Conversaciones con una mujer mapuche (Tercera entrega)

Conversaciones con una mujer mapuche (Tercera entrega)
25 octubre, 2017 por Redacción La tinta

Por Redacción La tinta

La lamien siguió hilando generosamente el kimún mapuche. Identidad es una palabra fuerte en nuestro pueblo. Los y las negadas, asesinadas, desaparecidas luchan por recuperar su identidad, masacrada siempre por representar ese otro a destruir. El ser nacional construido sobre la sangre de los que no entraban, y constituyendo el enemigo interno.

“No es signo, no es símbolo.
Es todo lo que no tiene palabras.
Sabes? Sentís?
Vibra en la planta de los pies,
vibra.
Vibra en constante aumento.
Es la tierra
es ella,
es su centro,
su rodeo,
su vuelta alrededor del sol,
de los otros soles que no conoces,
m o v i m i e n t o s,
sociales, culturales, espirituales,
de identidades, de pertenencias, de decisiones, de igualdades”.
(Intangible, fragmento, Natalia Rivas)*

“Si a ustedes les está dando rabia todo esto que está pasando, imagínense para una persona que descubre su identidad, que sus abuelos fueron esclavos, que no le contaron la verdad, que se pasó gritando en el mundial de fútbol por un país que lo doblegó, que tiene otro conocimiento, que tiene una forma de vivir diferente y que fue invadido y obligado a ser distinto”.

“En los hijos de mis hijos renaceré”

“De los muertos que vuelven a ser vivos
en las manos de los nadies concientes
de los nadies despiertos,
que vuelven en grito,
en haceres,
en decisiones que comienzan a quebrar lo decidido por los otros,
los de doble nombre vacío de contenidos,
de los otros que no comprenden más que sus posibilidades”
(Intangible, fragmento, Natalia Rivas) 

Calfucurá decía que en los hijos de sus hijos volvería a renacer, que en la cuarta generación volvía la fuerza. Hoy muchas de las que comienzan a reconocerse mapuches son la cuarta generación de quienes tuvieron que comenzar con los cien años de silencio.

“Mi madre y mi padre no se reconocen mapuches, no tienen por qué. Por el kimún nuestro nosotros sabemos que es nuestro bisabuelo el que nos hereda genéticamente, nosotros tenemos recuerdos de ellos, y su impronta queda en nosotros”. La memoria genética de su bisabuelo se activó en ella. Ese bisabuelo que vivió la guerra en su territorio. A la lamien, y a todos los hermanos de su generación, les toca sanar eso. “Yo vivía procesos de angustia, de miedo, de rabia que no sabía de donde carajo venían, y cuando encuentro la historia de mis bisabuelos dije: `¡ah! ¡Mira! Esto padeció ella, esto me lo está contando'».

La mujer hace una pausa y nos explica que “la muerte es el olvido”, y que es tarea urgente nombrar a los ancestros: “Calfulcurá vive en mi, Purrán vive en mi, Saihueque vive en mi, Mengrú vive en mi. Yo los recuerdo, soy ellos, si no fuera por ellos yo no estaría aquí. Entonces honro su vida, honro su existencia”.

Así se dibuja la identidad, buscando en las conexiones del pupo y entendiendo que con nuestra existencia no empezó nada, que somos una continuidad nada lineal.

La transformación
“Sangrando con sangre se cierra la herida,
abrepuertas, abrecaminos,
abrecorazas, abrecoraje,
abretodo, abre la danza.
(…)
sacúdete, se viene la materialización de la magia.
Mística y política, social y solitaria.
Lucha abierta de la intuición”
(Intangible, fragmento, Natalia Rivas)

La hermana nació en un hogar occidental, y este desarraigo tiene cien años. “Después de la campaña, pasó un proceso terrible (…) la captura de mujeres y niños, los pocos que habían quedado… primero le cambiaron los nombres, yo tengo un nombre argentino que no es el real, tengo el nombre del capitanejo que mató al Calfulcurá, no quiero ese nombre, pero esa gente se adueñó de la tierra de mis ancestros y a todos nos pusieron: Gonzalez, Ortega, Rodriguez, nombres criollos. Los niños fueron separados de sus madres, llevándolos a estancias, diciéndoles que los habían abandonado, que sus padres habían muerto, como fue el caso de mi abuelo”.

Es en ese momento que las autoridades espirituales deciden el silencio, el grito MARICHIWEW, “que en diez veces diez volveremos. Ya pasaron los cien años”. Nos resulta difícil imaginar la dureza de silenciarse como pueblo durante cien años. Sus abuelos, nos cuenta, se daban estrategias cotidianas, chiquititas, para hacer perdurar los valores y principios del pueblo mapuche: “mi abuelo me ponía en una sillita para dormir la siesta (…) y el en vez de contarme cuentos me hablaba de mi tobún, de donde él había sido, yo me dormía imaginándome eso (…) una vez cuando yo tenía cuatro años, me lo dijo mirándome a los ojos: `no te olvides nunca de esto, el hombre es su palabra. No mientas´”. El valor de la palabra, valor mapuche, la entrega, la generosidad, la calma, la espiritualidad, la huerta, las aromáticas y yerbas medicinales. Transmisiones silenciosas.

Sus abuelos tuvieron que callar y ser criados argentinamente, sus padres no recibieron entonces el kimún. Y a ella le tocó ser cuarta generación. Sintió rabia y angustia. Enterarse de la esclavitud de su abuela, preguntarle sobre el pueblo mapuche y que no se animara a hablar, y convencerla para que no muriera sin contar su historia.

“Hay un momento en la recuperación de identidad que es muy confuso, y una tiene que desaprender. Entonces lo primero que me dicen los mapu es que me tenía que sacar lo de huinca… ´-¿cómo qué?- decía yo con un pucho, un Philip Morris. Y me mira el lonko: -como la ansiedad pues, la ansiedad no es de nosotros. -¿Y cómo? -Y porque la ñuque marca camino, porque hay que confiar, porque una viene a esta vida a algo y todas las cosas que van pasando tienen un sentido”.

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El nosotros

“Nosotredades.
Somos nosotros.
Ni tú, ni yo.
Nosotros los que le daremos al mundo el próximo hijo del próximo paso.
El próximo avance, el próximo prójimo,
el que a tu lado levantará la armonía en la mirada”.
(Intangible, fragmento, Natalia Rivas) 

Los mapuches comprenden que la posición de una pasa a un segundo plano, que uno está al servicio de una fuerza más grande. Entonces la aceptación se transforma en algo muy importante para la sanación, “así son las cosas, uno las comprende y deja de ser uno para ser un todo”. Justamente ahí se produce el encuentro con la espiritualidad. “Eso desde la cabeza occidental es muy difícil de entender porque no conocen el espíritu, están fragmentados. La cultura occidental dividió cuerpo, corazón, mente y espíritu. Y puso su espíritu en manos de religiones, sean cual fueran. Entonces necesitás un intermediario para que te baje la palabra, nosotros no”.

Recuperar la identidad, y transformarse desde cosmovisiones tan disímiles, es un proceso complejo. “Yo he visto hermanos que son mapuches que no lo saben, que tienen los mismos problemas, en la escuela, con la autoridad, en la iglesia, para tener trabajo en relación de dependencia, porque no somos así nosotros”. Hay más patrones comunes: una comunicación muy fuerte con la tierra y el espíritu desde niños, “vivimos la vida de otra manera, y no encajamos en lo winka ni a ganchos”. Todos sienten adentro un vacío que completan cuando se reconocen mapuches, “porque te cambia la sangre (…) porque entiendes que tienes sangre de un pueblo milenario”, en que no hay ego, en el que se contempla el mundo más de lo que se lo piensa e intenta explicar, “¡es así y es hermoso así!, para qué lo quiero entender tanto, si lo disfruto más bien”.

La lamien seguía en su intento de que entendiéramos la distancia de perspectivas, de sentires, de modos de pensar.
De sus bisabuelos pudo rastrear sólo de dónde eran. “Durante miles de años mis ancestros han estado ahí, entonces yo soy de ahí, esa es mi fuerza, mi kupal, mi lugar de origen. Yo no nací ahí, nací cerca, pero lo soñé muchas veces antes de llegar, y mi abuelo me contó, entonces siempre supe. Y cuando llegué a esa tierra dije `esta es mi tierra, es más, yo soy de acá, como esa montaña, ese río, este lugar del mundo, yo reconozco este lugar, me acuerdo´. ¿Cómo?, no sé qué cuestiones científicas hay, si es que las hay, pero sí sé que mi espíritu reconoce eso”.

“Llanto consciente de limpia libertad.
Tu color me guía.
Tu pasión es la mía.
Canto. Canto. Sueño. Sueño.
Y sólo puedo abrazarte, abrazarte infinitamente vida.
Y en ella la muerte me impulsa a amarte siempre y para siempre”.
(Intangible, fragmento, Natalia Rivas)

*Por Redacción La tinta.

*Natalia Rivas es una mujer, recomendada por la lamien con la que mantuvimos la conversación, que comenzó el proceso de recuperación de su identidad mapuche hace algunos años. La hermana nos leyó este poema sobre el final de la charla. Reproducimos sólo algunos fragmentos.

Palabras claves: mapuche, mapuches, pueblos originarios

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