El buen femicida y las malas feministas
No me gusta escribir esto. No me gusta escribir sobre esto. No me gusta que el impulso para pensar sea la muerte cruda y violenta. Lo que pasa es que no me lo puedo sacar de la cabeza. El fin de semana mataron a Florencia, dos mese atrás a Alison. Ambas mujeres jóvenes con muertes crueles e injustas. Muertes violentas que son tan similares como diferentes.
Por Alicia Migliaro González para Zur
El domingo a la tarde el Ministerio del Interior lanzó un comunicado solicitando ayuda para capturar a Christian Damián Pastorino Pimentel, alias el “Kiki”. Identificado como el asesino de Florencia, es también el confirmado femicida de Alison y está requerido desde diciembre del año pasado. A Florencia la mató mientras trabajaba, a Alison en su propia casa y frente a sus dos pequeños hijos.
Ambos crímenes son injustos, dolorosos e indignantes. Tanto Florencia como Alison se merecían seguir disfrutando la vida que este tipo les quitó antojadizamente. No son comparables ni jerarquizables, ninguna valía más que otra. Lo que sí es claro, evidente, es que desde el punto de vista social las dos muertes no son iguales. Los móviles y las escenas son distintos, generan impactos diferentes en el cuerpo social y las respuestas no tardan en aparecer. La alarma social suena en otro tono y las interpelaciones llegan desde otras voces.
Del crimen de diciembre se supo todo y bastante rápido. A sólo tres días que Alison fuera asesinada se sabía la identidad del asesino, varios testigos lo vieron entrar a la casa con un arma en la mano y huir luego de los disparos. La fiscal de “Delitos sexuales, violencia doméstica y violencia basada en género”, Diana Salvo, autorizó al Ministerio del Interior a difundir la imagen y solicitar apoyo para la captura. Sin embargo, en estos más de dos meses y aunque se presume que no se movió del barrio, la policía no lo pudo encontrar. La propia fiscal manifestó su preocupación por la lentitud del accionar policial para dar con el paradero de un sujeto plenamente identificado. Desinterés tal vez, desidia probablemente. Seguro es, que la preocupación de ayer hoy se transforma en indignación pensando en lo que se podría haber evitado: las graves lesiones al guardia de seguridad y el asesinato a quemarropa de Florencia.
Las redes sociales confunden. Amplifican o acallan entre los círculos concéntricos en los que nos movemos. Son el espejo roto en que se mira esa ameba que llamamos sentido común. Los comentarios en los portales web asustan. Hay gente que realmente piensa así y es mucha. Son un humo denso, espeso, donde cuesta respirar en el común de los sentidos. Entre el reflejo y el humo, nos posicionamos, formamos opinión, pensamos, hablamos.
De los casos de femicidios se habla poco y por poco tiempo. En general el tema ronda los mismos círculos y parecen estar contenidos en un muro que cuesta franquear. La foto del “Kiki” circuló poco en diciembre y me animo a afirmar que no logró sortear las fosas del muro de las convencidas. La violencia social, y más cuando el motor es la delincuencia, tiene un radio de alcance masivo. No sólo vimos la foto del “Kiki” por todos lados, también tuvimos que hacer esfuerzos (como corrernos de adelante de la TV, o desactivar el reproductor automático al abrir una noticia) para evitar ver el video del asalto. Fue la propia familia de Florencia la que en medio del dolor tuvo que redactar una comunicado solicitando que se dejara de compartir el video del asalto. Esto también es violencia.
Cuando suceden estos hechos crudos se sacude toda la estantería. Se agitan las voces de la justicia por mano propia, los pedidos de endurecimiento de penas, la baja de la edad de imputabilidad. No faltan los oportunistas de turno saliendo a pedir mano dura y militarización, guiños para la tribuna hambrienta de respuestas rápidas. Se clama por viejas recetas severas, como si nos fueran tan ajenas en nuestro país y cómo si no supiéramos de sus resultados.
En medio de esta horda tan virtual como real que pide a gritos linchamiento, mutilación, pena de muerte y megaoperativos en el Marconi, aparece un elemento que desentona: se identifica al “Kiki”. Se da su nombre completo, edad, señas particulares, se agrega que está prófugo por femicidio y se facilita un teléfono para colaborar con la policía que hasta ahora no pudo encontrarlo. Asesino y femicida. Quiero creer que el Ministerio del Interior tiene estudiada la efectividad de difundir esta información y viralizarse por las redes. Cuesta creer que esta sea una forma efectiva de dar con el paradero de criminales y delincuentes. Seguro es una forma altamente efectiva de reafirmar el ego de los asesinos. Ser el más buscado, que tu cara esté en todos lados y que la policía no pueda encontrarte no tiene precio.
En fin, el domingo a la tarde la foto se difunde. Rápidamente se viraliza y con ella los comentarios que se apoyan, tanto en el femicidio de Alison como en los delitos cometidos siendo menor de edad, para pedir castigos ejemplarizante y el infaltable “tiro en la nuca a todos pichis”.
Hay una parte que es enteramente cierta: el “Kiki” es una bestia de la peor calaña. Alguien capaz de matar a sangre fría en reiteradas oportunidades y por distintos motivos es una bestia. Pero es una bestia humana, enteramente humana. No es producto de una mutación genética ni lo trajeron los extraterrestres. Es una bestia humana criada en sistema capitalista y patriarcal. Un sistema de dominación que hace de las diferencias (de clase, de género, étnicas, etáreas) desigualdades, que establece jerarquías para el ejercicio del poder y cuyo correlato último siempre es la violencia. Aunque no los quieran edulcorar, no hay posibilidad de acumulación capitalista o de dominación patriarcal sin violencia mediante. Y en estos días tuvimos una cruda muestra, otra cruda muestra.
Hay otra parte que también es cierta: El mismo tipo es autor de varios hechos delictivos entre los que hay al menos dos crímenes. Lo que confunde es que el femicidio de Alison parece pasar a tener ese estatuto de crimen a partir del crimen de Florencia. Cómo si el femicidio no fuera un acto de violencia extrema por si mismo o como si el femicida pudiera ser reconocido como criminal a partir de la agregación de otros rasgos que completen el perfil. Me inclino más por esta última hipótesis por una sencilla razón, lo que enciende la indignación no es femicidio, lo que importa es la víctima y el femicida.
El feminismo nos ha nutrido de análisis críticos para pensar la construcción social y mediática de la “mala víctima” alrededor de los femicidios. Son las mujeres pobres o putas, que viven al norte de avenida Italia, que no estudian ni trabajan, que dejan a sus hijos para ir a bailar, que usan minifalda corta, que se emborrachan. Sobre ellas recae la culpa de su propia suerte. Se justifica esa muerte violenta y se genera un efecto tranquilizador: el problema son ellas y sus malos pasos. En este caso parece ocurrir algo inversamente proporcional. Asistimos a la construcción de un “buen femicida”. Un pobre, rapiñero, plancha, drogón, violento, un monstruo al que es posible reconocer enteramente como un femicida. Un loco violento, una bárbaro irracional que podemos señalar sin que nos tiemble el pulso como un femicida.
Lo que tienen en común la “mala víctima” y el “buen feminicida”, es que ambos son lo que sobra, lo que incomoda, lo que molesta. Las escorias de un sistema que no duda en pisar cabezas y aplastar vidas para seguir en pie. Son buenos monstruos, chivos expiatorios sobre los que depositar todo lo que está mal. Son estas manzanas podridas las que hay que hay que sacar y problema resuelto. Nuevamente una construcción social que nos tranquiliza, una tipología que podemos metabolizar sin que osemos cuestionarnos las bases del sistema capitalista y patriarcal que nos está pudriendo todo el cajón.
Es capitalismo y es patriarcado
La clase social (que no es sólo económica sino que también es cultural, política, subjetiva) sirve como vehículo para trazar la línea del bien y del mal en la que rápidamente podemos ubicarnos. Los femicidios se entienden rápido y molestan poco cuando hay una “mala víctima” y un “buen femicida”, en cierta manera se inoculan mutuamente tras las bambalinas del mundo marginal de otrxs. El patriarcado sirve como justificativo. Mientras nosotras tenemos que demostrar que no somos buenas ni malas víctimas, sino mujeres, expuestas por nuestra condición de tales a cierto modos de violencia que ellos tienen la posibilidad de deslindarse. Las mujeres tenemos la desventaja de la culpa, los varones el beneficio de la duda.
En verborragia web de estos días también hubo lugar para “¿donde están las feministas? claro, como no la mató el marido no salen”, tachándonos de insensibles y corporativistas. Aquí un detalle, que por sobre nuestros cuerpos sexuados pese la amenaza del femicidio no nos vacuna de otras formas de violencia que podamos sufrir. Y en ningún lado está escrito que, como feministas, esas violencias no nos importen o nos sean indiferentes. Es más, en casos como el de Florencia no podemos dejar de notar el gesto misógino, de odio total y absoluto, que supone el disparo por la espalda cuando se estaba retirando del lugar. Acusar al movimiento feminista de sectario por entender que el crimen de Florencia es cruel e injusto pero no es un femicidio, es banalizar nuestra lucha y drenar las fuerzas para rearmarnos en estos días tristes. Porque la lucha sigue mañana también y porque entender qué está pasando y cómo podemos frenarlo nos precisa más lúcidas que nunca.
Esto no es un juego de “lo que podría haber pasado si”, es una confirmación de lo que pasa cuando no se nos escucha. En diciembre, antes de matar a Alison, el “Kiki” tenía denuncias por violencia doméstica porque había amenazado con matarla a ella y a su propia madre. En febrero, antes de matar a Florencia, se lo requería por la muerte de Alison y las amenazas a su madre.
En Uruguay “Kiki” hay muchos y machitos violentos muchos más. No queremos femicidios, ni muertes por la espalda. Tampoco queremos pena de muerte ni mutilaciones. Queremos que se actué a tiempo y para eso tenemos que reconocer las formas de la violencia, todas ellas.
El martes de tarde, cercado por la policía que con asombrosa celeridad esta vez sí pudo dar con él, el “Kiki” se pegó un tiro en la cabeza y hace unas horas falleció. Como era de esperar hay gente que festeja.
No se ustedes pero a mi no me alivia en nada. Seguimos teniendo dos mujeres menos y un mar de violencia.
*Por Alicia Migliaro González para Zur / Foto de portada: Rebelarte.