Derecho al aborto: nuestra soberanía contra la crueldad de la espera
«El cuerpo de la mujer es tratado cada vez más como una máquina”
Silvia Federici
Por Antonella Alvarez para Relámpagos
Aborto legal (también) en lo de Legrand
Sábado 22:00 horas. En uno de los programas más vistos de la televisión argentina, Mariana Fabbiani, conductora de otro programa del mismo grupo Clarín -creyente, para más datos- es interrogada por Mirtha Legrand sobre su postura en torno a la despenalización del aborto. Inicia su respuesta justificando su cambio de posición, y a sabiendas que quedará enfrentada a la postura de la conductora estrella, responde: “soy católica, siempre estuve en contra del aborto, nunca fue una opción para mí ni lo es, pero cuando me empecé a informar un poco y meterme en el tema me di cuenta de que las creencias personales en este tema hay que dejarlas de lado. Es realmente un tema de salud pública. Ver a las mujeres que mueren y que no tienen la posibilidad de elegir, me hizo cambiar mi postura. Hoy estoy a favor de la despenalización del aborto” y cierra, ante la cara de molestia y sorpresa de quien conduce: “anticoncepción para no abortar, aborto legal para no morir”. La referencia a este episodio no nos importa tanto por Mariana Fabbiani particularmente, sino porque pone de manifiesto un avance importantísimo en la disputa/lucha por la hegemonía y, sobre todo, en la construcción de una nueva, en el terreno del derecho al aborto legal, seguro y gratuito. Tanto por el contenido de lo que Mariana Fabbiani enuncia, como por las razones: las posturas personales no importan en este debate. También, este intercambio televisivo, es una muestra más que deja al descubierto la brecha que existe entre la posición de la institución Iglesia y quienes profesan la religión católica y, cómo, cada vez más, la postura en relación a la legalización del aborto de una de las instituciones más reaccionarias de la historia, se vuelve extranjera de quienes se identifican con su credo. Ahí también se construye esta nueva hegemonía.
La conferencia episcopal argentina continúa hablándole a las y los diputados y senadores, a través de distintos documentos públicos, instándolos a respetar “las dos vidas”, manifestando su posición, orientada a la defensa de una postura antiderechos, que sostiene como base de su argumento la existencia de vida desde la concepción, y a partir de allí, desarrolla sus intervenciones en clave aborto=asesinato. Les respondemos: no es “vida” (y menos aún una persona) sino la posibilidad de una vida, que se funda en el deseo de ejercer la maternidad (en tanto responsabilidad y cuidado colectivo) por parte de quienes tenemos la posibilidad de gestar.
Hacemos referencia a esta discusión, porque es, de hecho, la que ellos y ellas plantean. Pero no quisiéramos dejar de señalar que lo que en realidad desvela/altera a la jerarquía eclesiástica es la imposibilidad de ejercer el control sobre un Estado y que éste a su vez lo ejerza sobre nuestros cuerpos. Este poder, el que les confiere su influencia sobre el Estado y de ahí sobre nuestros cuerpos, es el que se pone en juego cuando hablamos de nuestra soberanía, y el que -al parecer- no están dispuestos a perder. Esta dinámica no hace más que confirmar la estrecha imbricación existente entre ambas instituciones, que apuntalan un mismo proyecto hegemónico signado por el patriarcado, el capitalismo y la colonialidad.
Elegir o no elegir la maternidad, entendiendo que no es nuestro destino natural, exige que el Estado deba garantizar nuestro derecho a decidir. Porque la maternidad nunca puede ser un castigo, o algo que tenemos que padecer (porque no podemos pagarlo, porque a algunos les pone en cuestión su moral y sus creencias personales, porque la Iglesia tiene poder que opera sobre un Estado que se dedica a “administrar” y “tutelar” nuestros cuerpos, porque…)
Romper la espera y la pedagogía de la crueldad
Históricamente por mujeres y por pobres nos han querido someter a la espera. Esa que se vuelve práctica de la dominación cotidiana de quien hace esperar sobre la que espera (las que esperamos). Esa que sucede cuando parece que nada sucede. El Estado nos hace esperar cuando no garantiza el derecho a una educación sexual integral. Cuando no garantiza el acceso a una salud integral, cuando asume las posiciones de la Iglesia. Nos hace esperar en los pasillos de los palacios de la injusticia, en las puertas de cualquier hospital. Cuando pasan 12 años en los que no trata un proyecto de ley de interrupción voluntaria del embarazo.
La espera a la que a diario son (somos) sometidas las clases y los sectores subalternos (que se vuelve más compleja si intentamos analizar o mirar desde una perspectiva de la interseccionalidad) encarna una relación de dominación(es), donde el Estado (nunca pensado como monolítico, sino como entramado contradictorio y asimétrico de relaciones) opera tratando de educar(nos) en la sumisión. La espera lleva consigo, al decir de Javier Auyero, incertidumbre y arbitrariedad pero a la vez, violencia sobre los cuerpos, a partir del ejercicio de lo que Rita Segato denomina una pedagogía de la crueldad que convierte a la vida en cosa, y que consideramos es ejercida cuando, según sus palabras, se nos “niega la libertad de decidir sobre un embarazo, entendiendo que nuestro cuerpo es colonia de un colectivo que controla los mecanismos y procedimientos de un Estado, entre ellos los mecanismos legislativos y judiciales” que definen no garantizar nuestro derecho a decidir. Son esos controles que se ejercen (también) desde el Estado, los que hacen pensar a quienes manifiestan posturas anti-derechos que están vigilando el interés “colectivo”, que incluye el interés del feto como si fuera un ciudadano. Aquí aparece tal vez más clara la función productiva del poder que se ejerce desde la espera y la pedagogía de la crueldad, con el objetivo de construir mujeres que devengan predicado de un discurso patriarcal, que se expresa en las manifestaciones públicas y argumentos de los sectores que se autodenominan “pro vida”.
Recuperar la soberanía implica romper con esa colonización a la que intentaron ser/son sometidos nuestros cuerpos y que dejen de estar “tutelados” en el marco del Estado. De ahí la importancia de que ese mismo Estado (cristalizado en el poder legislativo) sancione una ley que garantice el derecho a elegir o no un embarazo. Que dejen de ser los jueces, los médicos, los legisladores quienes definan sobre nuestros cuerpos.
Las leyes, sabemos, no cambian automáticamente las cosas, pero, tienen, sin duda, una eficacia simbólica (y material) que implicaría, en el caso de la legalización del aborto (y no sólo la despenalización) un enorme avance en la conquista de nuestra autonomía y soberanía, así como evitaría la muerte de miles de mujeres en abortos clandestinos. Se trata de que nuestro cuerpo deje de ser entendido como objeto/cosa sobre el que otros pueden definir, actuar, prohibir, criminalizar. Y se garantice nuestro derecho a decidir.
En romper la espera y esa pedagogía de la crueldad, se escribe la historia de lucha del movimiento feminista, y allí enmarcada, la lucha por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito. En esa historia de lucha, en ese no esperar, se gesta lo que María Alicia Gutiérrez llama la despenalización social del aborto, entendida como la consecuencia de las múltiples acciones que la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito viene desarrollando desde su existencia; acciones estas que generan un amplio consenso en enormes sectores de la sociedad a favor de la legalización del aborto, independientemente de que los poderes de turno intenten, en palabras de Claudia Korol, una pedagogía disciplinadora, ordenadora, conservadora, domesticadora y reproductora de lo existente. Mal que les pese, de lo que nunca se trató para nosotras, es de sentarnos a esperar.
La apuesta por una pedagogía feminista
Ahora podemos entender mejor por qué Mariana Fabbiani cambia de posición (como tantos y tantas otras) y hace suya la consigna de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito. No se trata de un momento, sino de un proceso que se viene gestando en distintas realidades. Esto sucede en el marco de una ebullición del movimiento feminista a partir del grito de Ni Una Menos, en articulación con el Ni Una Menos por Abortos Clandestinos. Pero también responde a una infinidad de espacios, talleres, colectivos, proyectos e iniciativas, que tal vez tengan como una de sus máximas experiencias de largo aliento al Encuentro Nacional de Mujeres, que se realiza desde 1986 de manera federal, autogestiva e itinerante en nuestro país. En conjunto, todas ellas configuran expresiones de una apuesta al diálogo que construye el movimiento feminista y, como parte de este, la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito. Una pedagogía feminista que viene prefigurando el ejercicio de la autonomía sobre nuestros cuerpos-territorios, siempre abierta al intercambio, incluso con quienes no tienen intención alguna de un encuentro fraterno. Ese diálogo es una apuesta y una práctica pedagógico-política que se construye a diario en cada vez más lugares de la sociedad (trabajos, escuelas, fábricas, barrios, sindicatos, medios de comunicación, cárceles, transporte público, facultades, por mencionar solo unos pocos) donde se gestan todos los días más voluntades insumisas a favor de la legalización del aborto. Que desbordan, luego, las colas para llevar el símbolo de esta lucha: el pañuelo verde. La sociedad ya está/estamos preparadas. Los y las senadoras y diputadas que no están a nivel personal de acuerdo, es decir, para quienes el aborto nunca sería una opción, tienen la obligación de comprender (en el sentido más profundo) y aprehender que lo que está en juego no son sus creencias personales, sino nuestras vidas y la posibilidad de ejercer nuestro derecho a decidir sobre nuestros cuerpos, que no son de la iglesia, ni del Estado, ni de los médicos, ni del mercado. Educación sexual para decidir. Anticonceptivos para no abortar. Aborto legal para morir.
*Por Antonella Alvarez, Comunicadora y educadora popular, parte del colectivo FM La Caterva, estudiante de Ciencias de la Educación, para Relámpagos / Foto de portada: Eloisa Molina