Mi reflejo no vive en los espejos
Por Sofi Recchiuto Lagrima Gorda para La tinta
“Cuando compre un espejo para el baño voy a verme la cara
voy a verme pues qué otra manera hay decime,
qué otra manera de saber quién soy”.
Idea Vilariño
Es domingo a la siesta y a esta casa la inunda el silencio. Yo estoy hace varios días con la misma ropa, me baño todo el tiempo para no ensuciarla. En este encierro bañarme me hace sentir un poquito menos mal conmigo. En esta casa no hay espejos. Es muy extraño, pasé tanto tiempo de mi vida huyendo de ellos y ahora su ausencia me hace extrañar (me). Yo estoy como siempre, creo. Tengo puestas las últimas zapatillas que me compré, las que estaban de oferta. En realidad las que me regaló mi papá. Un jogging negro despintado de mi hermana, que me queda corto y deja descubiertas unas medias blancas. Arriba una remera Adidas con las tres rayitas blancas. Me voy turnando entre esta remera y otra que traje. No quiero que la ropa linda se me arruine estando encerrada. Sin embargo, estar acá me hace sentir segura, no tengo que disimular nada aunque sienta que mi vida está en pausa.
Anoche antes de cenar una amiga me compartió la crónica de una persona que hace arte con palabras. Con una forma tan sublime de escribir que me llevó de viaje por muchos recuerdos. Tuve intensas ganas de ser su amiga, charlar un poco, o al menos escribirle para contarle cómo me sentí al leerle. Pienso que sería interesante describir aquí lo que leí, pero encuentro más genuino poder expresar lo que sentí, ya que sus palabras me devolvieron el reflejo que no encontré en los espejos…
La crónica narra una situación muy familiar: Una piba había conocido a otra por internet. Hablaron durante meses y cuando fueron a conocerse, no le gustó por gorda. Uno de los fantasmas que me ha perseguido toda la vida y hasta por ahí, me sigue asustando. Todos sus temores hechos grasa pegados a su cuerpo, socavando un nudo en el alma y fervientes ganas de dejar de existir, al menos mientras se conserve esa existencia gorda. El sentimiento aferrado a cada rollo, papada, estrías y celulitis. Alguien que te grita fuerte mientras caminas por la vereda, te empuja cuando tratas de ser “una más” tirando al suelo con vos las ganas de intentarlo. Exponiéndote en voz alta mientras repetís un plato en un almuerzo familiar. Humillándote en el aula cuando comes en los recreos. Prohibiéndote la entrada a un boliche. Negándote la posibilidad de probarte una prenda de vestir porque “la vas a estirar”. Entrando en tu cuerpo, armando campamento en tu mente y reafirmando la idea: “sos gorda y no lo mereces”.
“Cada vez que desprenda la cabeza del fárrago de libros
y de hojas y que la lleve hueca atiborrada
y la deje en reposo allí un momento”
Año 2008. Tengo 13 años, es la primera vez que voy a bailar a una matiné. Me animo porque hace poco me compré un jean, por primera vez en mucho tiempo. Zarpado, ¿no? ¡Encontré un jean para mí! Fue en un puestito muy chiquito, dentro de la galería donde se compra ropa mi abuela. También conseguí una remera verde loro. Ese color está a la moda, creo, al menos me conformo porque no es de la gama del marrón/negro como toda mi ropa. Tiene letras grandes y blancas, dicen “K I S S”. Lo que más me gusta es que me disimula la panza y con el corpiño que me disimula los rollos de la espalda, no parezco tan… Encima parece que tengo más tetas y eso disimula más todavía. Mi hermana, la Nani, me presto sus zapas John Foos. Así que dentro de todo me siento potable para salir. Mucho más potable que en cualquier momento. La Nani me lleva, ya se lo pedí hace un montón. Después de esto, tengo que ser su esclava por dos semanas. También le pedí que buscáramos a la Viole, para no llegar sola. Llegar sola me puede costar la vida, solo que aún no lo sé. Me subestiman tanto por este temor que terminé por creerme el cuento de que todo me da “vergüenza” y que no soy capaz de ir a ningún lado sola porque dependo de los demás.
Buscamos a Viole, esta vez no demoró tanto en salir. Cruza la calle para subir al auto y está tan hermosa que no puedo evitar compararme. Aunque rápidamente el pensamiento caducó porque claro, no hay forma de llegar a ser tan linda como ella. ‘La Viole es flaca, no seas estúpida. Vos confórmate con este disfraz que esconde tu cuerpo desbordante.’ Esta lógica vive conmigo, se repite en mi cabeza. Cada vez que veo a mis amigas, a mis hermanas, a chicas caminando por la calle o en la televisión, en definitiva 24/7 en cada situación que implica relacionarme con el mundo exterior. Violeta sube al auto toda montada. Tiene una colita alta y el pelo planchado, una mini de jean que deja ver sus gambas perfectas. Ella dice que son por jugar al hockey desde los cuatro. Arriba tiene una remera corta que deja ver su piercing en el pupo y su pancita plana. Ni sentada se le marcan rollos. Quien pudiera. Los ojos delineados perfectos y unos aros grandes, redondos y plateados. El resto del viaje me enfoco en calmar mis ansiedades y nerviosismo. Pienso que solo voy a pasarla bien, a bailar un rato y conocer un boliche, ese es mi objetivo. ¿Qué ambiciosa, no? La próxima puedo plancharme el pelo también y hacerme una colita como la Viole, queda muy lindo. La Nani antes de venir me estuvo tirando un par de tips para bailar y quedar canchera. Me dijo que ponga los dedos gordos en el cosito del jean, ahí donde va el cinto, y de ahí me balancee para los costados o mueva los hombros, así tranca, siguiendo la música.
Llegamos, ¡qué nervios! Ya hay mucha gente afuera, nos bajamos del auto y mi corazón late fuerte. Nos ponemos últimas en la fila, eso calma mi taquicardia porque nadie puede verme. No pasaron ni cinco minutos que Viole encontró a Kata, una de sus amigas que es más grande. Está sola, al parecer nos estaba esperando. Empezamos a caminar entre la gente para llegar a ella y vuelve a latirme rápido el corazón. Voy mirando el piso. Junto con mi panza, las letras blancas, el fondo verde y las puntitas de las John Foos. No levanto la vista, pero lo siento. La gente me mira. Se siente como una incomodidad en la nuca, unas cosquillas raras, no las que te causan gracia. Entramos y seguimos caminando, damos un par de vueltas entre la gente. Yo sigo mirando mis zapatillas y el suelo. En un momento, por fin, nos quedamos en un lugar y empezamos a bailar. Pulgares en el jean y balanceo, muevo un toque la cabeza como afirmando, eso lo vi en la tele. Todo alrededor es muy excitante. Hay unas pibas que bailan re bien, trato de imitarlas porque me parecen re sexys. Se ríen y eso es aún más atractivo, se ven súper cancheras haciendo un paso de pistolita con los dedos. Suena cumbia. Me sonrío y hago las pistolitas, a las chicas les dio gracia. El paisaje continúa siendo novedoso. Hay luces de todos los colores: rojas, verdes, violetas, naranjas y amarillas. Hay humo que sale de una máquina, todo titila. No escucho más que la cumbia que me retumba en el corazón. No puedo dejar de mirar a todos lados, esta re bueno, con razón la Nani se escapa siempre para venir.
Estamos bailando en el centro, es una pista redonda en desnivel hacia abajo. Un par de escalones separan la parte de arriba, rodeada de barandas, donde continúa la pista. Detrás mío hay una barra y al lado están los baños. Para llegar a ellos tengo que subir un poco más. Continuando con el turismo visual, después de las pistolitas, veo a un grupo de chicos que se ríen. No están tan lejos y nos están mirando. Me pongo nerviosa, me sonrojo y les sonrío. Al principio agacho la cabeza y continuó bailando. Pero me llama la atención y vuelvo a mirar, porque se ríen tan fuerte que llego a escucharlos. Uno de ellos me señala y aunque lo miro fijamente no deja de hacerlo. El otro tiene los pulgares enganchados en el cosito del cinto y baila balanceándose muy exagerado y ridículo. Otro hace el paso de las pistolitas y con una de ellas simula dispararse en la boca. El cuarto simulaba ser “gordo” con los cachetes y los brazos y empujaba a los demás como quien no controla su IMC (Índice de masa corporal).
“Tenes obesidad tipo 2, tu índice de masa corporal es del 38. Tenés que hacer algo urgente o te vas a morir. 2kg subiste desde la última vez que viniste, ¿te das cuenta? No te estás cuidando, esto es por vos y por tu salud mamita, acá nadie come por vos, nadie va hacer ejercicio por vos, no podés descuidarte así. A nadie le importa lo estético, esto no es por estética, es por tu s a l u d, por tu S A L U D, POR TU SS AA LL UU DD. No PoDeS ViViR aSi, yA nO sÉ qUe HaCeR CoN vOs”.
Vuelvo a mirar el piso y me veo los brazos, tengo la piel de gallina. Intento tragar y un nudo en la garganta me lo impide. Me noto transpirada, con mucho calor y eso también me avergüenza. No hago más las pistolitas y saco los pulgares del jean. Solo muevo un poco mis piernas como para no quedarme quieta por fuera, porque por dentro me siento paralizada. Viole y Kata siguen bailando, no vieron nada. Solo se miran entre ellas y bailan lindo, como las otras chicas. Se cantan entre ellas. Las dos con los pupos destapados, no transpiran. Las miro y no puedo dejar de desear ser como ellas. Pienso que cuando me despierte mañana voy a empezar la dieta súper estricta, esta vez de verdad.
Estoy en el medio de una fiesta deseando ser diferente. La cumbia continúa y de repente se acercan dos chicos, altos, parecen más grandes, conocen a Kata, se saludan y también saludan a Viole. Uno de ellos le agarra la mano y la saca a bailar y el otro se lleva a Kata a la barra. Nuevamente miro mis John Foos, las letras de mi remera se metieron entre mis rollos y las voces que intentaban alentarme se fueron apagando. Dejo de bailar, siento que las luces dejaron de titilar. Me voy muy rápido al baño, por suerte no hay tanta fila. Entro, bajo la tapa sucia del inodoro y me importa muy poco que este sea el único jean que tengo, me siento. Y siento como caen conmigo todas las expectativas de una buena noche. Todo cae conmigo, mis ganas de bailar, toda la onda que puse para vestirme, la previa con la Nani enseñándome los tips, los pulgares, las pistolitas, ella trayéndome hasta acá. Mis lágrimas caen con furia, caen mocos y me limpio con la remera. Cae un llanto desconsolado y el temor a que me escuchen, mi bronca, mi ropa nueva, estas zapatillas prestadas. Los primeros cincuenta pesos que me dieron para salir, cae la cumbia y caen las luces. Todo cae y rebota en lo que parece que jamás va caer: mi panza, mis rollos, mi grasa, mis piernas gordas, mi mierda. Rebotan y terminan en el piso frío, en el alcohol vomitado, en el agua estancada, en el olor putrefacto que inspiro en cada suspiro de llanto ahogado.
Siento rabia por haber venido, siento rabia por haber insistido permiso para venir a mi mamá. Siento rabia porque me dio cincuenta pesos aun sin poder. Y yo acá, desperdiciando cada centavo, cada minuto, cada gota de nafta que le costó a la Nani y que pago con el sueldo de su laburo en el que gana dos mangos. Siento rabia conmigo por ser esta gorda, por ser una ridícula intentando bailar, porque debería haberme quedado encerrada en mi casa y no haberme expuesto a esto. Esto no es para mí. No sirvo ni para cuidarme, como bien me dijeron y tienen razón. Siento reproducir adentro mío un casete que expresa con total impunidad “las gordas como vos no merecen salir y divertirse, no merecen vestirse bien y mucho menos sentirse lindas, no merecen bailar, no merecen ser gustadas, son horribles, son invisibles, no merecen ni el saludo.”
“La miraré a los ojos con un poco de ansiedad, de curiosidad ,de miedo
o sólo con cansancio con hastío, con la vieja amistad correspondiente
o atenta y seriamente mirarme”
Es domingo a la siesta y a esta casa la inunda el silencio. Yo estoy hace varios días con la misma ropa, me baño todo el tiempo para no ensuciarla. No quiero arruinar mi ropa linda. En este encierro bañarme me hace sentir un poquito menos mal conmigo. Sin embargo, estar acá me hace sentir segura, no tengo que disimular nada.
En esta casa no hay espejos. Se siente raro extrañarlos, pasé tanto tiempo de mi vida huyendo de ellos, evitando el contacto visual conmigo y mi reflejo, no eran solo los chicos de la matiné quienes me evitaban la mirada. Parece mentira que ahora la ausencia de espejos me haga extrañar (me). Buscando mi reflejo, me encontré en la crónica que leí anoche y eso me llevó a encontrarme en mis recuerdos. Recuerdos que, aunque tiñeron la tarde de nostalgia, me llevaron a entender de dónde vienen los fantasmas que por las madrugadas me susurran “no haces nada bien”. Me encuentro, me miro y entiendo… acá adentro no tengo que disimular nada y no corro riesgo si estoy de mi lado.
“Como esa extraña vez—mis once años— y me diré mirá ahí estás
seguro pensaré no me gusta o pensaré
que esa cara fue la única posible
y me diré esa soy yo ésa es Idea
y le sonreiré dándome ánimos”.
Aun cuando los espejos me fruncen el ceño porque consumen las dietas que ven en la televisión yo me encuentro a salvo. Me encuentro leyendo a compañeres, escribiendo(me) y sanando a través de las palabras. Puedo alcanzar reflejos sin esos espejos contaminados y aunque suelen robarme lágrimas gordas, me abrazan y son felices de saberme haciendo arte… con el dolor.
*Fragmentos del poema «Cuando compre un espejo» de Idea Vilariño.
*Por Sofi Recchiuto Lagrima Gorda para La tinta / Imagen de portada: Flor Virovoy.