La explotación perfeccionada

La explotación perfeccionada
14 marzo, 2019 por Redacción La tinta

Los cambios en relación al trabajo, especialmente a partir de las nuevas tecnologías, se pregonan como una oportunidad de libertad para lxs trabajadorxs, cuando no son más que la libertad que se otorga a las empresas de desentenderse de las cargas de una relación laboral formal. Se produce así una verdadera institucionalización del precariato.

Por Programa de Estudios sobre Gubernamentalidad y Estado para Página 12

La historia del Capital no es otra cosa que la historia de la explotación del trabajo ajeno. Se encuentra en su propia naturaleza explotarlo al máximo y, por ello, ha sido una excepcionalidad histórica la protección del trabajo y la limitación a la voracidad expansiva del Capital. Si el Capital no tuviese tanta necesidad de explotación del trabajo ajeno, no se comprendería su constante obsesión en imaginar esos múltiples dispositivos de captura del tiempo vital de las y los trabajadores. Para entender el modo en que se despliega hoy su funcionamiento en los pueblos de Nuestra América, echar un vistazo a los documentos que elabora el Banco Mundial (BM) constituye un ejercicio estratégico de anticipación política. Desde hace ya algunas décadas, la entidad se ha dedicado, mediante el financiamiento y el endeudamiento de los países en «vías de desarrollo», a determinar la forma en que éstos deben conducir diversas áreas de gobierno: salud, vivienda, educación y trabajo.

En su último informe del presente año, titulado «La Naturaleza Cambiante del Trabajo», el BM analiza las formas que adopta el trabajo a partir del uso de las nuevas tecnologías. Ya desde su título, el documento nos ofrece una imagen en la cual el vertiginoso ritmo de los cambios aparece como algo ineludible, como algo propio de la naturaleza misma del trabajo. Frente a ella, pareciera que les trabajadores no tenemos capacidad de transformación, sólo la posibilidad, y la obligación, de adaptarnos.

El informe del BM presenta un panorama en el cual las nuevas tecnologías, particularmente las economías de plataforma, tales como Uber, Rappi, Glovo, etc., brindan a millones de trabajadores un sinnúmero de oportunidades: autonomía y libertad para elegir cuándo y dónde trabajar, cuánto ganar, etc. Ahora bien, el entusiasmo con el que son presentadas las transformaciones en el mundo del trabajo encubre una verdadera institucionalización del precariato.

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La autonomía y libertad que se pregona para lxs trabajadorxs no son más, en verdad, que la libertad que se otorga al capital cuando se lo libera de realizar aportes jubilatorios, pagar seguro contra accidentes laborales, entre otras cargas que la empresa debiera afrontar en una relación laboral formal. La mayor libertad en el marco de las relaciones sociales capitalistas no supone liberar a la clase trabajadora de la explotación, sino una mayor y más intensa atadura a ella o, como el propio Marx señala, «en la libre competencia no se pone como libres a los individuos, sino que se pone como libre al capital».

Por otra parte, los cambios producidos bajo la consigna «convertite en tu propio jefe» han trastocado las relaciones laborales a tal punto que lxs trabajadorxs somos llamadxs a concebirnos como colaboradores (en ficticia igualdad con el dueño del boliche), y, debido a ello, no recibimos un «sueldo» sino una «compensación», la cual varía en función de su esfuerzo, su experiencia y sus valoraciones. Esta particular forma de comprender la colaboración es utilizada por las mencionadas empresas de plataforma en una estrategia orientada a invisibilizar a les trabajadores.


En igual sentido, el BM concibe que «las empresas que operan sobre la base de plataformas digitales» no producen riqueza a partir del trabajo sino que lo hacen por la aplicación: «generan valor creando un efecto de red que conecta a los clientes, los productores y los proveedores». Como si, una vez más, la riqueza no la generase la fuerza de trabajo sino la red de intercambio.


Cabría añadir que, de la mano de esta estrategia se legitima el reparto cada vez más desigual de las ganancias producidas en base al desgaste de músculos, nervios y sangre. Al mismo tiempo, por temor a la alta rotación, les trabajadores nos vemos conminadxs a aceptar condiciones laborales cada vez más precarias con tal de no perder su menguada fuente de ingresos.

En segundo lugar, quedamos presxs de un doble mandato: aumentar la productividad y hacerlo con felicidad. De este modo, las exigencias empresariales no sólo apuntan a exprimir el cuerpo en pedaleos -la tracción a sangre millenial-, sino también a explotar las emociones y los sentimientos. Para responder a esta exigencia laboral, debemos transformarnos a nosotros mismxs, adecuandonos al mandato de vivir felices, sin importar las condiciones. En tercer lugar, al convertirnos en nuestro propio patrón, nos convertimos, al mismo tiempo, en competidores de otrxs trabajadores. Por desgracia, a la unidad sindical se le opone una de dispersión rivalizante de lxs trabajadorxs.

El Capital intenta comprometer a toda persona para que se asuma como trabajador o trabajadora, activo/a y responsable, capaz de mejorar el desempeño, invertir en el futuro y asegurarse contra los avatares de la existencia. Entre las demandas de autonomía personal, las exigencias de responsabilización individual y una coyuntura de inactividad económica, como «individuos» nos encontramos frecuentemente atrapadxs en situaciones de bloqueo o impasse.


Se produce así, una verdadera institucionalización del precariato, que nos empuja a aceptar toda forma de relación laboral, por más precaria que sea. La crisis de la macroeconomía aparece como una oportunidad clave para recrudecer la expoliación de derechos.


El neoliberalismo nos invita a ver las «nuevas oportunidades», las «grandes posibilidades» y los «bellos desafíos» que se nos presentan en lo que el Capital crudo designa sin ambages como precarización. Por ello, asistimos hoy a una etapa avanzada en la producción de ese/a trabajador/a en tanto sujeto libre, autónomo/a, responsable, buscador/a, ingenioso/a, emprendedor/a, inquieto/a y frenético/a. La producción de «un trabajador libre» ha llevado tiempo, un asalariado, un no propietario o, en su defecto, un propietario sólo de su fuerza de trabajo, como el propio Marx señala.

Esa construcción culmina cuando la violencia inicial de expropiación de sus medios de producción se inscribe en el cuerpo de los y las expropiados y expropiadas, naturalizando las relaciones de sometimiento y desigualdad: «En el transcurso de la producción capitalista se desarrolla una clase trabajadora que, por educación, tradición y hábito reconoce las exigencias de este modo de producción como leyes naturales, evidentes por sí mismas. La organización del proceso capitalista de producción desarrollado quebranta toda resistencia».

Se requiere generar un sujeto frenético capaz de adaptarse a los constantes cambios que le depara su biografía laboral, un sujeto curioso capaz de disponerse a aprender durante toda su vida, un sujeto autoexigente que ante las dificultades responda con mayor esfuerzo. Como el Informe del BM menciona con claridad: «La época en que se permanecía en un empleo, o en una empresa, durante muchas décadas está desapareciendo. En la economía del trabajo esporádico (gig economy), los trabajadores probablemente realizarán muchas actividades diferentes en el curso de sus carreras, por lo cual deberán seguir aprendiendo a lo largo de toda su vida». Si las cosas no están saliendo como uno quería, la responsabilidad de ello es completamente individual, así el compromiso político se troca por la depresión y las molotov por el Prozac.

*Por Programa de Estudios sobre Gubernamentalidad y Estado (PEGUES), Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de Rosario para Página 12. Imagen de portada:

Palabras claves: banco mundial, capitalismo, precarización laboral, Uber

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