La crianza con apego y las cuidadoras profesionales

La crianza con apego y las cuidadoras profesionales
11 junio, 2019 por Redacción La tinta

¿Qué problemas ocasiona la tendencia en las sociedades modernas a externalizar los cuidados, desvinculando afectos y crianza? Analizo los vínculos afectivos que se construyen entre las cuidadoras y las personas cuidadas, las condiciones en las que trabajan las cuidadoras, la manera en que los niños y las niñas viven la relación contractual de las personas adultas encargadas de su crianza, y las alternativas que tenemos para poder cuidar con amor a nuestras criaturas.

Por Coral Herrera Gómez para Pikara Magazine

Las redes afectivas están desapareciendo: casi nadie tiene tiempo ni recursos para participar en los cuidados de sus familiares y amigos. Las empresas e instituciones del Estado sólo contemplan permisos de cuido para las mujeres que se reproducen, y en algunos países, también para los padres. Pero son muy pocas semanas, y los cuidados de familiares dependientes y personas ancianas no están contemplados en las leyes ni en los contratos laborales.

Las únicas opciones que las madres y padres tenemos hoy en día es: o salirnos del mercado laboral y depender económicamente de otras personas durante ese tiempo, o bien buscar sustitutas que nos permitan trabajar ocho, nueve, diez horas al día mas el tiempo que dedicamos a ir y venir del trabajo. Los más afortunados cuentan con ayuda de las abuelas, y el resto contratan mujeres empobrecidas, que generalmente cobran salarios de miseria.


Ahora que nos cuidan personas ajenas a nuestro círculo familiar, es el momento de ponernos a pensar colectivamente cómo nos sentimos cuando nos toca separarnos de nuestos hijos e hijas, cómo se sienten nuestras criaturas, cómo se sienten las cuidadoras, si este sistema de cuidados profesionales es ético y sostenible, y si nos ayuda o nos sirve para que todos y todas vivamos mejor.


Empecemos por los niños y niñas: ¿cómo se sienten cuando son separadas de sus padres y madres a los pocos meses de nacer? Nuestra cultura considera que a los niños y las niñas les viene “estupendamente” pasar todo el día lejos de su gente: cuanto antes se acostumbren a la falta de cariño, mejor. La cultura popular cree que sufrir es necesario para crecer, y la crueldad está tan normalizada, que mucha gente cree que es perjudicial para los bebés acostumbrarse al calor y al amor de su mamá y su papá. Por eso desde que nacen nos aconsejan que los dejemos solos y que se acostumbren a llorar sin recibir consuelo.

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¿Qué efectos tiene la falta de brazos, de amor y de cariño para los niños y niñas?, ¿cómo logran los bebés mutilar sus emociones?, ¿cómo afecta a su sistema nervioso y a su desarrollo cerebral vivir con el estrés que genera la separación con su principal fuente de afecto? Numerosos estudios han demostrado que las conexiones neuronales, y la salud mental y emocional de los bebés se deterioran cuando sufren altos niveles de cortisol, la hormona del estrés. No es casual que tantos niños y niñas estén siendo medicados para compensar los daños que sufrieron en los primeros meses de vida, y el poco tiempo que pasan con sus familias a lo largo de su infancia.

¿Cómo se sienten las mamás al separarse de sus criaturas? Algunas están deseando volver al trabajo después de pasar cuatro meses solas, sin hacer otra cosa que cambiar pañales y limpiar la casa: criar en soledad es una tarea titánica que requiere mucha dedicación, y que margina a las madres del espacio público. Otras sufren porque aún sin tribu, querrían criar ellas mismas a sus bebés y no pueden porque necesitan ingresos.


Unas se sienten culpables y malas madres, otras están agotadas porque al volver a casa siguen trabajando sin remuneración ni reconocimiento social, y porque apenas tienen la energía que hace falta para atender a bebés demandantes que han pasado todo el día echando de menos a sus madres y padres.


¿Cómo se sienten los padres? Pues no sabemos muy bien: es un tema del que los hombres apenas hablan en el espacio público ni en las redes sociales. No comparten sus miedos y angustias en foros de padres, y hay pocos blogs de papás que nos cuenten cómo se sienten el primer día de guardería de sus hijos, si les basta con ver a sus hijos una o dos horas al día, o si querrían verlos más. No se manifiestan en la calle para pedir horarios racionales que les permitan conciliar, ni se les ve muy preocupados por los afectos que reciben sus hijos. Los que piden permisos para cuidar son considerados bichos raros en sus empresas: muy pocos renuncian a su trabajo para dedicarse a la crianza. Generalmente los padres de familia viven su día a día como si no tuvieran hijos o hijas.

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Foto: Natalia Roca

¿Cómo se sienten las cuidadoras profesionales? En algunos casos, las cuidadoras pasan a ser parte de la familia en la que trabajan: para muchas resulta casi imposible no vincularse afectivamente con los niños y las niñas que cuidan, dado que pasan mucho tiempo con ellas.


A pesar de que realizan sus labores con los salarios más bajos del mercado, y la mayoría de ellas no tienen derechos laborales (seguro social, vacaciones, baja por enfermedad, pensión, etc.), muchas se entregan a la crianza con toneladas de amor y empatía.


Después de muchos años trabajando de interina en una casa, lo normal es que surja un vínculo afectivo con todos, o con algunos miembros de la familia.

Sin embargo, en otros hogares las niñeras y limpiadoras del hogar no son invitadas a sentarse a la mesa familiar a la hora de la cena, ni participan en los eventos familiares como si fueran una más. El clasismo de muchas familias adineradas lleva a considerar a las empleadas del hogar como seres de categoría inferior que pueden ser reemplazadas con facilidad: son mano de obra barata, y en muchos países, la relación que se establece entre empleada y empleadores es de servidumbre y obediencia.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

Uno de los problemas de la profesionalización de los cuidados es que el afecto no se puede pagar de ninguna manera. Y sí, es posible cuidar sin construir un vínculo sentimental. El problema es el coste que esto tiene para los niños y las niñas.


Una cuidadora debe velar por su bienestar y su salud, pero en sus obligaciones no está el construir un vínculo afectivo con ellas. No hay forma de comprar el amor de una cuidadora: o surge de manera natural, o no surge.

Cuando surge, la relación puede ser muy hermosa, pero también muy dolorosa. Cuando las niñeras son despedidas después de muchos años de crianza, tanto ellas como las criaturas sufren por la separación: es lo más parecido a perder a una madre. Con algunas construyen vínculos más profundos que con sus propios progenitores, dado que pasan más tiempo de vida con ellas que con cualquier otro familiar. La pérdida puede marcarles de por vida, y están completamente indefensos ante las decisiones que toman los adultos: nadie les tiene en cuenta a la hora de hacer o deshacer contratos.

¿Cómo se sienten los familiares de las cuidadoras ante su ausencia?, ¿quién cuida a los hijos e hijas de las cuidadoras? Tampoco nos importa, pero lo cierto es que el entorno familiar de las cuidadoras también sufre mucho. En los países más empobrecidos sus días libres son muy escasos, y algunas viven muy lejos de sus pueblos, de sus ciudades y hasta de sus países. Ven crecer a sus hijas e hijos a través de la pantalla, y su papel acaba siendo el de enviar dinero cada mes: es difícil desarrollar vínculos a distancia, tanto para las cuidadoras como para sus parejas y familias. Volver al hogar después de años de trabajo es muy duro para algunas de ellas, porque se encuentran con que los vínculos se han roto, y a menudo han de construir desde cero sus relaciones en el seno de su propia familia.

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Imagen: Paulo González

¿Cómo se sienten las mujeres que cuidan a muchos bebés a la vez? Las niñeras, cuidadoras y maestras que trabajan en guarderías pasan muchas horas rodeadas de niños y niñas que lloran porque echan de menos a sus padres, y piden brazos, caricias, palabras de consuelo, y mucha atención. ¿Cómo resisten un día entero con veinte bebés que necesitan besos, caricias y abrazos?, ¿cómo se sienten cuando tienen que consolar a varios niños que lloran al ser separados de sus progenitores? No nos importa tampoco: las pagamos para que los niños tengan el pañal seco, coman y beban agua, y se distraigan hasta que lleguen los padres de nuevo a buscarles ocho, diez, doce horas después.

¿Cómo es la relación entre los progenitores y las cuidadoras a las que contratan, y cómo afecta a las personas que reciben esos cuidados? ¿Qué ocurre cuando las formas de educar son distintas?, por ejemplo, cuando los padres son ateos y la cuidadora es muy católica, cuando las madres siguen pedagogías alternativas y modernas y las cuidadoras tienen una forma de educar tradicional… La crianza compartida con profesionales difícilmente se construye sobre consensos cuando los que mandan son los que pagan.


Cuando hablamos de la profesionalización de los cuidados, no estamos hablando de una crianza compartida, sino de una relación contractual basada en la imposición de las necesidades, los gustos y las ideas de las personas que pagan.


¿Cómo cuidan las profesionales cuando se sienten mal pagadas o mal tratadas?, ¿tenemos derecho a pedirles que sean amorosas con nuestras criaturas?, ¿cómo abusan los padres y las madres de su posición de poder cuando las empleadas necesitan a vida o muerte el trabajo?, ¿cómo trata la clase media alta y la clase alta en todo el mundo a las empleadas del hogar?, ¿quién cuida a las cuidadoras, quién se preocupa por su salud y su bienestar, y por sus derechos fundamentales?, ¿quién las cuida cuando enferman o envejecen?

Una de las soluciones para humanizar estas relaciones de cuidados podría ser pagar un salario justo y ofrecer unas condiciones laborales dignas a las empleadas del hogar. Pero hoy por hoy es imposible: para las familias de clase media es inasumible que una cuidadora cobre lo mismo que ellos. Tendrían que designar un solo salario para poder pagarlas como se merecen: debido a la dureza y la responsabilidad de sus tareas, sus salarios tendrían que ser mucho más altos de lo que son ahora. Así que parece poco probable que podamos acabar con la explotación de las cuidadoras, a no ser que sus ingresos fueran subvencionados por las empresas o el Estado.

Y yo me pregunto: ¿no sería más sensato que el Estado o las empresas financiasen a las madres y los padres para que puedan cuidar de sus propios hijos e hijas en sus primeros años de vida?

La única solución desde mi perspectiva sería colectivizar las tareas de limpieza y cuidados, y que todo el mundo asuma la responsabilidad en el mantenimiento de su propio hogar y su familia. Yo creo que es la única forma de dejar de explotar mujeres empobrecidas, de permitir la conciliación laboral y familiar, y de garantizar a nuestros niños y niñas una crianza basada en el apego, en una red de afectos extensa que les permita construir vínculos amorosos con sus cuidadores y cuidadoras.

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Creo que la única solución es apostarle a la crianza en una tribu, como planteaba Carolina del Olmo en su libro. No es justo que las madres carguemos solas con todo el peso, y tampoco creo que los hombres puedan criar solos, porque es una tarea titánica, y se necesita mucha gente para poder sacar adelante a un bebé: se necesita una tribu entera.


Las empresas y el Estado deberían garantizar nuestro derecho a cuidar a nuestros propios hijos y familiares dependientes: sólo necesitamos tiempo e ingresos para poder repartir el trabajo entre todos los miembros de la comunidad.


Habría que cambiar de arriba a abajo nuestra forma de organizarnos, y construir un sistema productivo que nos permitiese dedicar cada semana unas horas de nuestro tiempo a cuidar a nuestros familiares, a limpiar y organizar nuestros hogares, a criar y educar a nuestra descendencia en sus primeros años de vida, a cuidar a nuestras mascotas y plantas, a preparar ropa limpia y tres comidas al día para nosotras y nuestra gente, y a tener tiempo para descansar y dormir las horas necesarias.

Algunas de las preguntas y desafíos que surgen en torno a esta cuestión son: ¿cuanta gente estaría dispuesta a dedicar parte de su tiempo a cuidar a su propia descendencia?, ¿cuántos hombres estarían dispuestos a aportar a esta labor comunitaria?, ¿qué haríamos con las personas que sólo desean ser cuidadas (en la infancia y la vejez, en enfermedades o accidentes) pero no estarían dispuestas a cuidar?, ¿cómo construir este modelo organizativo igualitario en una sociedad tan individualista, insolidaria, violenta y machista como la nuestra?,

¿Qué cambios hay que hacer en nuestra cultura, en nuestra economía y en nuestras leyes para poder construir espacios afectivos de crianza y cuidados?, ¿cómo sería para los niños y niñas ahorrarse el trauma de la separación, y cómo sería criar niños bajo el ideal de la crianza con apego?

¿Cuál es la posición del feminismo con respecto a los ideales de la crianza con apego?, ¿cómo trabajamos el tema de las maternidades y las paternidades?, ¿cuál es el papel del feminismo en esta transformación radical y amorosa de nuestro mundo actual basada en los cuidados?, ¿qué importancia le estamos dando al amor y los afectos que reciben nuestras criaturas?, ¿estamos trabajando para garantizar a nuestros niños y niñas una infancia libre de sufrimiento en la que puedan crecer dando y recibiendo amor a manos llenas?

*Por Coral Herrera Gómez para Pikara Magazine. Imagen de portada: Colectivo Manifiesto

Palabras claves: Crianzas, cuidado, feminismo, niñez, Otra madre

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