Anwar Shaikh y el próximo ataque al corazón del capitalismo (Parte I)

Anwar Shaikh y el próximo ataque al corazón del capitalismo (Parte I)
12 julio, 2017 por Redacción La tinta

Shaikh es el tótem más importante de los economistas heterodoxos. Sus augurios son el pistolón retórico de cualquier marxista académico que se precie. En esta entrevista made in New York, el pakistaní dice que el keynesianismo jamás pudo entender la inflación, que la pérdida del trabajo no sólo empobrece el bolsillo sino además sustrae el sentido de las vidas y que, más allá del adoctrinamiento neoclásico y de la fantasía liberal del comercio como beneficio mutuo, podríamos estar caminando hacia un nuevo colapso económico.

Por Fernando Bercovich para Revista Crisis

Nació en 1945 en Pakistán, pero vive en Estados Unidos desde la adolescencia. Llegó con su padre diplomático, su madre y sus hermanos, a Washington D.C. A los veinte años ya se había recibido de economista en la universidad de Princeton. En 2003 anunció el crack financiero mundial de 2008, lo que lo convirtió en una especie de gurú de la izquierda mundial. Ahora es más cauto. Se limita a adelantar un “segundo ataque al corazón del capitalismo”.

Aunque no le gusta el rótulo de marxista, para muchos de sus colegas de izquierda en Estados Unidos y en el mundo lo que dice Anwar Shaikh es palabra santa. A escasos metros de Wall Street, epicentro de aquel terremoto del que todavía se sienten réplicas, se ubica su oficina del departamento de Economía de la New School University de Nueva York, adonde migró en los setentas luego de que terminara su doctorado en Economía en la Universidad de Columbia, cuyos claustros no eran suficientemente receptivos a la heterodoxia del economista pakistaní. Apenas entran dos sillas, un escritorio repleto de apuntes desordenados y una biblioteca que alberga varios tomos de su última y más extensa publicación: un libro de más de mil páginas, titulado Capitalismo. Competencia, conflictos y crisis, adonde recorre las dinámicas del capitalismo moderno y sus crisis a través de las nunca oxidadas lentes de Smith, Ricardo, Marx y Keynes.

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—Usted es uno de los pocos economistas que predijo la crisis mundial de 2008 ¿Le preguntan mucho cuándo va a llegar la próxima crisis?

Sí, bastante. Pero me gustaría ponerlo en contexto histórico. Las crisis que hemos visto hasta ahora han ocurrido, en los países centrales, cada aproximadamente cuarenta años. Tiene que ver con las “ondas largas” de las que hablaba Kondrátiev. Podemos mencionar, como evidencia, diferentes crisis a lo largo de la historia: de 1873 a 1893, de 1929 a 1939, de 1967 a 1980 y la que estamos viviendo desde 2008. Estos patrones dependen de un mecanismo de recuperación. La pregunta central para mí sería: “¿qué es una recuperación?”. La Segunda Guerra Mundial fue un mecanismo de recuperación para muchos países, pero no ocurrió lo mismo en los años setenta, cuando la recuperación propuesta por Reagan aquí en Estados Unidos y por Thatcher en Inglaterra fue debilitar sindicatos y bajar salarios para aumentar la rentabilidad del empresariado. Algunos países no se recuperan porque no permiten el desmoronamiento y la debacle que una crisis puede causar, lo que también es un mecanismo de recuperación. Por ejemplo, la economía de Japón ha estado estancada durante mucho tiempo porque no permitió la destrucción del capital de la misma manera que otros lo hicieron en los setentas. En lugar de eso intentó reactivar la economía y no permitió un grado elevado de destrucción de los niveles de vida de los trabajadores. Si miramos a Grecia e Italia, las políticas de austeridad como mecanismo de recuperación han traído miseria y crecimiento del desempleo. Lo mismo en España que aún no se recuperó. Alemania no ha tenido ese problema y los Estados Unidos se han recuperado en términos de tasas de desempleo, pero no en términos de calidad de vida de sus trabajadores.

—O sea que quizás no haya una nueva crisis que pronosticar, pero todavía sentimos las consecuencias de la anterior.

Hay dos cosas que a mí me preocupan. La primera es que todavía hay mucho capital ficticio en la economía, es decir, muchos activos que siguen teniendo valor porque el Estado siempre está ahí para mantenerlos y salvar al sistema del colapso. Esto no es necesariamente malo porque sabemos que un colapso podría tener consecuencias devastadoras en términos de empleo y bienestar. El otro elemento tiene que ver con el ejército de reserva mundial.


Cuando pedimos la recuperación tenemos que preguntarnos, ¿la recuperación para quién? Porque creo que la recuperación para el capital ha ocurrido, al menos para la parte que sobrevivió. Los grandes bancos no terminaron de colapsar porque el Estado los apoyó. Pero los trabajadores han sido golpeados en todo el mundo.


Para resumir, no sé cuándo va a suceder la próxima crisis, pero lo cierto es que el sistema financiero sigue siendo muy débil y que podría desmoronarse dando comienzo a algo que es imparable e inmanejable. Esto es lo que yo llamo un segundo ataque al corazón del capitalismo producto de la crisis de 2008.

El presidente que no fue

Anwar Shaikh no se sorprendió cuando ganó Donald Trump. Aunque este pronóstico no lo hizo público, en las aulas les decía a sus estudiantes que le parecía lógico que el magnate se consagrase presidente. Lo mismo decía de Bernie Sanders antes de las primarias. Cuando explica sus razones, Shaikh recurre a la historia y a un personaje olvidado. Ross Perot, un empresario multimillonario similar a Trump en varios puntos de su discurso, se convirtió en el candidato independiente más votado de la historia estadounidense en base a un discurso profundamente proteccionista. Perot fue votado por casi el veinte por ciento del electorado en 1992 y la mayoría de los analistas coindicen en que habría derrotado a Bill Clinton si por el partido republicano se hubiese postulado él en lugar de George Bush.

—Su trabajo también tiene como eje el comercio internacional, ¿cuáles son las implicancias de las nuevas reglas que propone Trump en este tema?

Creo que Trump tiene razón, así como también creo que Sanders tenía razón al decir que el libre comercio lastimó a una porción significativa de la clase trabajadora de los Estados Unidos. Afirmar que el libre comercio beneficia a todo el mundo es una mentira y siempre lo ha sido. Para la teoría neoclásica, el comercio es una ganancia mutua y eso ha sido demostrado históricamente que es falso. Entonces hay que tener una teoría alternativa del comercio. La mía contempla que el comercio tiene un conjunto de ganancias para los ganadores y un conjunto de pérdidas para los perdedores. Es una guerra competitiva internacional. Hay que ser capaz de preguntarse quiénes son los ganadores y los perdedores. Así podemos explicar por qué países como Estados Unidos cuando crecían no tenían libre comercio. No lo aceptaban porque entendían que ellos eran los perdedores y lo decían explícita y públicamente, «no permitiremos que Inglaterra y Europa entren porque destruirán nuestras industrias domésticas”. Y cuando fueron lo suficientemente fuertes ellos mismos dijeron “ahora sí, tengamos libre comercio».

—La patada a la escalera de la que habla Ha-Joon Chang.

Exactamente, y su argumento es correcto. Entonces todas esas recomendaciones de la OMC y el Banco Mundial sobre abrir la economía al mundo son engañosas. Sin embargo, no pienso que las personas que lo proponen quieran engañarnos, sino que creen genuinamente lo que dice la teoría ortodoxa acerca de que el libre comercio beneficia a todos.

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—Teniendo en cuenta eso ¿cuáles son las consecuencias de las políticas económicas de Trump para Latinoamérica?

Esa es una pregunta imposible de responder porque creo que ni él mismo sabe cuáles son sus políticas. Se pronuncia a favor del proteccionismo, pero está haciendo acuerdos comerciales. Dice que son en mejores términos para Estados Unidos, pero ¿mejores términos para quién en Estados Unidos? Para mí no está clara su política económica. Si uno toma su palabra la idea es que EE.UU. va a evitar la entrada de productos que causan pérdida de empleo. Yo creo que ese es un argumento consistente, pero del otro lado pueden decir lo mismo y entonces la gama de beneficios se reduce sustancialmente. Lo que en verdad piensan es «queremos ir a sus países, pero no queremos que vengan al nuestro». Bernie Sanders también sostiene argumentos similares y hace unos veinte años Ross Perot ya había argumentado en contra del NAFTA porque iba a costar puestos trabajo. Su frase famosa fue «habrá un enorme sonido de succión (a giant sucking sound) al otro lado de la frontera», en referencia a los trabajos que les iba a sacar México a los Estados Unidos. Perot no pudo posicionarse como el candidato de ninguno de los dos partidos así que se postuló como independiente y perdió, aunque sacó muchísimos votos.

Miradas al sur

Cuando Anwar Shaikh habla de la Argentina se ataja, dice que no estudió los suficiente como para opinar en profundidad. Sin embargo, visitó varias veces el país, conoce personalmente a algunos funcionarios del gobierno de Cristina Fernández y hasta publicó un artículo en Página/12 sobre comercio internacional y desarrollo. En 2012, a meses de inaugurado el problemático control de cambios, fue convocado por la entonces presidente del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, para brindar una conferencia junto con otros economistas de izquierda sobre el rol de los bancos centrales. En su sitio web personal se puede encontrar completa dicha conferencia y también todos los datos en los que se apoya para escribir sus papers, algo inusual en la producción académica.


Para Shaikh, el secreto del desarrollo no está en una burguesía nacional emprendedora ni en trabajadores con salarios bajos, sino en lo que aprenden los economistas en las universidades.


—Acá en Estados Unidos el proteccionismo aparece en los discursos de los conservadores mientras que en Argentina y en otros países de Latinoamérica suele estar en la agenda de los partidos progresistas, ¿por qué cree que sucede eso?

Los Estados Unidos han hecho la transición del proteccionismo y el desarrollo de la industria infantil a la externalización de sus empresas por lo que su ideología tiene que ser que el libre comercio es bueno. Pero Argentina y la mayor parte de América Latina está en la fase opuesta de la trayectoria, por lo que es lógico que digan “necesitamos protegernos de estos gigantes de afuera y no podemos hacerlo si abrimos la puerta y los dejamos entrar”. Esto es perfectamente consistente con que hay dos lados del mismo proceso adonde siempre hay ganadores y perdedores.

—Muchas veces los líderes y movimientos progresistas de Estados Unidos están en veredas opuestas con respecto a los de los países de América Latina en lo que tiene que ver con el comercio mundial.

Lamentablemente es así. Por ejemplo, la mayoría de los progresistas en los Estados Unidos dicen que quieren luchar por mejores condiciones de trabajo en China, pero no lo dicen porque quieren que los trabajadores chinos estén mejor sino porque quieren que sean más caros y así los negocios locales no se vayan hacia allí. Y aunque para mí esa no es una buena razón, es realista porque si allá los trabajadores son más costosos se van a perder menos trabajos acá.

—¿Cuáles cree que son las causas por las que varios países en Latinoamérica atraviesan hoy crisis y cambios profundos en términos económicos y políticos?

Creo que para la derecha en América Latina la teoría preferida es la neoclásica y la izquierda es esencialmente keynesiana o post-keynesiana. Los primeros creen que cualquier intervención del Estado es negativa y ahora están diciendo “se los dijimos”. Los segundos creen que se puede, mediante el bombeo constante de la economía, a través del déficit fiscal y la emisión monetaria, hacer que todo el mundo esté contento.


Lo que yo creo es que cuando se intenta mejorar la vida de algunos no se puede evitar que otros estén peor, y eso incluye la rentabilidad empresaria. La pregunta es cómo se puede mejorar un lado sin cruzar el umbral adonde el otro lado se daña de manera tal que se obtienen, por ejemplo, fugas de capital. Es un camino delicado. Si se decide mantener los salarios altos, la productividad debe subir más rápido porque de lo contrario empiezan los problemas en torno a la rentabilidad y la inflación.


En mi libro analizo esto para la Argentina hasta 2015, lo que está pasando ahora lo estoy empezando a estudiar. Venezuela es un caso diferente porque fue destruida por corrupción y desperdicio de recursos. Cualquiera que depende de los ingresos del petróleo tiene que entender que su precio sube y baja. En Noruega entendieron eso. Es una historia muy triste de un gobierno de izquierda que termina destruyendo sus propios principios.

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—Justamente Noruega es uno de los modelos de desarrollo más mencionados por los economistas en Argentina y en la región: ¿piensa que hay una receta a seguir para obtener resultados similares?

Si se permanece dentro del capitalismo, que es generalmente una pregunta que nadie se hace, entonces están los límites propios de este sistema. Hay un camino, pero es estrecho y es fácil caerse. No tengo recomendaciones específicas para Argentina, pero creo que cualquier país que apunte al desarrollo necesita tener un espacio para que sus jóvenes aprendan diferentes teorías económicas. Las universidades argentinas necesitan tener más espacio para ideas heterodoxas y también otras ideas. Y eso es tan difícil en la Argentina como en cualquier otra parte del mundo, porque el carácter hegemónico de la economía neoclásica es tal que si un profesor quiere ir por otro lado debe sacrificar su lugar en las mejores universidades y los mejores lugares de trabajo.

—Hasta el año 2015 Argentina tuvo una conducción económica que podría calificarse como heterodoxa, pero no hubo grandes resultados en términos de desarrollo.

Sí, lo sé. Conocí a Axel Kicillof y a personas de su equipo. Estoy de acuerdo, pero también hay que decir que fue bajo condiciones muy difíciles. Para mí el problema es que una política keynesiana nunca es suficiente en sí misma. La inflación es una consecuencia típica para la cual la izquierda nunca está preparada. Entonces hay que preguntarse de dónde viene la inflación y yo creo que es una pregunta muy difícil de responder, sobre todo desde el punto de vista keynesiano.

* Por Fernando Bercovich para Revista Crisis. (Primera parte)

Palabras claves: Anwar Shaikh, capitalismo

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