Si es Bayer, es Monsanto
La compra del gigante de los transgénicos por parte del laboratorio alemán se concretaría este año después de conseguir más de la mitad de las autorizaciones necesarias en diferentes países. La última aprobación, y una de las más importantes, la otorgó la Comisión Europea el mes pasado. La fusión entre la multinacional acusada de innumerables daños a la salud y una de las mayores productoras de medicamentos dará nacimiento a la corporación de agronegocios más grande del mundo.
Por Lucía Maina para La tinta
“Salud es enfermedad”, sería una de las traducciones más adecuada de la transacción que hoy celebran Monsanto, una de las transnacionales que más denuncias cosecha por dañar el ambiente y la salud, con Bayer, que además de su producción de agrotóxicos es una de las empresas líderes de la industria farmacéutica, es decir, de la producción de medicamentos para atender la salud de la población. La fusión más grande de la historia en el sector agrícola parece traer al presente la neolengua inventada por George Orwell en su novela 1984, idioma con que el partido totalitario gobernante en ese futuro imaginario pretendía instaurar un pensamiento único y en el cual varias palabras significaban su opuesto.
Fue en 2016 que la alemana Bayer hizo pública su oferta para comprar a Monsanto, la mayor productora de transgénicos a nivel mundial. Desde aquel momento, ambas empresas esperan la aprobación de más de 30 organismos regulatorios de diferentes países, entre ellos Argentina, encargados de evaluar que la fusión respete las leyes de competencia del mercado.
El mes pasado, con ciertas condiciones, la Comisión Europea dio luz verde a la creación de la mayor corporación del mercado de las semillas y los agrotóxicos en el mundo, concentración a la que vienen oponiéndose cientos de ONGs, organizaciones sociales y de consumidores.
Desde Amigos de la Tierra advierten los peligros que esto implicará en cuanto a la entrada de semillas genéticamente modificadas y pesticidas tóxicos en los alimentos y en el campo. Además, recordaron que más de un millón de personas habían pedido a la Comisaria de Competencia europea Margrethe Vestager que bloqueara la compra.
Según informa la organización internacional Grain, Bayer ya ha recibido más de la mitad de las autorizaciones necesarias, incluyendo a los organismos de Brasil, China, y ahora la Unión Europea. Aunque la realización de la compra continúa atada a que la farmacéutica cumpla las condiciones requeridas, desde esa ONG indican que Bayer y Monsanto están trabajando de cerca con las autoridades, entre ellas el Departamento de Justicia de los Estados Unidos, para cerrar la transacción en la segunda mitad de 2018.
Semillas en pocas manos
Desde Bruselas, la Comisión Europea autorizó en marzo pasado a la firma alemana a adquirir Monsanto a cambio de 66.000 millones de dólares, con la condición de vender algunas de sus acciones. Para ello, Bayer venderá a Basf parte de su negocio de agrotóxicos y de semillas. El organismo europeo consideró que esto sería suficiente para evitar que la concentración traiga como consecuencia una subida de precios para lxs agricultorxs, a pesar de que Basf constituye otra de las grandes multinacionales que se reparten el mercado de semillas.
A esto se suman las fusiones aprobadas el año pasado entre otros de los gigantes del sector: las uniones entre las estadounidenses Dupont-Dow y la compra de Syngenta por parte de ChemChina. Desde Amigos de la Tierra alertan que esta situación junto a la fusión Bayer-Monsanto implica que “tan solo tres multinacionales controlarán el 60% de las semillas a nivel mundial”.
Genocidio y ecocidio
La mala imagen de Monsanto se ha expandido cada vez más, al ritmo de las denuncias de diversas poblaciones expuestas a los agrotóxicos de la compañía que se ven afectadas con cáncer, malformaciones, abortos espontáneos y sufren una larga lista de consecuencias en la salud y el ambiente. Estos daños se han hecho especialmente visibles en Argentina, y en la provincia de Córdoba en los últimos años, a partir también de la resistencia que logró frenar la instalación de la multinacional. A su vez, el año pasado en la Haya un Tribunal Internacional declaró a la firma estadounidense culpable del crimen de ecocidio y de violar el derecho a un ambiente sano, a la salud, la alimentación y a la libre información e investigación científica.
Aunque con menos visibilidad, la firma alemana también arrastra un pasado que contradice su lema más conocido “Si es Bayer, es bueno”. La empresa es acusada de colaborar activamente con el genocidio cometido por los nazis cuando era parte de la compañía I.G. Farben, varios de cuyos directivos fueron declarados culpables en el juicio de Núremberg por los cargos de esclavización y genocidio. Según el investigador mexicano Fernando Bejarano González, citado por el periodista Dario Aranda, I.G. Farben realizó un acuerdo con el nazismo para “desarrollar experimentos con prisioneros del campo de concentración de Auschwitz”.
Más acá en el tiempo, Bayer también ha enfrentado diversos juicios en distintos países. Uno de ellos ocurrió en Argentina por la discapacidad que provocó a un ciudadano el medicamento Lipobay, una droga comercializada por la empresa para el tratamiento del colesterol, el cual además no incluía sus efectos adversos en el prospecto, lo que violaba leyes nacionales e internacionales. La Justicia condenó a la firma a indemnizar al afectado y en 2001 tuvo que retirar el producto del mercado, luego de que se registraran más de cien muertes relacionadas con su prescripción.
En Argentina
La Comisión Nacional de Defensa de la Competencia (CNDC) de nuestro país es uno de los organismos que debe aprobar la fusión Bayer-Monsanto, que ya fue autorizada por los vecinos Paraguay y Brasil. La entidad que depende de la Secretaría de Comercio del Ministerio de Producción de la Nación investiga actualmente el impacto que la compra tendría en el mercado para evaluar su aprobación.
Si se completa la transacción, se estima que Bayer se instalaría como la empresa más grande de agrotóxicos, y pasaría a controlar alrededor de un 25% de ese mercado en Argentina, además de la concentración que implicaría en el negocio de semillas transgénicas.
*Por Lucía Maina para La tinta