Georgina Orellano, el hada de las putas
Se define como puta, peronista y feminista. Es una celebrity, para algunas la invitada que le falta a Intrusos. Arranca su último año como jefa de las Putas Feministas, la agrupación que representa a las trabajadoras sexuales y que marca una grieta en el movimiento de mujeres, lesbianas, travestis y trans. Levanta la bandera de los derechos laborales, exige el derecho a decidir sobre sus cuerpos y que el abuso policial se reconozca como violencia de género. Georgina dio la vuelta al mundo defendiendo sus ideas y Random House prepara su biografía. Ella sigue haciendo la calle.
Por Stephanie Peuscovich para Anfibia
Llueve, por eso hay menos gente en la calle. Las putas dicen que los días de lluvia se trabaja más. Está en una esquina del barrio de Villa del Parque y un hombre desde su auto se acerca, baja el vidrio y le pregunta si está para salir. Ella lo reconoce: es El Mario, un cliente con el que sus colegas le advirtieron que debería tener cuidado. No quiere irse con él, por eso dice que sí pero multiplica la tarifa. Él acepta y la lleva a su casa. El servicio dura hora y media, consiste en un almuerzo, charlas, nada de sexo. Luego de algunos meses y encuentros fijos de dos veces por semana, le ofrece sacarla de la calle y pagarle una mensualidad a cambio de exclusividad como cliente. Georgina se niega y le dice que tiene un novio. Miente. Algunos días después El Mario la va a buscar a la esquina donde trabaja, la espera con una navaja y la amenaza. Georgina logra zafar. Después de ese encuentro, El Mario organiza una junta vecinal para echar a las trabajadoras sexuales de la cuadra con la excusa de que ellas llevan inseguridad al barrio.
—Como el tipo había llegado demasiado lejos, con las otras chicas decidimos llamar a AMMAR. A partir de su respuesta sentimos que no estábamos ni tan solas como habíamos pensado, ni tan solas como él había pensado.
Georgina conoció el trabajo sexual a los 19, trabajando como niñera. La madre de los tres chicos que cuidaba le decía que era empleada en un hotel. Cuando se enteró que el shampoo, los acondicionadores y las batas de baño venían de hoteles alojamiento, Georgina volvió a su casa llena de dudas. Hasta que un día su empleadora le contó que un cliente buscaba a una chica para que lo acompañara. Primero dudó. Después, no. Se encontraron en el bar de un shopping. Noventa minutos de pura charla duró el servicio, y cobró lo mismo que trabajando una semana como niñera. Después de la tercera cita se acostaron.
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Cuando Georgina Orellano se animó a decir abiertamente que trabajaba como puta -y no como empleada en una inmobiliaria-, hubo un tipo que casi se muere: el cliente que la había contratado como novia y que hasta la presentó como tal a su familia. El resto de su entorno –su mamá, por ejemplo- no le hizo historia. En 2014 Georgina se convirtió en la secretaria general de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR), un sindicato que considera la prostitución como salida laboral y forma parte de la Central de Trabajadores Argentinos. A los 28 años la mujer de Presidente Derqui y pasado santiagueño se consagraba, además, como la más joven en ocupar un cargo alto dentro de la CTA.
Este es su último año de gestión. Coincide con la época en la que sus pares adhirieron acaloradamente a la revolución de las mujeres, se reconocen “putas feministas” y profundizan sus argumentos para que el suyo también se considere trabajo digno, enfrentando el discurso de las abolicionistas que sostienen que el cuerpo no se vende, que no existe autonomía posible mientras dure la mano invisible de la explotación patriarcal. En estos años, además, AMMAR reflejó el recambio cultural y generacional: representa a mujeres que, como Orellano, entraron a este oficio como una salida a la pobreza y a también otras de clase media, estudiantes de arte, de filosofía y abogacía que están cansadas de los empleos flexibilizados y que encuentran en el trabajo sexual una opción laboral independiente, autogestiva, rentable.
Reivindican la putez, ponen el cuerpo de manera libre de cafiolos, se reservan el derecho de admisión. Sacan del closet sus cuerpos: menos barbies y más tatuajes, Lara Crofts XL con pelos violetas, chongas, travas, chongos, trolas, trans. El único pero: tenés que ser mayor de edad.
¿Es el fin del doble discurso sobre el consumo sexual? Con el oficio más viejo las putas feministas se instalan como la nueva actriz dentro los movimientos sociales y la economía popular.
Para las Putas Feministas es un momento clave. Por la participación creciente que lograron en los dos últimos Encuentro Nacionales de Mujeres, Lesbianas, Travestis y Trans y porque volvieron a la Marcha del Orgullo. Por la recepción transversal que tuvo la película Alanis, de Anahí Berneri. Ante el abuso policial, además de un sostenido trabajo de base –con base en Constitución- las AMMAR crearon la app PutySeñal e hicieron una encuesta propia para mapear el tema. Son parte de la campaña FUERTSA que busca derogar los códigos contravencionales que habilita a la policía a coimear y detener a manteros, prostitutas, vendedores ambulantes, hostigando especialmente a personas migrantes y trans. Piden que la violencia institucional sea considerada violencia de género. Y este es un momento clave, principalmente, porque se instala un modelo político represivo y conservador justo cuando ellas pelean una ley que las ampare y descriminalice.
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—Para una tarea de actividades plásticas a mi hijo le pidieron que dibujara el trabajo de sus padres. Entonces me dibujó a mí en una esquina, con un auto y la leyenda “Mi mamá es trabajadora sexual”. La maestra le tachó la palabra sexual y agregó social.
Georgina Orellano cuenta la anécdota sentada en la cabecera de la mesa de su cocina. Usa un vestido de lycra negro que le llega al final de la cola. Ella y su hijo Santino, el pequeño dibujante de diez años, pelo negro, ojos redondos y dientes grandes, viven en un departamento viejo: una habitación, una galería que funciona de living, un baño y esta cocina pequeña completan el piso que solía funcionar como vivienda del portero del edificio, en Balvanera. Hay libros por todos lados. Sobre la heladera, stickers y folletos, una foto de Frida Kahlo y otra de Kitty sado.
En la casa también está Tamara, mujer trans, salteña, 50 años, trabajadora sexual. Tamara le prepara el desayuno a Santino, pone leche a calentar.
Georgina cuenta que su papá murió cuando ella tenía 7 años, por mal de chagas. Que desde entonces su mamá entró a trabajar como empleada doméstica y ella y sus cinco hermanos quedaban al cuidado de sus vecinos. De su padre y su madre, ambos peronistas, dice haber heredado la tradición en la lucha sindical; y ya en el secundario de la Escuela Eva Perón, cuando cursaba segundo año participó de la construcción del centro de estudiantes.
Cría sola a su hijo.
Su voz es dulce y aniñada y su vocabulario es una compleja combinación entre el elaborado discurso político y la jerga barrial. Es dueña de una presencia de diva italiana, metro setenta y cinco de altura, manos fuertes y criollas. Lleva los labios siempre pintados de rojo, color que realza la separación que tiene entre las paletas de los dientes, igual que Madonna.
El papá de Santino no estaba dibujado en la tarea escolar. Corría el 2006 y Georgina quedó embarazada de un novio que conoció como trabajadora sexual. Cuando se convirtió en mamá, ella dejó de trabajar para hacerse cargo de su cuidado y retomar los estudios universitarios, ya no en Psicología sino en Ciencia Política. Cuando él los abandonó, ella volvió a ejercer el trabajo sexual.
Mientras habla sus ojos negros saltones parecieran salirse de su cara. De repente se para y se tira el vestido para abajo mientras grita: “¡Tamara, la leche!”, sale corriendo hacia la hornalla y apaga el fuego pero la leche ya desborda el jarro.
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Las trabajadoras sexuales también tienen su propio Stonewall: cada 2 de junio recuerdan a las 100 putas francesas que en 1976 reclamaron ocupando nada menos que a una iglesia en Lyon, Francia.
Por eso el 2 de junio pasado las AMMAR hicieron su primer Encuentro Nacional. La cita fue en el Hotel Bauen. Georgina dio inicio al debate sobre el contenido de una ley pionera que presentarán en la Cámara de Diputados este año. En la mesa también están su compañera María Riot y Martín Muñoz, abogado de la Mesa Nacional por la Igualdad. Discuten los 17 puntos del proyecto entre más de 30 trabajadoras y trabajadores sexuales que provienen de 12 provincias. La sala de reuniones del segundo piso del hotel está alborotada. Muñoz pregunta: “¿Tengo vuestra atención?”. Un joven le responde mirándolo fijo y mordiéndose el labio inferior: “Sí, siempre”. Georgina pide silencio, el auditorio calla y Muñoz puede volver a lo suyo. A lo largo de las 3 horas que dura la reunión ella dejará de escribir en su celular para pedir silencio en la sala o para intervenir y bromear con Muñoz: que se desabroche la camisa, que se saque los lentes, que desfile. Georgina es la voz cantante del “show, show, show”.
El trabajo sexual no es delito pero todos los lugares para ejercerlo están criminalizados.
Los puntos más importantes que debaten son la regulación de su trabajo, la jubilación a los 50 años y que psicólogos y ginecólogos no las traten como enfermas o traumadas. “Lo primero que te preguntan es si fuiste abusada de chica”, dice una joven que no supera los 25 años. Cuando hablan sobre la inclusión dentro del sistema previsional, una trabajadora de más de 60 advierte que su manera de demostrar que hace 40 años que se dedica a esto es enumerar la cantidad de detenciones que sufrió. Georgina interrumpe el debate para preguntar quiénes son veganos: hora de hacer un break.
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—Mucha gente que no conoce el trabajo sexual cree que chupamos 30 pijas por día. No es cierto. ¡Seríamos millonarias! Por eso los viejos son mis favoritos, cogen poco y pagan mucho.
Eva es trabajadora sexual desde hace 20 años. Conoció a Georgina cuando comenzaron los allanamientos en los “boliches” y “privados” a partir de la denominada Ley Vera. Esta ley contra la trata para explotación sexual modificó, entre otras cosas, el código de habilitaciones, y arrasó con los locales registrados como whiskerías, cabarets, boliches porque, según la norma, son prostíbulos encubiertos.
En AMMAR dicen que esta ley no sólo no las considera sino que las perjudica, por eso buscan complementarla, ampliarla. Su proyecto propone incluir derechos –acceso a la salud, vivienda, justicia, jubilación- y pone una condición para ejercer el trabajo sexual: ser mayor de edad.
El disparador del primer encuentro entre Eva y Georgina fue por eso. Eva quería asesorarse por el trato que todavía reciben durante los allanamientos policiales: los psicólogos las obligan a reconocerse víctimas de explotación, la policía les roba sus cosas, les clausuran los departamentos privados que muchas veces también son su vivienda. “Como la compañera no tiene adonde ir, corta la faja de clausura y ya incurre en otro delito”, dice Eva.
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—Si seguimos pensando que la concha es sagrada difícilmente vamos a combatir al patriarcado.
Georgina habló en el primer taller de trabajadoras sexuales dentro del Encuentro Nacional de Mujeres del 2015. En Chaco, el año pasado, planteaban reunirse en un solo taller y terminaron abriendo 5 en los que participaron 1000 personas. En el documento final plasmaron, una vez más, la necesidad de diferenciar el trabajo sexual autónomo de la trata con fines de explotación sexual.
Pidieron que se escuche su voz al pensar políticas públicas, informes sobre los resultados de las políticas anti-trata, acceso a planes de vivienda, respeto a la identidad autopercibida, talleres de educación sexual para quienes se inicien en el oficio, alternativas para quienes quieran dejar de ejercerlo, cupo laboral trans, libertad a Milagro Sala, juicio y castigo a los responsables del asesinato de Sandra Cabrera, acceso al aborto legal, seguro y gratuito.
Georgina cree que el debate regulacionista-abolicionista nunca va a saldarse. Pero confía en que dentro del movimiento pueden convivir las dos posturas sin que ningún sector sea expulsado. “Este es un trabajo que algunas elegimos y que otras prefieren dentro de las pocas opciones que se tienen por ser parte de una clase trabajadora”.
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En @GeorOrellano, su cuenta de Twitter, escribe:
Ser feminista es darle derechos a otras mujeres y la oportunidad de elegir cosas que no necesariamente elegiríamos para una.
Y dirán que están contra la trata de persona pero seguirán comprando en Zara y Adidas y consumiendo alimentos hechos x la esclavitud de otrxs trabajadorxs. xq la trata laboral en talleres textiles o campos no las conmueve tanto.
Mientras todxs explotamos nuestro cuerpo o una parte del mismo en este sistema capitalista, las putas somos las unicas trabajadoras q causamos conmocion a la burguesia.
Basta de puritanismo en el feminismo.
Las putonas les queremos decir que no por Puta nuestro testimonio pierde validez.
No x Puta pueden abusarte.
No x Puta pueden acosarte.
No x Puta puden hacer con vos lo que ellos quieran.
Las Putonas queremos q entiendan que ya NO nos callamos mas, que viva nuestra Putez!
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Georgina Orellano se había olvidado que tenía una call con un financiador extranjero. Llega volando a la sede de AMMAR en San Telmo. Habla por teléfono, la organización internacional le comunica que les sacará el financiamiento que ellas pensaban usar para seguir con sus campañas de difusión y prevención. Les pide un año más, para poder organizarse y ver cómo continuar sin esa plata. Mientras sigue hablando guiña un ojo, sonríe. Lo logró. “Es importante concientizar a las compañeras para que aporten a la organización así no dependemos de la ayuda de nadie.”
La jefa de AMMAR pudo aceptar ser su secretaría porque pactó exclusividad con un cliente; a cambio de tres encuentros semanales le pagaba buena plata. El acuerdo duró un año.
Ahora Georgina piensa qué hará al terminar su mandato. Está cansada. Desfiló por estudios de televisión, de radio, salió en diarios y revistas promoviendo la regulación del trabajo sexual. Recorrió aeropuertos: tejió redes con pares de Latinoamérica y de Europa.
Lo que quiere Georgina es volver a trabajar como siempre. Los días de semana con clientes fijos. Y los sábados hacer la calle, donde dice que le va bien.
*Por Stephanie Peuscovich para Anfibia. Foto: Nora Lezano.