Cuidar, el trabajo menos valorado
En nuestra sociedad, hay tareas, actividades y funciones sociales importantes para el cuidado de las personas que no son valorizadas. Las tareas de reproducción de la vida, tanto en el mercado laboral, en espacios públicos o en la distribución de las tareas familiares, han sido históricamente realizadas, en mayor medida, por mujeres de cualquier edad. Hace décadas, la mirada feminista nos plantea la invisibilización de estas actividades y sus razones, volvamos a hablar sobre eso.
Por Redacción La tinta
La economía feminista sostiene que estos trabajos están valorizados poco socialmente y nada monetariamente cuando se naturaliza el rol de las mujeres en el hogar o en condiciones de precarización laboral como son los trabajos de “niñera” o en casas particulares. Aquí, comienza el nudo de la cuestión que buscamos analizar, en los tiempos revoltosos de la marea feminista, avanzamos desnaturalizando roles sociales.
El valor del tiempo
En el año 2013, el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) realizó, dentro la Encuesta Permanente de Hogares, un módulo para medir el uso del tiempo y el trabajo no remunerado. Hasta ahora, es el único registro a nivel nacional. Para el próximo año, el INDEC anunció que habrá una nueva encuesta.
Estos datos son importantes para la planificación de políticas públicas y significativos en sus resultados, ya que el uso del tiempo es una variable que manifiesta las desigualdades de género presente en la distribución de las tareas del cuidado. A su vez, se vuelven un factor clave para entender las limitaciones que las mujeres cis y trans con hijes a cargo tienen para el acceso y permanencia en el trabajo remunerado, y para el efectivo ejercicio de sus derechos.
Medir el uso del tiempo que mujeres y varones le dedican a las tareas de cuidado, limpieza y otras, ayuda a visibilizar la contribución que, en mayor medida, hacen las mujeres adultas y jóvenes a la economía de los países.
Algunos datos del informe reflejan que en Córdoba, por ejemplo, el 75,8% de las personas dedicadas al trabajo doméstico no remunerado son mujeres. Una cifra similar se mantiene en el resto de las provincias.
En muchos casos, socialmente se acepta que estas actividades sean no pagas porque dependen de una relación afectiva, emocional o moral. “Eso que llaman amor es trabajo no pago”, sostienen movimientos feministas desde hace décadas. Aquí, la afectividad vinculada con la tarea guarda una relación directa con los modelos culturales, los roles sociales y los estereotipos de género asignados a mujeres en el espacio familiar y en el trabajo doméstico.
La maternidad suele ser uno de los momentos que más las liga con el trabajo no remunerado, las tareas de crianza son interminables. Otra actividad que las “retiene” en el hogar son las necesarias para el cuidado de personas adultas que requieren de una atención permanente, ya sea por cuestiones de salud o de inmovilidad física.
Tareas humanas esenciales que mayoritariamente terminan recayendo en las mujeres suele interferir con los deseos y las posibilidades de independencia económica o de realizar otros proyectos de vida. El tiempo dedicado al cuidado impacta en la vida de las mujeres y, muchas veces, las perjudica para el acceso a derechos fundamentales como la educación, el trabajo, la salud y la seguridad social.
Otro punto relacionado a esto tiene que ver con el mercado laboral formal o informal. En los trabajos como la docencia, enfermería, limpieza de hogares y cuidado de niñes, siguen siendo realizados en su mayoría por mujeres. El estereotipo de género en las tareas del cuidado se extiende en el mercado laboral.
La especificidad del trabajo de cuidado es la de estar basado en lo relacional, cuando es remunerado se realiza, muchas veces, en condiciones de precariedad laboral. Cuando no es pago, las personas que buscan insertarse en el mercado laboral y tienen hijes a cargo se enfrentan con obstáculos y dificultades para articular plenamente ambos trabajos. Las mujeres que trabajan fuera del hogar se enfrentan a dobles o triples jornadas de trabajo, y se evidencia la tendencia de las mujeres a flexibilizar su situación en el mercado laboral en función de las necesidades de cuidado de las personas dependientes.
Las tareas del cuidado como derecho
La dimensión del cuidado de las personas debe ser considerado un derecho tanto de quienes lo necesitan como de quienes lo realizan. Para las sociólogas uruguayas Rosario Aguirre, Karina Batthyány, Natalia Genta y Valentina Perrotta, esto conlleva que el Estado garantice el derecho a recibir cuidados en distintas circunstancias y momentos del ciclo vital, y evite que la satisfacción de esa necesidad se determine por la lógica de mercado, la disponibilidad de ingresos o la presencia de redes vinculares.
También implica garantizar el derecho a elegir si se desea o no cuidar, así como las condiciones adecuadas para la realización de dichas tareas, tanto si se realizan de forma remunerada como no remunerada, de modo que se valorice social y económicamente.
Ante un Estado que cada día tiene el desafío de ser promotor y garante de derechos, la mirada feminista sobre las tareas de cuidado implica una nueva concepción de la relación entre individuos, familias y Estado, basada en la responsabilidad compartida de los cuidados de las personas.
*Por Redacción La tinta.