Irène Bellier: “Se ha reabierto el permiso de matar indígenas”
La antropóloga francesa Irène Bellier presentó su libro “Pueblos indígenas en el mundo. Reconocimiento jurídico y político”. Durante su paso por Buenos Aires, habló con TSS sobre el presente de los pueblos indígenas, el reconocimiento de sus derechos, el rol de las Naciones Unidas en ese proceso y los desafíos que enfrentan las comunidades originarias.
Por Vanina Lombardi para Agencia TSS
Irène Bellier siempre quiso ser antropóloga y sintió una atracción especial por los pueblos indígenas del mundo. A principios de los 80, trabajó en la Amazonía peruana y vivió cuatro años en la selva para aprender el idioma de una sociedad indígena y comprender su mundo.
Tras 40 años de desarrollar metodologías para acercarse a esos pueblos y trabajar con “legítimo interés por los procesos de cambio”, hoy es directora de investigación en el Laboratorio de Antropología de las Instituciones y las Organizaciones Sociales del Instituto Interdisciplinario de Antropología de lo Contemporáneo (LAIOS–IIAC), que depende del Centro Nacional de Investigación Cientifica de Francia (CNRS). También se desempeña como observadora de procesos en Naciones Unidas (ONU) en aspectos relacionados con las organizaciones indígenas. Si bien muchas veces las acompaña en la elaboración de sus declaraciones, su rol principal es tratar de “ponerle sentidos” a las múltiples interacciones y relaciones que allí se suceden, de modo tal que permitan entender lo que está pasando a nivel global y qué sentido tiene en las vidas de las comunidades indígenas actuales.
A fines de octubre, Bellier visitó Buenos Aires para presentar su obra “Pueblos indígenas en el mundo. Reconocimiento jurídico y político”, un libro que fue traducido y publicado por Eudeba, en el que explica qué son los indígenas en cada país en la actualidad y se refiere a las distintas maneras de nombrarlos, sus historias coloniales y culturas y políticas de Estado. “Es el primer libro que hemos publicado, inicialmente en francés, en este proyecto de investigación que me ha llevado a trabajar con un equipo de investigadores en 10 países, en el que comparamos las construcciones de la categoría política relacional, porque la categoría pueblo indígena es una construcción política y jurídica. Uno no nace en un pueblo indígena, uno es qom, guaraní, nivaclé, yanomami…”, dice la antropóloga.
—¿Por qué es importante analizar el rol de las Naciones Unidas en la construcción de los pueblos indígenas a nivel mundial?
—El apoyo de las Naciones Unidas en la emergencia del movimiento indígena internacional es importante porque, por definición, con la construcción de los estados modernos, los indígenas fueron marginados y reducidos casi hasta desaparecer. Por eso, están luchando para mantener su posibilidad de vivir como culturas distintas, a partir de su tierra, que es la base de vida, y construyendo derechos colectivos para poder existir y ser reconocidos como pueblos, con sus culturas e instituciones propias. Así, acudieron a la comunidad internacional para que los apoyara frente a las violaciones de sus derechos, y en Naciones Unidas se fueron haciendo estudios sobre los problemas de estos pueblos y se dieron cuenta de que el proceso de la asimilación, reducción y desaparición era compartido.
—¿Cuándo comienza el acercamiento y el vínculo entre estos pueblos y Naciones Unidas?
Después del movimiento de los derechos civiles de los afro-descendientes en Estados Unidos, los indígenas empezaron a organizarse y formaron un consejo mundial de pueblos indígenas. Junto con antropólogos que trabajaban con ellos, se firmó la declaración de Barbados en 1971 y se tomaron posiciones fuertes para demostrar que había racismo, y que las universidades y las iglesias tenían un papel en esto y tenían que cambiar su manera de trabajar. También hubo un congreso internacional de americanistas en el que empezaron a discutir cómo detener las grandes masacres que había, en particular en el pueblo amazónico de los yanomamis. A partir de entonces, se formaron organizaciones de derechos humanos centradas en pueblos indígenas.
—Estos pueblos lograron ser reconocidos a través de la declaración del año 2007, que fue negociada durante 25 años y a la cual adhirieron 149 países, entre ellos, la Argentina. ¿Qué cambió desde entonces?
—A partir de esa declaración comenzaron a obtener el derecho a la libre determinación. Es decir, a determinar libremente su desarrollo, sus prioridades y estrategias. Es como una personería jurídica a nivel de pueblo y pasan a ser considerados como sujetos de derecho en el derecho internacional. Actualmente, se contabilizan alrededor de 400 millones de pueblos indígenas en 90 países del mundo, en todos los continentes. Hay gente que no se pensaba indígena y que se está reclamando como tal. Reaparecen, definen nuevamente su identidad y quieren recuperar lo que han perdido. Esto pasa en la Argentina y también corresponde a los indígenas que viven en ciudades. Se dice que en la ciudad no hay indígenas pero ahí hay un debate: ¿Qué fuerza tienen los pueblos indígenas en la ciudad? ¿Puede la ciudad hacer un espacio para ellos, con su cultura, sus maneras de ser, sus valores e instituciones?
—Las ciudades plantean desafíos para los indígenas que viven en ellas. De manera similar, ¿cómo impactan la globalización y la vida moderna en los indígenas que continúan habitando en sus territorios rurales originarios?
—Cuando hablamos de globalización hay varios momentos. La primera es la conquista de América, luego hubo una mundialización industrial y ahora estamos en una tercera fase de globalización, con interdependencias, empresas multinacionales que plantan soja o palma africana, con minas extractivas como las de oro, litio y minerales proveniendo de tierras raras. ¿Adónde se encuentran estas cosas? En las tierras que han sido protegidas por los indígenas a través de sus condiciones de vida propias. ¿Y que observamos ahora? La llegada de las multinacionales, de los colonos que quieren más tierra para más cultivos industriales. El cultivo de la tierra a baja escala está duramente afectado por la construcción de grandes mercados.
—Pero los indígenas están tratando de resistir a estos proyectos, que en general son violentos.
—Sí. Y no hay pacificación. La “guerra de pacificación” en Chile, por ejemplo, fue una guerra contra los mapuches, ¿qué pacificación fue? Es como invertir el sentido de las palabras. Sin embargo, queremos que mantengan sus formas diversas porque al nivel de la humanidad, en general, necesitamos alteridad, necesitamos esa diversidad cultural y la biodiversidad. Después de la declaración de los pueblos indígenas y otros procesos a nivel de la ONU, se reconoce que los indígenas tienen un papel importante para mantener la biodiversidad y también tienen conocimientos importantes para nuestro entendimiento de lo humano. A través de los pueblos indígenas entendemos que lo humano es una relación, que no somos nosotros solos sin nada alrededor, sino que estamos relacionados con nuestro entorno, y que las formas de desarrollar el mundo basadas en la extracción de petróleo y combustibles fósiles van en contra de nuestros intereses.
—¿En los últimos años ha aumentado la violencia contra estos pueblos?
—Sí, mucho. Hasta la década del 90 había lugares adonde se podían hacer cacerías de indios. Luego, se han reconocido sus derechos, que los indígenas tienen sus nombres propios, sus identidades y sus culturas, el derecho a vivir en sus territorios, y se ha considerado también que ya no se podían matar fácilmente. Pero ahora, lo que está haciendo (Jair) Bolsonaro a través de su política de destrucción de las protecciones territoriales, al decir que los indígenas son bárbaros, es reabrir el permiso de matar. Se ha reabierto el permiso de matar indígenas, no solo en Brasil sino también en Colombia, por ejemplo, adonde desde 2016, tras la firma de los acuerdos de paz para quitar la violencia y librarse de las guerrillas militares, ya hubo más de 150 asesinatos, 87 bajo el actual régimen de (Iván) Duque, cuatro anteayer.
—Si consideramos a las comunidades como guardianas de territorios y la naturaleza, dentro de ellas, se considera que la mujer tiene un rol esencial como cuidadora y reproductora de la familia y la cultura. ¿Coincide con esta idea sobre el rol femenino en los pueblos indígenas?
—Hay miles de formas de relacionarse y creo que sería un poco abusivo decir que hay un solo modelo. Lo que sí es cierto es que hay desigualdad entre hombres y mujeres en todas las sociedades del mundo. En cuanto a su rol de cuidadoras y protectoras de la cultura, creo que eso está muy compartido incluso dentro de las mujeres no indígenas. Cuando hay migrantes, por ejemplo, la mujer es la que mantiene más la cultura propia. En el caso de las mujeres indígenas, se han organizado porque a la vez que quieren defender su posición de cuidadoras también están muy expuestas. Entonces, se están formando mujeres lideres y esto viene a cambiar un poquito la relación con los hombres. Además, las mujeres indígenas están tomando nuevos roles: pueden ser docentes, abogadas, están pasando por un proceso en el que ellas están cambiando.
—¿Por eso es importante analizar los procesos?
—Sí. Creo que hay que hablar de procesos y dinámicas de protección y promoción de las culturas indígenas. Hay roles que van cambiando y esto hay que reconocerlo, porque la cultura indígena, cualquiera sea, no está fijada en el pasado sino que es contemporánea y eso es lo importante: reconocer que puede cambiar. A veces, la gente dice que ya no son indígenas porque no llevan plumas, pero sí lo son por su manera de ser y de ver el mundo.
—¿Cómo sintetizaría esa manera de ver el mundo?
—Muchos indígenas defienden la humanidad. Cuando defienden sus territorios también defienden la vida, la calidad del agua y los bosques, que son pulmones del mundo. Son 400 millones de personas de pueblos indígenas que representan la inmensa mayoría de las 5800 culturas del mundo, con una diversidad cultural enorme. Ellos defienden sus lenguas, sus historias, sus vidas y sus sociedades, con una visión inclusiva de la humanidad.
*Por Vanina Lombardi para Agencia TSS.