Nagasaki: memorias de lo inolvidable
En agosto de 1945, Estados Unidos cometía uno de los más grandes crímenes de la humanidad: lanzaba las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.
Por Fausto Triana para Prensa Latina
Lo recordaré el resto de mi vida: un reloj detenido a las 11:02 am, la hora en que estalló la bomba atómica en Nagasaki, en Japón, el 9 de agosto de 1945.
Hace poco más de cinco meses, tuve la oportunidad de visitar la ciudad nipona y en especial al Memorial y el Museo de la Bomba Atómica. Como parte del grupo de prensa que acompañó a la entonces presidenta de Chile, Michelle Bachelet, tropezamos con impactos emocionales muy fuertes: 175.743 muertes, muchas más de las que registran las enciclopedias.
Sin ambages, una guía japonesa ofrece la explicación sencilla pero espeluznante: “Todos los años actualizamos las cifras, sigue falleciendo gente como consecuencia de la explosión”. El guarismo está grabado en el monolito que marca el hipocentro del artefacto, que estalló a 500 metros de altura.
Los intentos de sobrellevar el momento que vivimos se quedan sin habla al ingresar al Museo de la Bomba Atómica. El tic-tac imaginario del reloj encontrado a unos 800 metros del hipocentro dice más que mil palabras. Fue hallado en una casa cerca del Santuario Sannó de Nagasaki, congelado por la radioactividad y la onda expansiva del artefacto nuclear. Dejó registrada la hora: 11:02 am.
Luego hay un detalle supremamente curioso, la contraseña numérica del password para la señal de internet wifi: 080919451102. La fecha, el año y la hora de la explosión, como para no olvidar nunca.
La historia que hemos escuchado desde los primeros años escolares nos confronta y aquellos nombres lejanos de Hiroshima y Nagasaki, como puntos finales de la Segunda Guerra Mundial, dejan de ser ajenos.
Una maqueta de Nagasaki y la parte trasera de Fat Man, como Estados Unidos bautizó a su letal proyectil. Provocó un trayecto de shock al estilo de olas que alcanzaron 3,7 kilómetros desde el punto de explosión en apenas 10 segundos, y aproximadamente 11 kilómetros y 30 segundos.
Hay imágenes demoledoras en este recinto del sur de Japón, en la isla Kyushu, donde hace 73 años el mundo fue testigo de la ignominia, primero en Hiroshima y luego en Nagasaki.
Niñas de 14 años sonrientes, en una foto de la época como único recuerdo. Lo demás es una lata donde alguna de ellas llevaba su almuerzo a la escuela, calcinado junto a monedas y cuatro botellas derretidas.
Una mujer con un seno visible amamantando a su bebé y con la mirada perdida; el niño, ese niño tan desgarrador, que lleva a su hermanito muerto en su espalda a la espera de entregarlo al crematorio para impedir las epidemias.
“Vi a este niño que caminaba, habrá tenido alrededor de 10 años. Me di cuenta de que llevaba un niño sobre sus hombros algo común en esos días (…), pero este niño tenía algo diferente”, dijo el fotógrafo Joe O’Donnell, autor de la gráfica.
Erguido, con postura marcial, difícilmente podía explicarse algo tan horrendo como lo sucedido. Sólo el honor y la dignidad lo llevaron a dejar el cuerpo de su hermanito fallecido.
*Por Fausto Triana para Prensa Latina