Para avizorar cambios profundos: debatir sobre el poder
Por Francisco René Santucho para La tinta
La humanidad puede aseverar, sin temor a equivocarse, que la historia ha traccionado a partir de tensiones suscitadas en torno al Poder. Basta tan solo una lectura diagonal de la historia mundial para identificar que los cambios de época son emergentes de la disputa de intereses en pugna. El conflicto por el Poder entre quienes lo detentan, una minoría privilegiada que sojuzga y subordina a las grandes mayorías, y, por otro lado, los dominados y subordinados. Siendo estos, explotados, avasallados, “los condenados de la tierra” que van creando la historia.
Es menester reflexionar en torno al Poder. Puesto que, inherente a la política, el debate por el poder es inminentemente necesario y urgente. Transversalmente, la acción gravitatoria del poder transcurre en cada acto. Es el punto de partida y es el punto de llegada, en modo espiralado. Por lo tanto, es plausible situar el debate en el escenario social y político, dentro del campo popular. En este sentido, son las trabajadoras y trabajadores, los sectores populares y las organizaciones de base quienes deben apuntalar la discusión seriamente sobre el Poder. Desde allí, se pueden avizorar cambios profundos y estructurales.
¿Será momento de asumir la discusión sobre una política de masas que no excluya o margine el tema del poder? Lo superfluo es una pretendida negación de la centralidad que tiene este tema. Los conservadores, consabidos agoreros de la vieja política, propalan esa idea. Para el campo popular, la cuestión del poder es crucial en el pensar y quehacer político.
El Poder de Fondo
La burguesía, dispuesta a todo o nada, lleva adelante transformaciones de carácter inverso. Regresiva para el universo popular, en términos de legislación laboral y previsional, no dimite su programa de acumulación de capital.
Mientras el Presidente Mauricio Macri, conforme a convicciones, alardea mantener el rumbo; al unísono, el Ministro de Hacienda, Dujovne, durante la última jornada del 54º Coloquio de IDEA (19/10/2018 Mar del Plata), manifiesta que “no cambian de plan, sino que cambian el ritmo”. Gradualismo no.
Así es que, con cada medida antipopular, reafirman el modelo con la consiguiente ejecución del brutal ajuste. Lo que, de inmediato, se traduce en transferir capital de sectores medios y bajos hacia los grupos económicos concentrados. Como viene ocurriendo con los servicios públicos, convertidos en mercancía para robustecer las ganancias de sus aliados, amigos y socios. En los hechos, significa la implementación de una reestructuración en la relación Capital-Trabajo, balanceando una notable arremetida a favor del primero.
Claramente, vemos la acción del poder desplegado por la especulación de sectores burgueses. “Un empresario del sector financiero consultado por este diario admitió que las exorbitantes ganancias que ofrece el arbitraje entre tasa y dólar vuelven a ser atractivas para inversores extranjeros de ánimo especulativo”, cita el diario Ámbito el 19 de octubre de 2018.
En los anillos estructurantes del poder real, se convulsionan. Hay una perturbadora inestabilidad e incertidumbre ante cierto “desorden” económico. Tales indicadores presagian conflicto que, en el peor de los casos -sospechan-, puede desencadenar una crisis política. Por ahora, una crisis de magnitud se encuentra contenida por una serie de factores. Este desorden, en cambio, hace evidente una disputa por la hegemonía del orden económico entre el gran capital financiero (FMI) y factores de poder autóctonos. Parte de estos grupos de poder brindan su respaldo a la política macroeconómica que lleva adelante el gobierno. En este contexto nacional, el proyecto de Ley del Presupuesto 2019 de corte liberal, presentado por el ejecutivo, ya cuenta con media sanción del Congreso y espera confiado el 14N para que sea Ley.
El Presupuesto 2019 para la Administración Nacional de los recursos públicos demuestra un plan bien pergeñado. Su aprobación da cuenta de intereses concretos que dan la espalda a los intereses del pueblo. Hecho a medida y bajo supervisión del Fondo Monetario Internacional para beneficiar capitales transnacionales especulativos. Y, por otro lado, la crueldad de un ajuste económico de proporciones, que impactará drásticamente en los gobiernos provinciales, debiendo soportar las trabajadoras y trabajadores las consecuencias nefastas en la economía real, la doméstica, la de cada día.
En la concertación empresarial, hay quienes apuestan a la continuidad de este proyecto de la alianza Cambiemos, aunque consideran que, en términos de “la política”, deberían hacer algunos reajustes para corregir improlijidades. Aspirantes a consolidar el modelo que cambie la matriz económica, para debilitar una productiva y profundizar la de carácter financiera y primaria, juzgan como imprescindible un nuevo período de gobierno de la coalición. Proyectan mayor concentración de la economía y supresión de derechos laborales, sociales y políticos.
También como “la hegemonía del Neoliberalismo no se funda sólo en la coerción, sino en la creación de un sentido común frente a las formas de comportamiento. El Neoliberalismo es, por encima de todo, un gobierno sobre la organización de los afectos y los deseos. Interviene sobre la cotidianeidad de las personas, sobre el modo en que se alimentan, se divierten, educan a sus hijos, llevan su vida sexual, desarrollan sus intereses espirituales. No hay gobierno sin la creación de un habitus”, explicó Foucault en 1979. Han echado al ruedo un mentado cambio cultural sobre el que asientan la disputa por el sentido común. En el plano de lo subjetivo, impera un constructo discursivo y un activo montaje represivo. Procurando a corto y mediano plazo, la aceptación de una extrema derechización de cara al próximo acto eleccionario.
En este sentido, se vienen manifestando María Eugenia Vidal con la frase, entre otras, “nadie que nace en la pobreza hoy llega a la universidad”. O la espeluznante alegoría expresada por el Ministro de Educación, Esteban Bullrich: “Esta es la nueva campaña del desierto, pero no con la espada, sino con la educación”. Esta perversidad referencial acrecenta la impunidad necesaria para una caldeada atmósfera represiva, individualista e instauradora de odio. Lo demuestran así los crímenes cometidos contra Santiago Maldonado y Rafael Nahuel. Y, por supuesto, la alianza estratégica con los medios hegemónicos, encargados del despliegue informativo y comunicacional para resaltar las “bondades” de la fatalidad clasista y la romantización de la pobreza. Línea histórica que se remonta a lo rancio de nuestra historia.
Las huellas del progresismo
Frei Betto analiza, como una especie de efecto rebote, el advenimiento de la restauración conservadora cuando no se producen cambios estructurales profundos. Además de mencionar los importantes avances en la región en los años de gobiernos progresistas, señala como trascendental “el descuido en la formación ideológica de la sociedad”. En base a experiencias históricas, cuando la formación ideológica y la política como pedagogía popular pierden terreno ante el consumismo y la corrupción, se cometen errores determinantes y de consecuencias en la apreciación política.
Los retrocesos dan cuenta de la permanente existencia de lucha de clases. Y estos procesos suelen terminar engullidos por un revanchismo conservador.
La idea de que toda movilización popular debe ser estructurada de arriba hacia abajo, debilita o distorsiona las acciones colectivas. Desactiva y desdeña un potencial debate sobre el Poder. Además de los límites que establecen las políticas asistenciales, tienden a encapsular procesos emancipatorios, puesto que los ciclos progresistas son de naturaleza cortoplacista.
La intervención y participación ciudadana en los asuntos políticos genera mayor probabilidad de desarrollar una praxis que encause la unidad del pueblo. Radicalizar la democracia como mecanismo garante de Derechos, acompañado de una activa participación que dé impulso a procesos de recuperación de la soberanía mediante cambios estructurales. Al tiempo que el empoderamiento colectivo enciende una alternativa de poder para desarrollar una fuerza que permita modificar relaciones de poder.
Uno de los filósofos más importantes de nuestro tiempo, Cornelius Castoriadis, piensa que: “En la política, la principal educación consiste en la participación activa en las cosas públicas… habría que hacer comprender los mecanismos de la economía, los mecanismos de la sociedad, de la política… habría que enseñar una auténtica anatomía de la sociedad contemporánea: cómo es, cómo funciona”. La política es, por sobre todo, pedagogía.
El ciclo progresista, que logró conquistas sociales efectivas, dejó incólumes las plataformas económicas de un poderoso entramado empresarial. Ralentizando una dinámica para cambios estructurales en un contexto propicio, en tanto correlación de fuerza favorable en la región. La nacionalización de los servicios públicos y los recursos naturales, pilares estratégicos para una soberanía económica, no llegaron a profundizarse oportunamente. Lo que implica condicionamientos históricos estructurales en un capitalismo periférico dependiente. Una peculiar relación con los factores estratégicos de poder, a partir de una redistribución que no logró modificar la relación con el Poder dominante, más que un efecto perturbador en algunos casos.
“Los servicios básicos son un derecho y no un negocio privado”, pondera el Presidente de Bolivia, Evo Morales, quien radicalizó el gobierno ampliando derechos y la democracia participativa. Para estas conquistas, la lucha del pueblo es imprescindible. Y una premisa insoslayable, la participación popular como construcción de un poder del pueblo organizado. Porque no hay verdad más absoluta que el adagio de Martí: “Los Derechos se toman, no se piden. Se arrancan, no se mendigan”.
¿Se está a tiempo, aún, de un análisis minucioso y fraterno del ciclo progresista en nuestra región, sin precisiones ligeras y con rigor, hoy que otro momento histórico presenta una realidad por demás alarmante?
Lograr dilucidar las motivaciones que tanto en Argentina, en Brasil y en el resto de la región asestaron no solo una derrota importante en términos electorales, sino, fundamentalmente, culturales, merece indagaciones con fines superadores para nuevas construcciones que eviten una derrota histórica de las clases populares.
El Poder desde abajo
La sociedad se encuentra ante un presente incierto y un futuro inmediato nada aleccionador. Tanto más, lo acaecido en Brasil con Bolsonaro, como expresión política de un período histórico, es sumamente preocupante como realidad surgida en un marco de crisis global y de reestructuración del capitalismo desde donde emergen rasgos de fascismo que se expande por toda Latinoamérica.
Mientras tanto, el poder soterrado de la burguesía profundiza la desigualdad social, propiciando un abrupto descenso en las condiciones de vida digna de la población con el Presupuesto 2019. Los sueños de un país justo, libre y soberano, nuevamente, anclan la desesperada esperanza en un plano electoral para la próxima contienda.
Por lo tanto, instalar el debate estratégico sobre el poder es un guiño de carácter cualitativo. Es ir más allá de prácticas estériles. Es recuperar la utopía de que un mundo mejor es posible y necesario. En este sentido, la marea verde del feminismo y algunas otras experiencias de luchas sociales, postulando nuevas estrategias con la potencia crítica y transformadora, van construyendo formas de democracia social participativa. Es muy alentadora la capacidad de fuerza aglutinante, ya que provoca elevar el debate que, a su vez, redunda en elevar el nivel de organización popular. Con ello, se pone en acto el ejercicio de la soberanía popular y del poder mismo, en tanto y en cuanto elemento catalizador de ideas y voluntades. Desde esa subjetividad sobre el Poder, fundamentalmente, desarrollar la resistencia y la posterior construcción de un porvenir político que trascienda -estratégicamente- lo viciado de una prédica electoralista que se interpone sistemáticamente como urgente. Nuevas subjetividades vienen abriéndose caminos, asequible de nuevos rumbos y alentadoras de nuevos ciclos de movilizaciones.
Curioso fenómeno que quienes, en la práctica, asfixian los mecanismos de formalidad democrática, urden cual si fuera un sacramento el acto electoral con el fin de aminorar la larga crisis sistémica. Nos encontramos, además, ante un roído sistema electoralista, que tiende, cada vez más, a propiciar entre una opción u otra, desde el lugar de la bronca, el odio o lo “anti”. He ahí el triunfo de la “creencia” (en clave religiosa) por sobre el espíritu crítico. Y cuando el pensamiento amalgama su estructura mental a cánones religiosos, reduce el pensamiento crítico. Lo anula. En sucesos recientes sobre el tratamiento del “Presupuesto Lagarde”, bien cabe el ejemplo, la multitudinaria concentración con más de 500 mil almas en manifestación a Lujan y la notoriamente disminuida convocatoria, cerca de 5 mil personas según algunos medios, a las puertas del Congreso. Sobre esto también, y al calor del triunfo electoral de la extrema derecha en Brasil, un claro ejemplo que alerta sobre el rol desempeñado por la fastuosa maquinaria de las Iglesias evangélicas puestas al servicio del ultra reaccionario Bolsonaro.
Así visto, el poder dominante es el producto de una especial relación humana en base a intereses. Esas relaciones donde intervienen individuos, imbrican la dominación y la coerción para imponer una relación asimétrica. El poder real, en términos de dominio, ha edificado un entramado de hilos invisibles y demás dispositivos tangibles que sostienen la defensa de sus intereses como factores de poder por sobre el de otros para perpetuar un orden desigual.
Lo que está claro es que el poder no es inmanente. Es la relación de clase que lo vincula. Lo que equivale decir que es también modificable.
Cuando la urgencia electoral no se asienta sobre dinámicas políticas que impliquen conquistar mayor poder para la construcción de un movimiento popular y solo una táctica mezquina de su uso para maniobra hacia otros fines, entonces, distorsiona, desvía y anula el potencial territorial en la acumulación de poder popular.
Sin descuidar la disputa en el terreno del sistema de representación electoral, lo fundamental estriba en no perder el eje del propio proyecto de acumulación política.
Sin pausa, pero sin prisa, pensar y sentir desde una temporalidad indoamericana en clave emancipatoria, para una mejor, más clara y auténtica apreciación de nuestra realidad y la construcción de Poder desde abajo. Se abre una etapa con nuevas subjetividades que auguran un proyecto político de un amplio movimiento popular, que corra el centro de gravedad iniciando un nuevo período de movilizaciones sociales y dispute con mayores fuerzas, tanto en la calle como en las urnas, para lograr significativas transformaciones.
*Por Francisco René Santucho para La tinta / Imagen de portada: Rebelarte.