Comer, respirar y producir veneno
El modelo de producción de comida genera enfermedades, injusticias, desastres ambientales y la clásica guerra de pobres contra pobres. «Pueblo Verde» cuenta cómo nos robaron la posibilidad de alimentarnos y muestra formas para recuperarla.
Por Pablo Bruetman para Revista Cítrica
Cómo nos alimentamos, cómo se producen los productos que comemos, cómo la forma de producirlos afecta al medioambiente y cómo consumirlos, repercute en nuestros organismos. La agricultura a gran escala, el desmonte, las epidemias relacionadas con los problemas respiratorios. El robo de convertir a un regalo de la naturaleza -como la semilla- en propiedad privada de una multinacional. Monsanto, Bayer. El aval del Estado, que enferma a sus integrantes. Los ataques a los pueblos originarios. Sebastián Jaurs resumió lo que genera el modelo de producción de alimentos -a lo largo y ancho de todo el país- en un documental de menos de dos horas; y consiguió estrenarlo. «Pueblo Verde» se proyecta en el cine Gaumont hasta el miércoles 8 de febrero, a las 12:00 y a las 19:40.
Sería muy extraño que una persona avale una forma de producción que genera cáncer y tumores en chicos de 4 años. Sin embargo, sucede: comemos, respiramos y producimos veneno. ¿Quién puede querer eso? Una persona seguro que no. Son los que tienen nombre -Monsanto y Bayer- pero carecen de cara. No son personas, aunque sí tienen personas que los representan: gerentes, investigadores, especialistas que hilvanan sus mentiras y, a veces -de tan inmersos y cooptados- hasta se las creen. Creen que es la manera de vivir. Algunos de ellos también aparecen en la película. Los que no están, son los que no hay forma de meter en pantalla: los que no tienen cara y aprovechan esa ausencia (esa posibilidad de no tener que dar la cara) para manipular al poder político y a la economía.
Por eso, Sebastián, después del viaje que realizó por la Argentina rural para filmar Pueblo Verde, concluyó que la única alternativa para liberarnos del veneno, somos las comunidades, los ciudadanos, las personas.
El sistema productivo actual se basa en insumos como fertilizantes, veneno, fungicidas y maquinarias a gran escala, que están generando epidemias y casos de cáncer en las cercanías de los lugares donde se cultivan las plantaciones. Las empresas no van a controlar, siempre van a buscar su propio beneficio. Los que tienen que ejercer el control son los organismos estatales. Pero no lo hacen, y ese control queda a cargo de las comunidades, de la gente que se organizó y empezó a levantar la voz.
La primera parte del documental transcurre en Buenos Aires con testimonios de ecologistas, ambientalistas y nutricionistas que explican cómo en las ciudades -al no haber tiempo para cocinar- optamos por consumir productos envasados “que se comen pero no alimentan”. En una escena, personas que salen del supermercado leen qué ingredientes tienen los productos que compraron y sacan sus conclusiones: no saben lo que están comiendo. Pero el daño del sistema de producción de alimentos no se limita al consumo de veneno en productos envasados. Tras realizar una exhaustiva investigación, Sebastián agarró la cámara y los micrófonos, y salió con el equipo de la película a recorrer los lugares donde se produce la materia prima de los alimentos. Y se encontró con las injusticias que esperaba pero también se sorprendió al conocer formas de vida alternativas y mucho más saludables. Iban a ser tres semanas, sin embargo la gente tenía tanta necesidad de contar su historia, de hablar y de compartir lo que le estaba pasando, que tuvieron que extender el viaje quince días más.
Originalmente la película era una crítica 100% al modelo actual, y en el viaje descubrí que había un montón de gente trabajando en alternativas. Salí con una mirada negativa sobre todo, y volví con la sensación de que había gente luchando, y gente buscando alternativas, construyendo cosas para encontrar nuevas formas.
Lo que más sorprendió al director de Pueblo Verde fue cómo viven los pueblos originarios en Santiago del Estero: “Llegamos y no había puertas. Después de un rato con ellos, te das cuentas que no tienen la puerta porque no la necesitan. Los frutos los sacan del monte y tienen su propia crianza de animales. Esa es su forma producción no extractiva: toman sólo lo que necesitan, y cuidan la tierra. El abuelo vivió hasta los 100, el padre hasta los 100, y ellos van a vivir hasta los 100 años, porque llevan una vida mucho más saludable que la nuestra. Entonces ahí te empezas a plantear qué es calidad de vida. ¿Es tener una puerta, o es otra cosa?”.
Aquella fue la parte esperanzadora del viaje. Las visitas a los pueblos y escuelas fumigadas, duelen: nenes con deformaciones, una cuadra entera en donde no hay ni una casa sin enfermos de cáncer, y médicos agotados de recibir personas envenenadas por los productos químicos que se tiran sobre las plantaciones. Todo empieza con la semilla. Venden una semilla contranatural, a la que le ponen un gen para que resista al veneno. El problema, como comenta una médica en el documental, “es que se olvidaron de ponernos ese gen a los humanos”. Y lo peor es que ese gen que está matándonos, es el que les da poder a los dueños de los alimentos:
Estas empresas patentan las semillas, meterles un gen en el laboratorio les da la posibilidad de patentar que les reconoce el Estado. Entonces pasan a ser dueños de un insumo que durante toda la historia de la humanidad fue patrimonio de todos. Es un regalo de la naturaleza que hoy está camino a ser parte de la propiedad privada de una empresa. Para mí esa es una de las cosas más peligrosas, porque quien tiene el control de los alimentos, te tiene agarrados.
Nadie quiere comer veneno. No es saludable, nos enferma, nos contamina. Ni siquiera tiene buen sabor. Ni siquiera lo quieren comer aquellos que lo producen. El documental muestra un testimonio revelador, que modifica las percepciones. Es el del hombre que maneja el avión amarillo con que se fumigan los campos. El tipo dice que quiere que el Estado controle los productos que él tira, porque sus hijos después van a comer la comida que fue rociada por esos químicos.
“Fue una de las entrevistas más movilizantes. Llegamos al lugar con el prejuicio a cuestas, y el primer acercamiento con él no fue del todo amable, pero accedió a hacer la entrevista, y fue muy interesante. Él estaba a la defensiva, y nosotros en una situación casi de acusar. Pudimos coincidir en muchas cuestiones y en la forma de verlas. Lo que pasa en casos como el suyo, es que compran que ese es el modelo de producir. Que es la forma de hacerlo. No hay en él mala intención cuando aplica los productos, pero está -digamos- cooptado por esa forma de producir”, recuerda Sebastián. Tal vez, cuando las personas nos demos cuenta los daños de producir veneno, podamos hacer que los que no tienen cara dejen de imponérnoslo.
*Por Pablo Bruetman para Revista Cítrica