Una respuesta al artículo “Sobre Monsanto y los transgénicos”
Esto es una respuesta a la columna de opinión de Alejandro Marzeñuk, publicada en la Prensa Obrera el 16 de agosto pasado, titulada “Sobre Monsanto y los transgénicos”, y al que agradezco al Partido Obrero por el espacio para dar unas aclaraciones.
Según el autor de dicha columna, “hay un error común” al mezclar los transgénicos con los herbicidas y las empresas trasnacionales: “Son cosas que no tiene por qué estar relacionadas”, por la sencilla razón de que la tecnología no es mala per se.
Lo primero que hay que decir es que según cálculos de la ONG Amigos de la Tierra, a partir de datos del ISAAA (Servicio Internacional de Adquisición de Aplicaciones de Agrobiotecnología) en 2012, el 99% de los alimentos transgénicos fueron creados con la finalidad de ser resistentes a los herbicidas, a los insectos o a ambos. Y no para ser resistentes a la sequía o para que produzcan nutrientes o micronutrientes “milagrosas”. De ahí, las elevadas ventas de los agroquímicos en distintas puntos del globo.
Lo segundo, es que a la hora de hablar sobre los alimentos transgénicos nos llevará a la misma conclusión que a la hora de hablar sobre la mega-minería y el fracking: fueron creadas con la única finalidad de elevar la ganancia capitalista. A medio siglo de la llamada Revolución Verde, todavía el mundo entero sigue padeciendo hambre.
Gran parte de los productos transgénicos ni siquiera se destina para paliar el hambre, sino para el consumo del ganado y para el negocio de los biocombustibles. Según la Alianza Global por la Liberación de la Semilla, solo el 1% de los agricultores del mundo se dedican a cultivar transgénicos. Y el 88% de la tierra cultivable en el mundo es libre de ellos.
Encima, mientras se desechan 1.300 millones de toneladas de comidas a los basureros, la expansión de cultivos transgénicos ha llevado a una enorme concentración económica. Solo seis empresas (Monsanto, Syngenta, Mayer, DuPont, Dow y Basf) acaparan el negocio total de las semillas transgénicas. Estos seis se encargan del 75% de las investigaciones privadas sobre los mejoramientos fitogenéticos.
En distintos países, incluyendo el nuestro, se vienen denunciando la famosa “puerta giratoria”, donde parte del personal de estas multinacionales pasan a trabajar a las entidades que aprueban los eventos transgénicos para sus entradas a las respectivas nacionales. Tal es el caso de la Conabia en Argentina.
Con lo cual, gran parte de las investigaciones científicas, como el rol que cumplen los Estados, no logran garantizar la “seguridad” alimentaria a la hora de concluir la inocuidad o no de los alimentos transgénicos, más allá de su ligazón con los agroquímicos.
Tampoco debemos olvidar que la expansión de la frontera de estos mismos cultivos ha generado la pérdida de variedades en los alimentos, además de la contaminación a los cultivos no modificados genéticamente por la filtración de trans-genes por vía de la polinización. Sin mencionar que actualmente, el modelo transgénico ha generado una mayor despoblación en las zonas rurales, desarrollando un “campo sin campesinos”.
Más allá de las discusiones que se vienen dando sobre el famoso “arroz dorado”, impulsado por el multimillonario Bill Gates para supuestamente paliar la deficiencia de la vitamina A en los cuerpos, es indiscutible que el consumo de variedades de alimentos, basado en una buena cantidad y calidad de nutrientes, vitaminas y minerales, es lo que permite sostener un pueblo más saludable y con un mejor equilibrio con el medio ambiente.
Y finalmente, tal como respondió Jorge Altamira a comienzos de 2014, a la hora de ser preguntado en uno de los videos de “Altamira responde” sobre si el partido prohibiría o no los transgénicos: “Indudablemente que sí. Pero no debemos tomar la respuesta como algo aislado. Porque no se trata solamente de la semilla transgénica, sino que también conforma un conjunto de actividades convexas. Porque hay que protegerla con herbicidas, y luego hay que introducir otros productos para protegerlo de otros herbicidas”.
Por ese motivo, a la hora de conseguir la Reforma Agraria, es importante que dentro del movimiento socialista, las comunidades campesinas tengan una participación fundamental. Y no solo ayudarlos a que no paguen más regalías a las multinacionales, como lo propone Marzeñuk.
Por Lea Ross, en Prensa Obrera