Hay que revisar el «que se vayan todos» desde el presente
En la madrugada del 16 de septiembre de 1976, las patotas de los Grupos de Tareas al mando de la Junta de Comandantes del autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional”, secuestraron en la ciudad de La Plata a un grupo de jóvenes militantes.
La mayoría pertenecientes a la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), uno de los frentes de masas conducidos por la organización Montoneros, de la que Jorge Falcone llegó a ser “oficial” de la “estructura de prensa”. Su hermana, María Claudia, tenía 16 años y fue una de las detenidas ilegalmente por el accionar de las fuerzas armadas. Aún permanece desaparecida.
Como María Clara Ciocchini y Daniel Racero (18 años), Horacio Ungaro y Claudio de Acha (17), y Francisco López Muntaner (16). Gustavo Calotti (18), Emilce Moler y Patricia Miranda (17), junto con Pablo Díaz (19), sobrevivientes, fueron secuestrados días antes o después de aquella razzia, pero formaron parte del mismo grupo de militantes capturados por el terrorismo de Estado en lo que hoy se conoce como “La noche de los lápices”. La historia cobró relevancia pública luego del testimonio de Díaz en el “Juicio a las Juntas” y tras el film homónimo estrenado en 1985 y dirigida por Héctor Olivera.
Derecho-humanismo y políticas de la memoria
“Soy partidario de realizar el ejercicio de una memoria no obstructiva. Siempre digo que para que existieran Madres de Plaza de Mayo, primero tuvieron que existir hijos de Plaza de Mayo”, sostiene Jorge Falcone, poeta y documentalista, a quien en la militancia le dicen “Chiqui”. También dice estar convencido de que el “derecho-humanismo” “no tiene que obturar lo que fueron las luchas revolucionarias”.
Y agrega: “fueron luchas anticapitalistas, al fin y al cabo, algo que hoy parece completamente despreciado en términos políticos. Podemos retomar ese cauce, porque este sistema está directamente depredando el planeta”.
Cuatro décadas después del secuestro de su hermana, Falcone acompaña a “los secundarios” nucleados en la Coordinadora de Estudiantes de Base (CEB) de la Ciudad de Buenos Aires, que organizaron un ciclo de actividades durante todo el mes, bajo el lema “Septiembre es de lucha, el futuro es nuestro”.
También se llegó hasta la provincia de Córdoba, donde brindó una charla en la ciudad del Tajamar, aquella en donde el niño Ernesto Guevara pasó varios años de su vida. Falcone se muestra muy a gusto entre los muchachos y las chicas de los Centros de Estudiantes, destaca que hoy los jóvenes tienen “muchos menos tics y prejuicios” que los que su generación tuvo en las décadas del 60 y del 70, a la que caracteriza como muy “formal” y “organicista”, a diferencia de las actuales militancias, inspiradas “en ideales mucho más libertarios”.
Los salieris de Birri
Falcone cuenta que se inició en la militancia en la Federación Universitaria de la Revolución Nacional, en la ciudad de La Plata, expresión estudiantil de la organización Montoneros. Luego, tras la fusión de octubre de 1973 entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y Montoneros, integró la Juventud Universitaria Peronista (JUP) y la Juventud Trabajadora Peronista (JTP) en el ámbito estatal, hasta que pasó a ser parte del “Área Federal de Prensa” de la organización político-militar, donde llegó a obtener el grado de “oficial”.
Esa parte de su historia, en los ámbitos militantes, es bastante conocida, aunque no tanto su devenir cineasta. Entre sus películas se destacan Hombre bebiendo luz, sobre la vida y obra de Rodolfo Kusch y El profeta, ensayo audiovisual sobre el cineasta y escritor Pier Paolo Pasolini.
¿Cómo fue tu ingreso al cine?
Yo vengo de un hogar en el que se narraba y en el que había una biblioteca de tres paredes, del piso al techo. La primera banda sonora que recuerdo es la de un relato de ciencia ficción en la voz de mi padre, antes de ir a dormirme y el Gulliver de Max Fleischer de 1939, que estableció en mi vida un antes y un después.
Durante mi cursado de la Escuela Superior de Artes de La Plata, en una época en la que parecía que íbamos a tocar el cielo con las manos y en la que estábamos muy estimulados, armé mi primer grupo de cine en super-8 con compañeros de la secundaria, con los que filmamos cine de género: policial, ciencia ficción y terror. El Parque Pereyra Iraola fue mi Transilvania de la infancia, teníamos un personaje que se llamaba “Drágula: ladrón de glóbulos rojos”, con el cual hacíamos un cine bizarro, satirizando esas películas, en consonancia con La danza de los vampiros de Roman Polanski. Y fomentada esta inclinación por mi padre, en consonancia con la consigna que dice que “hay amores que matan”, me dice: “vos tenes una gran capacidad de relato.
Para hacer cine, la mejor forma es contar buenas historias, y para eso es importante conocer el alma humana, así que creo que lo mejor que podes hacer es estudiar psiquiatría”. Mi viejo cirujano, qué más quería que tener en la puerta de mi casa natal otra placa de galeno. Pobre: no se la di y por eso se ofendió mucho. Pero llegué a cursar todo el ciclo de médico, con lo cual en la clandestinidad y durante mi brevísimo exilio, pude ejercer la medicina rural, en Paraguay, con un médico de la oposición a Stroessner, donde lo asistí en la atención de las Ligas agrarias.
Recién con la recuperación de la democracia y al abandonar la clandestinidad y regresar a mi ciudad natal, llegué a convertirme en el representante estudiantil de 150 aspirantes a ingresar a la Escuela de Cine intervenida por el lopez-reguismo y clausurada por la última dictadura, en una lucha que culminó en los albores de la década del 90 con la reapertura de la Escuela de Cine, y comencé a formarme. Primero de manera a-sistemática, con Carlos “Chino” Vallina, tributario del Grupo Cine de la Base impulsado por Raymundo Gleyzer, desaparecido en 1976, el 27 de mayo, fecha que hoy es el “Día del documentalista” en Argentina, a propuesta del Movimiento de Documentalistas del que formo parte.
Luego, también me formé con el tucumano Fernando Vallejo, del grupo Cine Liberación, autor de una de las películas que me marcaron, a mi y a mi hermana, El camino hacia la muerte del viejo Reales, película que me conectó con otra manera de ser argentino, porque da cuenta de las historias de la argentina profunda protagonizada por los cañeros tucumanos que luchaban contra la dictadura del general Onganía. Con Vallejo remontamos las aguas del Paraná con los obreros de Bragado, conocimos a los obreros de las minas de Río Turbio con una cámara al hombro, filmamos el Parlamento indígena en la Provincia de Buenos Aires, el Tantanakuy infantil en la Quebrada de Humahuaca…
Lo que con los compañeros que venían de Cine de la Base fue una fuente de reflexión y formación teórica, con Vallejo se convirtió en una práctica intensiva. Él siempre decía: “hay que saber reflejar el rostro curtido del trabajador argentino”, y remarcaba que sus dos fuentes de referencia eran la Escuela de Cine de Santa Fé, de Fernando Birri y el Estrella del Norte, que era el tren con el que viajaba con los braceros que iban a cosechar la papa en La Pampa o la manzana en el sur. Esas fueron las escuelas de mi maestro y las que yo heredé. Así como León Gieco dice que en el rock son todos salieris de Charly, los documentalistas decimos que somos todos salieris de Birri…
La voz se entrecorta primero y se quiebra después. El grabador se apaga y el silencio se apodera de la habitación donde realizamos la entrevista por unos segundos. Luego Jorge Falcone dice reivindicar el “costado sentimental” de la política y tras una breve pausa continúa la charla. El grabador no se enciende y la conversación va por otros carriles. Al rato, la formalidad del reportaje se apodera nuevamente del intercambio de palabras.
Peronismo: una escuela sin mástil
Falcone militó varios años en las filas del denominado “peronismo revolucionario”. Como tal, en 1976 y tras un breve exilio, retornó al país integrando las Tropas Especiales de Agitación (TEI) de Montoneros, en el marco de la denominada “Contraofensiva”.
¿Y de dónde viene tu peronismo?
Yo siempre digo que los almuerzos y las cenas de la familia Falcone fueron como una suerte de escuela sin mástil, en la que mi padre era la expresión del derecho al acceso a una salud gratuita e igualitaria y mi madre de una educación en los mismos términos. La idea de la justicia social, tanto mi hermana María Claudia como yo, la mamamos en ese contexto. Mis padres eran peronistas históricos: él, el primer comisionado municipal peronista y en 1956 padeció tres meses de prisión en el penal de Olmos, junto con Juan Carlos Livraga, el “fusilado que vive” de la Operación Masacre de Rodolfo Walsh.
Y fue preso por haber sido parte del levantamiento cívico-militar peronista encabezado por Valle y Cogorno. Mi madre, una aguerrida maestra de escuela pública, fue parte de la lucha encabezada por María Eva Duarte de Perón por el voto femenino y fue delegada de La Plata, Beriso y Ensenada. Con lo cual, el vendaval de la década del 70, sobre todo con la campaña del “Luche y vuelve”, que fue el pináculo de 18 años de ofensiva popular, con todo lo que implica la acumulación política, ideológica y organizativa, que uno puede comparar con el acto de meter moneditas en una alcancía, que en 1976 hicieron estallar y nos dejó juntando pedazos. Todo ese proceso no podía menos que llevarnos puestos a mi hermana y a mí, cada uno en sus respectivos frentes de militancia.
Y respecto del peronismo, de su legado, creo que ha cumplido un ciclo, sobre todo el peronismo institucional, pero como identidad creo que el peronismo es insoslayable para cualquier perspectiva de emancipación que el pueblo argentino construya de aquí en más, cualquiera sea el “ismo” que adopte, deberá abrevar en la historia del peronismo de las bases. No quiero caer en lugares comunes, pero no podemos dejar de mencionar la resistencia peronista y las experiencias armadas como los Uturuncos, Taco Ralo y las organizaciones posteriores; los programas de la Falda y Huerta Grande, la CGT de los Argentinos…
Son el ADN sin el cual se torna impensable un proyecto de liberación nacional que haga pie en las grandes mayorías.
Creo que hay revisar desde el presente la consigna del “Que se vayan todos”, ya que venimos de una experiencia que acaso tardiamente planteó que se podía humanizar el sistema en el que vivimos y que está literalmente depredando el planeta
Te referías al peronismo en pasado. ¿Y el presente?
Creo que lo nuevo que surja tendrá ese componente hereditario, así como la acumulación de experiencias como las de la última dictadura, como la experiencia piquetera, de las asambleas y las fábricas recuperadas. Que bregó en las dinámicas horizontalistas y autogestivas y que no llegó con fuerza para gestar un proyecto integral por la positiva, pero que dejó como acta de defunción de la democracia formal la consigna del “Que se vayan todos”, que creo que hay que revisarla desde el presente, ya que venimos de una experiencia que acaso tardiamente planteó que se podía humanizar el sistema en el que vivimos, que está literalmente depredando el planeta, el único hogar que tenemos.
Bueno, esa operación creo que solo es posible de sostener después de una operación quirúrgica como la que realizaron los genocidas. Incluso, te digo más, algo que pude vivir en carne propia durante mi exilio en Escandinavia, con la socialdemocracia de Olof Palme: en 1979 nos cagaron alegremente a palos cuando nos concentramos frente a la embajada de Nicaragua en Estocolmo, para advertir y repudiar la posible invasión yanqui contra los sandinistas. Ahí, todo el derecho-humanismo for export se convirtió lisa y llanamente en un fascismo que torturó compañeros en las comisarías bajo la consigna “Cabecita negra”, mientras pintaban cruces esvásticas en las comisarías de Estocolmo, incluso manteniendo desaparecidos muchos compañeros por más de 24 horas.
Eso podría ser considerado el capitalismo serio. Entonces me pregunto: ¿cuánto más serio puede ser el capitalismo? ¿No es esa su esencia? Los niños fumigados, las poblaciones contaminadas por la minería a cielo abierto, la infinita precarización laboral que está arrodillando a hogares enteros y obligándolos a poner un plato de caldo con sal sobre la mesa y llamar a eso una sopa.
Históricamente: ¿cuándo te parece que el peronismo deja de ser un camino viable para la emancipación? ¿Es la última dictadura? ¿El menemismo? ¿Una combinación? ¿O es el 2001?
Yo creo que entre la segunda mitad del siglo XX y los primeros años del siglo XXI, el sistema logra realizar dos operaciones, que funcionan como una bomba neutrónica, dejando la estructura, la reverberancia simbólica de una experiencia valiosísima pero destruyendo lo mejor de su esencia.
La llamada “década neoliberal” vacía el Estado nacional cantando la marcha peronista. En una alianza entre pequeños sectores aristocráticos y una gran masa desarrapada, se vacía el Estado nacional, todo en nombre del peronismo y con consenso de masas. Y en la primera década del siglo XXI se comete una terrible estafa a todo el potencial subversivo inscirpto en la experiencia de las décadas del 60 y del 70, edulcorando nombres que va costar volver a revalorizar en toda su dimensión transgresora, como son los de Francisco Urondo, John William Cooke o el de Rodolfo Jorge Walsh. Idealizando esa experiencia, con la clara intención de ofrecerle a las nuevas generaciones una suerte de montonerismo sensato o descafeinado.
Uno es un tiro en la frente y el otro es un remate en la nuca de la experiencia subversiva.
Por Mariano Pacheco, para Revista Zoom