más intenso el pedido de aborto, no aguantaba más, quería que se fuera, que se fuera.


Cuando llegó la noche de la pelea, le pedí que se fuera. Habíamos estado peleando todo el día por mensajes. A la noche, me dijo “después de la radio vamos a tomar algo”. Yo le dije que había llorado toda la tarde, que me sentía muy mal. Cuando salió de la radio, no contestó el teléfono, llegó como a las cuatro de la mañana y, cuando le pregunté dónde estaba, me dijo que había salido a c…. con dos mujeres que yo conocía. Te imaginás cómo me puse.

— ¿Cómo te pusiste?

— Mal, pésimo, empecé a llorar, le dije que se fuera, pero ni siquiera le levanté el tono. Se fue a lavar los dientes como si nada. Entonces, sí le grite y le dije “te vas”. Se me abalanzó encima, le tiré lo que tenía al alcance en la mesa de luz, me zamarreó y me tiró contra la cama. Después, se retiró un poco y arremetió de vuelta diciéndome “dejá de gritar, me tenés cansado, tenés que abortar” y se me vino encima. Cuando yo le gritaba que no, se me tiró con todo el cuerpo, me puso las manos en la cara y no me dejaba respirar. Yo tendí como a desvanecerme.

— ¿Te tapaba la nariz y la boca? 

— Sí, no podía ni patalear porque lo tenía encima. Yo pensaba que le iba hacer mal al bebé. No podía respirar y, cuando dejé de moverme, salió, agarré el teléfono, llamé a mi papá y le dije que me viniera a buscar. En piyama, me puse las zapatillas, salí caminando, pero como paralizada. Se sentó en la cama y me dijo “ya se te pasó loca de mierda, ahora querés hablar”. No le respondí y salí, él salió atrás mío, intentó cerrarme la reja. Salí, caminé, me metí en un pasillo, lo llamé de nuevo a mi papá y me fue a buscar.

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— ¿Quién es Pablo Carrizo? 

— Ni yo te puedo decir. No sé quién es. Yo no quiero a ese Pablo. Yo conocí a un Pablo que iba al barrio en bicicleta, que llevaba las facturas a los chicos, daba apoyo escolar. Ese es el que yo quería, el normal, el sencillo, el que quería hacer las cosas bien. Pero no este.

— ¿Fuiste a la policía? 

— No fui inmediatamente porque no podía parar de llorar. Ni siquiera le podía contar bien a mi papá lo que había pasado. Al otro día al mediodía, fui a la casa. Él estaba adentro y me abrió la puerta, busqué los antibióticos y me fui. En ningún momento me miró. Cuando vuelvo de mi papá, empezamos con los mensajes. Le pedí que me avisara cuando se fuese para darme la llave, que no podía estar más ahí. Me exigía plata para irse. Que yo lo tenía que indemnizar por echarlo. Me negué. Llamo a la madre y le cuento que habíamos discutido y que no se quería ir. Yo quería cuidar al bebé. Le pido que le hable. Corto y él me manda un mensaje diciendo que lo va llamar a mi papá porque yo había involucrado a su mamá. Lo llama y empieza a ensuciarme, mi papá le pide que se vaya, que la corte, que hay un bebé en el medio. Mi papá le dice que no le va a dar plata y que, si quiere plata, que vaya a trabajar, que es un mantenido, un vago, entre otras cosas.

— Pero él trabaja… 

— Sí, pero yo pago las cuentas. Es fácil trabajar y gastar la plata para vos mientras tu mujer te da de comer, te paga el arreglo del auto. Y yo tengo la culpa porque siempre lo apañé, porque pensaba que, como yo no hacía nada comunitario, él usaba la plata para el barrio y los chicos. Me comió la cabeza de que tenía que ayudarlo a crecer. Decía que yo no tenía cintura ni lectura política. Y yo trabajando, estudiando, pagando cuentas, me dejé convencer de esa historia.

El sábado a la tarde, él se va de la casa, aprovecho y voy a sacar ropa, la compu y otras cosas. Me voy de mis papás, a la noche, me reúno con amigas y vuelvo de mis viejos tipo dos de la mañana. Trataba de serenarme.
El domingo, salgo con mi papá y vemos que el portón de la casa de mis papás estaba todo pintado con pintura negra. Destruido. Me dio un ataque. Me fui el suelo, me quede sentada en mis talones, me agarraba la cabeza y no sabía qué hacer. Lo miré a mi papá y le dije, “lo tengo que denunciar porque no nos va a dejar en paz”. No sé si fue él, pero me peleo con él y aparece el portón pintado. Es de rayar autos, pintar frentes y colgar carteles. Reitero, no lo vi, pero… Cuando voy a la policía y denuncio, pido la exclusión del hogar.

— ¿Te vio un médico forense y tenías lesiones? 


— Sí, en el cuello y en los brazos. Tenía todo inflamado. Yo estaba tan ida de todo que ni siquiera me había dado cuenta. Pensaba ojalá no sea cierto, ojalá sea una pesadilla.


— Y, después, contraatacó y te denunció a vos.

— Salió a denunciar mediáticamente que mi papá y yo habíamos envenenado la perra. Eso quedó desestimado porque murió de cáncer de mama y ya lo dijo el veterinario. Y él lo sabía. Yo no. Cuando voy a la casa a hacer la exclusión, él había encadenado la puerta de la casa. Cuando llegó la policía, me miró y se reía. Abrió, trataba de cancherearla con los policías, veo el acta y leo que se quería llevar cosas mías. ¡Para que tengas una idea de su nivel de locura, se llevó mi ropa interior!

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(Imagen: Lucía Prieto)

— ¿Es un psicópata? 

— No sé, pero no percibe o no le importa el dolor que provoca en los demás. Pablo por ahí ve una realidad que los demás no vemos. Pablo ve el mundo de otra forma.

— Él nunca pensó que lo ibas a denunciar. 


— Yo le había dicho que, si me seguía molestando, lo iba a denunciar. Y él me decía “quién te va a creer, no ves que todos los medios son amigos míos, quién te va a dar un micrófono para escucharte a vos, loca de mierda. Vos no sos nadie, yo tengo una vida haciendo las cosas bien”. Hice una presentación espontánea escrita que entregamos en la barandilla de Tribunales. Después, empezó el infierno mediático de tratar de defenderse de cualquier forma. 


— Carrizo dice que vos sos la violenta y que tenés antecedentes. 

— No tengo antecedentes, cualquier empleado que ingrese a la administración pública no tiene que tener antecedentes. Dijo muchas barbaridades.

— ¿Por qué dice lo que dice si sabe que es falso? 

— Porque también pensaba que no iba a hablar ante los medios. Porque sabe que no es lo que quiero para mi vida. Soy una persona tranquila, soy enfermera, estoy para salvar vidas y no para arruinarlas. Sabe que esto me da vergüenza, yo nunca quise hablar mal del padre de mi hijo. Yo quería cuidarlo, aunque él no me cuidase. No soy mediática ni política. Tomo la decisión de hablar porque no puedo más. No puedo soportar que mi moral y mi ética sean vapuleadas de esta forma y quedarme callada.

— ¿Sigue? 

— Se había mantenido tranquilo comentando cosas horribles en face, pese a que le mandé dos cartas documento para que cesara en estas actitudes difamatorias, y está cada vez peor. Esta semana, lo vimos con mi papá que nos seguía el auto. Mi vecino lo vio una tarde merodeando la casa y le dijo a mi papá que tenga cuidado.

— ¿Tan perverso pensás que es? 

— Cuando yo peor estaba, él estaba exultante, como un vikingo paseándose por la casa y yo un bollito en la cama. Hacía flexiones para que yo lo viera, para demostrarme lo bien que estaba y yo una porquería, “gorda, que nunca hacés nada, mirá que, cuando estés más gorda, olvídate, me voy a ir a culear todas las noches con una distinta”.

— ¿Qué le dirías a la sociedad de Río Cuarto que todavía le cree? 


— Que cuando alguien denuncia a un violento, le crean. Porque es tan difícil tomar la decisión que creo que nadie mentiría. Que abran los ojos. Sé que Pablo se sigue paseando con chicas jóvenes por el centro. Él sigue como si nada, impune, y yo tengo la vida destrozada. 


— ¿Creés que la justicia va a hacer algo? 

— Sí, estoy segura. Lo que hagan igual no me va a alcanzar. La pena es mínima. No le va a pasar nada. Pablo no escucha razones, vive en una realidad paralela. Es una persona que le gusta manipular, buscar chicas jóvenes y vulnerables, y no lo digo yo. El 90 por ciento de las amantes que ha tenido son muy jóvenes. Presume de dejar a sus novias históricas por viejas. A su novia anterior, me dijo que la había dejado por vieja y dejada, y que si yo seguía igual, me iba a hacer lo mismo. Me hizo lo mismo que a ella porque traía la banca para que hiciéramos abdominales. Igual le hacía a su ex novia.

En lo único que pienso es que voy a proteger a mi hijo. Nunca le voy a hablar mal de su padre ni le voy a negar el contacto, pero no me puedo quedar tranquila si una persona me atacó, me quiso hacer abortar y ahora viene y dice amarlo. Eso lo va a determinar el juez, pero yo no le voy a permitir que nunca le toque un cabello.

Fuente: Otro Punto

*Por Redacción La tinta. Imagen de portada: Colectivo Manifiesto

Palabras claves: Justicia machista, Medios de comunicación, partidos políticos, Río Cuarto, Violencia de género

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