El cuerpo revuelto
Por Lila María Feldman para Lobo Suelto
Que tu cuerpo sea siempre
un amado espacio de revelaciones.
Alejandra Pizarnik
En un escrito reciente hice referencia a “la lengua revuelta”. Hoy quiero referirme al cuerpo en particular, el cuerpo en su potencia para desprenderse de las figuras del cuerpo del delito, y del campo de la prueba.
Será un escrito donde abunden preguntas antes que respuestas, pero también la posibilidad de intentar delimitar mejor un conjunto de problemas, que muches de nosotres observamos en la clínica psicoanalítica, y en los espacios colectivos, hoy.
¿De qué maneras, de cuántas maneras, el cuerpo de las mujeres es capturado por un deseo ajeno? Deseo para la mujer de condena a la maternidad (impuesta por la ley -cultural desde ya- de un destino ligado a la ficción de naturaleza femenina, y a la representación que fija lo femenino a ser madre), o de objeto de posesión exclusivo para el deseo del hombre, para la violencia, o para la muerte.
¿Cómo des-capturarnos y apropiarnos del deseo para la propia alegría y curiosidad, en y para una misma y en los encuentros con otres?
Quiero decir: ¿cómo las niñas, adolescentes y mujeres adultas descubrimos el enigma de la sexualidad ligada a un deseo que nos sea “propio”? ¿Cómo despegar el encuentro sexual de una presunción de peligro, de un estado básico de alerta, hacia el ejercicio de una sexualidad que tenga los mayores grados de libertad posible, en los modos singularísimos con los que cada una tendrá que resolver ese enigma? (el enigma que la sexualidad siempre representa). Es decir, que pueda ser enigma y no lugar hiper saturado de sentidos.
¿Cómo continuar separando sexualidad y castigo? Todavía en este siglo, no hay avance tecnológico, ni científico, ni político, que haya logrado desarmar esa soldadura. Aún.
Usamos -cada vez más- las mujeres, la palabra para defendernos, y vaya que la usamos, a contramano de otras palabras, prácticas y poderes. El lenguaje se revuelve, y en esa revuelta afortunadamente también damos batalla. Luchamos. Pero ¿cómo usamos el cuerpo? El cuerpo colectivo aloja, acompaña y posibilita el intento por inscribir el cuerpo de la mujer, y de cada mujer, de otras maneras.
En los albores del descubrimiento freudiano, las mujeres casi exclusivamente contaban con su cuerpo, como manifestación atrapada en la crisis histérica, o el síntoma histérico. Freud, alejándose progresivamente del saber médico de su tiempo, inventa un nuevo dispositivo (pasaje del método hipnótico y la cura catártica al método de la asociación libre y la escucha analítica), que libera al cuerpo de la fijeza en la conversión histérica y la actuación, de la condena a expresarse en una escena “loca” y sujeta a la examinación médica, y sitúa la resolución del enigma en el terreno de la palabra, generando nuevos posibles enlaces (es otro largo capitulo el de las viscitudes por las que avanzará esa escucha, y allí lo que Freud y su tiempo pudo, y hasta dónde, pensar. Y otro capítulo, además, el de las luchas para que no sólo los médicos -en otra época mayoritariamente hombres- tengan el derecho habilitado para escuchar y llevar adelante una terapia analítica, en particular en nuestro país).
¿Cómo recuperar, hoy, entonces, la palabra y el cuerpo deseante para vivir una sexualidad no peligrosa ni culpable? ¿Cómo arrancar nuestro cuerpo de “el cuerpo del delito” como poderosa representación dominante? Me refiero de este modo al peso que “la prueba” cobra en el cuerpo de las mujeres:
- “La prueba de amor”, con las obligatoriedades que se imponían, en nombre del amor, inscribiendo el inicio sexual en una lógica de dominación.
- El embarazo: “la prueba del delito”, el delito de ser mujer y desear.
- El daño y la urgencia médica: la “prueba del aborto clandestino”, realizado en condiciones indignas, desamparadas y en soledad.
- El cuerpo seductor, como la “prueba de la provocación” que autorizaría, siempre, el avance o la intromisión del hombre. El derecho del hombre a imponer su deseo allí.
- “La prueba judicial”: la prueba que logre determinar la existencia de la violación y el abuso.
Entonces, ¿cómo seducimos hoy las mujeres sin ser putas ni víctimas? (tanto de otres, por empezar, pero además víctimas de nuestras propias representaciones, representaciones psíquicas y sociales, singulares y colectivas, cuando suponemos, en particular las más jóvenes, que el avance erótico siempre es potencialmente amenazante o peligroso).
¿Como ponemos en juego nuestro deseo, solo capaz de singularizarse en los intercambios con los deseos de los otros? ¿Cómo incluimos en lo más nuestro al otro?
¿Cómo desarmar la idea de “hombre supuesto atacante”? ¿Y la representación de “mujer deshecho”? (Se usa y se tira, en un plano metafórico y en otro bien concreto y real).
El cuerpo de las mujeres se enfrenta cada día al trabajo de desasirse de esas representaciones de cuerpos que funden sexualidad, delito y prueba. Representaciones ligadas a los afectos de culpa y vergüenza.
Tenemos el desafío de encontrar modos más libres de ser hombres y mujeres, o de “llegar a serlo”, y la capacidad de encontrarnos de nuevas maneras, de contribuir a crear para las pibas y pibes (para les adultes también) un campo de paridades. Pero sobre todo, de alegres maneras, maneras de probar que no queden aplastadas por otras “pruebas” que capturen en la dominancia de une por sobre otre, o en la exigencia en nombre de ningún valor o ideal, en una época donde además el “escrache” posible o realizado, tiñe los encuentros de amenaza. (No está de más aclarar, por supuesto, que son diversos y heterogéneos los niveles de responsabilidad en cuanto a las formas y recursos para generar mejores condiciones de posibilidad para ampliar Derechos y construir paridad).
Deconstruir será un destino posible, y sobre todo, ojalá, no ya para hombres o mujeres, sino para poder construir (con viejos y nuevos cimientos) encuentros y sexualidades placenteras, y no violentas. Que probar pueda ser eso: ser sujetos capaces, todes, de explorar, tener derecho y libertad de hacerlo (con el cuerpo y con las palabras: ambos son la materialidad de nuestro capital libidinal y deseante) y no ser objetos de pruebas.
* Por Lila María Feldman (Psicoanalista) para Lobo Suelto / Foto principal: «Retrospectiva» de Yves Klein