A propósito de las Jornadas Nacionales “Educar en igualdad”
El próximo 23 de noviembre se realiza en toda la provincia la «Jornada Educar en Igualdad, Prevención y Erradicación de la Violencia de Género”. El desafío de las educadoras será evitar que sólo se hable de feminicidos y que se profundice en la multiplicidades de violencias machistas que sufren las mujeres y que la escuela por momentos reproduce, afirma e invisibiliza.
En el libro el Grito Manso, Paulo Freire plantea que en su tarea como educador y escritor siempre dice «hombres y mujeres» porque aprendió «hace ya muchos años, trabajando con mujeres, que decir solamente hombres es inmoral».
«¡Lo que es la ideología! De niño, en la escuela, aprendí otra cosa: aprendí que cuando se dice hombre se incluye también a la mujer. Aprendí que en gramática el masculino prevalece. Es decir que si todas las personas aquí reunidas fueran mujeres pero apareciera un solo hombre, yo debería decir «todos» ustedes y no «todas» ustedes. Esto, que parece una cuestión de gramática obviamente no lo es. Es ideología y a mí me llevó un tiempo comprenderlo”, sostuvo Freire.
Y continuó: «Una vez en el aula dije ‘todas’ en reiteradas oportunidades hasta que un alumno me preguntó: ¿sólo las chicas tienen que hacer esa tarea? Yo contesté que, cuando hablo en genérico para incluir hombres y mujeres uso el femenino, porque el masculino no me incluye y me desaparece. Los varones, sorprendidos, respondieron que ellos no se sentían incluidos tampoco en ese ‘todas’ y que no querían ser referidos de esa manera. ‘Ahora nos entendemos’, respondí».
La realización de la Jornada “Educar en Igualdad, Prevención y Erradicación de la Violencia de Género” obligatoria y simultánea en la Provincia de Córdoba el próximo 23 de noviembre -en cumplimiento de la Ley Nacional N.º 27.234 sancionada en noviembre de 2015 que establece la obligatoriedad de realizar al menos una jornada anual en las escuelas primarias, secundarias y terciarias de todos los niveles y modalidades, ya sean de gestión estatal o privada- se presenta como un desafío para las educadoras.
¿Cómo trabajamos en una sola jornada prevención de la violencia de género? ¿Qué buscamos “prevenir”? El 2016 ha sido un año muy duro para las mujeres en la Argentina –y en el mundo-, y las reiteradas manifestaciones públicas lo han puesto de manifiesto cuando miles de mujeres marchamos por las calles al grito de «¡Vivas nos queremos!» e hicimos un paro en nuestros lugares de trabajo y vestimos de luto.
Pero para nosotras hablar de prevención no implica sólo que nos enseñen artes marciales en los colegios o que nos digan que no debemos caminar “solas” por las calles. Prevenir implica conocer las raíces del problema de la violencia machista y educar para transformarlas.
La cartilla que el gobierno propone, usa la definición de Maffia sobre violencia de género: “Se define por las relaciones desiguales de poder que subordinan a las mujeres, por las relaciones patriarcales que hacen de las mujeres (y los hijos e hijas) propiedad de los varones y responsables del cuidado del hogar y los trabajos domésticos”. Esta definición contiene la esencia de nuestra realidad: nos matan por ser mujeres. La violencia de género no implica que, indistintamente, una persona del sexo opuesto mate a otra, sino que implica que la razón por la cual una es asesinada es su género: mujer.
Pero, ¿cómo hacemos para que esto se comprenda en los talleres que hagamos el día de la jornada? O mejor, ¿cómo llevamos la prevención a nuestra tarea cotidiana como educadoras y educadores?
La construcción de sujetos femeninos y masculinos tiene un lugar privilegiado en la escuela, cuando el uniforme para las chicas es una pollera, incluso en invierno, y el de los varones un pantalón, y les decimos a las chicas que la pollera es “demasiado corta” y va a despertar connotaciones sexuales en sus compañeros. Cuando en educación física chicos y chicas tienen clases por separado, y las chicas hacen vóley, hockey o gimnasia rítmica, y los varones juegan al fútbol, básquet o se entrenan en atletismo. Cuando elegimos qué próceres hicieron la patria, y no vemos ni cuestionamos por qué no hay ninguna mujer en esa lista. Cuando censuramos el despertar sexual de los/as adolescentes y no leemos el entrelíneas de los chistes que los varones hacen a las mujeres cuando éstas menstrúan por primera vez, o comienzan a usar corpiño, o cuando un niño tiene una erección cuando no “debería”.
La vergüenza y el ocultamiento se promueven desde las aulas, y luego nos cuestionamos por qué no se denuncian los acosos sexuales que sufren las chicas “a tiempo”. La disciplina que impone la escuela atraviesa a lo más profundo de los cuerpos de los y las estudiantes, no sólo en cuanto al lugar y comportamientos que deben ocupar en el aula o en el patio, sino en la sociedad y en sus futuras relaciones interpersonales.
¿Cómo logramos que se comprenda la base del iceberg que en la punta asoma mediáticamente como “nos están matando”, pero que esconde multiplicidades de violencias cotidianas que sufrimos las mujeres y que la escuela por momentos reproduce, afirma e invisibiliza? Que estas jornadas sean un puntapié para que trabajemos estas desigualdades todos los días y para que cuestionemos nuestra currícula, es una utopía. Por algo se empieza, siempre nos dicen, pero empecemos por el principio.
Prevenir implica conocer las raíces del problema de la violencia machista y educar para transformarlas.
Deconstruyamos nuestras historias de opresiones y privilegios como mujeres y hombres para poder comprender la base que sustenta ideológicamente al feminicida, como producto social del machismo y el patriarcado. No permitamos que el día se pase hablando de cómo y porqué tal o cual marido mató a su mujer y qué habrá hecho ella. Recorramos un camino que nos permita reconocer qué acciones cotidianas hacen que los varones que estamos educando se sientan con derechos sobre los cuerpos de sus compañeras de curso.
No permitamos que se banalicen nuestras vidas en una enseñanza vacía y sinsentido sobre la violencia de género. Toquemos las vidas de nuestros alumnos y les mostremos un camino para que deconstruyan sus privilegios, y toquemos las vidas de nuestras alumnas para que rompan con los estereotipos sociales de “buena mujer”.
¡Porque enseñar es tocar una vida, para siempre!
Fotos: Colectivo Manifiesto