De la malvinización antidemocrática, a la democratización desmalvinizadora
Por Ezequiel Espinoza Molina para La tinta
A treinta y cinco años de finalizada la última dictadura, para pavor de los nacionalistas, el país se ha quedado sin fuerzas militares para la defensa nacional. Y para espanto de les progresistes, tales fuerzas militares serán destinadas a reforzar la seguridad interior. Y es que en todo este tiempo no se ha comprendido que la dialéctica democratización-desmalvinización que dinamizó el orden de batalla político-cultural de la post-dictadura, implicaba y suponía tanto el desmantelamiento más o menos paulatino de las fuerzas de defensa, como el progresivo fortalecimiento de las fuerzas de seguridad.
Mucho se ha discutido si el fin de la dictadura se la debíamos a la victoria de los Ingleses en Malvinas, o a la resistencia popular contra la persistencia de un régimen militar. Lo que es seguro, es que la combinación de ambos factores redundó en el alumbramiento de una democracia diagramada con mentalidad colonial, donde las facciones del patrioterismo-antidemocrático y el democratismo-vendepatria se enfrentaban, primero, y se vilipendiaban después, en una disputa más o menos estéril y acaso suicida.
El campo nacional-popular dividíase en bandos progresistas que sólo sabían ver en la institución de las fuerzas armadas una violación ineludible de los derechos humanos, y facciones nacionalistas que sólo sabían ver en los movimientos de derechos humanos una amenaza ineluctable para la pervivencia de las fuerzas armadas como institución de la patria/nación (el acontecimiento Tablada -1989- resultó la colisión inevitable de esta dinámica, como colisión entre los grupos más decididamente anti-imperialistas de la izquierda popular, y de los sectores más recalcitrantemente nacionalistas de la derecha militar). Con su peculiar perspicacia y pragmática clarividencia, por otro lado, el bando liberal coqueteaba con unos y otros, haciendo su propio juego y apostando siempre al ganador (en tal sentido, una vez más, el acontecimiento Tablada mostró, trágicamente, la imposibilidad histórico-concreta de la configuración de un renovado campo nacional-popular encolumnado tras la candidatura de Carlos Menem).
Lo peor de todo este asunto es que, mientras tanto, pero como momento necesario de todo el proceso, se fue generando -a la par con el deterioro más o menos continuado de las condiciones de existencia- una sensibilidad popular que no sólo tiende a aceptar como un mal necesario la actuación policial de las fuerzas militares (con toda la excusa del combate al narcotráfico, etc.), sino que incluso la piden a gritos y lo celebran.
Criollistas, clericalistas, ruralistas, etc., que se congratulan con la represión sistemática a los movimientos sociales, sindicales, indígenas, etc., pero que aceptan con beneplácito y/o resignación el saqueo igualmente sistemático del patrimonio nacional, los bienes públicos, los recursos naturales, etc. Nacionalistas sin la menor fibra patriótica y presos de la épica de una gobernanza policial.
Sin más circunlocución: la patria está en peligro, la democracia también. hic rodas hic salta.
*Por Ezequiel Espinoza Molina para La tinta.
*Licenciado en Historia.