La sana costumbre de arder en preguntas
En tiempos de posverdad y arrastrando el histórico silenciamiento de las infancias, hay un grupo de filósofos, investigadores y docentes que apuestan a otro modelo educativo, Filosofar con niñxs: abrir el diálogo y transformar las preguntas en más preguntas.
Por Julieta Pollo para La tinta
A través de actividades y juegos, Filosofar con niñxs estimula el pensamiento crítico y creativo de los niños para que puedan no solo expresar sus necesidades, intereses, sentires y pensamientos, sino también elaborar sus propias percepciones acerca de ellos y del mundo que los rodea. Habilitar un espacio en que los chicos puedan hablar por ellos mismos y en el que no exista una respuesta adulta preconfigurada a todas sus preguntas, abona el camino hacia la construcción de su identidad y el ejercicio de su participación en tanto niños —y no como proyectos a futuro—. La Tinta conversó con Sergio Andrade, Magalí Herranz, Constanza San Pedro y Matías Borrastero, integrantes del proyecto, acerca de la sana costumbre de arder en preguntas para pensar otras infancias, más libres y autónomas.
El primer chispazo de Filosofar con niñxs fue allá por 1995, con un profesor y una inquietud: la dificultad de los practicantes en captar el interés de los adolescentes para la enseñanza de la filosofía —de niños ni hablemos, la filosofía no está contemplada en preescolar ni en el nivel básico—. Con el apoyo de Extensión Universitaria, Sergio Andrade comenzó a realizar sus primeras experiencias con niños poniendo en juego estrategias innovadoras en relación a los métodos áulicos tradicionales. «Lo que me interesaba eran las preguntas que se hacían los niños. Pero no las que tienen más que ver con el sentido didáctico sino preguntas que los implicaran a ellos, que tuvieran que ver con su propia vida. También pude poner en juego otros contenidos, que en ese momento yo les llamaba contenidos saco porque adentro podía entrar cualquier cosa, y que eran de dos tipos: creencias y valores. Una cosa que es un quiebre en el modo en que generalmente se concibe la enseñanza es que el eje no estaba puesto en mí sino en ellos: la cuestión central era pensar estrategias a través de las cuales ellos pudieran presentar sus modos de manifestar el pensamiento… hoy diría mucho más que eso, pero en ese momento era que pudieran decir lo suyo», asegura.
—Una de las características de los niños pequeños es que preguntan todo el tiempo. Frente a esto, los adultos van rellenando estos interrogantes con sus propias respuestas… ¿cuál les parece es la importancia de estimular el trabajo de preguntarse -y responderse- para la construcción identitaria de los niños?
—Constanza: Ahí lo central es que nos tratamos de no dar respuestas porque el foco está en la pregunta. Instalamos el debate y la posibilidad de repreguntarse entre ellos. Propiciamos ese diálogo y trabajamos mucho con la Pedagogía de la pregunta y no de la respuesta de Freire, porque sucede en las escuelas que una de las formas de disciplinamiento tiene que ver también con no recuperar las preguntas de los chicos y las chicas. Justo hoy charlábamos de una pregunta hermosísisma de un chico de salita de cinco que es «¿cuál es el color de la invisibilidad?» Y son cosas que nosotros como adultos nos olvidamos de preguntarnos. Entonces es recuperar esa capacidad de asombro y de preguntarse acerca del mundo y de ellos mismos, y problematizarlo para que surjan de ahí nuevas preguntas y no tanto respuestas.
—Magalí: La diferencia de las cosmovisiones de la adultez y la infancia es que los niños hacen preguntas y los adultos están entrenados para dar respuestas inmediatamente, para llenar esos espacios que generan como esa angustia de no poder dar cuenta de que no sé algo… eso genera con el tiempo un mecanismo de que si hay una pregunta tiene que ser respondida lo mas rápido posible para que esa tensión desaparezca. Y trabajamos mucho con esa tensión generando más preguntas desde el lugar de una adultez que no tiene todas las respuestas, sino que la construcción se hace ahí con los chicos. También reconociendo que desde sus propias experiencias y recorridos los niños tienen mucho para decir, generan respuestas y preguntas más potentes incluso.
—Sergio: Por ejemplo, un ejercicio que en algún momento hemos hecho es la Libreta de pensamientos propios en donde ellos escriben preguntas que se hacen ellos mismos, y que pueden elegir compartirlo con otros o no. En un grupo decidieron que ponían preguntas y respuestas propias, y uno de los chicos agregó algo re interesante: «podríamos poner la fecha». Obviamente le pregunté por qué, «porque es bueno saber en qué momento tuve una respuesta, aunque después cambie». Absolutamente entendió de qué se trata.
—¿Pueden imaginar un sistema educativo que ponga el acento en las preguntas más que en las respuestas? ¿Cómo impactaría eso en el ejercicio de la participación juvenil?
—S: El proyecto es político en principio respecto a la infancia y a posibilitar el ejercicio de su propia voz que históricamente ha sido silenciada –el niño siempre ha sido hablado por otros-, y también en relación a los contenidos. Nosotros tematizamos el tema de la participación, y no pensando en un futuro ciudadano sino considerando que hoy se está construyendo como ciudadano. Entonces, hacemos el ejercicio de preguntarnos con los niños, pero también con los docentes y padres, cuáles son los espacios de definición y de decisión que tienen actualmente los niños. Porque sino pareciera que mágicamente a los 16 uno está habilitado a participar y la participación parece que se remite solamente al votar… pero ¿qué experiencias de participación se le dio en las escuelas y en otros espacios para que a esa edad pueda decidir?
—C: También han propuesto proyectos de intervención y de transformación que ellos han pensado. Tuvimos una experiencia en tercer grado que surgió de la identificación de algo que ellos consideraban como problemático que era que no hubiese plantas en la escuela y «que nos estábamos haciendo como el pueblo que no quería ser gris, todo gris.» A partir de ahí trabajamos con otro libro que se llama La calle es libre que habla del proceso organizativo de niños en una favela que piden un espacio publico, y se direccionó de manera tal que los chicos puedan construir un reclamo, hacer una nota a las directoras, volantear a todos los compañeros de la escuela a ver si estaban de acuerdo, pedir a las familias plantas… entonces el lugar central de la pregunta se orienta a una participación activa de los niños y las niñas, y me parece que eso es lo que tendría que estar de fondo en cualquier sistema educativo: poder dar ciertas herramientas para ellos ser actores de cambio y trasformación. Y no va en desmedro de ciertos contenidos básicos que los niños tienen que aprender, sino que debe estar acompañado de un ejercicio crítico del pensamiento que tenga un potencial transformador.
—S: Por eso el proyecto se llama Filosofar con niños, apuntamos a una praxis que conjuga cuestiones teóricas con una acción, una práctica.
—¿Cómo evaluaron las distintas reacciones ante el Material Didáctico de CTERA en relación a la desaparición de Santiago Maldonado?
—S: Partimos de la idea de que ningún tema está prohibido, cualquier tema puede ser trabajado con los chicos. La memoria es algo que siempre estamos tematizando. El 24 de marzo, incluso antes de que fuera feriado y legalmente pudiera tratárselo. A mí me parece que la discusión que se armó en torno a si en la escuela se tiene o no que tratar cuestiones políticas esta totalmente desacertada desde el punto de que la escuela se funda para construir ciudadanía. Su función es política. Es imposible salirse de eso. Lo más peligroso es justamente lo otro, pensar que podría haber una educación apolítica. No hay forma de pensar la enseñanza sin que esté en juego alguna formulación política.
—C: Es pensar a los niños, además de actores políticos, como sujetos de derechos, y en ese marco todos los niños tengan la edad que tengan tienen el derecho a saber cuáles son sus derechos. Y uno de sus derechos es que el Estado debe cuidarte, y desde esa perspectiva sería ilegal no enseñarles eso. Hay que habilitar a los niños y niñas en la construcción de qué Estados queremos.
—M: Es una visión de la infancia como pasiva, infancias sordas y mudas. Y sucedía mucho en las escuelas que, más allá de los niños que ven el noticiero en familia y los que no, los diálogos que se daban en el aula entre los mismos niños estaban dando cuenta de que estaba sucediendo algo y los adultos estaban tomando una actitud de silencio frente a eso, y era algo que ellos percibían y les preocupaba. También hubo una muy fuerte desconfianza, promulgada desde el Estado y los medios, respecto al rol docente… que es algo que viene avanzando muy fuertemente, la deslegitimación. Los y las docentes estamos todo el día en contacto con los niños, trabajamos temáticas super complejas y cuestionar la capacidad que tiene el docente de hablar con los niños es una locura. Y otra cosa es también considerar qué hacen los niños con lo que enseñamos: ellos pueden decir «yo no estoy de acuerdo con esto», «para mí esto no es así». Los niños discuten con las ideas y el espacio habilita eso.
—¿Cómo se expresan las distintas cosmovisiones infantiles a través de los talleres en espacios diversos como una escuela privada céntrica, la biblioteca barrial Julio Cortázar, Campo de la Ribera, el Movimiento Campesino…?
—S: Nos interesa que cada experiencia sea una experiencia situada. Nuestro recorrido es parecido a un programa que se hace mucho en Argentina llamado Filosofía para niños, de Matthew Lipman. Pero es una metodología totalmente distinta a la nuestra por varias cuestiones. Ellos trabajan con novelas y manuales, una suerte de adaptaciones para niños de temas que son considerados filosóficos…
—M: También hay como una distinción fuerte entre edades y respecto a qué temáticas se pueden trabajar y cómo. Y un planteo previo de las temáticas que no tiene que ver tanto con las inquietudes que se sondean de esos grupos, sino con una idea de la filosofía más tradicional.
—C: O adecuándose a contenidos curriculares. Nosotras tenemos la particularidad, tanto en espacios escolares como no escolares, de poder definir qué es lo que vamos a ir trabajando sin la adecuación a un diseño curricular. Eso a nosotras nos permite algo, que es el corazón del proyecto, que tiene que ver con recoger las inquietudes de los niños y las niñas en función de qué les preocupa, cuáles son sus preguntas, cuestionamientos, qué les está atravesando en ese momento, y tematizarlo filosóficamente a partir de eso mismo.
—S: Para nosotros es básico porque implica un reconocimiento de ese otro. Tuvimos una experiencia en una escuela pública de Mendiolaza donde trabajamos durante tres meses la problemática de las inundaciones con niños de 4to grado. Y nos pasó que a los chicos les preocupaban ciertas pérdidas que los adultos no registraban. Si a los grandes les preocupaba haber perdido su casa, a ellos les preocupaba haber perdido a su mascota, sus juguetes, la plaza del barrio… entonces trabajamos sobre eso: cómo va configurando su mundo y a partir de eso generar un espacio en donde puedan compartir y percibir sus pareceres, sean similares o distintos.
Filosofía animada: construir nuestros propios dibujitos
Con más de veinte años de trayectoria, Filosofar con niñxs ha llevado su propuesta a las aulas de todo tipo de establecimientos educativos; organizaciones sociales, barriales y campesinas; a la Universidad —donde dictan un Seminario, una de las pocas propuestas que vincula filosofía, educación e infancias—; y al mundo de la animación. Junto con el Centro Experimental de Animación de la UNC, construyeron la serie Antón que se nutrió de las experiencias del grupo en las aulas ¿Qué mejor manera de construir un contenido audiovisual para niños y niñas que teniendo en cuenta los pensamientos, sentires, intereses y preocupaciones que de ellos mismos han surgido? La serie, que se encontraba disponible en Contenidos Digitales Abiertos hasta la desafortunada interrupción del portal, recibió premios del INCAA y participó en el Festival Internacional de Cine de Animación de Annecy.
A esta experiencia le siguió Renata, Nazareno y el mundo de los sentimientos, con una apuesta aún mayor: los guiones de la serie fueron construidos a partir de 26 talleres que Filosofar con niñxs brindó en distintos espacios. Impulsada por OSA Producciones, emitida por Paka Paka y disponible en youtube, la serie cuenta con 13 capítulos que recuperan el trabajo sobre los afectos: «¿Qué sentís? ¿Qué significa sentir tal cosa? ¿Cuándo te surge? ¿Qué le hace al cuerpo? ¿Qué pasa con la relación con las otras personas? Hoy se habla mucho de la dimensión afectiva, se considera necesario su trabajo en la escuela pero en la práctica no se la tematiza», amplía Andrade.
A partir del 21 de octubre Filosofar con niñxs, la librería En un lugar de la mancha y OSA Producciones ponen en marcha la segunda parte de Antón: Antón y el mundo raro, que cuenta la historia de un personaje introvertido que tiene muchas inquietudes, que resuelve en un mundo imaginario. La serie será construida a partir de los sucesivos encuentros del taller «¿Cómo te lo digo?», abierto y gratuito. En él se tratarán una serie de temáticas que por lo general no se hablan con los chicos y el «rollo» de cómo te lo digo que tienen los adultos, no los chicos. Uno de los capítulos, por ejemplo, tematiza la enfermedad.
—¿Cómo trabajan los talleres?
—S: Cuando trabajamos un tema lo abordamos desde distintas formas artísticas —registro audiovisual, literatura, teatro, plástica…— y a su vez nos interesa trabajar mucho con las percepciones, los distintos sentidos. Por lo general, la mirada es trabajar fundamentalmente la vista y los otros sentidos quedan atontados o no aparecen. El oído, el olfato, el tacto… tuvimos un caso de un chico ciego y eso nos hizo repensar toda la estructura del taller, cómo trabajar desde otro lugar. Por ejemplo, trabajamos mucho con el dibujo. Hay un proceso que es que el chico en el jardín y hasta tercer grado dibuja mucho, y ya en cuarto grado te dice que no sabe dibujar. Y eso tiene que ver con un lugar desvalorizado que tiene el dibujo en la escuela. Una vez en un reportaje Rocambole decía «si uno le da la consigna de dibujar una figura humana a un adulto el 90% de las personas van a hacer palotes, y eso tiene que ver con algo que no fue desarrollado, sino podríamos dibujar otras cosas».
—M: Del mismo modo que no nos animamos a jugar. Nos pasa mucho en los talleres de adultos que proponemos las mismas dinámicas de juego, que es sumamente rico en términos de lo que genera en el cuerpo y en la apertura a que salgan cosas de una, y hay una resistencia brutal.
—S: Cuando el adulto acepta jugar se encuentra con su infancia. Porque una cosa es la infancia y otra es la niñez: la niñez tiene que ver con una cuestión etaria, la infancia la tenemos todos. Yo tengo infancia. Soy adulto pero también tengo infancia. Cuando juego, soy infante y cuando juego lo tomo muy “en serio”. El juego es poder reactivar la capacidad de experienciar la infancia.
► ¿Cómo te lo digo? Taller para filosofar con niños. Tercer y cuarto sábado de cada mes, a partir del sábado 21 de octubre, de 15 a 17 hs. En la librería infanto juvenil En un lugar de la Mancha (Fructuoso Rivera 260, local 2). Actividad gratuita con cupos limitados. Inscripción online.
*Por Julieta Pollo para La tinta