“Donde tendría que estar el Estado estamos nosotras, las villeras”
A Susana Arroyo la violencia machista y el abandono del Estado le jugaron siempre en contra pero la peleó. Vive en la 31 con sus hijas e hijos, y defiende su origen villero. Es una de las cocineras poderosas que alimenta a niños y niñas en los barrios de Buenos Aires.
Por Mariana Aquino para Revista Cítrica
Susana Arroyo, Susi, vive en una de las villas más populares de Buenos Aires, en la 31. Ahí, al costado de la terminal de ómnibus por la que pasan con apuro miles de personas día y noche; en la ciudad que nunca duerme, casi no hay tiempo para detenerse a ver ni escuchar lo que sucede detrás de esas paredes en altísimas construcciones, al margen de las políticas públicas y lejos de los ojos de quien debiera resolver: los ojos del Estado.
En la villa hay mujeres, travestis y trans de carne y hueso, muchas de ellas sostén de hogares númerosos que paran la olla cada día “con lo que sea”. Haciendo magia. Como lo hizo siempre Susi en su casa, antes de ser cocinera en La Poderosa.
En los barrios, las mujeres sufren doblemente la opresión del sistema patriarcal. Son mujeres y de la villa. Para ellas no es fácil hacer una denuncia, conseguir información o sacar turnos para el hospital. Todos los prejuicios son dobles. Sufren la violencia institucional que sufrimos como mujeres, y más. Viven la ausencia del Estado hasta cuando les matan a un hijo o hija, padecen al patriarcado afuera y adentro del barrio.
Esta es una nota donde Susi nos cuenta su historia. Pero en el lugar de Susi podría estar otra mujer, lesbiana, travesti o trans de la 31, o de cualquier otro barrio del país. Susi es una más de las tantas que pasan por la misma. “Cuando mi marido me quiso romper la cabeza con una maza, yo metí mi mano para defenderme y me rompió la muñeca”, fue lo primero que nos contó Susi al sentarse en la ronda improvisada que armamos en la Casa de las Mujeres y las Disidencias de La Poderosa en la 31, cuando la conocimos.
“Yo toda ensangrentada estaba. Y me dijo que me levante, que me pegue un baño y me ponga a cocinar porque teníamos que comer. Me levanté, me bañé, me cambié, fui a cocinar, serví la comida, mientras él me puteaba porque yo no comía. Yo no podía comer porque tenía todo atragantado en la garganta y cuando se puso bien borracho me escapé de mi casa. Sin saber a dónde ir, sin saber a quién recurrir. Me fui con mi hija más grande porque ella decía que si quedaba se la iba a agarrar con ella. Pedí ayuda a una caminera y después en la comisaría. Casi me puse desnuda para que me tomaran la denuncia”. Así lo cuenta. Todo de una, casi sin tomar aire. Necesita largar la bronca que mastica hace años.
En las comisarías les cuesta creer. Una mujer del barrio puede pasarse horas esperando a que le tomen la denuncia, debe ir varias veces hasta ser escuchada, los golpes deben ser bien visibles para que exista algo de empatía. ‘Ustedes también se la buscan”, ‘¿Qué habrás hecho para que te cague tanto a palos?’. Susi escuchó muchas veces estas palabras.
“Nos cuestionan a nosotras en vez de preguntar: ‘Ché, chabón, ¿Qué hiciste?’ Al menos escuchar la otra campana. A mí no me escucharon, ni me dieron bolilla. Así como entré a la comisaría, salí sin nada”, dice Susi, con la impotencia de años de soportar la violencia de un sistema perversamente excluyente.
Tuvo que volver a su casa. Y allí la furia del macho estaba esperándola. La siguiente paliza fue el 24 de diciembre. “Quise hacer una denuncia en la comisaría porque mi marido me golpeó desde las 9 de la noche hasta las 12 y 20 del 25, la navidad me la pasé así. Me pateó y me pateó hasta que caí inconsciente. Cuando me desperté, él tenía a mi hija contra la pared y mi hijo que tenía 3 añitos mordiendolo, y él le metió una patada y lo puso también contra la pared”.
Al final intentó escaparse pero no pudo. Y la violencia recrudeció. Su pareja abusó de su hija mayor durante meses. “No la dejaba sola nunca. ¿En qué momento pasó? Y fue cuando yo empecé a estudiar en un bachiller popular. Me iba a las seis de la tarde, cuando todos mis hijos estaban en casa, y volvía a las diez de la noche», cuenta. Y agrega:
«Y él empezó a maltratarme más y más hasta que un sábado a la noche se paseó con un puñal en la mano amenazando con que iba a matarme, no solo a mí sino a mis hijas también. Después me fui con mi hija al hospital, se hizo el análisis y estaba embarazada. El hijo era de él. Si el Estado hubiera estado presente, si se hubieran tomado en serio las denuncias, yo no tendría que haber sufrido lo que sufrí. A mí, eso me cagó la vida”.
Susi compartió el mismo techo con su agresor durante 15 años, siete meses, cuatro días y 12 horas. Los tiene contados. Es que la marcaron las palizas, los maltratos hacia ella y sus hijos e hijas, la violencia cotidiana, el abuso. “Me cagó la vida pero salimos adelante”, nos aclara. Lograron echar al violento de sus vidas, empezar de cero. Su rol en las cocinas de La Poderosa ayudó.
La ausencia del Estado está presente en las villas. No hay políticas públicas, contención ni programas para las mujeres en los barrios populares. Y el techo de cristal oprime más todavía: cuando logran conseguir un empleo, solo se las considera para la limpieza o el cuidado de niñes y ancianas.
En el comedor de La Poderosa en la Villa 31 comen 150 chicos y chicas todos los días. Hace dos años y medio que Susy está encargada de cocinar; primero en la 31, ahora en otros barrios. Y en sus ratos libres hace pasta frola, alfajores, tortas para vender en el barrio; también es niñera. Pequeñas changas para sumar. “Duele cuando ves la olla vacía y tenés que hacer magia para que alcance para todos. Y los chicos que te miran con esas caritas que te duele el alma. Donde tendría que estar el Estado estamos nosotras, las villeras. Y acá en el barrio no somos chorras ni drogadictas. Acá la gente se levanta a las cuatro de la mañana y sale a trabajar. Nosotras sobre todo. Aunque nos cuesta conseguir trabajo, lo conseguimos y trabajamos”.
La casa de todes
Hace un año el Frente de Género de La Poderosa abrió la primera Casa de las Mujeres y las Disidencias en el barrio de Susi; y después se abrieron otras casas. Un espacio de contención para las vecinas.
Desde allí, se brinda a las mujeres e identidades disidentes de los barrios información sobre salud, educación, trabajo y contención sobre violencia de género. Y ellas mismas, las vecinas, llevan adelante el espacio.También se articula con centros de salud comunitario y equipos de profesionales.
La Casa de las Mujeres y las Disidencias es pensada como un espacio donde, entre mateadas y asambleas, se refuerce el “pensar” en lugar del “obedecer”. Ya llevan más de un año de trabajo con talleres de alfabetización, encuadernación, los espacios adolescentes, zumba y hip hop.
Además, desde La Poderosa crean bolsas de trabajo, se organizan para que vecinas cuiden los hijos e hijas de otras vecinas que salen a trabajar afuera de la villa.“Tenemos que terminar con ese prejuicio de que las villeras solo podemos limpiar. Acá tenemos estudiantes, abogadas, luchadoras que quieren salir adelante y hacen todo para eso. Podemos acceder a otros laburos, tenemos que generar herramientas. Eso nos dará autonomía, muchas veces las mujeres que sufren violencia no se van de sus casas porque no tienen adónde ir”, dice Joana Ybarrola, referente de géneros de La Poderosa.
*Por Mariana Aquino para Revista Cítrica. Imagen de portada: Victoria Cuomo.