Conversaciones con una mujer mapuche (Segunda entrega)
Por Redacción La tinta
La luna se levantaba roja, poderosa, magnética. Nosotras no la habíamos visto todavía, seguíamos escuchando a la mujer que dejaba caer las palabras, el kimun de su pueblo, sabiduría ancestral.
Convencidas de la importancia de comprender la mirada de los hermanos y hermanas mapuches, nos esforzamos en ubicarnos en ese otro lugar, sabiendo que allí está parte del urgente proceso de descolonización. Violencia, amor, libertad, patriarcado, fueron algunas palabras que guiaron la charla.
Mundo winka: desequilibrio, odio y violencia
En la primera parte de la conversación la hermana nos explicó cómo se ordena el pueblo mapuche y cómo viven el mundo. Intentó así que comprendieramos más cabalmente, ese otro lugar en el que están, “que no tiene nada que ver con occidente”.
Ahora la charla se fue adentrando, y en un tono que se debatía entre la esperanza y la desesperanza, le pedimos a la lamien que nos compartiera su experiencia y mirada sobre la violencia de género, si es que esta realidad también golpea y preocupa a su pueblo, si es que la viven y cómo la enfrentan. Su respuesta fue sincera, clara, como sinceras son las mapuches, que saben que la palabra tiene espíritu, que la vida es un círculo, y que todo lo que va, vuelve. “Sí, es cierto que hay machismo. Llegó el machismo, como llegó el alcohol, como llegó el ego, como llegaron muchas cosas… nos estamos limpiando de todo eso”.
También los mapuches caminan la lucha por “desawinkarse”, por volver al equilibrio. Comprenden que lo que nos pasa, es parte del legado de la colonización y la argentinización: “Estamos transitando un momento fuerte, el sistema patriarcal nos ha destruido el alma, y hay muchas hermanas que están ofrendando su vida para que despierte. Es terrible lo que está pasando con las mujeres, los feminicidios, la trata de blancas, las desapariciones de mujeres. Más… ¡qué ofrenda hermanas! tremendo… porque todas esas mujeres han muerto es que se ha levantado la mujer. Y además sabiendo que el espíritu no muere. Entonces, es una ofrenda”.
Pero, insiste, ese desequilibrio nos pasa y afecta a todos/as, internamente y como comunidad que somos. No hay salida posible si no logramos hacernos cargo de esa violencia, en toda su profundidad y extensión. “Hoy radicalizarnos en el género es continuar con la diferencia, pero no la diferencia como diversa, sino como una diferencia destructiva”. Nos cuenta que en su historia personal pensó que “el hombre no tiene corazón”, y nos mira como descubriéndonos un secreto, “sí lo tienen, y sufren, y padecen más que nosotras el patriarcado muchos de ellos”. Es necesario, explica, pensar qué despierta la ira en un hombre que mata, “para llegar a ese extremo tiene que haber tenido extremo dolor que le despertó toda su ira. Porque la única emoción que tienen permitida los hombres es la ira”.
Suspiramos pensando, tal vez, en toda la violencia que conocemos bastante. Ella como respondiendo nos dice que el primer paso está en vernos y asumirnos “en toda la porquería que podemos llegar a ser”. Nos dejamos salir de los discursos prefabricados, para escucharla también como mujer que estuvo en situación de violencia durante años: “Yo también fui violenta, y me hago cargo. También hice mierda al hombre que estaba al lado mío, y hoy no lo padezco porque no creo que es él quien me hizo eso, yo también colaboré con eso. Y gracias a que lo reconocí, me sané, porque reconocí también mi porquería. Y también gracias a eso, este varón está sanando”. Eso, nos explica, es equilibrar la fuerza, y dentro del kimun del pueblo mapuche, esto se hace de a dos, una al lado del otro, ni adelante, ni atrás. “Si nos polarizamos y nos seguimos peleando, seguimos siendo la misma huevada, nada más que ahora empoderadas. ¿Pero empoderadas desde qué lugar, hermanas? (…) si te vas a empoderar para seguir odiando, no te has empoderado, sólo sigues odiando”.
Cercar al patriarcado, despertar la energía femenina
En San Carlos, los weichafes (guerreros de la comunidad) tuvieron que enfrentar en una ocasión a un violador winka que estaba haciendo estragos en la comunidad. Lo llevaron a la plaza y comenzaron a “chuzearlo” (apuntarlo con las lanzas, pero sin tocarlo). El violador murió, sin un solo golpe, murió de puro miedo, cercado por los guerreros.
La lamien reconstruye la imagen y, con nosotras, le habla a los varones: “Es responsabilidad de ustedes cambiar eso, ustedes tienen que cercar al macho patriarcal, interno y el de afuera, desnaturalizar el patriarcado (…) Y despertar la energía femenina, porque este es el tiempo, y esto lo dicen los abuelos del norte, lo sabe todo el mundo ya, los que están en este camino, este es el tiempo de la energía femenina, no de las mujeres, de la energía femenina, que tenemos todos”.
La lucha contra el patriarcado, no es ni puede ser una lucha de mujeres. Es, en todo caso, una lucha por la libertad, desde las distintas expresiones de la vida. Y la hermana sigue repitiéndonos la importancia de la fortaleza, de estar tranquilas, confiadas, pero preparadas. Para el pueblo mapuche, un weichafe, una weichafe, debe cultivar el valor y la cualidad del newenche, que podríamos traducirlo como el ser valiente, ágil, fuerte. Prepararse día a día para condiciones físicas y psicológicas cada vez más exigentes en la resistencia.
Y es que sin newenche, no hay resistencia posible en un escenario tan hostil, tan plagado de violencias y despojos. Eso lo saben las machis, y así es que orientan a su pueblo. Sonriendo nos cuenta una anécdota: “Hay una historia muy bonita que pasó en Neuquén. En Pulmari hubo una gran resistencia en los años ochenta, esto lo contó Roberto Ñancucheo, lo escuché en Aluminé, al lado del fuego. Nos contó que estaban haciendo la resistencia en la ruta y hacía muchísimo frío. Tenían que estar mucho ahí, entonces los varones la primera noche todo bien, y la segunda noche ya: `che, ¿y si nos vamos turnando?´, y todo se lleva a consenso. Entonces habla la abuela, que estaba revolviendo el guiso de la olla popular, y dijo: `yo digo que si ustedes se quieren ir, váyanse, acá nos quedamos las puras mujeres´. Así quedó”. Sonreímos con orgullo. La mujer sabe algo más, por eso de tener útero, entonces nos cuenta que cuando tienen que tomar una decisión, “si un lonko dice una cosa y la machi dice otra, se sigue la palabra de la machi, porque ella es la que sabe de otras cosas, mucho más allá de este plano”.
El tejido, el amor y la libertad: esa ancestral fortaleza
Y entonces, de a poco, fuimos entendiendo en la conversa que somos un tejido, y que lo que nos está pasando, también está entrelazado. Equilibrar las fuerzas, reconstruir un paradigma que tenga que ver con el respeto, puede sonar a desafío imposible en el mundo actual, puede inclusive sonar a “pacifismo bobo” si no rompemos la métrica winka. Pero culturas ancestrales nos enseñan que pudieron hacerlo, que lo están haciendo.
“Nos han confundido con el amor romántico, capitalista, patriarcal, pero el amor es una energía, no es un sentimiento, es un estado de andar amando (…) no es que estoy enamorada ¡estamos todos enamorados, viviendo!… preocupados cuando hay problemas, nos juntamos y estamos todos así, escuchándonos, y pensando como el otro piensa, qué me puede transmitir, qué puedo decir, armando un pensamiento (…) entre todos compartimos y generamos un pensamiento, un sentir, una postura, un consenso. Y ahí está nuestra fuerza grande”.
Una “fuerza grande” que sólo emerge del encuentro, de la conciencia de que la vida es un círculo, que recibes lo que das. “En las relaciones, lo primero que establecemos es que somos lamien. Cuando yo me he enamorado de algún hermano y hemos tenido vínculo, lo sigo teniendo porque es mi hermano. Entonces lo respeto, carajo ¡porque es mi hermano! Lo quiero como es él, qué importa si estamos en vínculo o no. Ante todo, somos lamien (…) los respeto y me respetan por quien yo soy, aunque me equivoque, y si no voy por buen camino `venga pa’ acá´ y te lo dicen con respeto y al lado del fuego, y ahí uno aprende a ser en la vida, generoso”.
Cuando hay tejido, hay responsabilidad y libertad, hay una comunidad que responde por una, un pueblo que acompaña, defiende y se levanta. El kimun mapuche sabe -y dice- que “si uno cae, diez se levantan”. Y la lamien advierte “no es cualquier frase… uno cae y diez nos levantamos. Y atájense, porque somos fuertes; no somos violentos, somos fuertes. Entonces si pudieron con uno, como con Santiago, ahora se han levantado miles, porque el brujo ese valía por millones de personas, si uno de nosotros cae, diez nos levantamos. Eso hace que sepas que nunca vas a estar solo, y que responde una comunidad completa por ti”.
Para el que mira sin ver, la tierra es tierra no más
Otro gran concepto para los mapuches es ser parte de esta tierra. Si están en un lugar es porque son de ahí, porque sus ancestros son de ahí, porque su vida es ahí. “El territorio para nosotros no es un pedazo de tierra, es todo”.
El mapuche es parte del universo, y defiende la tierra de donde es, “porque se está defendiendo a sí mismo, si lo sacan de ahí, en otro lado no es”. La lamien nos pregunta cómo lograr que el argentino comprenda que ellos no quieren tener la tierra como recurso. No tenemos respuesta, en la cabeza occidental difícilmente pueda entenderse eso. “Además el daño que hoy dan lo recibirán sus hijos. El occidental no piensa en su descendencia, piensa en él nomás. Creen que nació el mundo cuando nació él”. Por eso, nos dice, la importancia de reivindicar a los ancestros, y nos insta a averiguar sobre nuestros abuelos, que los nombremos, les hablemos y les pidamos consejos. Nos insta además a que nos relacionemos con la tierra, el fuego, el viento, porque “ahí llega otro kimun, otro conocimiento a tu vida que es el infinito, y ahí trasciendes la muerte, porque la muerte es solo un estado más”.
Su rostro se ve cruzado de tormenta, y sin embargo es claro. Habla desde un profundo cansancio, y sin embargo la sentimos llena de energía. Nos cuenta sus preocupaciones, entre sonrisas y gestos tranquilos. Vuelve a preguntarnos: “¿Cómo explicarle hoy a estos argentinos que están hablando tantas tonterías? Ellos creen que nosotros pensamos igual sobre la tierra y sobre el género y sobre todo. No, pensamos distinto”. Y esa diferencia la ofrecen como un aporte de un pueblo originario, nación preexistente, pueblo mapuche, una de las treinta y ocho naciones preexistente en lo que hoy llamamos Argentina.
“Hagan lo que hagan, siempre vamos a estar, porque nosotros somos hijos de la tierra, y la tierra está aquí, y eso lo sabemos. Si yo muero, moriré, voy a volver, y dejaré lo más que pueda, en la siembra”.
Le agradecemos las palabras. Nos dice que no es nada, que esto es de todos, no de ella, que sólo lo transmite. “Esto es kimun de mi pueblo”.
*Por Redacción La tinta.