“Las luchas por el sentido del pasado son luchas para la construcción del futuro”

“Las luchas por el sentido del pasado son luchas para la construcción del futuro”
23 marzo, 2018 por Redacción La tinta

La reconocida socióloga e investigadora Elizabeth Jelin presentó en Córdoba su nuevo libro “La lucha por el pasado. Cómo construimos la memoria social”. A partir del trabajo intelectual y comprometido que realizó en las últimas décadas, comparte con La tinta sus reflexiones sobre las memorias que se ponen en juego en la sociedad respecto de la última dictadura cívico-militar, el trabajo de los movimientos de derechos humanos y los discursos y políticas que los gobiernos han sostenido sobre el pasado reciente.

Por Lucía Maina para La tinta

A dos días de un nuevo aniversario del terrorismo de Estado en nuestro país, Elizabeth Jelin nos recibe en una sala del Museo de Antropología de la UNC, donde ayer presentó su último libro “La lucha por el pasado. Cómo construimos la memoria social”. Licenciada en la Universidad de Buenos Aires y formada también en México y Estados Unidos, investigó, durante décadas, sobre derechos humanos, memorias, movimientos sociales, género y ciudadanía. Un trabajo intelectual que se comprueba en su mirada minuciosa para analizar cómo se construye el pasado reciente en Argentina, las continuidades que marcan las luchas por Memoria, Verdad y Justicia más allá de los gobiernos, y los discursos negacionistas que circulan en la coyuntura actual.

La socióloga e investigadora, que se define también como feminista, habla de memoria social para destacar que no existe una única memoria, sino que la misma siempre es plural, compartida y va cambiando según los distintos escenarios y conflictos sociales. Desde allí, hace hincapié en el rol que los movimientos sociales y de derechos humanos han tenido en el avance de las políticas de memoria y reparación desde el regreso de la democracia. Y más allá de sus críticas a las medidas y los discursos oficiales que hoy pretenden un retroceso en este sentido, también busca poner el presente en perspectiva: “Los grupos que pretenden negar lo que pasó durante la dictadura estuvieron siempre”, afirma. Y agrega la importancia de comprender que éste es un momento más de la historia, no su final.

—En base a la idea de memoria social que planteás en tu libro, ¿qué luchas e intereses particulares se ponen en juego en la construcción del pasado de los 70, de la manera en que, como sociedad, nos contamos esa historia?

—Diría que no hay un cuento que la sociedad se hace sobre sí misma porque no hay una sociedad homogénea que piense igual: pensar que puede haber un pensamiento único es totalitario, es lo que nos quieren hacer creer.


Yo parto de la premisa de que no hay una única narración ni del pasado ni del presente porque las dinámicas sociales siempre son de conflicto, en la cual distintos actores y grupos situados socialmente de distintas maneras miran la realidad y el pasado.


A partir de ahí, una puede decir que hay ciertos datos de la realidad histórica que negarlos ya es una ideología, es negacionismo, porque los datos duros están ahí. Pero la memoria social se va a ir construyendo, nunca es una. Entonces, hay que mirar en cada momento histórico cuál es el escenario y cuáles son los conflictos que hay sobre las interpretaciones del pasado. Venimos de una historia en la cual hubo distintos relatos desde el vamos: los militares decían que venían a salvar a la nación. Ahí, apareció, al mismo tiempo, un discurso más de víctimas que tomaban como eje la represión, denunciaba desapariciones, torturas y todas las violaciones que nos podamos imaginar. Ahí, hay un escenario, básicamente, de dos bandos o dos narrativas confrontadas que, de alguna manera, persisten, con momentos en los que una narrativa estuvo más dominante y la otra más subterránea. Pero lo que encontramos, hoy en día, de grupos que pretenden relativizar, negar, banalizar lo que pasó durante la dictadura y las luchas sociales anteriores estuvieron siempre. Cecilia Pando no apareció el día que Macri subió al poder, estaban, pero en escenarios políticos en los cuales las luchas y la dinámica social llevaban a que no fuera dominante. En cada momento, el escenario político se armó de distintas maneras.

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—Otro tema que abordás es el movimiento de derechos humanos. ¿Cómo ves su situación actual y la relación que mantuvo en el pasado reciente con el gobierno kirchnerista y sus políticas de memoria?

—Hay una cuestión básica: el movimiento de derechos humanos, igual que todos los movimientos sociales -obrero, de mujeres, campesino-, es heterogéneo. El movimiento de derechos humanos en Argentina surgió de, al menos, tres colectivos distintos, que fueron la vertiente de lo que llamamos afectados directos, o sea, víctimas y familiares de víctimas; fuerzas sociales y políticas progresistas democráticas –sea de partidos políticos, intelectuales, etc.- y grupos minoritarios dentro de las principales iglesias. Entonces, si vos tenés alguien que viene de la política con un sentido mucho más ideológico, alguien que viene del dolor de la madre o la familia, y alguien que viene con un discurso humanista de la fe, no podés encontrar una unidad.

Con el periodo kirchnerista, algunos de los grupos se acercaron mucho más y otros permanecieron mucho más autónomos e independientes. Sí se podría decir que, desde el Estado nacional, hubo una apropiación del discurso de los derechos humanos y de incorporación de algunos activistas y demandas, entonces, aparecía como un discurso dominante, pero no necesariamente lo era. Hubo siempre grupos y gente que no se identificó con el kirchnerismo dentro de los derechos humanos. Lo mismo con las políticas de memoria, que fueron, en algún sentido, una continuidad con cosas que venían de antes. Por ejemplo, todos los programas que tenían que ver con reparaciones fueron lanzados por Alfonsín, después, con Menem y hubo una cierta continuidad después. De hecho, me acaban de decir que la reparación de exiliados, que se viene pidiendo desde el gobierno de Alfonsín y nunca salió, estaría saliendo ahora con Macri. La política de demarcación de sitios son del periodo kirchnerista, aunque no necesariamente presupuestos de funcionamiento. La Comisión Provincial de la Memoria de acá, por ejemplo, no recibió recursos del gobierno nacional, esos recursos fueron a la ESMA. Y, después, hubo una apertura de parte del gobierno nacional hacia la dinámica que venía; se reabrieron juicios porque la Corte Suprema declaró inconstitucional las leyes de impunidad y eso abrió la puerta para poder hacer juicios de nuevo. Entonces, cuando uno se mete en los detalles, se da cuenta que hay continuidades. Y las continuidades están, fundamentalmente, porque hay un movimiento social que demanda, que empuja y que permanece con distintos acercamientos o alejamientos con el gobierno, pero que tiene una tozudez que, históricamente, ha mostrado su eficiencia.

—¿Esas políticas son también signo de un consenso social o solo el resultado de una puja entre distintos actores?

—Que no hay consenso social te lo dicen desde las encuestas hasta las editoriales de los principales diarios. Con las políticas del gobierno actual, cuando hay funcionarios que te dicen que los derechos humanos son un curro o que hay que pensarlos a futuro y no hacia el pasado, empezás a ver que no hay un consenso. Yo creo que hay un consenso, en el que deben ser muy pocos los negacionistas, de que aquí hubo una dictadura, hubo violaciones atroces, desapariciones y secuestro de niños. No creo que haya gente que diga que eso no ocurrió. Pueden llegar a justificarlo, pero no hay duda: hay una verdad histórica establecida alrededor de eso. El significado de eso sí está en disputa para los distintos grupos.

—¿Qué reflexión hacés sobre medidas y retrocesos del último tiempo, respecto, por ejemplo, al intento del 2×1 en la condena a genocidas o al hecho de poner en duda la cifra de desaparecidos?

Lo que puedo decir, en primer lugar, en cuanto a las cifras es que todavía no tenemos una buena investigación que nos diga cómo fue la historia del número: cómo se fue rearmando y quién planteó qué número y por qué. Esa es una investigación que no está hecha y creo que es una deuda del mundo académico. La otra es una respuesta que le dio Vera Jarach a la canciller Angela Merkel cuando visitó el Parque de la Memoria. Vera estaba con un cartel que dice son 30 mil y así chiquitita y viejita como es, se acercó y le empezó a hablar sobre el silencio y el negacionismo. Y le dice “Ahora nos dicen que no son 30 mil. Los que saben cuántos son son los militares. Nosotros suponemos y decimos que son 30 mil, pero los que tienen el dato son ellos. El día que nos digan bien clarito qué pasó con cada uno, ese día, si tenemos que cambiar el número, lo vamos a cambiar”.

—Mencionabas también cómo se justifican ciertos hechos del pasado. En ese sentido, ¿cómo fue el proceso de construcción de memoria de las luchas sociales y revolucionarias anteriores a la dictadura? ¿Cómo se relaciona esto con la reaparición que vemos hoy de la teoría de los dos demonios?

—Estas son las luchas por la hegemonía y los sentidos del pasado. Y uno de los sentidos es cuándo empieza el pasado reciente. ¿El 24 de marzo? No, es una fecha emblemática, pero nada empezó ni terminó el 24 de marzo del 76. Hubo un periodo previo de una lucha política donde hubo grupos que optaron por la lucha armada. Ahora, cualquier persona que tenga una visión más o menos clara de qué quiere decir democracia y un Estado democrático sabe muy bien que el Estado dictatorial argentino no hizo un uso legítimo y legal de su fuerza, y que cometió violaciones que fueron mucho más allá de lo que el Estado está autorizado a hacer.


Toda violencia es condenable, pero una cosa es la responsabilidad del Estado y otra cosa es la responsabilidad de civiles: si hubo gente que se comprometió con la lucha armada en un Estado democrático, la manera de actuar del Estado es, en todo caso, llevarlos a un proceso judicial.


Hay otra cuestión acá, que es la que menos se discute, que tiene que ver con los movimientos de liberación. Y estoy pensando, más que nada, en las independencias africanas después de la segunda guerra mundial, que en todas hubo un movimiento armado. Ahí hay grupos que están dispuestos a romper la ley para un fin superior en ese caso. Toda liberación del colonialismo, incluyendo nuestras guerras de la independencia, fue contra un poder. Esas luchas, cuando logran su objetivo, transforman el sistema social y, si pierden, entonces, supuestamente, habría que aplicar la ley, no la violación a la ley que tuvimos en la dictadura.

Elizabeth-Jelin-entrevista-memoria-social-5-2—¿Qué particularidades ves en cuanto a las luchas y al trabajo que se ha hecho por la memoria en el interior de Argentina y en Córdoba en particular?

—Viviendo en Buenos Aires, es difícil responder porque el porteñismo es muy fuerte y, además, el gobierno ha hecho muy poco por respetar el federalismo, el anterior también. Me parece que cada lugar tiene su especificidad. Lo que ocurrió en Córdoba con los juicios de lesa humanidad, más allá de la figura emblemática que era Menéndez, es que hubo todo un operativo de acompañamiento muy importante que tuvo varias aristas. Por un lado, por la relación entre la construcción de archivos y las pruebas para los juicios, desde los informes de CONADEP para el juicio de los ex comandantes en adelante, la vinculación entre juicios y archivos es muy importante. Después, queda la cuestión de qué se hace con el juicio, cómo convertir eso en un archivo para el futuro, y lo que pasó en Córdoba, en ese punto, es bien interesante. El otro punto es el papel de trasmisión que tuvieron los juicios acá, que consiguieron que las escuelas vayan. Son experiencias muy marcantes y aquí, en Córdoba, se hizo mucho trabajo alrededor de eso, cosa que no pasó en otros lados. Acá, se juntaron instituciones, movimientos, el archivo, los grupos de los centros clandestinos, del D2, Campo de la Ribera, La Perla, más una sociedad bastante movilizada y se juntó una sinergia de muchas fuerzas que le dieron una centralidad muy grande a todo esto.

—Por último, ¿cómo se relacionan memoria y esperanza?

—En el mundo, en general, los activistas de derechos humanos están muy desilusionados, porque son años y años de estar haciendo cosas y sentir que el ideal está tan lejos como estaba entonces. Una colega, Kathryn Sikkink, escribió un libro en inglés que se llama “Evidencia para la esperanza” y ella cuenta sobre un activista norteamericano que decía que, para ser activista, hay que tener bronca, hay que estar indignado por lo que está pasando, pero también esperanza, el sentimiento de que vos –persona o grupo- tenés en tus manos la posibilidad de hacer algo, alguna diferencia en el futuro. En uno de los capítulos de mi libro, planteo que la construcción del futuro siempre va a ser conflictiva e inacabada: no hay un final feliz al cual llegamos. Y mucha gente lo ha tomado como una nota de optimismo: o sea, podés estar en un momento de repliegue, pero es un momento en la historia, no es el final de la historia. La esperanza implica que tenemos la capacidad como seres humanos de cambiar el mundo, sino es la apatía, la desesperanza y la desilusión. Memoria quiere decir que una ve el pasado en función siempre de un futuro. Las luchas por el pasado, en realidad, son luchas por el futuro, por el sentido del pasado que tengo hoy presente en función de un futuro deseado. En cada momento histórico, las luchas por el sentido del pasado son luchas para la construcción del futuro.

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*Por Lucía Maina para La tinta / Fotos: Colectivo Manifiesto

Palabras claves: Derechos Humanos, Dictadura Cívico-Militar, memoria

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