Jacques Rancière: “Hay muy poca democracia»

Jacques Rancière: “Hay muy poca democracia»
11 marzo, 2020 por Redacción La tinta

Desde París, el filósofo sostiene que la crisis política radica en la representación y que, a la luz de las protestas mundiales, hay que devolverle significación al sujeto pueblo.

Por Alejandra Varela para Lobo Suelto

Para Jacques Rancière la democracia no se limita a la variedad de ejemplos que se amontonan con ese nombre a lo largo del mundo. Cuando se produce una alteración de los marcos de lo sensible, de los lugares asignados a los sujetos, de sus acciones y de la palabra como el arma insospechada que autoriza a ocupar una posición nueva en la distribución de un orden –que el filósofo francés define como “policial”–, la política se convierte en una herramienta capaz de ser usada por los seres más desconcertantes. Rancière escribió sobre el mundo obrero, fue discípulo de Louis Althusser, de quien se distanció durante el Mayo Francés por diferencias ideológicas. Siguió escribiendo sobre ideología, la lucha de clases y la igualdad. En su libro, El maestro ignorante. Cinco lecciones para la emancipación intelectual (1987), describe el método revolucionario que el pedagogo Joseph Jacotot puso en acción tras la Revolución francesa, donde establece lazos horizontales entre docentes y estudiantes. También se dedicó a escribir sobre estética y cine.

En Disenso. Ensayos sobre estética y política (Fondo de Cultura Económica) Rancière se ocupa de esos momentos donde la política y el arte señalan una disociación entre la presentación de lo sensible y las formas de hacer sentido. Pero todo ocurre mediante procedimientos: no son los enunciados los que generan la política. Se trata de la excepción que propicia la lectura de un libro por el ser más impensado o de un acontecimiento donde un grupo de personas que parecían descartadas en los códigos del sistema social, transforman su palabra en la expresión de un destello de igualdad.

El consenso es para Rancière –que participa de esta entrevista desde París por correo electrónico–, el mecanismo que hace del sentido común, de la concordancia entre los discursos y la lectura de la realidad, una estrategia policial para disuadir todo pensamiento. El disenso, para este autor que no deja de identificar al Mayo de 1968 como la inspiración guardada en el cuerpo de los diferentes movimientos sociales, es tan imprescindible como revolucionario. Rancière discute en este libro, que recopila una serie de artículos de distintas etapas de su producción, con intelectuales como Giorgio Agamben quien descarta las posibilidades de intervención del sujeto. Para el filósofo francés, las personas pueden demostrar en su acción la inconsistencia de las jerarquías sociales como la cualidad exclusiva que permite acceder al poder.

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(Imagen: María Eugenia Cerutti)

—En un contexto donde la democracia se asocia cada vez más a la idea de consenso, ¿con qué nociones o sistemas se familiariza?

La idea originaria de democracia es la de un poder específico ejercido por quienes no tienen un título particular para ejercer ese poder; un poder paradojal en relación al inventario de formas normales de poder que están fundadas en la superioridad. Entonces es verdad que la idea de democracia es subversiva en su origen mismo porque se opone a todas las formas y todas las legitimaciones normales del poder. Esto no quiere decir que solo hay democracia en las revoluciones, significa que la democracia no es asimilable a un tipo de Estado o de sociedad. La versión dominante, sostenida por nuestros gobiernos y sus ideólogos, es totalmente diferente. Ellos identifican la democracia con el sistema representativo. Pero el sistema representativo, en sus fundamentos, es el gobierno de la sociedad por aquellos que tienen un título específico, las élites naturales que se colocan como las únicas apropiadas para representar los intereses comunes de la sociedad. Hoy estas élites naturales están representadas por una clase política que se auto reproduce por el sistema electoral y que trabaja en simbiosis con el poder financiero. Lo que hoy se llama “consenso” es la construcción de formas de percepción y de inteligibilidad que definen el sentido de lo real apropiado para respaldar ese poder. Porque los que gobiernan lo hacen en nombre de una presunta objetividad que pretende definir el terreno mismo sobre el que es posible elegir. En estas condiciones, la actividad democrática es la que rechaza esta pseudo objetividad y construye otra forma de mundo común basado en la capacidad de cualquier persona. Esto no quiere decir que la democracia es la revolución permanente. Es una potencia, una fuerza heterogénea en relación al sistema oligárquico que se da a sí mismo el nombre de democracia.

—Frente a las movilizaciones que ocurren en este momento en varios lugares del mundo se habla de crisis de la democracia ¿Qué es lo que está en riesgo exactamente?

No puede haber crisis de la democracia donde no hay democracia. Lo que llaman “crisis de las democracias” solo concierne al sistema representativo. El sistema parlamentario ha sido tironeado históricamente por las presiones contrarias de fuerzas oligárquicas y de fuerzas democráticas. En las últimas décadas prevalecieron las fuerzas oligárquicas y este sistema ha dado un marcado giro autoritario en todas partes.


El sistema electoral mayoritario hace que la representación parlamentaria esté apropiada por dos bloques que gobiernan en alternancia y que practican, en esencia, la misma política. Esto hace que los bloques de izquierda y de derecha, que se disputaban el poder, tengan programas cada vez más indiscernibles. La izquierda crea la idea de un “verdadero pueblo”, no representado, un pueblo humillado y traicionado que los partidos de extrema derecha o los líderes carismáticos pretenden encarnar. Esto se ha convertido en el funcionamiento normal y no hay ninguna razón para llamarlo crisis de la democracia.


Pero la idea de crisis tiene la ventaja de suponer que la “curación” debe ser dejada a los médicos expertos. Y también que el mal o el origen de esta crisis viene porque hay demasiada democracia cuando, en realidad, hay muy poca .

—Si pensamos los conceptos de pueblo y multitud ¿Podríamos decir que la multitud tiende más a integrar que a separar (en relación a hacer del conflicto un modo de pensamiento) y, por esta razón está más cerca de ser atrapada por el consenso?

—No hay una definición objetiva de los términos pueblo, multitud o masa. Dicho esto, “pueblo” es un término general que designa más un concepto político que una realidad material. En contraposición, cuando hablamos de “multitud” designamos un agrupamiento real de personas caracterizado por cierta tendencia gregaria. El pensamiento antidemocrático ha identificado al pueblo con la multitud para decir que el pueblo no es un actor político responsable, es solamente una reunión de gente animada por una lógica gregaria que sigue ciegamente las ordenes de sus líderes. La psicología de las masas se desarrolló en Francia después de la insurrección obrera de la Comuna de París para hacer de esta insurrección y de los movimientos obreros en general, la acción de una multitud de gente brutal y crédula entrenada por estos líderes. Multitud puede tener hoy connotaciones menos negativas pero, en general, es el concepto de un colectivo infrapolítico o una manada brutal o, al contrario, una masa apática y subordinada.

—¿Y en relación al concepto de pueblo?

—Sería el momento de devolverle su plena significación de sujeto político. Pensamos que la palabra pueblo designa un sujeto sustancial cuyas elecciones, opiniones y humores se traducen en política. Pero no hay pueblo antes de la política. Un pueblo es el resultado de un juego de instituciones y de acciones. El sistema representativo crea un pueblo: el que pone las boletas en las urnas electorales. La acción democrática opone a ese pueblo consensual, un pueblo disensual es decir, un colectivo de iguales implementando una inteligencia que formula sus propias preguntas y corre los límites de lo que se entiende cómo política.

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(Imagen: Migrar Photo)

—El modo en que usted define la política y el sujeto político implica una distribución de lo sensible que está destinada a cambiar. ¿Cómo hacer de esa transformación algo permanente que no implique reducir la política a lo estatal?

Es necesario ver las cosas en términos de conflictos de temporalidades. Política y policía implican temporalidades diferentes. Desde el punto de vista de la política, no existe un grupo destinado a ocupar el poder del Estado. En consecuencia, esta ocupación no puede ser más que temporaria. Para la policía, por el contrario, el gobierno es la gestión del curso del mundo y debe ser confiada a personas que tienen cualidades para hacerlo. Esto quiere decir que su ejercicio no tiene un límite definido. Los tiempos de la policía no son simplemente los tiempos de la permanencia institucional. Es un tiempo impulsado por una dinámica de destrucción de la política. La lógica policial tiende a devorar los tiempos de la política. Entonces el problema no es simplemente dar una forma estable al acontecimiento insurrecto. Es la de combatir la tendencia natural de la lógica policial que no consiste simplemente en reproducirse sino también en prohibir otro tiempo que no sea el suyo. Miremos la manera en que el proceso electoral, en principio destinado a limitar el poderío del Estado, deviene en un momento integrado a la vida de ese Estado. Por supuesto, podemos también crear contra instituciones pero las contra instituciones verdaderamente eficaces son aquellas que nacieron de las rupturas concretas en la continuidad de la dominación policial. La acción política democrática puede inscribirse perfectamente a largo plazo pero esta acción prolongada procederá siempre operando discontinuidades.

—Usted no piensa la política en términos de ocupación del poder estatal pero en la acción que genera el disenso ¿no se construye otra forma de poder?

Para mí lo importarte es la oposición entre dos ideas de poder. El poder “sobre”, como una forma de dominación de un grupo sobre otro y el poder “de”, ejercido como la capacidad de hacer. Es lo que implica mi análisis de la democracia como un poder que no se define por el ejercicio de una superioridad. Este poder debe definirse como la capacidad de pensar y de actuar en común, que los iguales ejercen en tanto que iguales. Me parece que es precisamente lo que ponen en acción todos los movimientos democráticos que se manifestaron en estos últimos diez años, desde la primavera árabe hasta los recientes movimientos en Argelia, en Chile o en Hong Kong, pasando por todos los movimientos “Occupy”. Existe la oposición de dos ideas y dos prácticas de poder que difieren de la idea clásica donde los partidos revolucionarios de vanguardia compartían la misma visión del poder que el orden dominante.

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(Imagen: Migrar Photo)

*Por Alejandra Varela para Lobo Suelto / Imagen de portada: María Eugenia Cerutti.

Palabras claves: democracia, Jacques Rancière

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