Ojála te toquen vivir tiempos interesantes
Por Facundo Cruz para La Tinta
Hace un mes, el viernes 20 de enero, en Washington D.C., Donald Trump asumió la presidencia de los Estados Unidos. Era una fotografía impensada hace un año para la mayoría de los analistas y la dirigencia política.
El impacto del gobierno republicano se vive de una manera especial en México. La inmigración del país vecino fue uno de los principales blancos discursivos de la agresiva campaña electoral del empresario. Numerosas medidas, respecto a la relación bilateral, se han prefigurado a partir del momento en que se conocieron los resultados de las elecciones del 8 de noviembre de 2016.
En vísperas de la asunción presidencial, el peso mexicano experimentó su mayor devaluación histórica y la sociedad en su conjunto debate cómo enfrentar un escenario para el que la dirigencia política mexicana se muestra escasamente preparada.
El problema del vecino que no devuelve la pelota
La relación entre México y Estados Unidos inauguró ese viernes un nuevo episodio de una larga y compleja historia. A lo largo de doscientos años, la geopolítica y el desarrollo económico estrecharon vínculos entre el país latinoamericano y el país que, a fines del siglo XX, se entronó como primera potencia mundial.
Dos hitos, distanciados por casi 150 años, señalan el carácter de esta relación. En 1848 el ejército estadounidense venció en la Batalla de Chapultepec, ocupó la ciudad de México y con ello sancionó la desposesión de la mitad del territorio mexicano. En 1992 el presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari firmó junto a los demás jefes de estado norteamericanos el Tratado de Libre Comercio que entró en vigencia el 1 de enero de 1994 y que durante más de veinte años dio forma a la economía mexicana. Los Estados Unidos Mexicanos firmaron 15 tratados de libre comercio desde aquel momento. No son pocos los elementos para afirmar que en la frontera norte mexicana y en la frontera sur yanqui se sintetiza el límite poroso y desnivelado entre las metrópolis y los países dependientes del autodenominado mundo libre.
En la actualidad la interdepencia de las economías nacionales es enorme. Según información de 2016 proporcionada por la Presidencia de la Nación de México, los Estados Unidos son su principal socio comercial concentrando el 64% del comercio total y el 80% de las exportaciones. El Instituto Nacional de Estadística y Geografía de México (INEGI) señala que el 48% de las exportaciones petroleras mexicanas tienen como destino a su vecino del norte.
Es necesario dar un rápido vistazo a la balanza comercial mexicana para poder entender las características de este comercio exterior prácticamente monopolizado por la economía yanqui. La rareza de la economía mexicana consiste en que sus principales productos de exportación no son de origen primario o extractivo, sino que son manufacturas. De cualquier manera ésto no implica un superávit comercial. El INEGI nos indica que en 2016 la nación latinoamericana importó 13.163 millones de dólares más de los que exportó. La diferencia se explica por déficit en la balanza comercial de productos petroleros y manufacturados. En lo que respecta al comercio petrolero, casi el 90% de las exportaciones petroleras mexicanas son de petróleo crudo, mientras que el 62% de sus importaciones son de derivados del petróleo, principalmente gasolina y gasoil. La crisis energética que la reforma de Peña Nieto solamente agravó, tiene su origen en ésta incapacidad del país para procesar su propio combustible.
En lo que respecta a la producción industrial, la información del INEGI nos permite apreciar que México exporta productos automotrices y equipos electrónicos terminados, mientras que es importador de bienes intermedios. Los tratados de libre comercio propiciaron la instalación de industrias orientadas a la producción para el mercado estadounidense que se favorecieron de los bajos salarios de la clase trabajadora mexicana. Algunos datos pueden ilustrar ésta realidad. El 52% de las exportaciones mexicanas son producidas en los estados fronterizos de Chihuahua, Coahuila de Zaragoza, Nuevo León, Tamaulipas y Baja California. Estados que concentran apenas el 15% de la población mexicana.
Frente a ésta configuración de la economía mexicana es importante entender que el 51% de la inversión extranjera directa en México proviene de capitales estadounidenses. Además, en Estados Unidos viven más de 21 millones de mexicanos, según datos de la Oficina del Censo de ese país para el año 2013, que, sólo en 2016, enviaron 24,5 mil millones de dólares en en concepto de remesas. Lo que representan el 2,3% de PBI del país latinoamericano, de acuerdo a información del Banco Mundial. Se trata de un porcentaje inferior a otros país de la región como Nicaragua (9,3%), Guatemala (10,3%), El Salvador (16,6%) y Honduras (18%). Pero sensiblemente superior a los porcentajes de las grandes economías latinoamericanas como Colombia (1,6%), Brasil (0,2%) y Argentina (0,1%). Incluso al guarismo para América Latina y el Caribe que es del 1,4%.
A partir de la sanción del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) la economía mexicana salió de su crisis económica al costo de profundizar su integración dependiente con la economía estadounidense. México es la factoría con bajos salarios de productos destinados al inmenso mercado de los Estados Unidos. Al tiempo que exporta petróleo sólo para comprar gasolina a las refinerías yanquis. Todo ésto sin tomar en cuenta el comercio ilegal caracterizado por el doble flujo de drogas hacia los Estados Unidos y de armas de guerra hacia México.
La euforia de Trump y la tristeza de Peña Nieto
Todo ésto para dimensionar la gravitación de las posiciones del presidente electo en el país del norte. El gabinete de Donald Trump es el primero en 30 años sin representantes de la comunidad latina en Estados Unidos. Ese es fue uno de los titulares de los diarios mexicanos ante la inminente asunción presidencial. Más allá de la composición del gabinete, que como era de esperar es expresión directa de las elites burguesas del imperio, la preocupación ante la nueva administración en los Estados Unidos es inmensa.
Uno de los puntos fuertes del discurso del candidato republicano fue construir a la inmigración y los acuerdos comerciales con México (y, por supuesto con otros países, fundamentalmente China) como los principales enemigos de los trabajadores estadounidenses. Ante lo cual se proyectaron una serie de medidas que, más allá de los pormenores de su ejecución efectiva, conservan una potencia política en términos de comunicación imposible de soslayar.
Antes de enumerar las políticas que se ejecutaron desde aquel viernes 20, hay que establecer la unidad de medida en relación a lo realizado hasta el momento. En los últimos 8 años de gobierno demócrata en Estados Unidos en América Latina vivimos tres golpes de estado (Honduras, Paraguay y Brasil), además de los intentos en Ecuador y Bolivia, y hubo que soportar el asedio en contra de los gobiernos progresistas y de izquierda en todo el continente. En todos los casos, las embajadas de los Estados Unidos fueron actores claves como lo revelan los cables diplomáticos filtrados y como seguramente descubriremos con azorada indignación, el lejano día en el que las agencias de inteligencia desclasifiquen sus documentos por considerarlos parte de un pasado petrificado para siempre.
Otra imagen que no podemos dejar de tener en cuenta es la siguiente. En la fría mañana de la asunción presidencial yanqui, en otra latitud, al sur, en el aeropuerto Benito Juárez de la Ciudad de México llegaban los últimos 135 deportados de más de 2.800.000 durante el mandato del premio nobel de la paz, Barack Obama. Aunque se pueda relativizar aquello de que el demócrata es el presidente que más deportó en la historia de Estados Unidos, que ha conocido momento de brutales deportaciones masivas, las cifras son elocuentes respecto al estado de la situación.
De cualquier manera, los temores no son infundados ante las promesas electorales del magnate inmobiliario. Durante la campaña Donald Trump aseguró que deportaría a 3 millones más de inmigrantes y cancelaría la orden DACA, que beneficia a inmigrantes llegados al país durante la infancia. También planteó establecer un gravamen para las remesas que, según Antonio Gónzalez en su artículo en La Jornada, implicaría un recorte de 10 mil a 40 mil millones de dólares en los ingresos de las familias de los trabajadores emigrantes de México. Por lo pronto el ataque comenzó hacia los ciudadanos de países de mayoría musulmana, en una decisión impugnada por el poder judicial estadounidense.
La medida más preocupante para la economía mexicana es la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte mediante la cual se pretende, según el programa de campaña de Trump, reducir el déficit comercial de 60 billones de dólares de Estados Unidos con México. Déficit que se explica, como ya lo señalamos, por la instalación en el país latinoamericano de industrias orientadas a la exportación hacia el país anglosajón. Un impuesto del 35% a las importaciones de bienes manufacturados producidos en México es otra de las posibles medidas planteadas por la campaña del multimillonario al respecto. Este lunes 13 los presidentes de Estados Unidos y Canadá se encontraron por primera vez y el TLC fue un punto central de la conversación.
En su polémico discurso del 11 de enero el presidente electo sostuvo que completará la construcción del muro fronterizo de 3.200 kilómetros. El enfásis de la intervención estuvo puesto en que será el gobierno mexicano, y su pueblo, quienes financiarán la obra, mediante un pago directo o impuestos en Estados Unidos a las importaciones. Cuando terminó el discurso, el dólar mexicano tocaba su precio máximo histórico sobrepasando largamente los 22 pesos mexicanos. Otro punto alto en la cuestión del muro se vivió con la suspensión del encuentro entre Peña Nieto y Trump, previsto para el martes 27 de enero. La visita programada del presidente de México a Estados Unidos fue forzosamente cancelada por las declaraciones del mandatario anfitrón en twitter. Allí, lisa y llanamente, planteaba que si México no estaba dispuesto a pagar el muro, ni se molestara en asistir. Podríamos mofarnos de lo rídiculo de la situación, sino estuviera sucediendo en la árida realidad donde existe al lado del hambre de millones.
Enrique Peña Nieto negó enfáticamente la posibilidad de hacer un pago por la obra, días después de nombrar a Luis Videgaray Caso al frente de la Secretaría de Relaciones Exteriores, que es el nombre de la cancillería mexicana. El funcionario, que hizo la declaración cada vez más común de que llegaba al cargo para aprender, es conocido en la política mexicana por su cercanía con Donald Trump. Según el semanario Proceso, Videgaray, en ese entonces secretario de Hacienda y Crédito Público y artífice de la reforma energética, fue el responsable de la entrevista entre el presidente mexicano y el candidato republicano el 31 de agosto de 2016, luego de la cual se derrumbó la aprobación de Peña Nieto y el secretario tuvo que renunciar. El retorno de este personaje al gabinete es un gesto elocuente. La dirigencia política a cargo del estado mexicano asume que la obediencia es la única manera de adaptarse al cambiante contexto internacional. Así como la reforma energética se justificó en la plegaria a la inversión extranjera para que construyan refinerías mexicanas, toda la política internacional de uno de los países más grandes de América Latina queda en manos de un hombre que le cae bien al presidente de los Estados Unidos. No es raro, pero tampoco augura tiempos felices para México.
Es díficil saber en qué medida podrá Donald Trump cumplir con sus promesas de campaña en la declinante primera economía mundial. Retirarse de los tratados de libre comercio sería contraproducente, no sólo para las poderosas multinacionales que se amparan en el estado yanqui para operar y enriquecerse a nivel mundial, sino para el propio objetivo declamado de sostener el liderazgo estadounidense frente a la arrolladora economía China.
Se sabe que la política no tolera el vacío. Sin embargo, para México en particular y los países centroamericanos de estrechísimos vínculos con la economía estadounidense, el peligro se refuerza de otra manera. No hay gobernante que escatime gastos en propaganda y las medidas en contra de la inmigración y los países latinoamericanos son una enorme operación de propaganda del magnate inmobiliario. El muro, se dijo hasta el cansancio, se construirá, aunque haya que comenzar pagándolo con dinero de los contribuyentes. Ford canceló la instalación de una planta en San Luis de Potosí para trasladarla a Chicago, al tiempo que General Motors hizo lo propio al trasladar operaciones a Michigan.
La devaluación del peso mexicano es otra realidad efectiva. Una certeza adicional angustia al pueblo de México: Enrique Peña Nieto es incapaz de afrontar el nuevo escenario. Es una tara generalizada en la derecha de todo el continente que sólo aprendió la estrategia de la resignación y la sumisión para relacionarse con las potencias. Viable a costa de la pobreza de los trabajadores en tiempos ordinarios, es probadamente inconducente en tiempos interesantes, como los que estamos condenados a vivir.
*Por Facundo Cruz para La Tinta