Cuando las escobas se pararon solas – Parte 1
Un docente, en un colegio de Córdoba Capital, le propone una experiencia a sus alumnxs de sexto año. En el marco de la cátedra de Comunicación, Cultura y Sociedad, transitan tres días desconectadxs totalmente de las redes sociales. Aquí, la primera parte de cómo lxs estudiantes vivieron esos días: sus miradas, reflexiones y sentimientos.
Por Ezequiel González Carrera para La tinta
«Te escribo para manifestarte mi admiración por lograr lo que como padres no hemos podido!!! Vuelan los números de fijos de casas, tías, abuelos! Parece que se les acabara el mundo! Ya lo estoy disfrutando!!! Recuperar a mi princesss aunque sea por un par de días!!! Mil gracias!!!»
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Vimos “Caída en picada” de Black Mirror y las palabras del gordo Casciari hablando sobre los celulares y la literatura en “El móvil de Hansel y Gretel”. Les hablé de Hunter S. Thompson y su infierno con los ángeles, y se rieron cuando les conté que Gonzo -¿el de los Muppets?, gritó uno- venía de los borrachos irlandeses. Y después de charlar sobre lo apocalíptico que vislumbran algunos distópicos el 24/7, les propuse a mis estudiantes de sexto año:
-Para abordar el tema de la hiperconectividad, se van a desconectar. A las 23.59 de hoy, van a cerrar su vida virtual relacionada con las redes y los videojuegos. Miércoles, jueves y viernes sin nada de eso.
-¡¡¡Noooo!!! ¡¡¡Ehhhh, profeeee!!!- fue la respuesta generalizada.
-Yo no puedo, ¡no puedo!- sentenció la Valen con esos ojos anchos, incrédulos, atrás de sus lentes, mirando a la compañera de banco.
Poco a poco, la quejosa resistencia fue cediendo a la expectativa de un desafío en conjunto, una especie de experimento en banda, con sus amigos, ¿un juego?
Y seguí: «Van a llevar un diario en el que escribirán todo lo que les vaya pasando, sintiendo, pensando respecto a esta experiencia que podríamos llamar Gonzo-antropológica». Y los ojos peterpanescos empezaron a encenderse. Tocó el timbre y se abalanzaron contra mí.
-¡Profe!, pero y cómo hago para saber si tengo que hacer algunas cosas, por ejemplo, cómo voy a saber si entreno-, se preocupa la China.
-¡Y yo, profe!, por ejemplo, recién mi psicóloga me acaba de cambiar el turno, ¿cómo voy a saber?–, dice la Cele con su actitud de cuestionarlo todo.
-Y, bueno, la llamás por teléfono.
– ¡¿Por teléfono?!- la mirada pensando en lo imposible. Se va rumiando indignada, no lo pienso hacer, no puedo. Y toda la mañana se la pasará diciendo que no lo iba a hacer, en voz alta, buscando algún «yo tampoco» o razones convincentes para hacerlo. Pero no, todos -o casi todos- le decían que estaban chochos, que les parecía una re buena oportunidad y que querían empezarlo ya. ¿Oportunidad de qué?
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«Buenas tardes profe! Tengo un problema con el trabajo de las redes sociales debido a que mis viejos están de viaje y necesito estar comunicado por lo menos con mi hermano, y en el mejor de los casos con mis viejos, por si quieren comprarme algo y necesitan de mi consejo. Yo de verdad quiero hacer el trabajo, pero quisiera tener permitido usar WhatsApp SOLO para contactarme con mis superiores. Espero su respuesta antes de las 23:59 para empezar el experimento!».
Una hora después del e-mail de Matías, recibí un mensaje por WhatsApp de un número desconocido, en el que la mamá de una estudiante me agradecía por la actividad que había propuesto. Comencé a sentir los coletazos de lo que generaba aquel “desafío”. Entonces, quise escribirles, en nuestro grupo de Facebook, para despedirme virtualmente. En cuestión de minutos, ya estaba lleno de me gustas.
La Cele, que todo lo cuestiona -y está muy bien que así sea-, se pasará toda la tarde encerrada en su habitación, llena de bronca, usando su celular a tres manos y posando la mirada en el reloj a cada rato para ver cuánto falta para el infierno.
En sus horas negras, recibe Snaps de sus amigas entusiasmadas, risueñas. Y no las puede entender. Decide retrasar el baño hasta las doce en punto, hasta que la arena llegue al otro lado. Su mamá quiere reiniciar el wifi porque tiene un problema en su celular, ¡no lo apagues! que me queda poco tiempo. «En ese grito, reaccioné, me di cuenta lo loca que esto me ponía». Como su amiga Martina, que se pasó las últimas cinco horas hablando por todos los grupos. Martina, que intenta memorizar las historias de Instagram, «como si me alejara por el resto de mi vida».
Voló el tiempo y faltan diez minutos. Todos despidiéndonos por el grupo del curso, el grupo de las chicas, el grupo de Snap y por privado, como si se tratara del fin del mundo. Pero no lo es. O capaz sí. Apuro el dedito para mandar el Snap diciendo “chau mundo” a las 23:59. Enviar, cierro sesión en Snapchat, Insta, Facebook y Twitter, desactivo las notificaciones de WhatsApp, apago datos móviles y wi-fi. «Bloqueo el celular y me voy a dormir, bastante más tranquila de lo que creí que iba a estar». Que empiece el juego.
*Por Ezequiel González Carrera para La tinta.