Los Ojos Gritan: una muestra para volvernos a ver
El arte también es espacio de resistencia. La fotógrafa Nadia Cejas retrató el fuego en las miradas de aquellas mujeres que se abrazaron durante toda una noche esperando la media sanción de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. «Los Ojos Gritan» desde una sala del Museo de Antropología, y hay que ir a escucharlos.
Por Julieta Pollo para La tinta
Los Ojos Gritan logra situarnos en una experiencia del orden de lo íntimo en medio de un espacio público como es el Museo de Antropología de la Universidad Nacional de Córdoba. Al asomarnos a cada uno de los 15 cubos de cartón que cuelgan del techo, encontramos a una mujer distinta y en todas ellas hay un destello, una herida o un gesto en el que nos reconocemos a nosotras mismas. Porque, después de todo, no somos tan distintas como nos quieren hacer creer.
La fotógrafa Nadia Cejas logra un encuentro en tiempos de fragmentación. Frente a frente, muy cerca, las miradas se encuentran y se establece una conexión íntima como aquella que defenderemos mañana en el Senado: la conexión con nuestros cuerpos, la libertad y la autonomía de ser y hacer. Devenidos territorios en disputa por sacudirse un entramado de opresiones históricas, nuestros cuerpos se nos salen por los ojos arrastrando un caudal emocional enorme y son esas las miradas que logró capturar Nadia la noche de la vigilia del 31 de julio, cuando esperamos juntas en la calle la media sanción de la Ley de Aborto.
Hasta el viernes 10 de agosto, la muestra puede recorrerse en el segundo piso del Museo de Antropología. La tinta conversó con Nadia Cejas acerca de su proyecto y también sobre el arte como herramienta y la importancia de sanar la mirada.
—¿De dónde surgió la inquietud de indagar en las miradas y lo que expresan?
—Los Ojos Gritan porque creo que todas las personas podemos decir muchas cosas usando la palabra y gesticulando y en ese lenguaje puede haber verdades, mentiras, de todo… pero me parece que lo único que el ser humano no puede manipular es la mirada. De hecho biologicamente la mirada tiene cierto automatismo que nos excede, entonces si tenes el espacio y el tiempo para observar a alguien a los ojos durante cierto tiempo hay mensajes que salen sin siquiera hablar.
Además personalmente a lo largo de mi vida y por mi historia tuve un proceso de transformación, por así decirlo, en el que la mirada del otro me ha hecho bastante daño, la forma de verme, de niña, de adolescente… entonces siempre estuve un poco trabada ahí en los ojos ¿no? En cómo el otro me ve, en cómo soy vista, en cómo quiere el otro que sea, en cuan dañina puede ser la mirada del otro. Y así fue que durante mucho tiempo no podía mirar mucho a los ojos a las personas y, a través de un camino de sanación o transformación y de regenerar la confianza, es que vuelvo a ese lugar de la mirada y de conectar con las personas y entender que esa misma conexión es la que nos fortalece, nos conecta con nuestra verdad, y que en realidad el otro no es una amenaza sino un espejo y en ese espejo también me encuentro y de esa manera también me sostengo y sostengo.
En cuanto pude ver a los demás a los ojos también pude verme a mí y descubrir que todas las personas somos como una gran cebolla pero en la mirada hay como un puente hacia lo más profundo de cada uno que tiene que ver con los relatos ¿no? Y ahí me parece que está la cuestión. Si alguna vez observás a un bebe recién nacido que no habla, puede estar sosteniendo la mirada con su mamá muchísimo tiempo y en el solo hecho de mirarse está todo. Esa mirada está llena de lenguaje, de amor, de empatía, es nuestra primer conexión y por todo eso es que el nombre es Los Ojos Gritan.
—¿Cómo surgió la idea de tomar estas fotos y cómo fue el proceso?
—La noche anterior a la vigilia se me ocurre la idea a las dos de la mañana y organicé todo rápido y al otro día fui. Y aparece esto de hacer una fotografía a solas, con una composición como si fuese una fotografía de estudio, pero montada en medio de la marcha, en medio de la vigilia. Entonces la idea fue rescatar la individualidad de las retratadas: ellas están ahí, sosteniéndose con toda su individualidad, pero al mismo tiempo atravesadas por el sonido y la sensación de pertenecer a una lucha en conjunto.
Las fotos fueron tomadas en un garage en la esquina del Museo en cinco minutos, yo solo les pedí a las chicas que cerraran los ojos, que respiraran y trataran de conectar con los motivos personales que las llevaban a estar ahí en ese lugar. Ahí surgió esa gran trasferencia y todos esos retratos tan intensos. De ahí propusimos el proyecto al Museo de Antropología porque es un lugar que esta teniendo un rol bastante activo en esto además de ser algo con características antropológicas también ¿no?
—¿Cómo encararon el trabajo de montaje? ¿Cuál es el recorrido que traza?
—Conversé con un amigo que hace escenografía y que le gustó mucho, y que estaba dispuesto a sumarse para hacer una instalación. Entonces en esto de buscar algo más empezamos a plantear ideas… ellos me dieron varias, y entre éstas estaba la de que el espectador ingrese a los cubos, e inmediatamente dije «Esa es», porque era la única dentro de las que me habían mostrado en la que el espectador se encontraba en una relación uno a uno: poder encontrarte a solas, en silencio, en un espacio uno a uno tal como fue que yo realicé las fotografías. Yo quería trasladar esa sensación al espectador, el espectador esta viendo lo que yo vi y sintiendo lo que yo sentí en ese disparo. Esta instalación busca rescatar la importancia de la individualidad en la masa, la importancia de cada una sostenerse con su historia, con su lucha, su dolor, su enojo, formando parte.
Por lo general vas a una muestra fotográfica y la misma masa, como sucede en los discursos también, te va llevando. Entonces vas teniendo un ritmo a modo masa, el espectador de adelante ya pasó de imágenes entonces yo también paso, alguien se atraviesa adelante… yo no quería distracción. Quería hacer un paréntesis en el tiempo y en el espacio para que la persona se encontrara a solas, sin tener la mirada de otra persona que no sea la retratada. Esa sensación de intimidad y de «nadie me ve» permite que pueda liberarse y sentirse más tranquila, así sea dentro de un cubo sola, para poder tener la reacción que tenga y el tiempo que quiera para fluir en esa conexión con la mirada.
El recorrido de esta manera casi en espiral tiene que ver con esta simbología de ir hacia dentro ¿no? La última pieza es justamente un espejo: luego de las 14 retratadas estás vos. Pudiste ver distintas miradas, distintos decires, quizás te pudiste ver, seguramente. Y termina el recorrido con un espejo devolviéndote una imagen, haciendo ver, sentir, pensar ¿dónde estoy? ¿quién soy? ¿cómo me sostengo? ¿a mí qué me duele? ¿yo qué digo con mis ojos? Es apostar a que el espectador se encuentre consigo mismo.
Al final del recorrido hay una frase personal que tiene que ver con todo ese recorrido que yo hice acerca de lo que creo de la mirada, de confiar en la mirada, y es un círculo que cierra en sí mismo que trata de generar la empatía para los demás y principalmente para con uno mismo.
—¿Por qué decidiste tomar parte y accionar desde el arte por el Derecho al Aborto Legal Seguro y Gratuito? ¿Cuál es la potencialidad del arte como herramienta?
—Hay algo que me quedó bien grabado y es algo que siempre sentí pero ahora más que nunca: pienso que el arte es una herramienta de comunicación muy poderosa y de transformación también. Para mí el arte puede cambiarlo todo. El arte es lo más puro que hay, al menos en mi vida. Hay una frase de Toty Cáceres que también se quedó grabada en mí: «El amor te salva del horror y el arte te ayuda a hacer algo con él».
Esa frase me parece magnífica porque al menos para mí el arte no solo me ayuda a sanar a mí y a encontrarme, como fue este proyecto que es mi primer proyecto fotográfico, sino que también soy de esas personas que estaban lejos del movimiento feminista y pude descubrir por qué estaba lejos: acercarme al movimiento feminista requería acercarme a mí y ver un montón de dolores y heridas que no estaba pudiendo ver ni quería volver a ver, acercarme fue hacerme cargo de que era víctima pero que estaba permaneciendo en ese lugar de víctima y en el silencio en el que siempre nos dijeron que había que quedarse.
En cuanto pude transformar y ver eso me di cuenta de que el punto era hacer un paso entre el ser víctima y el ser responsable. Todo lo que a todas en algún momento de nuestra vida nos dolió, nos marcó en mayor o menor medida, nos marcó para no quedarnos ahí en silencio sufriendo esa herida y permaneciendo… para decirnos que ahora somos responsables. Pasar de víctima a responsable de la mano del arte fue un quiebre en mi vida, un antes y un después.
Si hoy yo siendo víctima como somos muchas, como somos todas, no hago nada para cambiar eso realmente vuelvo a ponerme en ese lugar. Hoy yo no puedo más cargar con la sensación de sentir y ver lo injusto, de ver cómo los demás irrumpen en la libertad y en los derechos de cada una, en la intimidad, en las elecciones. Para mí la libertad de una empieza donde termina la de la otra persona, y ser activa en este proceso requiere fortaleza porque requiere sanar y ser consciente de que duele, lo injusto duele. La mujer, más allá de que hace años está luchando por la igualdad, aún no la goza, aún no la tiene… hay todo un sistema demasiado oscuro y opresor y pesado que naturalizamos durante mucho tiempo que nos rompe el corazón, nos rompe la libertad, nos rompe… nos rompe.
Entonces me parece que la Legalización del Aborto es un paso más al respeto por la libertad de la mujer. Creo que es algo que va lento pero va y todo lo que se mueve y se transforma se mueve de la mano de personas que ejercen ese movimiento: las señaladas, las cuestionadas, las lastimadas, las despiertas y las que hacen posible que esta cadena siga hacia adelante.
Me parece que el arte cumple un papel fundamental porque hay muchas formas de hacer arte pero hoy al menos yo estoy en este lugar en que hacer lo que amo me hace amarme y trato de que haga a las personas amarse a sí mismas y al prójimo. Yo creo que si no hay amor para uno mismo no hay amor al prójimo. Siento que hay muchas luchas, pero si vamos más atrás, al punto mas hondo que es la empatía y el amor por otra persona, no debería haber luchas… con el arte quiero volver todo el tiempo ahí, quiero ir a lo legítimo, al alma del ser humano, que se desvista de todo lo que escuchó, le dijeron, donde pertenece, y que conecte nuevamente con lo genuino. Creo que si fortalecemos eso todas las desigualdades caen. Hay luchas porque hay rotas otras cosas del origen y creo que el arte cumple ahí un papel fundamental y que como comunicadores y comunicadoras debemos aceptar lo importante de los mensajes que damos. No concibo el arte que alimenta estructuras dañinas, yo creo que el arte es genuino, ayuda a transformar a sumar a despertar.
Creo en la empatía visual.
Creo en el dolor de una mirada traslúcida, empañada.
Creo en la fuerza de una mirada plateada como acero.
Creo en el cansancio como la curvatura de la luz ahí dentro.
Creo en la confianza, en la lucha en la que los ojos atravesados por todo, se sostienen hacia adelante.
Creo en la mirada como canal de lenguaje del alma.
Creo en empujarla hacia el frente, donde nos miran los sueños.
Creo en atravesarlo todo con ella.
Creo que algún día vamos a amarnos y respetarnos con solo mirarnos.
Los ojos gritan. Fotografía: Nadia Cejas | Curaduría: Natalia Pittau y Ayelén Koopmann | Producción: María José Cisneros | Postproducción Digital: Jonathan Reiccholz | Diseño de Instalación: Sofía José y Luciano Di Natale | Realización y Montaje: Sofía José, Ramiro Puccio, Nicolás Silva, Luciano Di Natale, Nadia Cejas y María José Cisneros | Comunicación: Elisa Robledo y Cecilia Bruscoli.
*Por Julieta Pollo para La tinta.