Lo trans en la historia (Parte I)
Desde la llegada de los españoles hasta Stonewall, la directora de “El Teje” analiza el derrotero de las identidades trans bajo un mismo patrón: silencio, persecución y patologización.
Por Marlene Wayar para La Tetera
Hacer una abordaje de lo Trans con perspectiva histórica es un tanto complejo y ambicioso. Voy a intentar acotarme al contexto Latinoamericano y resumir en grandes líneas, desde los tiempos previos a la conquista hasta los últimos tiempos. Quisiera marcar algunas constantes en esa línea histórica: la estigmatización, la supresión de la palabra propia y colectiva, la patologización, criminalización y la des-humanización. Otro punto a clarificar es que estamos hablando de Trans como identidad política actual sobre-impresa a las diferentes auto-asignaciones identitarias en diferentes períodos históricos y contextos socioculturales. Por último, que tomamos también la comunidad Trans Latinoamericana mas allá de los límites geopolíticos, teniendo en cuenta que la identidad cultural migra con las personas más allá de estos límites.
Allá por el 1510, llega a estas tierras Francisco Vasco Núñez de Balboa en carácter de fugitivo, en una embarcación comandada por Fernández de Enciso. Allí aniquilan a uno de los pueblos originarios más pacíficos. El primero en caer es el pueblo del Cacique Cémaco, en cuyo territorio se funda la primer ciudad de América, la actual Panamá, y sobre la vivienda del Cacique la primer sede episcopal en estas tierras. Continúan en busca del Pacifico, donde se encuentran con la oposición del Cacique Torecha, señor de Cuareca. Más de 600 hombres fueron aniquilados y al tomar la ciudad, entre las mujeres y la niñez, encontraron “invertidos” entre ellos al hermano del Cacique.
López de Gomorra cuenta que “en esa batalla toma preso al hermano de Torecha en habito real de mujer, que no solamente en el traje, pero en todo, salvo en parir era hembra”. Les laceraron y las dieron a devorar a sus perros mastines, como ilustra un grabado de Johann Theodor de Bry, en lo que denominaron un acto de purificación dejando inaugurado el pecado nefando, pecado que ni debe nombrarse ya que de él provienen todos los males que asolarán a estas tierras .
Así se instala la culpa basada en la sexualidad y se asienta el poder de la iglesia en estas tierras. Movimiento significativamente exitoso si analizamos que desde aquella convivencia armoniosa de las poblaciones originarias con las diferentes manifestaciones de géneros y sexualidades, la amplia mayoría de los pueblos originarios en el presente muestran, no solo una fuerte adhesión al cristianismo, sino un fuerte odio a estas expresiones no heterosexuales.
Seguirán tiempos signados por el estigma y el silencio hasta la llegada del positivismo a principios del siglo XX con una triada fundamental: Ramos Mejía, José Ingenieros y Francisco de Veyga […], los grandes animadores de los estudios psiquiátricos, criminológicos y médico-legales en nuestro país.” (Loudet, 1971: 127) que terminarán alojando la diferencia genérica-sexual en lo patológico con la contradicción salud-enfermedad para acabar criminalizándolas, haciendo pantanosos los territorios de la neurología, la medicina legal, la psiquiatría y la criminología que se condensan en Archivos de psiquiatría y criminología (1910) de la policía de Buenos Aires. Allí serán presas de investigación las travestis de la época y la niñez en situación de calle con fines investigativos desde una teoría absolutamente Lombrosiana.
Las Trans seguimos nuestro derrotero de estigma, silencio, criminalización y patologización hasta el 28 de junio de 1969 en el pub Stonewall Inn, lugar donde se reunían Trans, drags queens afeminados y prostitutos, chicos de la calle y lesbianas buch, en general todas latinas o de clase baja. La constante manipulación de la mafia y el acoso policial estalló en furia travesti cuando durante una redada se negaron a ingresar dócilmente a los patrulleros. Esto ocasionó un cambio rotundo en el estado de cosas respecto a la comunidad y su accionar para conseguir el avance de conquistas de derechos.
Sin embargo, podemos tomar dos declaraciones: la de una de las protagonistas, Sylvia Rivera, que al decir sobre la furia con que arrojaron monedas, objetos incendiados y basura expresó: “nos habéis tratado como mierda todos estos años, ¿no? ¡Ahora nos toca a nosotros!… Fue uno de los momentos más grandes de mi vida” y la de Randy Wicker, cuando dijo que “las reinas chillonas, creando estribillos y pateando, iban en contra de todo lo que yo quería que la gente pensara sobre los homosexuales… que somos un puñado de drags queens en el Village, actuando de manera desordenada, chabacana y de mal gusto”.
Otros entendieron el cierre del Stonewall Inn, considerado un “tugurio inmoral”, como algo positivo para Greenwich Village. Esta última postura terminaría ganando el mundo del activismo gay y licuando allí todas las luchas con fuerte silenciamiento de las voces Trans que no se acomodasen al discurso victimizante y patológico.
Continuará…
*Por Marlene Wayar para La Tetera