Las aparecidas
Una madre llega a la comisaría. Llorando desesperada, cuenta que su hija adolescente desapareció. Salió para la facultad, pero nunca regresó a su casa. Su supuesta pareja es demorado, se rumorea que tenían una relación violenta, que él la celaba y que por eso ella lo dejó. Lo interrogan varias horas, y lo liberan. Los padres salen en la tele, los medios se hacen eco de la noticia de la desaparición de Melany, una chica de 19 años de Del Viso. Cuatro días después, alguien ve a la adolescente en una panadería. La policía local la intercepta, y notifica la buena nueva: Melany apareció, sana y salva. Se fue por voluntad propia al parecer, no dijo mucho más. De pronto se desata la furia: la gente y los medios prefieren que las apariciones de las pibas sean en bolsas de consorcio, sino, que no aparezcan.
Por Redacción La tinta
Para nosotras, las aparecidas son una bocanada de aire. Todo el tiempo que permanecen en las sombras estamos casi sin respirar, imaginando los peores desenlaces, y haciendo fuerza con la poca esperanza que nos queda para que vuelvan. Para los otros y otras, las aparecidas son un gasto estatal innecesario, una excusa más para demostrar que “no pasa nada”, que todo es imaginación, que las mujeres “exageramos”.
Para nosotras, cuando nos falta una, sentimos que la realidad nos golpea de frente y nos avisa que luchar contra el patriarcado cuesta, cuesta vidas. Para los otros y otras, una desaparecida es tiempo de tele, es momento para revolver en su vida privada, en su basura y en su cama para elaborar argumentos que justifiquen su desaparición, para fundar la frase que les guía: “Ellas se merecen todas y cada una de las cosas que les suceden”. Nosotras, en cambio, nos preguntamos qué hay detrás de ese circo mediático, qué se esconde en los argumentos de quienes prefieren vernos muertas que decidiendo sobre nuestras vidas.
Mis impuestos, mi desición
Un argumento muy escuchado por estos días en el debate por la legalización del aborto es el uso de los recursos públicos para garantizar el acceso libre y gratuito a la práctica. Quienes se oponen, esgrimen la excusa del individualismo, del mérito y del esfuerzo. Como ellos pagan impuestos, ellos deciden en qué se gasta el dinero público. Pago de viáticos exorbitantes a funcionarios que ya son ricos: sí. Salud pública de calidad: no. “Que se paguen ellas los abortos” es una frase repetida estos días.
De manera similar, cuando una piba aparece resuena la frase “que pague el dinero que el Estado invirtió en su búsqueda”. Si apareció, y está bien, entonces que pague por lo que se “gastó”. ¿Por qué les enoja tanto ese gasto legítimo y benévolo de buscar a alguien que no está en su casa, que no regresó a la hora prevista, y nada les enoja que legisladores y ministros viajen en primera clase, rindan gastos irrisorios, duerman en hoteles 5 estrellas? Considerando además que todos y cada uno de los funcionarios y funcionarias, policías e investigadores involucrados ya tienen un sueldo que les pagamos entre todos y todas las ciudadanas.
Si están tan preocupados por sus impuestos, ¿porqué no exigen que se gasten en prevención de la violencia, en políticas públicas que sirvan para desterrar al patriarcado de nuestro sentido común?
Rating cero
Cuando las des-aparecidas regresan, ponen en evidencia varias cosas. Primero, que siempre que una piba falta, sin importar las causas que se supongan, se teme lo peor: el abuso, la muerte. Ambos. Antes, la primera hipótesis de una fuga adolescente del hogar era una pelea con los padres, o un capricho. Ahora, se empieza por suponer lo peor, un acto violento cometido por un hombre, y luego se investigan las otras hipótesis. La violencia machista entra en escena, y esa es una lucha que ganamos todas las identidades no masculinas. Visibilizamos que nos golpean, nos secuestran, nos violan y nos matan.
Sino, veamos quiénes son considerados sospechosos en estos casos. La pareja del momento, el ex, el compañero sexual casual. Y siempre, como una casualidad macabra, hay de estos a montones, pero nunca impolutos. En la mayoría de los casos se logra desenterrar un pasado violento, una relación de noviazgo conflictiva, celos, rupturas, acosos.
¿Nunca nadie se percató de este hilo conductor? ¿Dónde ponemos el foco? ¿A nadie le llama la atención que, cada vez que una piba no está, por detrás hay una historia de violencia machista? Cuando aparece, y mientras todas respiramos aliviadas, los medios y la gente hacen borrón y cuenta nueva de ese pasado, y se abocan a contabilizar el costo de la búsqueda, se enojan por haber invertido tanto tiempo de aire con un caso que termina feliz y no les permite continuar por meses con la morbosidad, con la puja por las fotos del cuerpo vejado, con las declaraciones de los hombres con los que estuvo, con el desguase de su vida “incorrecta” que la llevó a ese final.
La bolsa de consorcio anula el contenido y se convierte en rating. Desaparecidas o descartables, eso mide. Si aparecemos, si les mostramos que tomamos una decisión por nuestra cuenta, pagamos. Decidir cuesta caro. A veces, nos cuesta la vida.
*Por Redacción La tinta.