15F en Sierras Chicas: Memorias que llueven para reclamar futuro
El 15 de febrero de 2015 en Sierras Chicas es una fecha cargada de recuerdos que todavía corren como el agua que, aquel día, arrasó casas y puentes, se llevó autos y árboles, que arrastró la vida de ocho personas y la calidad de vida de cientos más. Un día que ahora, cinco años después, brota en una comunidad que resiste y reclama ante la falta de respuestas gubernamentales. Que se encuentra para que el 15F sea solo una marca en la memoria colectiva y no el presente de 51 familias que aún viven en las casas que fueron derruidas por el agua o el miedo a que la historia se repita por la falta de políticas ambientales que protejan su territorio.
Por Lucía Maina para La tinta
En los últimos días, en las diferentes localidades de la zona, se realizaron actividades que conmemoraron las inundaciones y reclamaron medidas a los estados municipales y al gobierno provincial. En ese marco, este sábado 15 de febrero de 2020, decenas de personas y organizaciones se encontraron en el Parque Integrador de Unquillo en el festival SIERRAS UNIDAS POR EL AGUA. A 5 años del 15F, la comunidad SÍ responde. Con feria, stands informativos, música, teatro y muestras, alimentaron la memoria colectiva de la inundación y visibilizaron el abandono de los Estados al dolor que sufrieron. Además, expresaron la urgencia de un ordenamiento territorial participativo que permita, como expresaron sus organizadorxs, “planificar un crecimiento para bienestar de la población y no para negociados inmobiliarios y mineros de unos pocos, que, arrasando con el bosque, provocan estos desastres ambientales”.
Desde La tinta, dialogamos con vecinxs y organizaciones sobre lo que vivieron aquel día y sobre la situación actual y los principales reclamos que se mantienen cinco años después.
Vivir bajo el agua
“Ese día fue el peor día de mi vida porque estuve arriba de un techo con un nieto de meses nueve horas, viendo desde el techo cómo pasaban autos, animales, árboles”, dice Mariela, una de las tantas vecinas de Sierra Chicas que vio cómo el agua rompía las ventanas de su casa para llevarse sus cosas con el río, y hace un silencio para esperar que las lágrimas bajen y le permitan seguir contando.
Mientras las bandas suenan de fondo en el festival, ella trae de su memoria imágenes y sensaciones de aquel 15 de febrero de 2015:
“Teníamos familiares que venían a ayudarnos, pero no podían porque estábamos como en una isla en casa, los bomberos tampoco podían llegar. Y bueno, esperamos, que fuera lo que Dios quisiera, hasta que empezó a bajar el agua y pudimos bajar del techo a ver qué había quedado. No había quedado nada, simplemente dimos gracias de que mi familia estaba bien”.
“Después, nos quedamos con mi marido ahí, toda la noche sin luz, sin agua, nada –continúa contando-. Y a la mañana siguiente, cuando estábamos limpiando, sacando barro, en el río, por la puerta de mi casa, pasa un cuerpo de un hombre. Era un hombre, porque tenía un short y el dorso desnudo… Y me quedó esa sensación de que me mira, como pidiéndome ayuda; eso nadie me lo va a sacar, hasta el día de hoy, no supe si lo encontraron o no”.
Mariela es también una de las más de 200 personas de Unquillo que todavía hoy sigue viviendo en el mismo lugar, a la espera de que el Estado cumpla la promesa que posterga desde hace cinco años. Poco tiempo después de la inundación, cuando se realizó el relevamiento de las familias afectadas, le dijeron que ya no podían vivir ahí porque su casa estaba muy cerca del río y que el gobierno provincial les entregaría una nueva vivienda. “Y ahí empieza nuestra lucha”, dice y cuenta que, aunque habían perdido todo, hasta ahora, lo único que recibieron del Estado fue un lavarropas y una cocina.
“Traté de arreglar como pude, imagínate que tuve metro y pico de agua, estoy con riesgo de desmoronamiento, se me hundieron los pisos, se me rajaron todas las paredes, el lavadero y el baño se me llueve, y ahí sigo viviendo…”, dice la vecina y señala que hay gente en situaciones aún peores: “Hablo de puertas de tela, ventanas con nylon, a un vecino, el otro día, se le cayó un tirante y casi mata a uno de sus hijos porque con la misma humedad de donde está viviendo se desplomó”.
Cambios de gestión municipal, búsqueda de terrenos que nunca llegaban, licitaciones de empresas que no terminaron las obras son algunas de las idas y vueltas que sufrieron lxs vecinxs daminificadxs durante todos estos años mientras se renovaban las promesas de los gobiernos locales y provincial de que, en pocos meses, podrían mudarse. Valeria Prato, psicóloga que integra la organización cultural y comunitaria Tagua que viene acompañando a las familias, explica:
“Hoy, hay 51 familias, más de 200 personas, que fueron afectadas por la inundación y que viven en el mismo lugar que en el 2015. Esas familias han sufrido muchas cosas que han tenido que ver con el abandono estatal y gubernamental. Esa gente, por ejemplo, no recibió el dinero que se repartió para arreglar las casas porque se les prometió vivienda, entonces, no pintaron, no revocaron, no hicieron pircas. Están en el mismo lugar que hace 5 años en condiciones mucho peores”.
Entre esas familias, se encuentran incluso personas que viven en casas que quedaron inhabitables en el momento de la inundación. Desde Tagua, explican que, en esos casos, las familias en un principio se mudaron porque desde el gobierno se les empezó a pagar un alquiler. Pero, un año después, ese dinero dejó de llegar y tuvieron que volver a su casa inicial.
Mariela explica que ahora participa de una mesa de trabajo con la Municipalidad, un espacio de reunión que impulsaron las mismas familias damnificadas para pedir respuestas. Y agrega que, según les informaron, una nueva empresa está trabajando actualmente en las obras y en 90 días terminaría las viviendas prometidas, aunque aclara que no saben “cuándo realmente sería la fecha de entrega”.
La comunidad sí responde
Pero el 15F no solo dejó recuerdos marcados por el dolor, sino también por los lazos comunitarios. Lxs vecinxs repiten una y otra vez la manera en que, aquel día, cientos de personas se acercaron a ponerle el cuerpo al agua y a ayudar a las personas más afectadas. Una solidaridad que continuó durante todos estos años acompañada de experiencias, búsquedas y luchas de la comunidad de Sierras Chicas para tomar medidas ante lo que habían sufrido y que se hizo presente también el sábado pasado, en un festival que buscó visibilizar la situación de las familias que aún no tienen viviendas y reclamar por un Ordenamiento Territorial Participativo.
Un ejemplo de las experiencias comunitarias que nacieron para enfrentar las consecuencias de las inundaciones es el proyecto Marcas de Agua, impulsado por Tagua, una de las tantas organizaciones que estuvieron presentes en este festival. “El proyecto tenía que ver con poder ponerle palabras a lo que el agua había hecho con nosotros. Lo que le propusimos a los vecinos fue conversar sobre lo que les había pasado, poder expresar lo que se sentía, porque todo el mundo estaba preocupado por lo que uno necesitaba, pero no había espacios para tramitar el trauma, la catástrofe”, cuenta Valeria. Y agrega que, en base a esas charlas, hicieron retratos de las familias marcando la altura a la que había llegado el agua en sus casas y armaron una muestra que, hasta el día de hoy, circula por distintos lugares de Sierras Chicas y que también estuvo presente este sábado en el Parque Integrador de Unquillo.
En cuanto a las marcas en la comunidad, Valeria dice que la inundación dejó “una lectura de que somos capaces de organizarnos y tenemos recursos para tramitar lo que nos pasa, de inventar y reinventarnos”. “No elegíamos una mirada trágica sobre la inundación, si bien fue una situación muy traumática, en la posibilidad de encuentro había algo que tenía que ver con nosotros, teníamos una posición activa ante esto que nos había pasado, no éramos sujetos pasivos de esa situación. Entonces, me parece que la potencia de la comunidad es lo que rescatamos y valoramos”.
Si hay desmonte, hay inundación
El otro gran reclamo que estuvo presente en este aniversario ante gobiernos que, de manera creciente, priorizan los avances del desarrollo inmobiliario y la minería en la región es la necesidad de políticas ambientales que permitan evitar que una nueva inundación se repita mediante un Ordenamiento Territorial Participativo, una instancia prevista en distintas leyes ambientales.
“Lo que mueve a todas las organizaciones que estamos haciendo este festival es que queremos visibilizar lo importante que es la memoria: son cinco años, es relativamente poco, pero pareciera que ya pasó, que se puede hacer cualquier cosa desde el Estado”, dice Edgardo Álvarez, arquitecto que forma parte de la Asamblea del Monte de Unquillo (AMU). Y agrega:
“Así como estamos hoy, parece que no se aprendió nada. Tenemos hace ya más de dos años una lucha incansable porque tanto la Provincia como el municipio autorizaron en Unquillo un country o barrio cerrado ubicado en su mayor parte en El Montecito, que es una zona roja de conservación”.
En ese sentido, explica la asociación directa que existe entre desmonte e inundación: “Desmontando bosque nativo y, sobre todo, en lugares que tienen relevancia en las cuencas hídricas, vas a producir dos cosas muy importantes, terribles e irreversibles. Por un lado, grandes inundaciones, porque el monte deja de cumplir la función que tiene de absorber el agua, filtrarla, retenerla, procesarla y liberarla en mucho tiempo en arroyos. Entonces, se produce un arrastre increíble de agua, como un aluvión, y son las inundaciones. Y la otra parte es la contracara, que es la sequía: toda esa agua que resbaló, que no entró en la tierra, es agua que no está en las napas, de la que no se dispone, lo que va a producir grandes problemas de sequía, de desertificación, y va a llevar a consumir aguas de menor calidad, contaminadas”.
A esto se suma, explican desde AMU, que las soluciones que sí implementaron los gobiernos en estos cinco años también tendrían otras consecuencias, ya que no garantizan la retención que ofrece el monte. Entre las medidas realizadas, Edgardo menciona el ensanchamiento y limpieza de los cauces para que tengan más capacidad, y algunas obras de desagüe dentro de la ciudad. Y explica que, aunque esto puede servir, por ejemplo, para evitar que el agua llegue a ciertos lugares habitados, estas obras aceleran la llegada de agua al río en momentos de tormenta. “Eso va a provocar que, en las localidades más altas de Sierras Chicas, los problemas pueden llegar a ser menores, pero, a partir de Mendiolaza o Villa Allende, se va a agravar muchísimo. Esta es una advertencia de todos los técnicos en cuanto al escurrimiento de agua”.
Ante esta situación, el integrante de AMU afirma que la región va camino a otro 15F: “Eso va a volver a ocurrir. No es “si” vuelve a ocurrir. No. Hay que preguntarse cuándo vuelve a ocurrir. Porque no hay obras significativas que prevengan alguna catástrofe similar y se sigue desmontando”.
Y continúa: “Hay un fuerte reclamo al estado municipal y provincial en el día de hoy, que es que tome verdaderas cartas en el asunto con un ordenamiento territorial del suelo, con un proceso participativo de toda la comunidad, para, después de eso y a raíz de haber analizado cada uno de los factores que intervienen, poder dar o no autorizaciones a loteos”.
Desde Tagua, Valeria también reafirma el reclamo: “Las localidades de Sierras Chicas están arrasadas por el negocio inmobiliario. Necesitamos urgente un ordenamiento territorial, que es el horizonte y es lo que haría que no haya nuevos 15f en nuestro futuro”.
*Por Lucía Maina para La tinta. Imagen de portada: Sofía Kenny