Ellas no salieron en la foto
¿Cómo fue el ingreso de las mujeres en la historia de nuestra universidad pública? ¿Qué impedimentos – explícitos e implícitos – tuvieron que vencer para quebrar preceptos machistas dentro de la academia? ¿Por qué la “cuestión femenina” fue una restricción para el ingreso a determinadas especializaciones de grado? A poco tiempo de cumplirse 100 años de la Reforma de 1918, en esta nota Jaqueline Vassallo aporta algunas respuestas.
Por Jaqueline Vassallo para Alfilo
No falta demasiado para que se cumplan 100 años de la Reforma de 1918. La agenda de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), de sus unidades académicas y de sus respectivos claustros no tardarán en llenarse de actividades que probablemente reflejarán las tensiones políticas existentes en la institución. Seguramente, algunas estarán impregnadas de una mera crónica celebratoria de los hechos, y en otras predominarán análisis reduccionistas que la explicarán a partir del fenómeno yrigoyenista, tal como lo hace la literatura clásica reformista, según señala Pablo Requena.
Ahora bien, si repasamos las imágenes fotográficas de los hechos, así como algunos documentos producidos por la Universidad en ese entonces- por ejemplo cartas de renuncias de profesores-, las mujeres están totalmente ausentes de estos registros. Sólo dejaron su marca varones, ejerciendo múltiples roles como autoridades, profesores, estudiantes o egresados. Daría la impresión que las mujeres todavía no frecuentaban las aulas como estudiantes, sin embargo llevaban más de tres décadas estudiando y obteniendo títulos de parteras, médicas y farmacéuticas en la Facultad de Medicina.
Resulta imposible pensar que estas mujeres no estuvieran empapadas de lo que sucedía en la Universidad, ni participaran de algún modo en los hechos ocurridos, sobre todo porque precisamente, los sucesos del 18 eclosionaron a partir de un conflicto particular en dicha Facultad.
No se trataba de tiempos fáciles para las mujeres, ya que se hallaban en inferioridad de condiciones con respecto a los varones de entonces. Sin embargo, el cuestionamiento de la “condición femenina”, el reclamo por la igualdad jurídica y la modificación del ideal modélico de familia vigente junto a las leyes sobre el matrimonio y la potestad sobre los hijos, alimentó una serie de debates que tuvieron lugar en la Argentina de principios de siglo XX. Fue en este momento que se manifestaron con mayor presencia los reclamos feministas que ya habían comenzado a fines del XIX.
Y si bien los estatutos de la Universidad no las excluía expresamente, se encontraban vigentes discursos y prácticas sociales que las consideraban inferiores, incapaces y hasta susceptibles de estar sometidas a tutela masculina. El Código Civil, redactado por el cordobés Dalmacio Vélez Sársfield, les obligaba a contar con la autorización del marido para celebrar contratos con terceros, lo que podía ser un escollo para ejercer una profesión. De este modo, vivían en una suerte de “minoridad perpetua” hasta tanto quedaran viudas, porque tampoco existía el divorcio vincular. Tampoco debemos olvidar que estaban despojadas del goce de derechos políticos, ya que el celebrado voto “universal” instituido por la ley Sáenz Peña, sólo comprendía a los varones.
Como correlato de lo expuesto, señala Silvia Roitemburd, la retórica aceptación del derecho al acceso a las profesiones era invalidada por un discurso que presentaba la imposibilidad “innata” de ejercerlas, porque: “La mujer débil por naturaleza, dulce por su carácter, suave y tierna por educación, por costumbre, por su delicada complexión, ejerciendo hoy día la más penosa, la más árida, la más dura de las profesiones; una mujer médico y cirujano, es el colmo de los absurdos”.
No es casual que en las Actas del Primer Congreso “femenino” Internacional organizado por las feministas – en su mayoría egresadas de la UBA- en mayo de 1910, se haya aprobado como “axioma” y por unanimidad de las asistentes a la Comisión de Ciencias, la siguiente proposición: “Ninguna condición psíquica ni social hacen inepta a la mujer, para entregarse a las investigaciones científicas como lo demuestran ejemplos cada vez más numerosos”.
Ahora bien, los indicios documentales que encontramos sobre las primeras egresadas de la UNC, están en los Libros de Grados, albergados en el Archivo General e Histórico de la institución. Se trata de los únicos originales en los que aparecen identificados todos los egresados desde sus comienzos hasta la actualidad. Reúnen las actas de Colación de Grados, en las que constan la fecha del acto, las autoridades oficiantes, el tipo de grado recibido y el nombre de los egresados y egresadas.
En este punto, cabe señalar que para las historiadoras preocupadas en rastrear a las mujeres en el pasado, las fuentes siempre resultan un problema, cuando se las halla o cuando no hay registros ni menciones. Si ellas figuran o no en los documentos albergados en los archivos estatales o de instituciones estatales –tales como las universidades públicas–, siempre hay algo que necesitamos explicar, hay relaciones de poder que indagar, hay sujetos que detectar y relaciones sociales e instancias que habilitar.
La trayectoria de las primeras universitarias argentinas que estudiaron tanto en la Universidad de Buenos Aires como en la Universidad Nacional de Córdoba, no fue muy diferente a la que siguieron algunas europeas y latinoamericanas. En todos los casos, las puertas se abrieron a través de las carreras relacionadas con la Medicina. Tal vez, porque la vinculación de las mujeres con esta disciplina estaba naturalizada–al igual que la enseñanza–, ya que las esposas y madres eran en el siglo XIX, como lo habían sido históricamente, las supervisoras de la salud y las enfermeras en el hogar. En este sentido, como afirma Alicia Palermo, la elección de estas carreras no representaba una ruptura brusca con la división sexual del trabajo; por cuanto la decisión de estas jóvenes se movió dentro de los cánones que no abandonaban del todo el orden establecido.
La Facultad de Medicina de la UNC, fundada en 1877, se proyectaba como un espacio en el que se debían discutir y tomar decisiones en torno a la salud reproductiva de las mujeres, como la planificación familiar, embarazos de riesgo o aborto terapéutico. Por lo tanto, la Escuela de Parteras ofrecía un lugar de formación superior y reconocimiento práctico, así como la posibilidad de revalidar los títulos adquiridos en universidades extranjeras. Sin embargo, tampoco debemos olvidar que con su creación, la corporación médica se proponía combatir y erradicar el curanderismo e impedir la realización de abortos, que estaban asociados a las prácticas de las comadronas.
Para ingresar a la Escuela había que tener como mínimo 20 años, haber rendido examen con aprobación hasta el sexto grado, “tener buena conducta, gozar de buena salud, carecer de impedimento intelectual y no tener imposibilidad física para el ejercicio de la profesión”. En este punto, cabe mencionar que el requisito de no tener “impedimento intelectual”, no aparece en la reglamentación de lo solicitado para cursar el Doctorado en Medicina ni para los estudios de Farmacia; carreras que cuando se formalizaron no se contempló expresamente que pudieran ser cursadas por mujeres.
A comienzos de 1918 ya habían egresado 75 parteras- entre ellas, varias reválidas concedidas a estudiantes extranjeras-, 5 farmacéuticas y 2 doctoras en Medicina. Aquí podemos citar a Margarita Zatskin, quien nació en Odesa (Rusia) y migró a Argentina con toda su familia escapando de la opresión que ejercía el régimen zarista sobre los judíos, a fines del siglo XIX. Margarita primero se graduó de Farmacéutica (1905) cuando tenía 22 años y era soltera; luego, a los 26, fue Doctora en Medicina y Cirugía. El texto de tesis doctoral, hoy se conserva en el Museo de Ciencias de la Salud (Hospital Nacional de Clínicas, Facultad de Ciencias Médicas, UNC).
Como ella, muchas extranjeras- sobre todo italianas y españolas-, llegaron hasta las aulas de la UNC. Sin lugar a dudas, se trata de una época que coincide con la fase de inmigración masiva y la radicación en Córdoba de muchas familias venidas de ultramar. Familias que en muchos casos admitían, y hasta fomentaban, la educación de las mujeres porque en ello veían una oportunidad de integración y de movilidad socio económica.
El acta de la colación de grados de 1918 dio cuenta de 4 parteras y 1 farmacéutica. Y a los dos años siguientes, egresaron 38 parteras y 5 farmacéuticas, quienes habían transitado las aulas en los tiempos convulsos de la Reforma.
La década del 20 trajo la primera notaria, Mercedes Orgaz (hermana de los famosos Orgaz) y la primera abogada, Elisa Ferreyra Videla, quien unos años más tarde se desempeñó como profesora en la cátedra de Economía Política. Sin lugar a dudas, el ingreso a estas carreras fue un poco más tardío ya que el derecho está ligado al Estado Nación patriarcal, cuyo orden jurídico considera a las mujeres seres inferiores. Ellas debieron compartir las aulas con sus compañeros, repitiendo en las clases de derecho civil, su singular consideración de incapaces relativas de hecho y en derecho constitucional, la falta de derechos políticos.
Luego vendrían las primeras odontólogas, bioquímicas y doctoras en Ciencias Naturales. Durante los años 30 surgieron las primeras traductoras y profesoras de francés, inglés, alemán e italiano, mientras que otras se graduaron en profesiones “masculinizadas” como la arquitectura y la ingeniería civil.
Los años 40’ dieron lugar a la graduación de las primeras doctoras y licenciadas en Filosofía, a las que se sumaron, contadoras públicas, geólogas y doctoras en ciencias naturales, en tiempos en que las mujeres adquirieron los derechos políticos.
Como puede observarse, el relato histórico de la Universidad Nacional de Córdoba fue escrito en clave androcéntrica, aunque los archivos y sus museos, nos hablen de ellas. Es cuestión de ir a buscarlas.
*Por Jaqueline Vassallo para Alfilo / Fotos: Irina Morán
*Prof. Titular, Escuela de Archivología, Investigadora Independiente del CONICET