Argentina no es blanca, mi amor
36 naciones originarias resisten a la pobreza y la represión. La persecución de sus líderes, el despojo de sus tierras y la falta de protección a su infancia no es algo nuevo pero se ha recrudecido con el gobierno de Macri.
Por Magda De Santo para Pikara Magazine
“En la Argentina no hay indios”. “En la Argentina son todos blancos”. “Todos tienen pasaporte europeo”. “Mis abuelos se bajaron de las naves”. “Buenos Aires es la París de Latinoamérica”. Estos son dichos populares, creencias generalizadas tanto en el Estado español como en Argentina y diría que para casi toda persona que conoce algo de mi país. Pero esto no es así. En Argentina hay más de 36 pueblos originarios (mapuches, tehuelches, qom, wichi, guaraníes, mocovíes, aymara, quechuas, kollas por nombrar los más conocidos) que aún viven y resisten al genocidio que supuso implantar el Estado Nación.
La creencia de que somos una nación blanca como la europea no es mero resultado de prejuicios de gente ignorante, responde al éxito de un programa político que tuvo su auge en el siglo XIX y que muchas de nosotras, lesbianas feministas de las metrópolis con empatía por los derechos humanos, tendemos a olvidar. Me pregunto a qué se debe ese desdén, y por qué me empezaron a movilizar las causas indígenas a partir de la migración. La primera respuesta que camina delante de mis ojos es que el racismo europeo tuvo un hijo pródigo, el racismo criollo y mestizo de Sudamérica. No tiene nada que envidiarle a su padre y produce la misma ceguera.
Un poquito de historia
La blanquitud como color, pero sobre todo como estructura racional, moral, científica y pedagógica ha sido plenamente exitosa en Argentina tiempo después de la conquista de España en el XVI. Incluso después de las guerras de independencia a comienzos del XIX. La gran conquista la realizaron los propios ciudadanos argentinos anexando territorios que aún no eran suyos. La nación argentina se convierte en una república liberal orgullosa de sí misma, con bancos, teatros y el mapa actual, a partir de 1880, tiempos en que se comete el primer genocidio indígena y que los intelectuales del siglo anotan como una dificultad: “El problema del indio”. La resolución a ese “problema” fue una masacre sistemática que se desplegó hacia el norte (Gran Chaco) y al sur (Patagonia) de Buenos Aires. Ese genocidio perpetrado hacia 1880 aún hoy no se reconoce como tal y en los manuales se denomina “la conquista al desierto”, una conquista hacia tierras con lagos, bosques, vergeles, caballos, vacas y un montón de poblaciones que no tiene nada que ver con esa idea implantada de vacío que supone un desierto. En el censo de 1869, se contabilizaron (malamente) 93.000 indígenas, luego de la masacre genocida, unos 30 años después, se contabilizaron menos de un tercio.
El ensayista David Viñas declaraba desde el exilio de la última dictadura militar: “Los indios son los primeros desaparecidos de nuestra historia”. Y esa matriz genocida, heredada de las prácticas coloniales europeas y perpetrada por blancos mestizos y nuevos capitales financieros, se repitió cíclicamente con las técnicas de gobierno en las dictaduras del siglo XX. Sin embargo, en el actual Estado Argentino viven más de 36 pueblos con sus lenguas y tradiciones que el promedio burgués del país silencia y tacha de terroristas, “negros”, campesinos u opas, mote despectivo contra quienes hablan mal el castellano.
“En argentina no hay racismo por que no hay negros” dicen algunes, olvidando así una historia de dolor pasada y presente, que sostiene a sus terratenientes, con indígenas y afrodescendientes empobrecidos y en silencio. Un pequeño dato, Guinea Ecuatorial y Bioco pertenecieron al Virreinato del Rio de La Plata, el mismo Virreinato de la corona española en el que se conglomeraba parte de la Argentina, Uruguay, Chile, Bolivia, Perú y Paraguay. El tráfico de mano de obra esclava por el Atlántico llegó a Sudamérica y esas personas formaron las primeras líneas de batalla de independencia. Remedios del Valle, una mujer afrodescendiente, es nuestra capitana y madre de la patria, pero nadie la recuerda. Hasta donde se supo, el 90% de las personas nacidas en Argentina tenemos sangre indígena y/o afro.
Lo siento, amiga, si esto resulta aburrido, pero la historia de las excolonias es la historia también, y en el proyecto ilustrado de recónditas llanuras machacan hasta el día de hoy, a niñes indígenas, con las heroicas vidas de los reyes católicos de España y nos obligan a conocer las cuencas del Guadalquivir. A nuestros pueblos se les quitó la lengua familiar para alfabetizar en castellano, se los corrió con balas de sus tierras para alambrar y poner título de propiedad, se los engañó una y otra vez con promesas miserables, se los expuso en museos, se los ridiculizó en manuales de lectura, se nos enseñó que eran un pasado arcaico de cazadores y recolectores sin civilización y aquí estamos les argentines supuestes hijes directes de la blanca Europa.
La situación actual
Este siglo XXI nos encuentra con una amenaza directa sobre las 36 naciones que conviven en el territorio resistiendo a la pobreza, de norte a sur con distintas organizaciones políticas y estructuras que sufren la persecución de sus líderes, se hambrean niñes o se les quitan sus tierras a fuerza de balas. Este avasallamiento no es algo nuevo, es una práctica heredada, pero con el gobierno actual y el silencio mediático las situación se ha recrudecido.
La justicia racista, clasista y misógina tiene encarcelada a Milagro Sala hace casi tres años, la prefectura asesinó a Rafael Nahuel en Lago Mascardi en un operativo que encerró a niñes mapuches de entre tres y seis años. Solo por nombrar algunos de los datos recogidos a través de redes, amigas y familia, y sólo por citar lo sucedido el último mes al sur: el Lonko Mapuche Facundo Jones Huala extraditado a Chile por una causa vergonzosa de “incitación a la violencia”, la activista mapuche Moira Millán procesada por reclamar justicia ante el juzgado a cargo del caso de Santiago Maldonado. En septiembre, la Corte Suprema de Justicia ha quitado personerías jurídicas a más de siete comunidades originarias. La comunidad Tehuelche-Mapuche Liempichun Sakamata sigue resistiendo al desalojo y exigiendo el cumplimiento de la ley que reconoce la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos y garantiza el respeto a su identidad y la posesión y propiedad comunitaria de las tierras.
Cristina Liempichun, una de las werken (voceras), nos explica: “Seguimos con la firme convicción y determinación de luchar por todo lo que nos pertenece, demandar Justicia y Reparación Histórica. Por la Memoria, la verdad y Justicia. El territorio no se negocia ni se entrega”.
Por su parte, Lorenzo Loncon, mensajero de la confederación mapuche de Neuquen, agrega que la “situación de los pueblos originarios en Argentina viene mal con todos los gobiernos, hay una discriminación transgeneracional. Estamos peleando para que se cumpla la ley 26.160 [que contempla la posesión y propiedad de las tierras que tradicionalmente ocupan las comunidades indígenas originarias y suspende la ejecución de sentencias]. En nuestros territorios los pueblos indígenas planteamos el buen vivir, dicho en quechua, mapuche o diaguita. Para eso queremos la demarcación de nuestras tierras, para desarrollar ahí nuestras prácticas medicinales, alimenticias y desarrollo de vida. Son las mujeres las que principalmente se las discrimina y son las que tienen muchos saberes y valores para volvernos a armonizar con la naturaleza”.
Mientras, en el norte de la república, Silveiro Enriquez, del pueblo wichi, sigue desaparecido. La comunidad qom de Sanz Peña en Chaco denuncia la retención de mercadería por parte de los supermercados y en ese reclamo pacífico, Ismael Ramirez, un niño de 13 años, es asesinado de una bala en el pecho y envuelto en una serie de difamaciones que no esclarecen de dónde vino el disparo, otro joven qom termina con una herida de bala en el ojo y un bebé fallecido a pocos kilómetros a causa de desnutrición.
No quiero insinuar con esta enumeración dolorosa que todo es lo mismo, ni que los casos están hilvanados directamente entre sí, sería imprudente. Pero cabe hacerse preguntas a la luz de los datos: ¿Qué pasa con nuestros pueblos relegados y la indiferencia de los activismos independientes al respecto? ¿Qué hay detrás de la persecución, criminalización, desalojo y hambre a los pueblos milenarios? Definitivamente, el abandono del Estado y la carencia de políticas públicas de protección. ¿Pero acaso ocurre por mera negligencia o es parte de un plan? La inflación, el ajuste y desempleo generalizado impactan principalmente a los sectores más vulnerabilizados y periféricos, pero también este último año, resurge una fuerte militarización en algunas zonas que incluye el anuncio de bienvenida a bases militares norteamericanas.
¿Latinoamérica acaso otra vez como laboratorio colonial del poder de las derechas? Como sabemos, las luchas desiguales siempre tienen trasfondo económico. Los negociados a base de la explotación natural, acciones que las grandes potencias dudosamente harían en sus propios territorios, implican bombardear kilómetros y kilómetros de salitres, matar con bactericidas la flora y la fauna, contaminar los lagos, privatizar los reservorios de agua dulce más importantes del planeta (el Aquífero Guaraní se extiende subterráneamente por Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay), sostener el uso de agrotóxicos en grandes hectáreas de plantación de soja y hacer fraking para extraer petróleo, por citar solo algunos de los intereses puestos en juego a los que los pueblos originarios le hacen frente. ¿Hasta cuándo permaneceremos indolentes a lo que le ocurre a nuestra gente?
*Por Magda De Santo para Pikara Magazine / Imágenes: La tinta.