Tu porno da paja
El 71% de las mujeres que navegan por internet mira pornografía. Las argentinas están terceras en el raking mundial. Una socióloga feminista decidió alejarse del analisis semiótico e ideológico del sexo online y empezar por algo más básico y menos habitual: consultar a las mujeres sobre su experiencia cuando miran porno.
Por Estefanía Martynowskyj para Revista Ajo
Pocos temas parten aguas en el feminismo como la prostitución y la pornografía. Y como casi todos los grandes debates —que empiezan en los “países centrales” y con la misma lógica que allí se desarrollan se van propagando por el resto del mundo (occidental)— la preocupación feminista por la pornografía surgió en Estados Unidos, en un contexto post-revolución sexual, de auge del feminismo radical que ubicaba en el centro de sus preocupaciones a la sexualidad.
Retomando la vieja pregunta freudiana sobre en qué consiste la sexualidad femenina, las feministas formularon diversas respuestas de acuerdo con las distintas formas de percibir la sexualidad de las mujeres en un contexto patriarcal. Y hasta bien entrada la década del ochenta, el monopolio discursivo fue del movimiento anti-pornografía que veía al porno no en su dimensión sexual, sino como expresión de la violencia machista. La sexualidad era para esta corriente feminista, principalmente riesgosa. Proponían que se podía diferenciar claramente una sexualidad femenina, difusa, no genital, tierna; de otra masculina, genital, separada del amor o de la relación estable, y relacionada con el poder. Así las cosas, llegaron a sostener que “la pornografía es la teoría y la violación es la práctica”, proponiendo que la violencia contra las mujeres en nuestra sociedad irradiaría de la pornografía, en vez de verse reflejada en ella.
Hasta acá entonces lo que se debatía era cuáles eran los efectos del porno en la vida sexual de las mujeres o en su vida en general y quedaba latente la pregunta sobre si el feminismo se hallaba autorizado a determinar cuál debía ser la correcta sexualidad para las mujeres o si en realidad esa corrección no existe. Y la gran ausente en todo este asunto era y sigue siendo la experiencia de las mujeres, desdibujada entre tanto análisis semiótico y lecturas ideológicas del porno, cuando para captarla habría que indagar, como sostiene Martín Barbero en el caso de los melodramas, menos su texto que el intertexto que forman los modos de verlo. Ni que hablar de las condiciones laborales y la estigmatización que sufren las trabajadoras sexuales, no sólo las que hacen porno, pero eso es tema para otro artículo.
Mis preguntas son otras. Varios estudios dan cuenta de que el porcentaje de mujeres que mira porno es muy elevado. El Observatorio de internet de Argentina indica que el 71% de las mujeres que navegan por internet mira porno (en relación al 93% de los hombres), y la famosa página Pornhub reveló en 2015 que las argentinas estábamos terceras en el raking mundial de consumo de sexo online.
A este consumo de porno en aumento, hay que ponerlo en relación con otros consumos sexuales que hacemos las mujeres en la actualidad, y que Karina Felitti y Silvia Elizalde han estudiado para el caso de nuestro país, como los talleres de fotos eróticas, de pole dance y de striptease, la lencería erótica, los juguetes sexuales, los cursos de seducción y los libros de autoayuda sexual, del tipo del best seller Cincuenta sombras de Grey.
Esta creciente mercantilización de la sexualidad que muestran las autoras, no nos hablaría tanto de un monopolio del mercado sobre la vida sexual de las mujeres, omnipresente y sin fisuras, como de una incorporación de estas últimas a una economía libidinal heteronormativa que es escenario de resistencias, impugnaciones, celebraciones y a veces de actitudes indiferentes.
Entonces, en lo que al porno se refiere, ¿a todas las mujeres nos gusta lo mismo? ¿Es verdad que preferimos un porno suave, insinuante, más bien erótico, a uno duro, explícito, escatológico? ¿Existe la posibilidad de hablar de un “porno para mujeres”? ¿Lo que nos gusta ver es lo que hacemos o lo que quisiéramos hacer?
En 2016 hice una encuesta anónima online que respondieron 450 mujeres, donde preguntaba si miraban o no porno, y en este último caso, por qué; cuándo empezaron a mirarlo; cómo accedían al material pornográfico; en qué circunstancias lo miraban, cómo y para qué; si había algo que les desagradara o les generara reparos respecto del porno y si habían producido algún material pornográfico y lo habían compartido o no en la web.
El 71% respondió que sí miraba pornografía y el 29% restante dijo que no lo hacía porque no le llamaba la atención y no la excitaba, porque le parecía aburrido y malo como cine, o bien que la hacía sentir incómoda porque le parecía machista y violento; que le daba vergüenza; que le gustaba más lo erótico; que no sabía dónde encontrar porno o que no encontraba el momento para mirarlo.
El 87% de las mujeres que respondieron tenían entre 18 y 36 años, por lo cual me inclino a pensar que las más jóvenes consumimos más porno que las mujeres de la generación de nuestras madres y me apoyo en el hecho de que el 90% de las mujeres que miran porno dijeron hacerlo desde sus computadoras personales, tablets y celulares. Estos dispositivos y el anonimato que habilitan, han venido a democratizar el acceso a este material que tradicionalmente ha sido consumido por varones a través de revistas, VHS, canales de TV codificados y salas de cine para adultos. No es casual que la mayoría de las mujeres hayan mencionado que cuando miran porno navegan desde ventanas de incógnito para que otrxs no puedan rastrear sus búsquedas.
De las que sí miran, un 70% comenzó a hacerlo entre la pre adolescencia y la adolescencia (9 a 13 y 14 a 18 años), un 16% en la juventud (19 a 24 años) y el 14% restante en la adultez (25 años en adelante). Muchas manifestaron que el primer acercamiento fue casual, a partir de películas soft porn en la televisión por cable, o porque en las casas de sus familias tenían acceso a canales codificados. De este grupo, la mayoría dijo haber sentido culpa o vergüenza y mirarlo a escondidas y sin sonido para no ser descubiertas. Otras contaron que la primera vez que miraron fue porque encontraron material pornográfico en sus casas, perteneciente a algún familiar, o que tuvieron un primer acceso a partir de la relación con sus pares en el colegio, que se lo mostraban como una gracia. Un número menor dijo haber comenzado a ver porno por sugerencia de una pareja o para aprender y explorar su sexualidad, especialmente cuando sospechaban que les gustaban las mujeres.
La mayoría contó que vivir sola o tener acceso a una computadora personal había hecho que miraran porno con mayor frecuencia y libertad, y también que la culpa y la vergüenza habían ido desapareciendo a medida que crecieron y tuvieron más confianza en sí mismas, conociendo mejor sus gustos sexuales.
En cuanto al modo de acceso, el 69% dijo hacerlo a través de portales gratuitos de lo que podríamos llamar porno mainstream —surge en las décadas del ochenta y noventa en EEUU y Europa, es industrial y hecho por hombres, para hombres y lleno de clichés—, el 17% lo busca en google, el 11% accede a través de portales y Tumblr de porno feminista, es decir, aquel en el que quienes participantes son tratadxs como sujetxs y hay un intento por correr los límites de la representación sexual y desafiar los estereotipos, como porn4ladies, pornoquesi, fourchmbers, xconfesions y crash pad series.
Es interesante cómo muchas de las quejas de las mujeres en relación al acceso al porno (como no encontrar lo que les gustaría ver, o que el porno que miran esté hecho para hombres) tienen que ver con el tipo de portales que son de acceso gratuito y los que no. Según el informe del Observatorio de internet de Argentina, solo el 4% de las personas que miran porno online pagan para hacerlo.
Sin embargo, la variedad de porno que miramos las mujeres es enorme. Tanto que no solo no se puede sostener que habría un porno para mujeres, que expresaría mejor nuestros gustos, sino que una misma mujer puede mirar muchísimas categorías, muy distintas entre sí o hasta opuestas: por ejemplo, una mujer decía ver “hetero, lésbico, duro, romántico”.
Lo que sí puedo decir es que el 40% de las mujeres mira porno lésbico (siendo que el 63% manifestó ser heterosexual y sólo el 6% se reconoció lesbiana), en muchos casos porque les resulta menos agresivo que el heterosexual. Codo a codo están el porno gay, los tríos, el hardcore, el sadomasoquista y el soft; un poco más abajo las orgías, el porno amateur, el porno feminista; y finalmente el hentai, las gang-bang, el porno trans, el fetichismo, el anal y de masturbación.
Más allá de esta variedad de gustos, sólo 47 mujeres dijeron no tener ningún reparo respecto del material pornográfico, mientras que el resto manifestó que les desagradaba, molestaba o incomodaba que la mayoría del porno sea androcéntrico, es decir, que esté hecho para el placer del hombre y desde su mirada; que la mujer aparezca como un objeto, que sea complaciente; que los cuerpos sean irreales; que haya situaciones violentas; sobreactuación o menores, o mujeres que aun no siéndolo, luzcan como tales.
Tal vez algunos de los datos más significativos para hablar de estas experiencias tengan que ver con el dónde, cómo y para qué las mujeres miran porno. El 89% dijo hacerlo sola, en su casa, a través de su notebook, tablet o celular y el 11% restante dijo mirarlo con su pareja, previo al sexo, para subir la libido.
De esas que lo miran solas, 8 dijeron hacerlo para calentarse, previo al encuentro sexual; 12 por curiosidad o aburrimiento y 18, en situaciones de estrés, para relajarse. El 88% restante manifestó hacerlo para masturbarse, autoerotizarse, excitarse, buscar placer, autosatisfacerse, sacarse las ganas, levantar la libido o conocerse.
Que la mayoría de las mujeres miren porno solas y para masturbarse no es un dato menor. Según el famoso informe Kinsey sobre sexualidad femenina, “entre todos los tipos de actividad sexual, la masturbación es la que hace llegar a la mujer más frecuentemente al orgasmo”, porque el clítoris es una de las partes genitales con más terminales táctiles, a diferencia de las paredes vaginales que carecen prácticamente de terminaciones nerviosas, lo que dificulta a las mujeres conseguir un orgasmo a través del coito”. Eso que unos años más tarde Anne Koedt llamó el “mito del orgasmo vaginal”, poniendo sobre la mesa el significado político del placer sexual.
Lo interesante entonces es que aunque el 89% de las mujeres tienen algo para reprocharle a porno y son bien conscientes que el mainstream al que la mayoría tiene acceso está hecho desde la mirada del varón y para excitar a ese varón, repleto de estereotipos corporales excluyentes, sobreactuado y, en algunos casos, hasta violento; ellas han aprendido a utilizarlo para su propio interés y a encontrar placer allí donde se suponía que solo eran un objeto para el goce de otro.
Entonces, a pesar de la persistente desigualdad de género que nos moldea como mujeres, estamos experimentando nuevas formas de vivir el deseo y una ampliación de los márgenes de libertad sexual, que nos reportan goce y placer. Las mujeres que miramos porno no somos “tontas culturales”, ni nuestras elecciones son a priori “autodegradantes” o cómplices de la violencia machista porque, parafraseando a Marta Dillon, el problema no es el porno, es el patriarcado.
Nuestro desafío es renovar las fantasías, hacer oír nuestras demandas y preferencias a lxs productorxs de porno y también ser nosotras productoras, para construir un porno que no sea androcéntrico y machista.
*Por Estefanía Martynowskyj para Revista Ajo / Ilustración de portada: Clara Eva Cisnero.