En el centro de la Argentina productiva, la isla de De la Sota y Dean Gregorio Funes le había dado a Mauricio Macri un 70% de votos y una diferencia irremontable. Al centro del centro, el electo Gobernador Juan Schiaretti, desde un inicio competidor por ser el más garante de la gobernabilidad entre las provincias, ordenó la tropa de legisladores en momentos clave en los que la moderación se había vuelto tendencia.
Semejante contradón a la más escenificada de las moderaciones se volvió frustración, despecho y eco en la Dirección de Estadística de la Provincia de Córdoba. Tanto fue así que, aparentemente por orden directa de Schiaretti, la provincia realizó su propia encuesta poblacional, en la que imputaba como ingresos los beneficios que recibían los hogares por políticas públicas provinciales, como el Boleto Educativo Gratuito, el PAICOR y Programa Primer Paso, acercando las cifras de la pobreza cordobesa al promedio nacional.
En el otro bastión del electorado macrista, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, las cifras de la pobreza no llegaban a los dos dígitos y no necesitaron de encuesta propia. Los desempeños de Gran Mendoza (33,5%) y Gran Rosario (26,7%), a priori los más comparables de los conglomerados con Gran Córdoba, dejaban todavía mal parado al desempeño de la insular provincia del centro del centro.
En la siguiente medición (para el primer semestre de 2017), la pobreza durante la primavera macrista estaba bajando 2 puntos porcentuales en el país y alcanzaría su piso de 26% seis meses después para revotar hasta la estratósfera. En los mismos seis meses, la pobreza en Córdoba bajó 10 puntos porcentuales, a algo más de 30%. Las áreas de protocolo del Estado provincial comenzaron a gestionar reservas en los mejores hoteles de la capital para recibir a las comisiones suecas, danesas y finlandesas que desembarcarían en el aeropuerto de Pajas Blancas para estudiar el milagro del “fernet con coca”, pero como el segundo semestre y la lluvia de inversiones, las comitivas nunca llegaron.
Como premio consuelo, el presidente de la nación aterrizaba tan asiduamente en la provincia que el rumor del reflotamiento de un viejo proyecto para trasladar la capital hacia el interior del país comenzó a sonar en los pasillos de la casa de gobierno. Una nueva desilusión sobrevino (y van…) cuando cayeron en la cuenta de que no había mucho más que ese tradicional atractivo porteño por las “Sierras de Córdoba”, con una vegetación que en los últimos años se fue volviendo cada vez más amarilla.
La última de las mediciones de pobreza del INDEC le da a Gran Córdoba un porcentaje que supera en 4 puntos y medio al promedio nacional, arañando el 37% para el segundo semestre de 2018. Otras estadísticas señalan lo mismo: para el segundo trimestre de 2019, la tasa de desocupación cordobesa (13,1%) es casi una vez y media la tasa de la capital federal (9,2%) y la subocupación y la ocupación demandante tienden a lo mismo. La provincia tampoco podrá alegar que en otros conglomerados se ocultan desempleados como falsos inactivos (los llamados “desalentados”): la tasa de actividad económica (la proporción de los que están empleados o buscan activamente un empleo) de Gran Córdoba (48,7) es muy similar a la tasa rosarina (47,6) y considerablemente inferior a la tasa porteña (57,4). En total, la subutilización de fuerza de trabajo (desocupados, ocupados demandantes y subocupados) en Córdoba es de 50,6%, contra 35,6% y 36,2% en Rosario y CABA, respectivamente.
Una Córdoba Unida en Unión por Córdoba, que sigue dándole victorias electorales a un macrismo que no le ha devuelto a la provincia casi nada de lo que dijo que los otros le habían quitado. La provincia y su capital están igual o peor que cuando se erigía en resistencia al embate del kirchnerismo nacional. Si con el macrismo en el poder ganó algo de obras públicas, también perdió partidas nacionales y capacidad de recaudación. Al borde de una bancarrota autoinducida por nación, 1 de cada 2 cordobeses con capacidad (sic!) de votar se pintó de amarillo en 2019. Pero la realidad no alcanza. Como reza la máxima stalinista, un muerto es una tragedia, mientras que un millón son una estadística.
No existen territorios unívocos. La Córdoba progresista se mira en el mejor espejo de los Toscos y las Reformas Universitarias, pero la ropa le saca chicha cuando se acuerda de la Fundación Mediterránea, las FIEL, las campanas, los Domingos Cavallos y los Fernandos De Las Ruas, y siempre el peor de los radicalismos.
No existe excepcionalidad vasca o catalana en Córdoba (el INDEC creíble dixit), pero tampoco existe una suerte de neblina a lo Sthephen King que suspenda los efectos de la economía de guerra (sucia) en el centro del país. Dicen que los soviéticos que sobrevivieron hasta el final del siglo XX seguían siendo felices si tenían pan y vodka. El fernet se está empezando a acabar. Alguien tendrá que pararse en su silla, enrollar un informe del INDEC, usarlo de altavoz y gritarlo a los cuatro vientos.
*Por Gonzalo Assusa para Panamá Revista.