Frente a las políticas del hambre: ¡ollas sí!
El pasado viernes 14 de Septiembre, las trabajadoras nucleadas en la Confederación de Trabajadoras de la Economía Popular (CTEP) junto con la Federación de Organizaciones de Base (FOB), el Frente de Organizaciones en Lucha (FOL), Barrios de Pie y la Corriente Clasista nos reunimos en una gran asamblea. En el marco del plan de lucha nacional por el reconocimiento de nuestros derechos y por un presupuesto nacional y provincial que incluya nuestras demandas, nos encontramos para imprimirle una perspectiva de género y para pararnos frente a las políticas del hambre del gobierno nacional.
Por Clara Dalmasso La tinta
La lucha es desgastante: la calle quema los pies y el sol hace lo suyo con las cabezas. Septiembre es un mes clave para les trabajadores de la economía popular, se juega la inclusión en el presupuesto nacional y provincial de políticas específicas para el sector más golpeado por la crisis económica. Reclamaron la semana pasada frente a la Legislatura por una Ley Provincial de Economía Popular que incluya la creación de un Registro Provincial de la Economía Popular (fundamental para que los recursos lleguen a donde tienen que llegar), un Consejo Provincial de la Economía Popular (con la participación de representantes de la Secretaría de Equidad y Promoción del Empleo, el Ministerio de Trabajo y el Ministerio de Desarrollo Social de la Provincia de Córdoba, y delegades del sindicato de les trabajadores de la Economía Popular) y un Fondo de Promoción de la Economía Popular (que garantice los derechos sociales y laborales, y que financie las políticas de promoción del sector). Se juegan en las calles de todo el país en los próximos días otras 5 leyes: Emergencia Alimentaria, Infraestructura Social, Agricultura Familiar, Integración Urbana y Emergencia en Adicciones.
¿Cómo se sostiene un plan tan ambicioso? Los cuerpos están cansados, cada semana, interminables horas, presionan en la calle a los malos gobiernos para que den respuestas. Muchas más horas se dedican para charlar con la gente de a pie, en volantear y exponer nuestros productos y trabajos para que toda la sociedad se entere de que la economía popular sostiene gran parte del trabajo invisible y tan necesario. Pero los cuerpos también son territorio de lucha y, para las mujeres, el primero. Es la economía popular la que se hace cargo de casi todo lo que el Estado no: la limpieza de las calles, el mantenimiento de espacios verdes, el reciclado, el cuidado de les niñes, su educación y su alimentación sana, la salud de todes, la construcción de viviendas y de los espacios comunitarios para que todo eso se desarrolle.
Ollas sí
Cuando miramos la calle, una particularidad resalta siempre, son las mujeres y les niñes mayoría en las columnas de los movimientos sociales. Las mujeres fuimos históricamente ubicadas en tareas de reproducción y cuidado de la vida, y seguimos teniendo esas tareas en las organizaciones sociales. Una tarea que, entendemos, se resignifica ahora cuando nos paramos frente a los malos gobiernos y decimos basta. Basta de explotarnos, basta de invisibilizarnos, basta de contraer deudas que sólo pagaremos nosotras, basta de aumentar los servicios que recaerán sobre nuestros cuerpos, basta de matarnos y violentarnos, ¡basta!
La crisis económica, ya sabemos, pega fuerte en quienes están más abajo y, luego, a quienes se encuentran en lo más profundo de ese abajo. Pero también son ellas quienes guardan el potencial para luchar contra la crisis, quienes saben estirar un paquete de fideos para que alcance para todes les niñes que llegan a los comedores cuando el bolsillo duele y quienes saben que la única manera de salir es peleando cuerpo a cuerpo con les de arriba.
Desde hace muchos años, un camino sostenido y constante ha llevado a las mujeres a encontrarse y reconocerse como trabajadoras de la economía popular y, con ello, reivindicar(se) y salirse de los roles tradicionalmente asignados y resignificarlos. Ponerse un nombre no es sólo simbólico, es nombrar aquello invisible como trabajo no pago, es correrse del lugar del deber y del amor como lo que nos mueve a las mujeres a la hora de salir de nuestras casas. Los comedores no son sólo una extensión del amor por nuestra familia hacia la sociedad, sino que son lugares de lucha y de construcción de identidades políticas como sujetas del abajo. Lo común es hoy también nuestro lugar de disputa.
Las ollas son nuestras y valen. Las mujeres nos encontramos desde tareas que siempre fueron invisibles para la economía de las sociedades, pero que son el eje que las vertebra y mantiene. Extender el cuidado a la sociedad se transforma, no en una sujeción, sino en la posibilidad del encuentro con otras, de la escucha activa y de un poder inigualable. Nos encontramos y reconocemos en estas tareas, charlamos de nuestros conflictos y necesidades, poniendo en evidencia que las políticas neoliberales vienen a destruir lo que construimos y van más allá. Nuestras ollas, en la calle, les demuestran que su política del hambre no pasará y que las mujeres nos apropiamos de espacios políticos para disputar la realidad que nos rodea.
Cuerpos que hablan
La violencia económica que imponen les de arriba sobre les de abajo se combina con otras violencias que sufrimos cotidianamente las mujeres y las identidades disidentes. Nuestros cuerpos ocultos en la casa irrumpen con fuerza en el espacio público y hablan. Hablan de la crisis, hablan del sometimiento. Muestran que las mujeres sufrimos múltiples violencias en todas partes, pero que, sin embargo, seguimos resistiendo, porque existimos y no nos vamos a ninguna parte.
La asamblea de mujeres permitió ponerle nombre a muchas de las violencias que sufrimos en lo cotidiano y reconocernos en las historias de las otras. Nuestros cuerpos están atravesados, pero siguen acá, plantados frente a todes les que quieran decirnos qué hacer y qué no hacer.
Ollas en los comedores, ollas en las calles. La política del hambre no pasará y somos nosotras las que nos paramos. La lucha es nuestra.
*Por Clara Dalmasso La tinta / Foto de portada: Camila Bustamante.