Los femicidios y la violencia machista en cuarentena: la curva en ascenso
La semana pasada, una seguidilla de seis femicidios en tres días siguió aumentando con la sospechosa escena de un supuesto pacto suicida de dos matrimonios de adultos mayores. Si Ni Una Menos tiene que ser una bandera del Estado y de toda la sociedad, como dijo el presidente el 1 de marzo, ahora es cuando.
Por Roxana Sandá para Página/12
Natalia Coronel fue asesinada este lunes en Tucumán por su pareja, Juan Carlos Salvatierra, que antes de huir viajó hasta el hospital zonal Ramos Massa para avisar que su esposa estaba gravemente herida. Al hijo de ambos, de 4 años, lo dejó con unos parientes y se ahorcó. A ella la encontraron tirada en el patio de la casa, con una herida profunda en la cabeza y un hilo de aire. Falleció media hora después de ingresar al hospital. Con el de Natalia, ya son seis los femicidios registrados en esa provincia en lo que va del año, y unos 90 en todo el país.
Justo cuando empezaba a narrarse el asesinato de Camila Tarocco en Moreno, para no permitir que fuera un cadáver más en el conteo de muertes y secuestros. No hubo tiempo siquiera de descansar unas horas en esta cuarentena que deforma el tiempo, hasta que el nombre de Camila empezó a borronearse con los femicidios de la maestra Jesica Minaglia, en Santa Cruz, y de la adolescente Priscila Martínez, en Santiago del Estero. Por el crimen de Jesica está detenida su ex pareja, el cabo de la policía Pablo Núñez. Por el de Priscila, su tío, Rubén Oscar Avila.
“La ferocidad y persistencia de la violencia machista” que nombraron a principios de abril feministas de diferentes ámbitos en un manifiesto, repuso el desconcierto doloroso en los nombres de Paola Pereyra, muerta en Florencio Varela por el escopetazo que le disparó su ex, Mario Ernesto González, y de María Solange Diniz Rabela, una joven de la comunidad Mbya Guaraní Taruma Poty, en Misiones, asesinada, quemada y enterrada por su pareja, el cacique Marcelo Núñez, quien dijo que la incineró y sepultó porque tenía coronavirus. Soledad Carioli, en Chivilcoy, también quedó atrapada en una fachada de pandemia: ingresó al hospital municipal con signos de neumonía y sospechas de coronavirus, pero recién después de su muerte y su cremación por protocolo sanitario, los estudios revelaron que tenía fracturas múltiples y una infección generalizada. Sin cuerpo para comprobar si Soledad fue víctima de femicidio, su novio y principal sospechoso, Flavio Pérez, está detenido por lesiones graves y abandono de persona.
Por qué estas muertes no pudieron evitarse es una pregunta que corroe. Por qué la visita de la parca cada 29 horas es un destino inexorable y los violentos denunciados caminan las calles con impunidad. Dónde se enquistan las resistencias para comprender las violencias de género en toda su dimensión.
Camila logró que metieran preso por siete meses a González, como si se hubiese tratado de un hito judicial. Una vez liberado, volvió al barrio, siguió hostigándola y la mató. Soledad Carioli agonizaba encerrada en la vivienda de Flavio Pérez. El ex de Paola Pereyra habría montado una guardia de horas hasta matarla. A Priscila llegaron a acusarla de que no fue responsable de su autocuidado. Mientras esto se escribe, en Rosario un jubilado le vuela la cabeza de un tiro a su esposa y se suicida, encuentran el cuerpo de Cecilia Gisela Basaldúa en Córdoba y continúa la búsqueda de María Graciela Luna en Tucumán. ¿Qué margen de análisis queda para que el coronavirus no se devore también la agenda urgente de la violencia de género?
“Los últimos femicidios confirman y visibilizan una vez más la problemática que el feminismo y el movimiento de mujeres viene denunciando masivamente desde hace décadas”, continúa el manifiesto dirigido al Gobierno. Y releva la oportunidad histórica de construir políticas públicas eficientes y transversales que asistan a mujeres, lesbianas, trans y travestis. La ministra de las Mujeres, Géneros y Diversidad, Elizabeth Gómez Alcorta, toma nota puntual de los reclamos y destaca que el modo de abordar las violencias es leyendo en “la alta tolerancia de la violencia machista que tenemos en la región sobre todo, no sólo en la Argentina, y en los altos niveles de impunidad que hay en relación a la violencia de género o por motivos de género, como estos dos grandes indicadores” (entrevista de Sonia Tessa en Las12). Las colectivas feministas de diferentes regiones del país arrojan otras cuestiones críticas, como la escasa empatía que les dedican muchas provincias a las directivas nacionales contra las violencias y a su aplicación efectiva en toda la Argentina. La falta de articulación, de capacitación en géneros y de protocolos comunes hace al incremento de las violencias y a la desprotección en los territorios, que se ven cada vez más intervenidos por las iglesias y las fuerzas armadas y de seguridad.
Por primera vez el lunes 20 de abril, a un mes de decretarse el aislamiento social preventivo y obligatorio, y con la cartera de Géneros aún fuera de la mesa interministerial, la secretaria de Acceso a la Salud, Carla Vizzotti, compartió su reporte diario con la secretaria de Políticas Contra las Violencias por Razones de Género de la Nación, Josefina Kelly Neila. “Sabemos que el contexto de aislamiento puede derivar en un aumento en el riesgo de las violencias y una disminución de recursos disponibles”, expresó la funcionaria, y anunció que los establecimientos que atiendan violencias de género quedarán exceptuados del aislamiento. Resta saber cuáles serían.
La socióloga e historiadora feminista Dora Barrancos, subrayó hace unos días el peso de las violencias de género en todo el país. “Continúa habiendo un femicidio cada 24 horas en la Argentina, y esto es gravísimo”, dijo en una conferencia virtual que organizó la Universidad Nacional de Tierra del Fuego (UNTDF). “En los contextos de aislamiento, deberíamos pensar en términos de gravedad frente a todos los casos de violencia de género -sostuvo-, y en este sentido resulta fundamental la resolución inmediata de las situaciones”.
Son infinitas las trazas de violencias que las propias mujeres visibilizan y denuncian sin suerte. Celeste, la hermana de Camila Tarocco, detalló en una carta pública que hace tres meses González estaba con prisión domiciliaria, “andando en moto sin tobillera electrónica ´porque no había´, y encima a Cami no le dieron un botón antipánico, ni le avisaron”. A Camila tardaron diez días en encontrarla, a María Solange casi una semana y a Priscila cerca de dos meses. Las búsquedas se activaron por la difusión que realizan organizaciones feministas de los barrios y que exigen alertas tempranas, recepción inmediata de las denuncias, intervenciones judiciales con perspectiva de género y que les hijes no queden en manos de las familias de los femicidas, como ocurrió con los niños de Camila, de Natalia y de Jesica. Piden que se identifiquen las estructuras de poder en cada episodio de violencia doméstica, en cada secuestro, en cada descarte de los cuerpos. Que se abran refugios en todo el país. Y que se concientice sobre las violencias machistas como tema público, desanclado del sistema patriarcal.
Si estamos para nosotras, si marchamos cada vez por el derecho a vivir, libres y desendeudadas, si Ni Una Menos tiene que ser una bandera para toda la sociedad y para el Estado, como dijo Alberto Fernández en su discurso de asunción, ahora es cuando.
*Por Roxana Sandá para Página/12.