El hambre
Por Eduardo Aliverti para Página/12
¿Hay acaso algo más urgente, más dramáticamente prioritario, que preguntar cómo es posible seguir sin la efectivización de una emergencia alimentaria?
Cualquier otra cosa que uno diga, opine, informe, versione, sugiera, es atravesada por la sensación de ser irrelevante frente a esta angustia de hambre que provoca el peor y más atroz gobierno de la historia democrática argentina.
Imaginarse un Macri recoucheado, sin su carácter de zombie que sigue hablando de cumplir metas fiscales y que en lugar de eso dijera “acá está el Presidente, carajo, contra el padecimiento de tantos compatriotas”, no tiene más pretensiones que chicanear.
Pero, con todas las salvedades que correspondan: la oposición inexorablemente vencedora, y sus miembros de un Congreso que continúa invisible, y la dirigencia sindical en su conjunto, y los gobernadores, y las grandes referencias intelectuales y culturales, deberían poner más énfasis en que el primer lugar del discurso y de las decisiones debe ocuparlo el sufrimiento cotidiano de una cifra insultante de argentinos.
Se comprende que decir esto pareciera responder al hecho de ser un simple comentarista. Es razonable que la atención se centre en bajar ciertas líneas de previsibilidad en el programa económico-financiero, para que el incendio no vaya a ser más grave cuando se reciba el Gobierno (de todos modos, ¿cuánto más grave que esta actualidad? El esquema retórico-preventivo de “reducción de daños”, ¿anula dedicarse asimismo a que algo debe hacerse, y que se hará, y rápido, y que es imprescindible proponerlo ya mismo, frente a la gente con hambre? A ver si nos entendemos: hambre).
Se entiende que también es necesario no responder las provocaciones de una banda de delirados peligrosos, que llaman a la violencia en cabeza de la nueva jefa de campaña cambiemita.
Ya se vio lo que sucede con una policía y hasta unos vigiladores privados, con estímulo oficial de impunidad, que en apenas un par de días se cargaron en plena calle, a patada limpia, la muerte de un pobre hombre que no amenazaba a nadie. Y de un anciano con demencia senil que se llevó sin pagar un pedazo de queso, una botella de aceite y dos chocolatines.
Se asume esta hora inédita, con meses por delante, de un Presidente que -siendo piadosos- tiene el Gobierno pero no el poder (político), abandonado por el “círculo rojo” y por la panquequería periodística que lo surtió hasta hace dos semanas de un muro protector inenarrable.
Se sabe que el reverso de esa imagen es una fuerza ganadora, en octubre probablemente mucho más, que dispone de algún poder pero no del Gobierno.
Se asimila que es un lugar muy complicado, para esa fuerza y en primer término para Alberto Fernández, encontrar la delicadísima armonía entre no caer en sobre-exposición mediática y a la vez dar respuestas elementales, esperadas, sobre trazos gruesos. Entre no quedarse mudo y simultáneamente reconocer que enfrenta un camino plagado de zancadillas. Entre mantener la apuesta o confianza de la gran masa que lo votó y no cometer eventuales sincericidos.
Se entiende todo, y se acepta.
Sin embargo, a uno le pasa algo -digamos que un cosquilleo incómodo- cuando advierte que hay concentración excesiva en decirle no al default, no a la chiquilinada de desconocer la deuda adquirida por un gobierno “democrático”, no a dejar que se pudra todo para que las consecuencias las paguen más oprimidos todavía, no a la locura de volver a un autoritarismo extendido que jamás existió… y poco de cómo debe atenderse perentoriamente a la zozobra popular.
Suena consignista, pero es así.
Todos preguntarán, vaya si ya lo hacen, por el dólar de equilibrio; por si ya está “in pectore” el futuro gabinete; por la relación con Estados Unidos; por Venezuela; por si volvería 6-7-8; por las tensiones con La Cámpora; por el archivo; por dónde está Cristina…
Es tan básico, tan infantil, tan previsible.
El tema no es lo que interrogan, panqueques incluidos, sino cómo promover respuestas a lo que no preguntarán nunca.
¿Es demasiado ingenuo fantasear con que se trabe la primera, presentando las disposiciones del plan de emergencia social a consensuar de inmediato o apenas asumidos?
¿No sería, además, una muy buena manera de cambiar la agenda extorsiva a que propende el bloque de poder siempre vigente, aunque hoy desorientado porque el líder promovido se revela como un incompetente político a tiempo completo?
¿No es curarse en salud anunciar las medidas urgentes que no se negociarán? ¿No sería ganar más poder político todavía? ¿Más presencia de ofensiva?
Algunas menciones que van en ese rumbo están muy bien. Por caso, desdolarizar las tarifas de servicios públicos. No por nada, cuando el virtual presidente insiste con eso -que implica congelamiento o segmentación del precio de la luz y el gas- no hay quien lo retruque.
Quizá, entonces, no se trate de aparecer mucho, sino de hacerlo poco y con más precisión, con anuncios que primereen a la dieta fullera del aparato aún oficialista.
En otras palabras, ni mostrar jugadas que deben reservarse ni, tampoco, quedar sometido al desgaste de las trampas para osos. ¿Para qué?
Debe ser agotador, además, afrontar ese juego de dar explicaciones por cada dicho pasado o presente, de cuidarse en cada palabra, de estar atento a contestar cada marcaje de contradicciones.
Es probable, así, que menos pueda ser más.
Por el resto, acerca de que mientras tanto la emergencia social rige de facto, pasaron cosas cuya significancia mensurará cada quien.
Nicolás Dujovne se fue sin apenas dar la cara. Hernán Lacunza asumió para anunciar que continúa como si Dujovne siguiera. El dólar se calmó, así se dice increíblemente, tras otra devaluación despampanante en el lapso de un fin de semana. La suspensión del IVA hasta diciembre, en algunos productos de la canasta básica, llegó sin sentirse, tarde como todo el resto de las medidas de apuro y, encima, generando disgusto en las provincias porque fue un manotazo hecho a los tumbos. La Secretaría de Comercio desde ya que no existe, en términos reales.
El Fondo Monetario avisó oficiosamente que lo que importa es Fernández. La misión arribada escuchará al equipazo de Macri con el mismo interés que le dispensaron al Presidente en el foro de Clarín, donde incluso se vio a un hombre que en su postura corporal denotaba lo irreversible. Y que en sus dichos reveló que ya no es más que un candidato. Al establishment asistente sólo le importaba escuchar a Fernández.
Marcos Peña retomó el envío de whatsapp a los defensores del cambio. Carrió se atrincheró en TN para avisar entre otras cosas que condenarán periodistas por dar información falsa. Macri dijo que los argentinos tienen que seguir levantando la autoestima. Se convoca a una marcha para defender la decencia (¡del gobierno macrista!) a través de profanar la memoria de Alfonsín. ¿No queda un solo radical, ni uno solo, entre aquellos con algún grado de figuración, con el mínimo decoro de salir a contestar indignado? Y mejor parar acá porque, de veras y para simplificar, da vergüenza. Como decíamos hace una columna: qué tanta vuelta con las palabras.
Tanta vergüenza como la de que todo ese paquete de noticias y sentidos compita con el hambre.
*Por Eduardo Aliverti para Página/12 / Imagen de portada: Colectivo Manifiesto.