Diez hipótesis para repensar la “corriente autónoma” de los movimientos sociales (V)
Luego de realizar un recorrido por contexto de surgimiento de la denominada Nueva Izquierda Autónoma y de rescatar el Poder Popular como concepción y práctica central de las experiencias que pujan por abrir paso a un nuevo proyecto emancipatorio, destacamos la importancia de seguir sosteniendo el concepto de autonomía como principio constitutivo de la “corriente autónoma” de los movimientos sociales, la necesidad de sostener las prácticas políticas que se pretenden liberadoras sobre una ética revolucionaria. En esta quinta entrega reafirmamos la apuesta por construir una propia institucionalidad, sostenida sobre la democracia de base, en antogonismo con las formas representativas de las democracias parlamentarias.
Fábrica de Bases
Entendemos a la democracia de base como el ejercicio primordial de las organizaciones de base para la toma de decisiones, en el camino por ir gestando una institucionalidad propia, antagonista con las “representativas” de este sistema. El nombre de “asambleas” se tornó casi en una marca identitaria para los movimientos sociales de la Argentina contemporánea, pero es importante advertir que más allá de la forma que tome la reunión de las personas (encuentros, plenarios, reuniones, asambleas, talleres, etcétera, etcétera) lo que importa, en el fondo (y en la superficie), es la posibilidad de ir gestando instancias de participación en donde el pueblo sea protoganista de su destino, tanto en la toma de decisiones respecto de lo micro, de lo cotidiano, como de lo macro y de las proyecciones a largo plazo.
Durante los últimos diez, quince años, las derivas Latinoamericanas llevaron a ciertos planteos que contrapusieron las experiencias más destacadas del continente, a entender de este ensayista, la protagonizada por los zapatistas en el sur de México y la protagonizada por importantes sectores del pueblo venezolano en el marco de la denominada “Revolución Bolivariana”. Entendiendo que cada proceso es singular y que más allá de ciertas tendencias comunes de los ciclos Latinoamericanos cada dinámica “nacional” es única e irrepetible (tanto geográfica como temporalmente), resulta de una enorme productividad para las nuevas izquierdas pensar en serie a los “caracoles” zapatistas con la consigna de “estado comunal” propugnada por el “chavismo”.
“Comunas o nada”. Con este “mandato chavista” podríamos introducirnos en el debate sobre “la cuestión democrática” en el siglo XXI. En el contexto de derrota mundial de las políticas emancipatorias, tanto el “abajo y a la izquierda” zapatista como el “socialismo del siglo XXI” propugnado por Chávez colocaron a las experiencias populares gestadas en los últimos años ante un doble desafío: asumir el ideario libertario, la búsqueda por construir una sociedad no-capitalista, a la vez que seguir entendiendo a la política como un proceso creativo, de invención de los pueblos y no como resultado de una doctrina científica o un ideal a implantar.
En ese marco, la experiencia del chavismo logró combinar aquello que el marxista peruano José Carlos Mariátegui denominó como “ elementos de socialismo práctico” con avances en un Estado que, a su vez, busca dejar de ser Estado (en términos clásicos) para convertirse en otra cosa (que aún no se ha evidenciado qué puede llegar a ser). Elementos de socialismo práctico, entonces, desplegados en la cotidianidad por un sin-número de organizaciones de base, del campo y la ciudad, pero que aspiran a no quedarse en una pequeña escala, sino extenderse. Con la sanción de la Ley de Consejos Comunales, en 2006, comienzan a gestarse en Venezuela las condiciones jurídico-políticas para que el pueblo se empodere y apueste por un auténtico proceso de “desmonte” del Estado representativo. La propia constitución venezolana legítima hoy que el gobierno sea democrático, participativo, electivo, descentralizado, alternativo, responsable, pluralista y de mandatos revocables. Una “democracia participativa y protagónica” cuyo eje vertebrador ya no sea el liderazgo unipersonal (aunque en este contexto Nicolás Maduro sea mucho más que un presidente) sino la construcción del “Estado Comunal”.
Por supuesto, aun en la tradición marxista es posible remontarse no solo a los soviets rusos de principios del siglo XX, sino incluso a las reflexiones realizadas por Karl Marx en el marco de la comuna de París. Recordemos que una de las conclusiones a la que arriba en La guerra civil en Francia es que “la clase obrera no puede limitarse a hacerse cargo de la maquinaria del Estado ya existente y utilizarla para sus propios fines”. En ese sentido, destaca la importancia que tuvo el hecho de que los “consejeros municipales” fueran elegidos por sufragio universal en los distintos barrios y que sus mandatos fueran “revocables”. También que percibieran un salario igual al de un obrero. Muchas veces se critica este tipo de idearios en nombre de lo imposible que resulta organizar así un país y no un pequeño poblado.
Sin embargo, Marx pone de relieve que “en manos de la Comuna se pusieron no solamente la administración municipal, sino toda la iniciativa ejercida hasta entonces por el Estado”. Por otra parte, al autor de El Capital señala que “en el esbozo preliminar de organización nacional, que la Comuna no tuvo tiempo de desarrollar, se establece claramente que la Comuna habría de ser la forma política que revistiese hasta el más pequeño caserío del país”. La lección no es menor, por más que –como se sabe– la Comuna de París fuera aplastada a sangre y fuego por el poder de los capitalistas. “La Comuna dotó a la República de una base de instituciones realmente democráticas”, comenta Marx. E insiste: la Comuna fue “la forma política al fin descubierta bajo la cual ensayar la emancipación económica del trabajo”. Es decir, la Comuna estableció un horizonte en el que era posible pensar “abolir la propiedad privada” (“expropiación de los expropiadores”) y establecer una dinámica de “trabajo libre y asociado”. Más allá de las distancias geográficas y temporales, hay una lección del París insurrecto de 1871 que sigue instando a reinstalar la hipótesis comunista. Y es la siguiente: la Comuna “tomó en sus propias manos la dirección de la revolución; cuando por primera vez, simples trabajadores se atrevieron a transgredir el privilegio gubernamental de sus ´superiores naturales´”.
El “atrevimiento” de “simples” trabajadores para “ensayar” la emancipación sigue siendo una dinámica que, por aquí o por allá, parece inquietar las almas bellas que administran los intereses del capital.
Leé el resto de los artículos: Primer Hipótesis; Segunda Hipótesis, Tercer Hipótesis, Cuarta Hipótesis.
Por Mariano Pacheco. Fotografía: Martín Villarroel Borgna.