(Re)Acciones

(Re)Acciones
16 noviembre, 2018 por Redacción La tinta

La marea lo inundó todo. Sí, ya lo dijimos. Pero cuando el agua bajó, nos encontramos con lo que ya preveíamos: (re)acciones violentas. Reacciones que se exacerban en un contexto de crisis económica profunda. El machismo no se quiere ir y sus garras se aferran más fuerte que nunca. Este último mes, fue muy difícil para nosotres, con embates mediáticos, políticos, acosos, abusos, desapariciones y hasta la muerte de muches. La pedagogía de la crueldad sobre nuestros cuerpos asoma para recordarnos que el capitalismo y el patriarcado no quieren ceder ni un poco.

Por Redacción La tinta

Rita Segato nos propuso, hace un tiempo, un concepto para desentrañar la compleja realidad en la que vivimos, el de “pedagogía de la crueldad”, como la expresión máxima de una etapa del sistema capitalista y patriarcal que necesita anular la empatía, los vínculos amorosos, las relaciones y vidas comunitarias para aleccionar y conquistar. En una etapa de enriquecimiento y acumulación por despojo, esta abolición de las relaciones interpersonales es necesaria, entrenando a les sujetes para esa distancia, para la no identificación de la posición del otre y la no relacionalidad. Esa pedagogía de la crueldad es funcional a esta fase del capital. El cuerpo de las mujeres, trans, lesbianas y gays es el soporte privilegiado para escribir y emitir este mensaje violento y aleccionador. Las masculinidades no están ajenas a las violencias que nos impone el sistema y la precarización de la vida afecta fuertemente sus mandatos y sus formas de relacionarse con el mundo y con otres. Pero el sufrimiento que hoy se despliega escala y cristaliza sobre los cuerpos femeneizados.

Crisis del salario, capitalismo criminal y violencias machistas

“Estaba esperando para entrar a la fábrica y pasa un hombre y me pregunta si conocía una gomería, le dije que no vivía ahí (…) se me acerca y me mete al auto, se baja los pantalones y me pone su miembro en mi cara. Lo empujo y salgo corriendo, gritando (…) mi patrón me escuchó cuando me calmé y me preguntó cómo estaba vestida, o sea, estaba con la ropa de trabajo (…) me dijo que cumpla mi turno y después vaya a hacer la denuncia”.

Trabajo práctico de escritura realizado por una joven de 18 años, de un CENMA de Ciudad de Córdoba

¿Actualmente, hay más situaciones de violencia o están más visibilizadas? Esta pregunta suele aparecer ante tanto espectáculo macabro mediático. No lo sabemos, aunque podemos aventurar hipótesis. Sí estamos convencidas de que el contexto de crisis económica y la configuración del capitalismo actual son pistas para pensar las violencias.

El modelo de hombre sufrió fuertes quiebres y es cada vez más difícil para los varones acceder a él. El mandato patriarcal y muchas de sus “P” (potente, proveedor, progenitor, público, político) están siendo cuestionadas. ¿Sólo les queda la violencia para sentirse todavía “hombres”? Una sociedad que se construye sobre el salario como mecanismo de ordenamiento del patriarcado encuentra en la pérdida del poder adquisitivo, parcial o total, el declive de la autoridad masculina, que busca, en consecuencia, reafirmarse a través de la violencia. Violencia que también se hace carne, de nuevo en nuestros cuerpos, a través de lo que hemos llamado “feminización de la pobreza”. Por todos lados, la crisis nos pega fuerte.

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(Imagen: Eloísa Molina para La tinta)

La crueldad televisada

El Observatorio MuMaLá difundió, esta semana, el Registro Nacional de Femicidios para el 2018 y el panorama que veíamos y sentíamos como desolador se confirmó: 216 asesinatos, en lo que va del año, de mujeres y trans en todo el país. 191 son mujeres asesinadas, 4 trans/travesticidios y 21 son femicidios vinculados de mujeres, hombres, niñes (en los que el femicida mata a alguien para causar daño a una mujer o porque esa tercera persona queda en la línea de fuego). No es sorpresa que el 93% hayan sido cometidos por hombres con vínculos cercanos a las víctimas, ya sean parejas, ex parejas o conocidos. Y tampoco sorprende que el 22% había realizado denuncias previas y el 12,5% tenía medidas judiciales de protección.

Se suman datos que generan tristeza y furia: de las 191 mujeres asesinadas, 14 eran menores de 15 años y el 78% fue abusada. La mitad estuvo, incluso, desaparecida por cierto tiempo y, casi todas, fueron muertas en manos de algún familiar cercano. Más furia brota cuando nos enteramos del presupuesto destinado al INAM (Instituto Nacional de las Mujeres) para el año 2019: $11,36 por mujer, lo que implica una reducción, tomando la inflación, del casi 20% respecto al presupuesto de este año.


En Córdoba, llevamos un conteo igual de doloroso y preocupante: 19 femicidios y femicidios vinculados para este 2018. Casi el 30% tenía denuncias previas y la mayoría murieron en manos de parejas o ex parejas, según datos del relevamiento realizado por el Centro de Estudios y Proyectos Judiciales del Tribunal Superior de Justicia, a partir de la información consignada en el Sistema de Administración de Causas.


Los medios, fieles aparatos reproductores de la crueldad, se mostraron, en cambio, sorprendidos e incluso prejuiciosos: “Sólo el 20% había denunciado”, rezan algunos titulares de esta semana. Después de espectacularizar los femicidios como aves de rapiña, deslizan sus comentarios constructores del ojo inquisidor del público. ¿Cómo, cuándo y dónde, frente a este panorama, pensamos que una mujer puede denunciar una situación de violencia? Los datos muestran que incluso las que denunciaron murieron en manos de esos mismos agresores. También demuestran que el presupuesto para la aplicación de la ley, que debe capacitar a efectores de política pública, policías y trabajadores judiciales, se reduce año a año.

Rita Segato explica que los medios tienen un gran rol en la crueldad sobre nuestros cuerpos, vanalizan la frase “ni una menos”, condensando en un mismo programa un sinfín de prejuicios y revictimizaciones hacia quienes sufren violencias machistas con una placa por debajo que dice: “Si sufrís violencia, llamá al 144”. Titular que “sólo” algunas denunciaron es mover el eje de culpabilización hacia el cuerpo muerto, del que se averiguan todas las aventuras y desventuras para llegar a una explicación de su muerte. Nunca, para esos medios, la muerte de mujeres, lesbianas, trans, niñes tiene una explicación sistémica. Siempre, la explicación está en las acciones de ese que ya no está.

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(Imagen: Eloísa Molina para La tinta)

Indignación

La muerte que nos atravesó y desgarró los cuerpos estas últimas semanas fue la de una niña wichí de 13 años en Chaco. En su muerte, se evidenciaron todas estas violencias juntas: el hambre, la desidia estatal para el acceso a la salud y a la educación, abandonos, abusos. La niña estaba desnutrida y embarazada. ¿Dónde estaba el Estado cuando una niña de 13 años estaba pasando hambre? ¿Dónde estaba el Estado cuando una niña de 13 años no pudo acceder a una educación sexual integral y a un sistema de salud? ¿Dónde estaban aquelles que decían que había que salvar las dos vidas?

Algunas experiencias se presentan como claras alegorías, es decir, pueden interpretarse como representaciones con fuerte carga simbólica. Si pensamos, como nos proponen algunas compañeras, que el cuerpo de cada una es susceptible de ser leído como mapa de violencias, emerge rápidamente que la violencia ejercida sobre ese cuerpo no tiene como fin solamente dañar, sino dejar marcas, mensajes: el cuerpo como soporte de comunicación.

En la experiencia de esta niña, vemos concentradas violencias diversas: la pobreza y la exclusión absoluta del sistema de salud -que, además, es colonizador-, son las primeras que aparecen. Pero, en estos casos, es necesario pensar otras intersecciones que se ponen a jugar. El agresor, el femicida, acá, es el Estado, quien se agencia la voluntad de la persona en situación de violencia.

El Estado como agresor domina física y moralmente: hace vivir o deja morir. El Estado aparece como aparato reproductor y actualizador de la colonialidad, una y otra vez, decide sobre los cuerpos, en este caso, de una niña wichí, pobre. Intersecciones de una violencia expresiva, no instrumental, porque, al obligarnos a parir, no pretende matarnos, pretende moralizar. Segato es clara: “En un régimen de soberanía, algunos están destinados a la muerte para que, en su cuerpo, el poder soberano grabe su marca; en este sentido, la muerte de estos elegidos para representar el drama de la dominación es una muerte expresiva, no una muerte utilitaria”.

Todas estas r(e)acciones nos indignan. En un momento en el que los feminismos están dando vuelta todo, el capitalismo y el patriarcado asoman sus cabezas con una voracidad atroz. Mientras el Estado protege la propiedad privada y la vida de la violencia ilegítima, nuestros cuerpos quedan expuestos a la violencia legítima. Cuando las intersecciones son diversas (cuerpo femeneizado, originario, pobre, infantil), la violencia aprieta más fuerte.

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(Imagen: Eloísa Molina para La tinta)

*Por Redacción La tinta / Imágenes: Eloísa Molina para La tinta.

Palabras claves: femicidios, Medios de comunicación, Rita Segato, transfemicidio

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