Jimena Barón, pánico moral y “papelitos”: bienvenidos sean los debates molestos
María de las Nieves Puglia, investigadora del Instituto de Altos Estudios Sociales de la UNSAM, analiza el trasfondo de la polémica desatada por la promoción de “Puta”, el nuevo tema de la artista argentina. ¿Cuáles son las llagas del orden social en las que la campaña puso el dedo?
Por María de las Nieves Puglia, socióloga y antropóloga social para Noticias UNSAM
Desde que la cantante Jimena Barón lanzó una inusual campaña de promoción de su nuevo tema, pegando unos afiches en la vía pública que emulaban los “papelitos” de oferta de servicios sexuales, se desató una polémica que incluyó algunos epítetos como “feminista de cartón” y “encubridora de proxenetas” —que alguien se apuró a agregar en su página de Wikipedia—. Antes de elevar el pánico moral y adelantar una serie de sentidos comunes acerca del mercado del sexo, el ojo sociológico nos obliga a pensar cuáles son las llagas del orden social en las que Barón puso el dedo. Tenemos, al menos, tres a considerar.
Primera llaga. Cuando comencé a hacer trabajo de campo en el mercado del sexo en 2011, los papelitos se convirtieron en materia de discusión pública. Ese año, Cristina Fernández de Kirchner, en el marco del enfrentamiento con el grupo Clarín, firmó el decreto que prohibió lo que se denominaba el “Rubro 59”. La medida se insertaba en un conjunto de acciones para combatir la trata de personas con fines de explotación sexual y se convirtió en un símbolo para el movimiento nacional y popular. Sin embargo, esa medida afectó fuertemente a quienes se prostituyen autónomamente, lo que en la Argentina no constituye una práctica ilegal. Lejos de desalentar la publicación de avisos de oferta de sexo, reconfiguró su forma: pasaron a publicitar en otros rubros por un precio mucho mayor y a utilizar los “papelitos” en la vía pública. Esta medida, junto con la Ley de Trata, cuya modificación en esos años anuló la posibilidad de consentimiento en la práctica de la prostitución, contribuyó a afianzar la interpretación de todas las formas de habitar el mercado del sexo como trata de personas. Esto significó que se anularan las experiencias de quienes consideraban que prostituirse podía ser un trabajo.
Segunda llaga. Desde el lanzamiento de la campaña, tanto Barón como el sindicato de trabajadoras sexuales recibieron insultos y amenazas de muerte en las cuentas de sus redes sociales. Lo que sucedió fue que se reavivó el parteaguas más grande que tienen los feminismos: la discusión entre quienes entienden a la prostitución como el locus privilegiado de la dominación masculina y entre quienes consideran que en el capitalismo no solo es habitual el intercambio de partes del cuerpo por dinero, sino que incluso puede pensarse como trabajo. Las integrantes del primer sector están convencidas de que “el verdadero feminismo” debe buscar, en alianza con el poder punitivo, la abolición de la prostitución. Mientras que las segundas creen que quienes se prostituyen pueden organizarse para luchar por mejores condiciones laborales, sin por ello dejar de combatir la trata de personas. Sin embargo, la organización de trabajadoras sexuales, que tiene más de 25 años de trayectoria en la Argentina, fue históricamente excluida (hasta hace pocos años) de los espacios del feminismo, que construyó en las putas una verdadera otredad, calificándolas de fiolas, proxenetas y tratantes. Punitivismo y capacidad de decidir sobre el propio cuerpo son dos ejes sobre los cuales los feminismos pivotean y discuten abiertamente en la actualidad.
Tercera llaga. Los feminismos punitivos no solo despiertan el pánico moral con reminiscencias en el puritanismo victoriano que alerta sobre los peligros de las mujeres en la vida pública (todas somos víctimas o potenciales víctimas), sino que debemos hacer una lectura a la luz del espíritu de fascismo social que muchas otras investigaciones están observando en otros campos. El discurso de este sector que se inspira en el feminismo radical estadounidense, toma tonos no solo punitivos, sino también, en algunos casos, se alimenta de los nuevos movimientos RadFem y TERF (Feminismo Radical Transexcluyente), que conjugan el abolicionismo con la reafirmación de que las problemáticas del universo de las travestis, trans y no binaries obstaculizan la verdadera lucha del feminismo. La afinidad electiva entre punitivismo, fascismo social y producción de otredades es un entramado de pensamientos y prácticas sobre las que los feminismos actuales están disputando.
Desde las ciencias sociales nos debemos una discusión profunda acerca del vínculo entre el cuerpo y el dinero en la intersección capitalismo – patriarcado que analice las dinámicas de dominación y explotación, y al mismo tiempo trace continuidades con las experiencias de otros modos de explotación en el orden social contemporáneo.
También debemos revisar sus consecuencias en el plano político: la pugna entre una ciudadanía de víctima efectiva o potencial o de derechos laborales. Considerando que vivimos en un mundo en el que se pueden alquilar amigos por día, se venden y compran jugadores de fútbol, se aseguran partes del cuerpo de modelos y artistas, se modifica genéticamente la vida para producir mercancías e incluso se paga por el cuidado de los otros más queridos, ¿por qué debería el sexo continuar siendo un tesoro que solo damos de forma gratuita? Allí tenemos un interrogante incómodo sobre la constitución de los lugares de lo sagrado y los afueras del mercado que debería acuciarnos.
Bienvenidos sean los debates molestos.
*Por María de las Nieves Puglia, socióloga y antropóloga social para Noticias UNSAM.