Coronavirus y encierro: evitar morir en (de) cárcel
¿Qué consecuencias puede tener una pandemia desde un contexto de encierro? El cuadro se complejiza teniendo en cuenta los niveles de hacinamiento que tienen las cárceles en América Latina y la imposibilidad de practicar el distanciamiento social para evitar contagios masivos. Mientras los organismos internacionales de derechos humanos recomiendan tomar medidas drásticas para evitar una masacre dentro de las cárceles, ¿qué hacen los Estados?
Por Lucas Crisafulli para La tinta
Para una correcta gestión penitenciaria, es necesaria una relación adecuada entre la cantidad del personal penitenciario y la cantidad de presos. Debe existir una correspondencia directamente proporcional: a mayor cantidad de personas privadas de libertad, mayor cantidad de penitenciarios.
“El porcentaje óptimo de funcionarios de seguridad por preso parece estar entre 1 y 3 funcionarios por preso, que son los números europeos (…). Desde Uruguay, que registra 4 presos (en realidad, de servicio, 20) por funcionario, hasta Ecuador, con 24 presos (en realidad, 120) presos por funcionario, ninguno de los países de la región se encuentra con las cifras óptimas y muchos se alejan insólitamente de ellas” (Zaffaroni, R. (2020): Penas Ilícitas; Editores del Sur, Buenos Aires; pág. 10).
¿Qué sucede cuando no existe una relación adecuada entre cantidad de penitenciarios y cantidad de presos? Se cede la gestión penitenciaria a manos de privados, que pueden ser grupos religiosos o una simple organización a través de la violencia. En ambos casos, es la ley del más fuerte la que gestiona la gobernabilidad en los pabellones. Mientras menos penitenciarios haya, mayor es la tercerización para gestionar los pabellones, que, a veces, utiliza técnicas al límite con lo legal y, a veces, técnicas directamente ilegales.
Esto transforma la pena de prisión en una pena de muerte al azar y explica un poco la siguiente aterradora cifra: por cada homicidio en la sociedad libre, se producen veinticinco en las prisiones y por cada suicidio en la sociedad libre, ocho en las prisiones.
El dato es de Carranza, E. (2012): “Situación penitenciaria en América Latina y el Caribe ¿Qué hacer? Anuario de Derechos Humanos; pág. 46).
Cárceles y pandemia
Se confirmó en Argentina el primer preso con coronavirus en la Unidad N°42 de Florencio Varela, provincia de Buenos Aires. Es insensato pensar que, porque están asilados o no viajaron al extranjero, no pueden contagiarse. Por más que se haya eliminado la visita, la afluencia diaria del personal penitenciario así como el ingreso de alimentos y otros elementos desde afuera pone en riesgo a todas las prisiones, lo que complejiza más el cuadro teniendo en cuenta los niveles de hacinamiento que tienen las cárceles en América Latina y la imposibilidad de practicar el distanciamiento social para evitar contagios masivos.
El caso positivo de COVID-19 en la cárcel de Florencio Varela activó el protocolo de salud y se debió aislar a cuatro internos y a diez penitenciarios.
¿Alguien se puso a pensar quién gobernará las cárceles cuando el virus ingrese de manera masiva y deba asilarse al personal penitenciario? ¿Alguien pensó cómo distribuirán los pabellones en las prisiones hacinadas entre casos positivos confirmados, casos negativos y casos sospechosos? ¿Quién se encargará de esa tarea si los penitenciarios están aislados?
Nadie puede hacerse el desentendido: absolutamente todos los organismos internacionales vinculados a la protección de los derechos humanos han recomendado a los Estados que tomen decisiones drásticas para evitar una masacre dentro de las cárceles. Desde la OMS hasta la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, pasando por la Corte Interamericana de Derechos Humanos, la oficina del Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU y hasta el Papa han instado para que todos los Estados bajen la cantidad de presos.
No se trata solo de lo que pueda producir en el cuerpo el virus, sino (quizás, sobre todo) de lo que la pandemia pueda generar en las mentes en un contexto en el que, día a día, se vive un fragilísimo armisticio y en el que cualquier miedo podría ser la triste chispa que termine con la tensa paz que se vive dentro.
Nadie sobra, por eso, dejar morir en (de) cárcel es lo que debemos evitar.
*Por Lucas Crisafulli para La tinta.