«Ni una menos, nunca más»
Por Marta Dillon para La Garganta Poderosa
Al oído, con su voz cargada de historia, Nora Cortiñas me dijo en el escenario del 8 de marzo, frente a cientos de miles que ese día habíamos parado y marchado: “Voy a exigir que no nos invisibilicen nunca más”. Lo escribo, y la emoción acude. A ella que nos abrió camino a todas y a todos, hubo que abrirle espacio entre las que estábamos apiñadas en ese camión escenario, felices y cansadas, orgullosas de haber llenado la calle de mujeres, de travestis, de lesbianas y de trans, pero también de maricas y varones heterosexuales que caminaron con nosotras, al paso que les pedíamos: un poco más atrás.
Llevé de la mano a Norita y cuando vimos su pañuelo blanco frente al micrófono, supimos que ninguna otra voz podría haber cerrado ese acto. Y lo que es mejor, Nora no se conformó con lo primero que iba a decir, si no que se alejó y volvió por más, para gritar por los y las 30 mil, para decir presente ahora y siempre, para que la multitud la siga a voz en cuello y lágrima viva, para que “hasta la victoria siempre” tenga otro sentido, uno nuevo, mucho más ancho, porque en esta victoria entramos todos y entramos todas.
Ahí estuvo, la madre de tantas luchas, y con un grito trazó una línea indeleble de la que se puede estar de un lado o del otro, pero nunca desdibujarla. En esa línea que une el Nunca Más con el Ni Una Menos, hay cientos de pasos en las calles que forjan sentencias, como pactos populares de ciudadanía año a año, marcha a marcha.
Muchas veces nos preguntan por qué se inició en Argentina este movimiento que se esparce por el mundo, que es masivo y a la vez radical en sus demandas y en su propuesta, que va por todo: no sólo a cambiar una ley o recuperar un refugio para mujeres victimizadas. ¡Y a nosotras nos parece tan obvio! Porque en este país fueron mujeres las que enfrentaron a la más cruel dictadura militar con su pañuelo en la cabeza para nombrarse madres, y se movieron alrededor de la plaza, sí, pero se mantuvieron firmes en sus reclamos de aparición con vida. Y aun cuando los cuerpos de las desaparecidas y desaparecidos todavía nos falten, ¿quién puede decir que no alientan nuestras ganas de transformar todo, hasta que lo posible se derrumbe y entonces otra vez le arranquemos al poder lo imposible?
Este 24 de marzo fue dolor y a la vez un desafío, porque hay negacionismo, porque aquí y allá se escuchan voces que hablan de héroes donde sólo hay asesinos, porque cada vez hay más hambre y más represión, porque cada año pasan a la eternidad más de nuestras madres, sin juicio y sin castigo.
Sin embargo, anteayer el pueblo demostró que no se cansa y resiste contra el vacío de las emociones mercantilizadas que se proponen y frente a la relativización del genocidio; con la misma voluntad de Justicia aunque su paso demasiado lento quiera negarla. Es nuestro pueblo el que masivamente le pone un límite al poder y se lo apropia. Porque poder también es estar juntos, es reconstruir en cada paso dado en la avenida de Mayo y en la Plaza donde las Madres y las Abuelas fijaron el punto más cristalino de la dignidad. Este poder no puede ser arrebatado, este poder es el que nos convierte en pueblo.
Me parece completamente emocionante, y sobre todo cierra el sentido de la memoria que participen las villas, tanto el 8 de marzo como el 24, porque muchos de los y las desaparecidas se formaron ahí. Y también de ahí llegan las mujeres que llenan cada año los Encuentros Nacionales. Pues sin villeras, no podría ser popular ninguna demanda por Derechos Humanos.
Son 30 mil y eso no es un número. Es nuestra memoria ardiente. Es cada nombre y cada historia, es la voluntad de transformación que no perdimos. Son 30 mil y esa dimensión no se pierde mientras el Día de la Memoria sea el límite de humanidad que sellamos como pacto cuando salimos a la calle. Tenemos nuestras bocas para que el hilo de la historia no se corte, tenemos a nuestro favor no habernos detenido nunca, por más que las décadas se acumulen.
Estamos tan vivos y recuperamos tanta rebeldía, que tomar el cielo y desgarrarlo no es un sueño sino una chance que tomamos, al mismo tiempo que diseñamos, con errores y aciertos, con dudas y con temblores, ese país que nos contenga a todos y a todas y que se hace enorme y se hace fuerte por quienes no están, pero están presentes.
Este 24 de marzo tuvo algo distinto sobre los anteriores: porque existió previamente un 8 de marzo, porque estuvimos durante el mes en la calle, porque desde el dolor de las que no están hicimos un movimiento que demanda por todas y que hace de la lucha una fiesta. Porque las mismas sobrevivientes a los campos de tortura y exterminio pudieron contar, a veces por primera vez en estos años, las violaciones que sufrieron.
Y porque quedó claro: cada vez que decimos Ni Una Menos, también decimos Nunca Más.
*Por Marta Dillon para La Garganta Poderosa