Conversaciones con una mujer mapuche (Primera entrega)

Conversaciones con una mujer mapuche (Primera entrega)
9 octubre, 2017 por Redacción La tinta

Por Redacción La tinta

Nos contactamos con ella y no dudó en recibirnos. La única condición fue no hablar del conflicto actual ni identificarla. En tiempos de guerra abierta, el auto-cuidado y la autodefensa en comunidad, es fundamental. Le preguntamos si era momento de entrevistas; si prefería podíamos dejarla para más adelante. Ella, mujer-medicina del pueblo mapuche, agradeció el gesto. Nos explicó que difundir su cultura, su cosmovisión y en particular el entendimiento que como pueblo mapuche tienen del patriarcado, desde una predisposición a la escucha, es fundamental. Prendimos el grabador.

Empezó a hablar y vimos sus palabras aparecer como un torrente desde algún lugar que no conocemos. Atentas, nos esforzamos en comprender ese otro lugar sabiendo que allí está parte de la clave del proceso de descolonización. De realmente pensarnos, sentirnos y ubicarnos desde otros sitios.

Comprender la cosmovisión mapuche es imprescindible para entender los conflictos actuales y las luchas que se desatan después de cien años de silencio. “Colonizados estamos todos, pero a los mapuches nos obligaron a ser argentinos y a responder a las leyes y a una jurisdicción que no es nuestra. Toda la forma de ordenarse, lo tuvimos que soportar y lo estamos soportando. Nuestra forma de hacer justicia es distinta, nuestra forma de ordenarnos es diferente. Anda a decirle a un juez que nosotros vamos a hacer las cosas en dualidad. Anda a explicarle a un juez que nosotros siempre decimos la verdad por una concepción espiritual”, nos dice la mujer mapuche

Ese otro lugar: la dualidad

La hermana nos contó que desde nuestra llamada pensó cómo hacer para que pudiéramos comprender sus palabras, este otro paradigma desde el que los mapuches viven el mundo y “que no tiene nada que ver con occidente”. Hablar de cuestiones de género implica necesariamente que comprendamos ese otro lugar, para no juzgarlo desde el abismo cultural.

Empezó por el idioma, el mapudungun, una lengua que admite tres maneras de conjugar los verbos: en singular, en plural y en dual. Este último vendría a ser (mal traducido según especifica ella) “como un `nosotros dos´ (…) eso ya te marca una forma de pensamiento bien diferente y una forma de hacer las cosas diferente, de a dos”.


En el pueblo mapuche la palabra zomo significa mujer, “pero en realidad significa la que sabe un poco más, la que tiene un poco más, porque ella es la que tiene el útero. Entonces por lógica si tiene el útero y sabe crear la vida y sabe gestarla y tiene en su cuerpo ese conocimiento, tiene que saber algo más (…) o sea es más fuerte, tiene secretos, tiene la vida en su vientre”. Así nos explica la hermana, para que el varón pueda acceder a un conocimiento espiritual tiene que estar con una mujer, acompañándola, “cada mujer somos el fuego del varón en el sentido que somos su fuerza, somos su amor, el que mueve entonces es el fuego de la mujer y podemos sostener, acompañar y guiar a un varón”.


En cada ser existen energías femeninas y masculinas, que pueden desarrollarse más o menos intensamente independientemente de su cuerpo. “La dualidad para nosotros es tener dentro esas energías equilibradas”. El pueblo mapuche tiene como principal valor el equilibrio y lucha por él, “tiene que estar siempre y como somos parte de la tierra no podemos romper ninguna de sus leyes. Y las leyes de la naturaleza son reales, las del hombre no, el sol sale por el este, y el este no es un punto, es una zona, y conocemos el cielo y sabemos de la luna… ¿saben cómo se dice menstruación en mapudungun? küyentun que quiere decir encuentro con la luna. Así de profundo es. Küyentun”.

La dualidad es un concepto básico para comprender la cultura mapuche y el rol de las mujeres en ella. Las ceremonias, nos contó, es un buen ejemplo para comprender su cosmovisión; “cuando hacemos ceremonias hay distintas formaciones, nosotras hacemos un rehué que es un círculo de piedra donde prendemos el fuego, que es sagrado, ancestral, el kütral (…) nos formamos en semicírculo, no en círculo completo, porque del otro lado están los ancestros, entonces, nosotros concebimos el mundo tangible y lo intangible como parte de lo mismo. Ahora bien, para entrar al mundo de lo intangible nosotros entramos en dualidad, no entramos solos (…) La ceremonia va marcando esa fuerza dual”.

En nuestras cabezas se dibujaba ese círculo de piedra y los dos mundos integrados del que nos hablaba la hermana. Casi podíamos escuchar nuestros engranajes mentales tratando de procesar lo que nos decía. Dualidad.

“Si nosotras tenemos fuerza femenina y masculina equilibrada y el varón tiene su fuerza femenina y masculina equilibrada, hacemos un meli, un cuatro, y el cuatro es lo que sostiene todo, una mesa, una silla. Algo que tiene cuatro es difícil que se caiga. Y en equidad. En círculo siempre porque es una figura sagrada de todos los pueblos de Alaska a Tierra del Fuego. Somos todos iguales e indispensables para ese círculo. No puede faltar ninguno, si alguien se sale del círculo se debilita la fuerza”.


Durante la conversación nos explicaba que a las mujeres, el lado masculino es el que nos hace dar, salir. Es la fuerza del sol, el poner el pecho. Pero tenemos que estar alertas: “Muchas mujeres en este último tiempo han tenido que salir con todo su lado masculino (…) pero se han debilitado en lo femenino, en la receptividad (…) ponemos el pecho, pero nos cuesta un montón recibir, nos cuesta un montón querer, nos cuesta un montón dejarnos querer”. Nos reímos en complicidad.


Estas fuerzas del varón y de la mujer se muestran complementarias: nosotras “tenemos más tierra y más agua, las mujeres podemos materializar porque tenemos útero y tenemos el dominio de la creatividad a partir del agua. El Agua en la panza, ahí está la creatividad y la conexión a través del ombligo con el universo y la ancestralidad. Es decir, de este ombliguito mío me conecté con mi madre y ella con su madre y así”. Mientras ella hablaba, pensamos en nuestros ombligos, en nuestras madres, en sus ombligos y en el de las abuelas y bisabuelas. Llegamos hasta ahí, nuestra ancestralidad estaba recortada a unas pocas generaciones. La mujer seguía, «y el varón tiene la fuerza del fuego y del aire. Y si nosotros vemos bien no hay ninguno de esos elementos separados en la naturaleza. El fuego necesita del aire, de la leña que es tierra y agua y tiempo. Entonces todos somos indispensables, no hay diferencia entre nosotros de poder”.

Por momentos la mujer parece tomar caminos paralelos con sus palabras y sospechamos que también es distinta la forma de construir los relatos. Ella vuelve a cruzar los conceptos y las sospechas se vuelven certezas: “El agua y la tierra son sagrados, tienen espíritu que es sagrado, ancestral. Y cuando hablamos de sagrado hablamos de ¡EL INFINITO! Y la conexión de las aguas con la luna. Una red invisible con la luna que nos une a todo para ser quienes somos (…) ¿Y qué pasó en la historia? ¡nos cortaron el ombligo!”. Con esa simpleza nos explica por qué sabemos apenas el nombre de algunas abuelas, o desconocemos su historia y de dónde venimos.

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La comunidad

Para hablar de libertad, la mujer necesitó remitirse a los cuerpos mapuches curtidos en la lucha, porque antes de eso no era necesario el concepto de libertad, no existe en mapudungun “porque es una condición del ser, la tuvimos que nombrar después que la perdimos. Entonces es una diferencia sustancial, nosotros sabemos que nacemos libres”.

Nos cuenta un ejemplo para que entendamos: “la palabra guagua era una forma de nombrar a los niños hasta los dos años, hasta que tenían espíritu y el abuelo lo nombraba, porque el abuelo entendía el espíritu de ese niño y ahí le lega el nombre, pero no antes. Eso habla de un respeto por el ser que está viniendo… y no hay que determinarlo, entonces ese niño tiene dos, tres o cuatro años para manifestar su espíritu y ya (…) cada niño es el niño”.

La comunidad tiene un rol de suma importancia en la crianza de los niños y las niñas y eso, explica, “sirve para entender esta diferencia con el patriarcado. Los niños son niños de todos, niños de la comunidad, entonces los cuidamos entre todos (…) son hijos de todos y son muy respetados. De hecho su pureza y su sabiduría son increíbles al igual que los abuelos, los abuelos son la experiencia y son los abuelos los que nos van a guiar el camino”.

Parecía como si la mujer adivinara las preguntas que se dibujaban en nuestras cabezas, y armaba un rompecabezas para ayudarnos a entender: “Nosotras las mujeres nombramos a todos como lamien, hermano o hermana, porque las mujeres no diferenciamos si sos varón o sos una mujer, sos un ser. El varón sí tiene que diferenciar si es un varón o es una mujer porque ellos tienen la semilla, tienen la fuerza para penetrar”.

Y otra vez, para que entendiéramos, ejemplificaba, “yo llego a estar con mi pueblo y yo soy la lamien y por ahí no nos hemos visto en la vida, pero ya nos miramos y ya nos conocemos y nos respetamos mucho entre nosotros. Y no está esa cuestión de tensión sexual que si mantiene el occidente entre el hombre y la mujer”.

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“Presos del patriarcado”

“En el siglo XX el varón fue obligado a no sentir, por las guerras. Si criábamos un hombre sensible lo hacían mierda (…) un varón tenía que dominar las emociones, pero en vez de dominarlas, como sí hacemos nosotras, las reprime y al reprimirlas sale la violencia pues”.

Como mujer-medicina nos cuenta situaciones en las que varones sentían dolencias corporales sin que pudieran relacionarlas con las emociones que los atravesaban. “Veo a los varones realmente muy mal pero con ganas de seguir naciendo. También veo a muchas hermanas que repiten el modelo patriarcal, poniéndose en el otro extremo, porque las mujeres tampoco somos superiores a ellos. Somos complementarios. Esa es la dualidad”.

Reconociendo su energía femenina y masculina, ayuda a sus hermanos a encontrarse con sus propias energías sin tapujos. “Entonces hablo directamente: ya saquemos el foco de lo sexual, deja de molestar, somos mucho más que eso. E inclusive si vamos a hablar de sexualidad, hablemos de sexualidad sagrada, hablemos de entrar en trance, hablemos de que el sexo está hecho para algo y no solo para procrear, está hecho para una comunión, una común unión con el otro ser para doblegar una energía, para superar esa energía y entre las dos personas llegar a ese mega orgasmo que es la divinidad misma. Ahí te llegan mensajes y te abre canal y carajo si logras eso con un compañero, metele pata porque por ahí es la sexualidad verdadera”.

Los y las mapuches tocan un instrumento llamado trompe utilizado antiguamente cuando una pareja se unía: “Se tocaban el trompe mutuamente para tener una relación sexual, e ibas a tener una relación sexual en estado de conciencia elevado, allá, no acá en lo genital, como ha sido el patriarcado. (…) Es una cultura falocéntrica donde está el occidentalismo, y los mapuches no tenemos nada que ver con eso”.

Seguimos conversando mientras la luz se fue yendo de a poco del patio custodiado por los cerros. La luna se asomaba, roja, enorme, magnética. “Esto es kimün, conocimiento de mi pueblo, y es de todos, no es mío”.

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*Por Redacción La tinta.

Palabras claves: mapuche, mapuches, pueblos originarios

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