El dios visible: el oro y del Moro – Parte 1

El dios visible: el oro y del Moro – Parte 1
20 noviembre, 2019 por Redacción La tinta

En un ejercicio de crítica ideológica las autoras analizan lo que se juega en ¿Quién quiere ser millonario? En el programa conducido por Santiago del Moro retorna la fantasía de acceso rápido a la fortuna, a la que desmontan mediante el cruce de la estética de la ideología con la economía política. El dinero es el dios visible que expone el poder de mando de la economía política: el que se traduce en el mandato a consumir, el macroformato de la competencia, la pedagogía de la vida precaria y de la vida de derecha –como única vida posible–­­­­ entre otros aspectos que atraviesan el plató televisivo. Aquí la primera entrega.

Por Silvina Mercadal y María Eugenia Boito para La tinta

La escenografía es el correlato deslumbrante de la promesa sobre la que se erige el programa. En el centro una gran rueda con la palabra millonario gira en sentido horario. El estudio dispuesto en forma circular es atravesado por los haces de luz que proyectan los reflectores y largas bandas doradas atravesadas por peldaños. El simbolismo de la rueda de la fortuna -o la fortuna a la que se accede peldaño a peldaño- está en primer plano, son parte de la escena que junto con el conductor hace guiños de fantasmagoría, atrae al jugador y al público al centro del plató televisivo.

Luego de situarse en el centro de la escena, el conductor Santiago del Moro afirma que “este programa te cambia la vida”. Se trata de ¿Quién quiere ser millonario?, la franquicia de Sony con proyección global que se ha replicado en más de cien países. El programa tuvo su versión original en el Reino Unido, conducido por Chris Tarrant, e introdujo una variación en los programas de concurso, pues sólo participa un jugador y el énfasis está puesto en el suspenso.


En nuestro país la emisión del programa coincide con momentos de profunda crisis económica. Se estrena en Canal 13 el 24 de mayo de 2001 con la conducción de Julián Weich hasta la primavera del año siguiente. En abril de 2019 retorna con la conducción de Santiago del Moro en formato diario por Telefé. ¿Por qué en un escenario de crisis retorna la ilusión de acceso rápido a la fortuna? En verdad, la ilusión de la fortuna simbolizada en el acceso al millón es sustitutiva del monto que se puede alcanzar efectivamente y el programa es una suerte de pedagogía de la vida precaria –vida de infortunio normalizada para las mayorías en un plano estructural­­­­­­–.


El filme multipremiado de Danny Boyle –Slumdog Millonaire (2009)- se supone relata el núcleo del programa. El protagonista acierta a las preguntas que le realiza el conductor del ciclo televisivo porque se vinculan con algún momento doloroso o difícil de su vida. En el programa las preguntas de opción múltiple y dificultad creciente se mueven entre saberes comunes y saberes expertos, es decir, por lo general resulta premiado el comportamiento táctico del jugador que acierta a las preguntas que conoce, se deja llevar por su intuición o bien apela a los comodines: la Ayuda del Público, el 50 y 50, Más Uno (un acompañante responde por el concursante) o Los tres del público.

El programa se puede analizar cruzando estética de la ideología y economía política. Con la publicación en 1776 de La riqueza de las naciones, Adam Smith funda la economía moderna. En la genealogía de la economía política la riqueza ya define el objeto que luego despeja la ley del valor, el fetichismo de la mercancía, la moneda como equivalente general, o sea, las categorías que explican las fantasmagorías de la circulación por la escena reprimida del proceso de trabajo.

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¿Qué implica realizar una reflexión estética? Supone pensar materialmente la ficcionalidad de lo dado, negar sus enfáticas afirmaciones, atravesar la fantasmagoría, desarmar las apariencias. Teniendo en cuenta la idea adorniana de estética que recupera Silvia Schwarzböck, en tanto verdad opuesta a “lo dado” como no verdad, en otros términos, se trata de pensar la ficción que estructura lo dado.

En este caso, hay una relación reversible entre saber/no saber, posibilidad/ imposibilidad. Los concursantes suben los peldaños de la dorada escalera hacia el millón a partir de un saber relativo o un falso saber, pues a la pregunta se ofrecen las alternativas de respuesta (A, B, C o D), incluyendo la correcta. Si la riqueza se basa en poder disponer del trabajo de otros, algo que ya vislumbró Adam Smith, aquí la fantasía de acceder al millón tiene una doble articulación: la creencia en algo imposible/posible es a la vez mandato. La pregunta ¿Quién quiere ser millonario? se vuelve retórica.


El carácter religioso del capitalismo se afirma en la creencia, en la quimérica posibilidad de algo que sólo es posible para unos pocos -los que guiados por el mandato del enriquecimiento y la acumulación están en la cúspide de la trama de explotación-, aunque todos los que participan en el culto confirman la creencia.


La primera frase del conductor vestido de gala, es la enfática afirmación: “Este programa te cambia la vida”. El programa vuelve accesible en pocos peldaños una cifra que supera el salario mínimo, el que con la inflación creciente está por debajo de la canasta básica. La vida te cambia, o más bien, ingresa en un circuito de intercambio donde la dificultad de la vida entrega parte de sí en el juego.

A diferencia del ciclo conducido por Weich hace casi dos décadas, el plus que agrega ahora el programa es la exposición de la vida de los participantes. A medida que avanza en el juego, el jugador participa en una suerte de intercambio de valores, expresión alegórica de la economía política que se afirma en la apropiación de la vida en forma de relato. En particular, relatos de la precariedad de la vida, condición generalizada de vulnerabilidad que se traduce en una narrativa sin épica: vidas en tiempos difíciles, vidas cuyo sueño es el acceso a algún tipo de consumo. En la superficie de lo dado el rostro afable de del Moro, quien mediante su coreografía gestual modula una captura ansiógena del tiempo, es el rostro transfigurado del Dios del dinero.

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El poder del dinero

En los Manuscritos económico filosóficos de 1844, también conocidos como Cuadernos de París, Marx menciona las cualidades de este Dios visible que tiene la capacidad de transmutar todas las cualidades humanas en su contrario, realizando una inversión y confusión de todas las cosas, y a la vez, en tanto fuerza divina conjugando las imposibilidades, pues lo que como hombre no puedo, lo puedo mediante el dinero.

Del Moro se coloca en la posición de vicario de ese poder, transustancia deseos, traduce sus representaciones, ordena el sueño de los participantes. Eli de Quilmes, trabaja de remisera, la acompaña su hija Chiara –es madre sola–. Del Moro le pregunta ¿Cómo es la vida al volante? Y Eli responde a tono con los conflictos que enfatiza la época: “La calle es muy machista, vivo de esto porque no tengo otra cosa, me gusta lo que hago”.

Para el conductor “tiene una historia de vida impresionante”. Mientras van jugando por 10.000 cuenta que se separó del padre, se vino del Paraguay dos meses antes del nacimiento de su hija. “Si nacía ahí, no me la iba a dejar traer. Me metí en un micro y me vine”. El nunca más volvió por ella. TODO esto no sólo se cuenta al público, sino que también se cuenta frente a la hija.

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¿Con que soñás? Pregunta el conductor. “Quiero ver una película con ella a la noche”, dice Eli y Del Moro sube la apuesta de la salida al cine, de un no tan módico entretenimiento para una mujer trabajadora, repregunta ¿Tenés auto propio? Y manda “Vamos a jugar para que tengas tu auto”.

En los fundamentos de la crítica del espectáculo está el análisis del capitalismo como religión -texto póstumo de Walter Benjamin- que aporta claves que conducen en forma sintética al núcleo pulsional del capitalismo.

En el citado texto lo religioso persiste en forma del poder de mando propio de la economía política. Benjamin expone aquello que considera la estructura religiosa del capitalismo, no sólo -como sostenía Weber- condicionado por el ethos protestante, sino en cuanto fenómeno religioso. Los rasgos que definen tal religión están expuestos en el plató televisivo: 1) El capitalismo es una religión de culto, quizás la más extrema que haya existido, todo tiene significado en relación al culto –conversión del mundo en consumo­– y culto a la riqueza que atrae desde la rueda giratoria con su interpelación a alcanzar el millón; 2) La duración del culto es permanente, se celebra sin tregua y sin respiro, integrado a los simbolismos de la industria cultural, su poder de mando: compulsión mercantil como única forma de disfrute de la vida; 3) El culto capitalista no se dirige a la expiación sino a la culpa, la universalización de la deuda desarrolla una “monstruosa conciencia culpable” que abarca al propio Dios, ningún sacrificio es suficiente hoy que su evidente carácter destructivo daña la continuidad de la vida; 4) En lo más alto de su culpabilización el Dios visible, pero oculto, es mencionado, momento que corresponde con las situaciones de crisis que revelan la estela de destrucción y el malestar social que la expresa: vidas invivibles.

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Ver: El dios visible: el oro y del Moro – Parte 2

*Por Silvina Mercadal y María Eugenia Boito para La tinta.

Palabras claves: capitalismo, Medios de comunicación, tv

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