Viviana Avendaño y Laura Lucero, a 20 años de su muerte
El 10 de junio de 2000, un extraño choque en la ruta 38 ponía fin a las vidas de Viviana Avendaño (41) y Laura Lucero (24). La Justicia no buscó testigos ni se molestó en investigar las amenazas de la Policía cuando, el día anterior, Avendaño se convertía en protagonista de una protesta victoriosa en esa misma ruta. Hija y nieta de madres solteras, precoz guerrillera, presa política adolescente, militante comunista, lesbiana feminista, educadora popular y líder piquetera, les dio la razón a los represores dictatoriales que la definieron como “irrecuperable”. También lo fue –en sentido opuesto– para quienes compartieron sus luchas.
Por Alexis Oliva para La tinta
Irrecuperable
6 de abril de 1981, 15 horas, Avenida de Mayo y 9 de Julio, Buenos Aires. En el cruce entre la avenida que une la Casa Rosada con el Congreso y “la más ancha del mundo”, está el Monumento a Don Quijote de la Mancha, regalo del rey Juan Carlos de Borbón al dictador Jorge Rafael Videla en junio de 1980, al cumplirse el 400 aniversario de la capital argentina. Una joven de 22 años, presa política liberada ese mediodía al cumplir cinco años y medio de condena, trepa y se acomoda entre la montura y el cuello de Rocinante. La chica queda adelante del hidalgo representado en plena batalla contra imaginarios enemigos. Y su madre dispara la cámara fotográfica.
Una semana después, un sobre llega desde Córdoba para las ex compañeras de celda de Viviana Avendaño en la cárcel de Villa Devoto. La foto, perdida en una requisa y olvidada en algún archivo penitenciario, sólo vive en la memoria de sus destinatarias. “La tipa recién salía de una cárcel muy difícil, en años muy difíciles, porque estaban los milicos todavía. Pero ella encontró un pedacito de alegría para regalarnos: treparse ahí… Cuando yo salí, me fui hasta el monumento a mirar cómo miércoles se había subido la loca esta. Eso es un símbolo de su vida, porque ella también era un Quijote”, dice Graciela Draguicevich.
Con ese pedacito de alegría, Viviana Avendaño comenzaba a darle la razón a la calificación penitenciaria que, un año antes, la había definido como “irrecuperable”. En el contexto del Proyecto de Recuperación de Pensionistas, con el que la dictadura cívico-militar intentó quebrar la resistencia de los presos y presas políticos para lograr su colaboración, el informe señalaba que Avendaño había tenido 22 sanciones disciplinarias: por cantar a viva voz, promover desorden, resistir las requisas y negarse a recibir la cena. “Ha persistido en comportamientos que denotan su arraigado contenido ideológico (y) se la considera como un elemento estrechamente vinculado con los grupos extremistas”, añadía. En el ítem Posibilidades ciertas de recuperación, se leía: “No se aprecian”.
Seremos como el Che
El día de la foto, en el coche Retiro – Córdoba, madre e hija pudieron, por fin, hablar sobre el destino de Juana del Carmen –hermana mayor de Viviana– y su esposo José Guillermo Gómez, militantes del Partido Revolucionario de los Trabajadores y el Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP), presos en 1972 de la dictadura de Alejandro Lanusse, amnistiados en 1973 por Héctor Cámpora, desaparecidos en Córdoba en mayo del 76 por el régimen de Videla y Luciano Benjamín Menéndez.
Al momento del secuestro de su hermana y su cuñado, hacía siete meses que Viviana era la presa más joven de la dictadura en Córdoba, desde que se cansara de las tareas de agitación y reclutamiento propias de la Juventud Guevarista (JG) del PRT-ERP y pasara a la acción armada. El 6 de octubre del 75, ella, su novio José Rodríguez y Mario Moreno robaron un Renault 4 para, luego, asaltar una pinturería. No se llevaron dinero, sino cuatro tarros de pintura, para rendir homenaje en las paredes de la Córdoba pre-dictatorial al comandante Ernesto Che Guevara, en el octavo aniversario de su fusilamiento. La Policía los detuvo y, al advertir que no eran delincuentes comunes, los derivó al Departamento de Informaciones D2 de la Policía y, luego, a la Unidad Penitenciaria Nº 1. Con 16 años, Viviana soportó prisión, torturas, ultrajes, golpizas, requisas y los fusilamientos de compañeras y compañeros, hasta su traslado a la menos peligrosa prisión de Villa Devoto.
ADN y lucha de clases
Las Avendaño eran hijas y nietas de madres solteras. Llevaban el apellido de su bisabuelo materno, Tristán Avendaño, obrero de la sal en San José de las Salinas, en el extremo norte cordobés. Muerto en plena cosecha en 1940, su hija Ramona y su nieta Pituca emigraron a Córdoba capital para trabajar en casas de familia. Las hijas de Pituca, Juana del Carmen y Viviana, se criaron en Villa El Libertador, barrio atravesado de luchas por vivienda, agua, educación y la mera subsistencia, vertientes del Cordobazo en 1969 y la militancia revolucionaria en los 70.
Las dos hermanas iniciaron su formación política en la parroquia Nuestra Señora del Trabajo, imbuida del pensamiento tercermundista. En vez de la frecuente deriva cristiana hacia el peronismo montonero, optaron por el marxismo leninismo del PRT-ERP. Juana se recibió de maestra y estudiaba Ciencias de la Educación. Tuvo a su hija mayor en cautiverio y al menor en la clandestinidad. Viviana alcanzó a cursar tercer año del secundario mientras se integraba al legendario Grupo de Teatro Villa El Libertador –del que tres de sus fundadores están desaparecidos– y la militancia en la JG.
Expreso Villa El Libertador – Moscú
Nada de eso existía cuando salió de la cárcel. La rebelde y vital barriada sur de Córdoba se había convertido en un páramo asolado por la represión y la política económica de la dictadura. En la infructuosa búsqueda de su hermana, se vinculó a la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, puerta de ingreso a su retorno a la militancia en el Partido Comunista (PC).
Con la recuperación democrática, los sectores juveniles y radicalizados del PC impulsaron un movimiento de autocrítica y renovación ideológica conocido como el viraje revolucionario, profundo debate interno que cuestionó la indulgencia del partido hacia la última dictadura y el antiperonismo que sus conducciones practicaron desde los años 50. El giro a la izquierda del PC atrajo a muchos militantes de organizaciones diezmadas por el terrorismo de Estado. Por su edad, Viviana se sumaría a la Federación Juvenil Comunista (FJC) –la Fede–, a cargo del trabajo territorial en su propio barrio y la seguridad de sus camaradas en las manifestaciones.
En 1987, fue designada junto a otros doce jóvenes de distintas provincias para formarse durante seis meses en la Escuela Superior del Komsomol Leninista de Moscú. Viviana eligió llamarse Paula Salinas para ese viaje clandestino a la Unión Soviética, donde fue testigo de los primeros síntomas de la crisis que derrumbaría el sueño realizado de los bolcheviques.
En su estadía en Rusia, la morocha de Villa El Libertador estudió con empeño a Marx y Lenin, debatió en la ciudad de los refugiados de Chernobyl, se asombró ante la tumba de Stalin cubierta de flores, escuchó con intriga la palabra perestroika ‒reestructuración‒, disfrutó del prestigio guevarista y maradoniano, bebió el mejor vodka y la peor cerveza, lloró de tristeza ante el monumento a los caídos en la Segunda Guerra Mundial –La Gran Guerra Patria– y de alegría al ver danzar a los niños colonos.
Además, Moscú le regaló su último amor heterosexual. El dinamarqués Peter Andersen, ex brigadista internacional en la revolución sandinista, aún la recuerda: “Viviana era una mujer fuerte y muy intensiva en su presencia, como el comandante (Che Guevara). Nos encontramos en la escuela de Komsomol y estuvimos juntos mucho tiempo antes de regresar a nuestros países. Ella tenía una muy clara sensibilidad hacia las personas, una moral de ser humano, y sentía la obligación de usar sus fuerzas para luchar por la justicia. Hasta los últimos días, tuvimos una relación sin futuro y esto se reflejaba en palabras como te quiero mucho, pero, el último día, se cambiaron a te amo”.
De pérdidas y derrotas
Pero los grandes amores de Viviana fueron de su propio sexo, como aquella prohibida historia de amor en la cárcel dictatorial, de la que casi nadie quiere hablar. Como la que, al regresar de la URSS, entabló con Marilén Benítez, su compañera en la Fede. Desde la afinidad ideológica, desde historias personales dispares, pero hermanadas por el sufrimiento, fueron forjando una amistad que se transformaría en mucho más, aunque permaneciera oculta.
En Córdoba, la corriente renovadora del PC y la FJC había desplazado al sector conservador. En ese proceso, gravitó el trabajo realizado por el frente territorial en los barrios del sur cordobés, bajo la coordinación de Viviana y Marilén. Desde antes de comenzar su relación, ellas y su grupo de camaradas y amigas eran para sus adversarios políticos “las tortilleras de la Fede”. A fines del 87, Claudia Korol las rescató de la interna cordobesa para incorporarlas al equipo nacional de la FJC en Buenos Aires.
Protagonista de aquel viraje revolucionario y ex dirigente de la Fede y el PC, Korol recuerda: “Vivían juntas y Marilén fue una persona que Viviana amó mucho, pero nunca lo dijo. Yo, siendo muy amiga, no lo sabía. Hasta un tiempo muy avanzado, cuando me enteré y les dije: ‘¿Por qué no lo dicen?’. La Negra me contestó que no estaba dispuesta a que, desde la militancia, se juzguen aspectos de su vida íntima”.
En enero de 1989, le tocó a Marilén viajar a Moscú, como responsable de la delegación que asistió a la escuela de Komsomol en el momento culminante de la crisis de la Unión Soviética. A su retorno, la ruptura de un aneurisma cerebral la postró en terapia intensiva hasta que otro accidente cerebrovascular le causó la muerte. Sus camaradas lo atribuyeron a la angustia padecida durante su viaje a esa Rusia donde agonizaba el comunismo. Recién entonces, los más cercanos supieron que Viviana era su compañera de vida. De ahí en más, asumiría públicamente sus relaciones y la identidad lésbica se convertiría en una bandera.
Fue una de las épocas más duras en la existencia de Viviana. Al dolor de la pérdida personal, se sumaban la debacle de la Unión Soviética, la liquidación menemista del Estado, la derrota del sandinismo, los indultos a los represores militares… En un mundo signado por el fin de la historia y un país cautivado por el neoliberalismo y la reconciliación con impunidad, para cualquier militante que, en los 70, hubiera soñado alguna versión del socialismo, los 90 eran la derrota definitiva. Muchos se adaptaron y otros tantos se fueron a sus casas. Algunos, como ella, siguieron en la lucha.
Un archipiélago de luchas
Siempre a contramano de la historia, la militancia de Viviana se multiplicó y le permitió sortear sus frecuentes crisis políticas, económicas y existenciales con la lógica de la fuga hacia adelante. Mientras trabajaba en Propaganda de la Fede a cargo de la imprenta, desarrollaba tareas territoriales en el Conurbano e integraba el aparato de seguridad en las movilizaciones callejeras. Luego de participar en 1990 en el histórico V Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe en San Bernardo, se sumaba de lleno al naciente movimiento de lesbianas feministas y planteaba el debate por la subjetividad en el PC –“Nadie lo decía de frente, pero, dentro del partido, eso le generó costos”, asegura Korol–. En la que sería su última vocación, acompañaba a su amiga en las experiencias de educación popular en el seno del PC, en torno a la revista América Libre y en el Centro de Educadores Populares Juana Azurduy.
A fines de 1998, se cansó de la burocracia partidaria, los problemas económicos y el trajín de la gran ciudad, y se fue a vivir con su entonces pareja a San Marcos Sierras. Ese paraíso natural, crisol de identidades originarias e inmigrantes, habitado por comechingones, naturistas, anarquistas, artistas, artesanos, hippies y cultores del new age, fue para Viviana su lugar en el mundo. Allí, se ganaba la vida haciendo fletes y comisiones a Córdoba y Buenos Aires, mientras aprendía a fabricar papel con fibras vegetales.
“Todos estamos atravesados, constituidos por la Historia. Pero algunos parecen nacidos para ilustrarla. Esos, en general, tienen vidas signadas por la intensidad. Y por la tragedia: la Historia suele ser cruel con sus criaturas. Vamos a hablar de una de esas vidas, la de Viviana Avendaño”, escribió Gabriela Cabezón Cámara. Esa Historia implacable la alcanzaría un puñado de kilómetros al noroeste de su nuevo hogar.
Una guevarista en el noroeste cordobés
Hacia el año 2000, Cruz del Eje era el principal foco de conflicto social en Córdoba. Desde el cierre de su taller ferroviario en 1978 y la pérdida de dos mil puestos de trabajo, comenzó una debacle socioeconómica agravada en los 90 con más desempleo, desigualdad y corrupción.
En mayo de 1997, los desocupados mantuvieron cortada la ruta nacional 38 durante cuatro días y lograron un flujo de planes de empleo y ayuda social. Tres años después, la caída de los planes y las promesas incumplidas del flamante gobernador José Manuel de la Sota reactivaron la protesta, cuya primera expresión fue una pequeña carpa de nylon negro al costado de la ruta.
Una tarde de otoño del 2000, Viviana Avendaño bajó la pendiente de ingreso a Cruz del Eje al volante de su Renault Express blanca. Iba a llevar a su vecina Andrea Marchiano a la escuela de Bellas Artes, donde dictaba clases de cerámica.
—Andrea, ¿viste esa carpa de los desocupados que está en la ruta? ¿Sabés algo?
—Mirá, yo sé que hay quilombo, como en todo el país. ¿Estuviste ahí?
—No, para nada. Bueno, estuve mirando. Fui sólo a tomar unos mates…
—Negra, no te quiero ver tomando mate con los muchachos. Vos ya tuviste suficiente de esa historia…
En realidad, Viviana estaba más al tanto de lo que admitió en la charla con su amiga. Hacía poco, había comenzado una relación con Laura Lucero, profesora de educación física y jugadora de básquet del club local Olayón. Con ella, comenzó a participar en las primeras asambleas y se sumó al movimiento de desocupados, sin buscar el protagonismo que el desarrollo de los hechos le terminaría otorgando.
El 8 de junio, unos 400 desocupados que marchaban por la ruta fueron brutalmente desalojados por la Guardia de Infantería y la División Canes, comandadas por el comisario general Luis Iturri, jefe de la Policía de la Provincia. Varios manifestantes resultaron heridos con balas de goma o mordidos por los perros, y cinco fueron detenidos. La represión multiplicó la protesta por diez.
Al día siguiente, en una asamblea en el centro de la ciudad, Viviana Avendaño dijo:
—¡Responden al hambre del pueblo con palos y balas! Es lo que han hecho en Salta, en Chaco, en Corrientes y lo que siguen haciendo. Entonces, si estamos dispuestos a enfrentar eso, este modelo de país que nos ha dejado afuera… Porque seamos conscientes, nos ofrecen 120 pesos porque sobramos. ¡Somos la basura de este sistema! ¡Para ellos no somos nada!
Unos cuatro mil cruzdelejeños –los desocupados represaliados en la víspera, sindicatos, centros de estudiantes, colegios profesionales, entidades agrarias y el Centro Comercial– volvieron a copar la ruta 38. Años después, el comisario Iturri recordaría a una mujer que “los exacerba, los exalta… los conmina a ir de nuevo a la ruta. Entonces, cuando veo eso, yo vuelvo a pedir más refuerzos, porque se ponía muy fea la cosa. La cuestión es que la chica dice: ‘Vamos a la ruta’. Y, a las cuatro de la tarde, Cruz del Eje tenía de tres a cinco mil personas en la ruta”.
A esa hora, Julio ‘Pantera’ Quevedo, uno de los referentes de la protesta, había visto que, a pocos metros del puente carretero, “Iturri, el jefe de Policía, la llamó a Viviana, la metió dentro del grupo de policías y la apuraron ahí. ¿Y vos te creés que Viviana hizo o dijo algo? No nos dijo nada, para que no fuera a ser cosa que nosotros dijéramos que ‘nos vamos por Viviana’. No, se la aguantó ella sola”. A esa hora, el poder político y la Policía ya le habían puesto el rótulo de infiltrada.
La Viviana que se sumó a la protesta cruzdelejeña era más que eso. Imbuida de la idea de poder popular, había superado el vanguardismo de su juventud, pero seguía creyendo en la revolución para el pueblo y con el pueblo. Sobre todo, seguía siendo guevarista en el sentido de lo que el Che dejó escrito para sus hijos: “Sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo”. El delasotismo no podía permitir que alguien con su historia condujera un movimiento social y, por eso, concentró en ella la inteligencia y la represión.
El cuerpo de la memoria
La pueblada del 9 de junio de 2000 obligó al Gobierno Provincial a abrir una mesa de concertación y gestionar la liberación de los detenidos durante la represión, a cambio de levantar el corte de ruta. Los jóvenes recuperaron la libertad esa misma noche, un rato después de que, en la vereda de la comisaría, se repitiera la escena entre Iturri y Avendaño, esta vez, presenciada por Liliana Rivadero y Mario Robles.
La tarde del sábado 10 de junio, Viviana y Laura volvieron de San Marcos a Cruz del Eje a cobrar un trabajo. Al regresar, chocaron de frente contra un camión. Viviana murió en el acto y Laura entró en coma y falleció dos días después. Sus compañeros de lucha acusaron a la Policía y la despidieron con una masiva muestra de dolor e indignación. Alguien había visto una moto que las perseguía y provocó el choque, pero la Justicia nunca convocó a ese testigo. Ni investigó las amenazas recibidas por una de las víctimas el día anterior. En el lugar de la muerte de las chicas, las desocupadas y desocupados cruzdelejeños construyeron una ermita.
Pituca Avendaño tiene 87 años y el duelo por sus dos hijas aún inconcluso. De Juana del Carmen, la sentencia de la Megacausa La Perla le entregó una verdad y una condena contra sus victimarios, pero no hay un cuerpo para enterrar. De Viviana, tiene una tumba donde llevarle flores y una sospecha, pero no una verdad definitiva ni, mucho menos, justicia. Esa mujer, que no tiene el cuerpo de su hija mayor, aceptó que el de la menor sea trasladado al cementerio de Cruz del Eje, para que los compañeros y compañeras de su última lucha la puedan visitar.
Cuando se presentó la biografía de Viviana Avendaño en el salón de la Escuela Normal de Cruz del Eje, estaban presentes esos hombres y mujeres que compartieron sus últimos días de vida. Era el 26 de noviembre de 2015 y, cuatro días atrás, había ganado la elección presidencial el candidato que –ya se sabía– volvería a criminalizar la protesta. Esa noche, Pituca se paró y dijo: “Yo no perdí a mis hijas para que ustedes se pongan a llorar. ¡Levántense y sigan la lucha!”.
* Por Alexis Oliva para La tinta. Periodista y docente. Autor de «Todo lo que el poder odia – Una biografía de Viviana Avendaño (1958-2000)», Editorial Recovecos, 2015.