El hilo ya no se corta por lo más fino: violencias machistas en la Facultad de Ciencias Químicas

El hilo ya no se corta por lo más fino: violencias machistas en la Facultad de Ciencias Químicas
1 abril, 2019 por Redacción La tinta

En los últimos meses, muchas denuncias sobre diversas violencias en el ámbito de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), la Universidad Católica (UCC) y los Institutos de CONICET salieron a la luz. Los espacios académicos no están exentos de la violencia machista y patriarcal, pero la problemática es aún mayor cuando se entrecruza con violencia laboral, con presiones para aprobar materias o recibir el título profesional. Allí, todas las violencias confluyen en sistemas de opresión muy imbricados en los mecanismos universitarios y de investigación. A este sistema llegó, sin saberlo, E. E. en el año 2014 cuando se le presentó la oportunidad de una beca en la Facultad de Ciencias Químicas de la UNC, en el Instituto de CONICET que funciona allí, denominado CIQUIBIC (Centro de Investigaciones en Química Biológica de Córdoba). Hoy, luego de 5 años de una travesía dolorosa, nos cuenta su historia con la esperanza de que esta estructura violenta, al fin, se caiga.

Por Redacción La tinta

“Conocí a Ariel Goldraij a través del llamado que realizó en la bolsa de becas de FONCYT. Yo estaba en la búsqueda de una beca doctoral”, cuenta E. Goldraij es Doctor en Química e investigador independiente de CONICET. Su primera impresión fue agradable, compartían el interés por la música y los libros. Él hizo algunos comentarios “inapropiados” sobre su condición de mujer y el trabajo, pero E. los dejó pasar, priorizando que había conseguido un lugar de trabajo y un director de beca. Pero apenas inició su trabajo en el laboratorio, todo comenzó a hacerse cuesta arriba.

Primero, estaba en un espacio muy pequeño con dos varones más, becarios del mismo director. Uno de ellos, incluso, denunciado por acoso y conducta inapropiada por sus propias compañeras. Segundo, le asignaron mesada en contacto con una zona contaminada por Bromuro de Etidio, un reactivo cancerígena que se utilizaba en ese laboratorio, y ni siquiera tenía una silla propia en su escritorio. Todos los días, debía reunirse con el director que la tenía horas encerrados en una oficina, lo que para E. era una “pérdida de tiempo total”, ya que eran charlas sin sentido que la alejaban del laboratorio y le quitaban tiempo de dedicación para su tesis.


Goldraij era una persona muy violenta en sus tratos, les gritaba constantemente y llegó hasta a arrojar cosas cuando se enojaba. Además, su compañero también la maltrataba, incluso, llegó a mirar pornografía en el laboratorio y, frente a su queja con Goldraij, su compañero dejó de hablarle y de trabajar colaborativamente con ella. E. contaba lo que sucedía, pero ni su director ni las autoridades tomaron cartas en el asunto. De a poco, su espacio de trabajo se había convertido en una zona hostil. Van a ser sus propias compañeras las que, tiempo después, inicien un manifiesto por acoso sexual a esa misma persona.


E. empezó a mostrar síntomas de gastritis nerviosa y, algunas veces, a faltar a su trabajo. Ni los certificados médicos ni sus reiteradas internaciones pudieron hacer que su director le crea: la hostigaba constantemente, amenazándola con perder su trabajo y haciéndola sentir culpable por faltar. Entonces, ella empezó a asistir aunque se sintiese enferma, lo que comenzó a sucederle cada vez más seguido. Un día, incluso, midió su fiebre con un termómetro del laboratorio que marcaba más de 39 grados. Cuando se lo mostró a Goldraij, éste no le creyó: “Ese termómetro debe andar mal”, le dijo.

Pero el acoso no era sólo sobre su trabajo: éste ejercía un control constante sobre su ingreso y egreso, y hasta sobre el tiempo que la becaria se tomaba para almorzar. “El necesitaba saber qué hacía yo constantemente, hasta lo que estaba pensando”. La situación se tornó insostenible.

El Dr. Goldraij integraba el equipo de gobierno de esa unidad académica como Secretario de Extensión de la Facultad, lo cual agravaba el contexto de asimetría y desigualdad de poder. ¿Quién podría animarse a denunciarlo? ¿Dónde sería seguro?

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Imagen: Colectivo Manifiesto

Visibilizar la violencia

Luego de dos años y medio, E. estaba colapsada y llegó a una psicóloga. Rememorando, nos dice que fue ahí en donde ella pudo tomar conciencia de la situación de violencia a la que estaba siendo sometida y cómo su cuerpo estaba pasándole factura.

Entonces, empezó a hacerle frente a estas situaciones cotidianamente, por lo que su relación con Goldraij se volvió compleja. Él acostumbraba a gritarle a todes sus becaries, pero no estaba acostumbrado a que le respondan. E. amenazó con denunciarlo por sus actitudes y su respuesta, que revela el entramado de poder al interior de estos institutos, fue contundente: “El hilo siempre se corta por lo más fino”.

Los becarios doctorales, precarizados y no reconocidos como trabajadores por CONICET, dependen enteramente de un director que valide desde su asistencia al trabajo hasta su rendimiento y producción. En Cs. Químicas, incluso, el director autoriza los cursos de doctorado y publicaciones de becaries, una tradición que aún conservan algunas facultades de la UNC y que reproducen y legitiman formas jerárquicas y desiguales de los procesos de enseñanza-aprendizajes y de producción del conocimiento científico. Bajo esas lógicas académicas, la sujeción de les tesistas a sus directores de tesis es casi totalitaria. Goldraij hacía uso de ese poder de manera constante.

La primera vez que E. se animó a hablar, fue con el director del CIQUIBIC. Las autoridades le advirtieron a Ariel que se atenga a los reglamentos. Pero la violencia cesó sólo por un tiempo y éste volvió a imponer cada vez más reglas imposibles a su becaria. E. sentía que no la dejaba avanzar, ya que no le permitía hacer cursos o asistir a congresos, cosas indispensables para un becario que aspira a hacer carrera en CONICET. Por esto, solicitó cambio de dirección de tesis. Esta opción fue rechazada y se sometió al seguimiento de la Comisión Evaluadora de Tesis, una institución que tienen en esta Facultad para, justamente, el seguimiento de les becaries. De esa comisión, forman parte, además de su director, otres investigadores cuya relación con sus becaries es, por cierto, conflictiva. El corporativismo se hizo evidente cuando esta comisión actuó en contra de su progreso, validando y apoyando a su director. E. se sintió sin salida.

La comisión le planteó que, a cambio de que desista del expediente iniciado contra su dirección, ésta la iba a acompañar en el proceso de tesis y elaboraría un plan para que pueda finalizarla en tiempo y forma. Le pidieron, incluso, que oficialice con notas este pedido. E. accedió. El discurso fue claro: “Hay que conciliar, eso me repitieron en cada oportunidad en que intenté contar lo que me pasaba. Claro que conciliar implicaba, siempre, ceder”. En la siguiente reunión, E. encontró a la comisión reacia a escucharla, centrada en los “resultados” de sus investigaciones, invisibilizando, ocultando y desestimando todo el contexto de opresión que ella había vivido y hecho evidente. Decidieron rechazarle el año de trabajo académico y le advirtieron que otro rechazo implicaría la pérdida de la beca y del doctorado.

La llegada al Plan de Acciones contra la Violencia de Géneros de la UNC

Cuando sus opciones dentro de su espacio de trabajo y estudio se agotaron, E. decidió acercarse a la oficina del Plan de Acciones contra las violencias de Género de la UNC cuyos consultorios funcionan en la sede de DASPU (obra social universitaria) en ciudad universitaria. Hizo su denuncia el 11 de abril de 2018 y las compañeras pusieron en funcionamiento el protocolo y las notificaciones correspondientes.


Mientras tanto, su director empezó a plantear que E. no asistía a su trabajo. Ella se vio obligada a buscar testigos que firmen su asistencia. Movilizó, incluso, a les becaries a plantear que su asistencia estaba siempre determinada por sus directores y, que en casos excepcionales como estos, no hay mecanismos para verificarla. Estos presentaron una nota al director y exigieron que se elaboren protocolos. De a poco, E. fue logrando algunas pequeñas victorias. Se acercó a ATE y se asesoró por abogados, presentando varias notas y denuncias hacia la facultad.


El 29 de agosto, 5 meses después de que se realizara la denuncia en el Plan de Acciones, la facultad notificó a E. sobre qué procedimientos iban a llevar adelante para cumplir con lo que allí se estipulaba. Al ver su estado de salud, le ofrecieron una licencia mientras se resolvía el tema, planteándole que, cuando regresara, realizarían los pedidos correspondientes para extender su beca, ya que llevaba más de un año sin poder trabajar ni tener dirección en su tesis. Su beca y su doctorado corrían riesgo.

Al regreso de su licencia, salió a la luz, por medio de otras becarias, un manifiesto frente al Plan de Acciones contra su compañero de laboratorio por violencias y conductas inapropiadas. Se empezaron a revelar situaciones que, hasta ese momento, estaban ocultas. Cuando E. se reunió con las autoridades de su doctorado, le informaron que no obtendría la extensión de beca que le permita finalizar su doctorado. Todo lo que le habían prometido era una mentira.

Además, se encontró con que su director había renunciado a su puesto. Ahora, E. estaba a meses de finalizar su beca, sin director que valide su trabajo. Todo lo que las autoridades hicieron en relación a las recomendaciones del Plan de Acciones fue establecer límites físicos entre Goldraij y E. Pero no dieron ninguna solución de fondo a todo lo planteado por ellas. Incluso, siguieron violentándola con el discurso de que “se calme y ceda”, haciéndole promesas que nunca cumplieron.

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Imagen: Colectivo Manifiesto

Lo que E. nos dejó: entrevista a la CIFeG.

Luego de iniciadas las acciones de denuncia institucional, E. se acercó a la CIFeG (Comisión Interclaustros de Feminismos y Géneros), la comisión de géneros la Facultad de Ciencias Químicas, que, un tiempo antes, había logrado ser reconocida como asesora de las autoridades centrales de la facultad, incluido el decanato. Para esta comisión, y para toda la facultad, era la primera vez que una situación de violencia era denunciada y se solicitaba su apoyo e intervención.

El caso de E. dejó sabores amargos, sí, pero muchas pequeñas victorias para la lucha de géneros en la Universidad.

Las compañeras que integran la comisión, que trabaja de manera horizontal y asamblearia, encuentran en el caso de E. muchas similitudes con sus propios recorridos dentro del ámbito académico, ya que ellas mismas son becarias y docentes. Concluyen que “en el ámbito de la UNC, existen lógicas patriarcales y que, muchas veces, priman las decisiones sin perspectiva de género tomadas unilateralmente por autoridades unipersonales y de los consejos. Después de que se efectiviza esta herramienta, las violencias institucionales no desaparecen, por el contrario, algunas continúan, otras se profundizan y aparecen otras nuevas, haciendo que todo el proceso sea sumamente desgastante”. Además, los reglamentos institucionales y académicos son insuficientes para encarar la problemática de las múltiples violencias imbricadas en estos ámbitos, “hace falta mayor presupuesto y perspectiva de género en la toma de decisiones institucionales y académicas”.

Pero las compañeras destacan que el caso de E. permitió incluir nuevos procedimientos y sentar precedentes, como, por ejemplo, la asignación de tutores que intermedien en la relación con el director para sortear esa sujeción permanente (aunque, en relación a E., esto no fue exitoso, por esa misma falta de perspectiva de géneros a la hora de conformar ese equipo de tutores), la licencia que se le otorgó a la becaria y la separación física del director en el lugar de trabajo que fue establecida luego de la denuncia en el Plan de Acciones.

Sin embargo, todavía falta: “No existen mecanismos específicos para manejar denuncias de violencias de género, éstas siguen las vías generales para tratar denuncias de cualquier índole a nivel de la Universidad. Los tiempos que acarrean el desarrollo de las investigaciones por estas denuncias son demasiado prolongados para este tipo de situaciones y no tienen en cuenta una perspectiva de género que cuide y contenga a aquellas personas que deciden realizar una denuncia posibilitando así nuevas violencias. Estas demoras limitan la posibilidad de continuar normalmente con el desarrollo de las actividades de les denunciantes, sobre todo, en el caso de becaries de doctorado que tienen sustento económico por aproximadamente cinco años para finalizar estos estudios de posgrado”.

Más aún, “los reglamentos y las normas vigentes no contienen herramientas que permitan tomar acciones preventivas, de contención y de garantización de derechos para la denunciante primando, exclusivamente, una visión académica para evaluar las situaciones sin contemplar los aspectos psicológicos y sociales que se manifiestan en este tipo de denuncias. En este contexto, observamos que la buena voluntad para resolver esta situación no ha sido suficiente. Por ello, consideramos como prioritario para la gestión universitaria la revisión de los reglamentos existentes para incluir la perspectiva de género así como la potenciación de todos los programas existentes para atender estas situaciones con un aumento real del presupuesto destinado a estos fines y brindando una formación de género a las autoridades”.

Decir ¡basta!

E. sabe que ya nada va a ser igual en su vida. Pudo nombrar las violencias, pasarlas por el cuerpo y liberarse. Hoy, se planta ante las instituciones y personas que la ejercen. Espera que su historia sirva para que esto deje de suceder. Sin embargo, escuchar su historia nos deja un sabor amargo.

E. ha decidido irse. Sabe que ese lugar ya no es para ella. Luchó hasta donde pudo y fue mucho. Pero, como siempre, somos las mujeres e identidades disidentes las que nos vemos obligadas a corrernos. Incluso cuando luchamos, el sistema nos empuja hacia abajo, nos ahoga. Porque la violencia nos duele en el cuerpo.

Contar esta historia nos permite que el camino de E. no sea en vano. Ella abrió las puertas y puso en evidencia un mecanismo sombrío que involucra a las facultades e institutos de investigación. Les becaries de CONICET vienen denunciando hace años que sus condiciones laborales son precarias, no son reconocides como trabajadores y eso cuesta caro.

E. mostró, además, que son víctimas de las más complejas violencias y que las instituciones están preparadas para “cortar el hilo por lo más fino”. Está a la espera de que todo su camino académico no se pierda, intentando que las autoridades le reconozcan créditos, al menos, para obtener un título de Maestría. Le prometieron, además, una ayuda económica para que pueda finalizarla.

Algo se empieza a mover desde adentro de las universidades. Afuera, escuchamos atentes. Ya nada va a ser igual.

*Por Redacción La tinta.

Palabras claves: Facultad de Ciencias Químicas, Patriarcado, UNC, Universidad Nacional de Córdoba, Violencia de género

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