Cielo rojinegro («Si me muero, que sea de Lepra»)
Lo malo es cuando se me mezclan los recuerdos tristes. Como el clásico que perdimos por goleada en el ‘97, que aunque no lo viví me duele más que el pinchazo de la anestesia. No, tenés razón, mejor no hablemos de eso. Además, ¿sabés qué? A medida que crece el grito siento que los recuerdos feos se diluyen, de a poco se van borrando y solo quedan los lindos: Messi de chiquito jugando con la rojinegra, Bielsa emocionado diciendo que algún día va a volver, el entrenamiento del Diego en el que llevamos más de 10 mil hinchas, el día en el que mamá me dijo que para mis quince iba a dejar que me tatuara un escudo chiquitito.
Por Stephanie Simonetta para La tinta
¿Qué es ese rugido, papá? Es cada vez más fuerte. Parece uniforme pero no, son miles y miles de gargantas. Todas gritan lo mismo pero cada una a su manera. Me hace acordar a… pero no, no puede ser. Si en el quirófano no hay tele, no pasan el partido. Además no es un ruido de tele, es el grito en vivo y en directo. Sí, papá, ¿cómo no lo voy a reconocer? Si miles de veces escuché y fui parte de ese coro agónico yo también. Con vos y con mamá y con los chicos de la barra.
Todavía me acuerdo cuando fuimos juntos por primera vez. ¿Cómo no me voy a acordar? Ya sé, tenía cinco años nomás, pero son esas cosas que una no se olvida más. Mamá no quería que me llevaras, ¡hicimos un lío para que me dejara ir! Vos decías que era socia vitalicia, y yo no sabía qué quería decir eso pero sonabas muy convincente así que finalmente tuvo que ceder. Fuimos un rato antes al Parque, dimos una vuelta por el lago, me compraste uno de esos molinitos que se mueven con el viento, rojo y negro, dijiste que iba a ser cábala. Después nos sentamos en un costado de la popular, pegaba el sol y el molino reflejaba una silueta de luz a tono con las banderas. Pasó un señor y le compraste unas pipas mientras mirábamos la reserva. Mamá estaba un poco nerviosa, pero cuando la hinchada se puso a cantar “hay que saltar, hay que saltar, el que no salta es de Central” ella se levantó de golpe, me agarró de la mano y se puso a saltar como loca. Vos me tomaste de la otra e hiciste lo mismo. Casi me atraganto con una pipa, pero enseguida me recompuse y supe que volveríamos mil veces más.
¿Qué? No, ni le des bola al médico, quedate acá mejor, si ese no para de dar malas noticias, más amargo es… seguro es sin aliento, cuánto te juego. Mejor quedate acá conmigo escuchando ese grito cada vez más fuerte. No, no, de ese primer partido no me acuerdo la verdad, solo de la previa. O tal vez sí, pero se me mezcla con otros. A veces hasta se me mezclan recuerdos de cosas que no viví, ¿viste? Y sí, claro que se puede, ¿cómo no se va a poder? Hay cosas que me contaste tan vívidamente que… ¿quién me asegura que no fui parte del festejo del Loco al grito de “Ñubels carajo”? ¿o que no estuve abrazándote en la cancha cuando tenías diez años y celebrabas la zurda mágica de Marito Zanabria que nos hizo dar aquella primera vuelta en la cancha y la cara de los amargos? Te digo algo, a veces cuando me vienen a la memoria las palabras de agradecimiento del Tata en el 2013 me lo acuerdo jovencito como si aún fuera jugador. No, ¡ya sé que yo ni había nacido cuando Martino era jugador! Pero me hiciste ver tantos videos, tantas tapas de El Gráfico… qué se yo.
Lo malo es cuando se me mezclan los recuerdos tristes. Como el clásico que perdimos por goleada en el ‘97, que aunque no lo viví me duele más que el pinchazo de la anestesia. No, tenés razón, mejor no hablemos de eso. Además, ¿sabés qué? A medida que crece el grito siento que los recuerdos feos se diluyen, de a poco se van borrando y solo quedan los lindos: Messi de chiquito jugando con la rojinegra, Bielsa emocionado diciendo que algún día va a volver, el entrenamiento del Diego en el que llevamos más de 10 mil hinchas, el día en el que mamá me dijo que para mis quince iba a dejar que me tatuara un escudo chiquitito.
Se escucha cada vez más alto, ¿viste? Yo no sé cómo hacen los médicos para trabajar en medio de este griterío. En cualquier momento ya no voy a poder oír ni mi propia voz. Qué hinchada que tenemos, ¿eh? Y no es solo porque somos los que más cantamos: mirá, mirá esas bengalas y esos trapos. Ya no queda nada del blanco del hospital, es una locura esto. Sí, la locura más linda es la leprosa, ¿no papi? ¿papá? ¿me escuchás? ¿seguís ahí?
No… está bien. No te preocupes, andá tranquilo y contale a mamá que me quedo en el mejor lugar del mundo. No, si no me quedo sola. Acá estoy bien acompañada, además ya ves, ¡somos miles! ¿Qué más puedo pedir que este grito eterno? Sí, ya me sumo yo también, no te preocupes, en serio, vos andá tranquilo. Yo te juro que preparo la garganta y me sumo.
Goooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooool.
Por Stephanie Simonetta para La tinta / Taller de escritura y lectura sobre fútbol «La música de los domingos».